Nebe asintió pensativamente y el propio Heydrich parecía satisfecho por la comparación. Empezó a hablar con bastante libertad; brevemente sobre las cosas que odiaba: los francmasones, los católicos, los testigos de Jehová, los homosexuales y el almirante Canaris, jefe de la Ab wehr, el Servicio de Información del Estado Mayor alemán; y largamente sobre algunas de las cosas que le proporcionaban placer: el piano y el cello, la esgrima, sus clubes nocturnos favoritos y su familia.
– En la nueva Alemania -dijo-, de lo que se trata es de detener el deterioro de la familia, ¿saben?, y establecer una comunidad de sangre en la nación. Las cosas están cambiando. Por ejemplo, ahora solo hay 22.787 vagabundos en Alemania, 5.500 menos que al principio del año. Hay más matrimonios, más nacimientos y la mitad de divorcios. Podrían preguntarme por qué la familia es tan importante para el partido. Se lo diré. Los niños. Cuanto mejores sean nuestros hijos, mejor será el futuro de Alemania. Así que cuando algo amenaza a nuestros hijos, entonces tenemos que actuar rápidamente.
Cogí un cigarrillo y empecé a prestar atención. Parecía que finalmente iba a llegar al meollo del asunto. Nos detuvimos en un banco del parque y nos sentamos, yo entre Heydrich y Nebe, como hígado de pollo entre dos rebanadas de pan integral.
– No le gustan los jardines -dijo Heydrich pensativamente-. ¿Y los niños? ¿Le gustan?
– Me gustan.
– Bien -dijo-. A mi modo de ver, es esencial que nos gusten, haciendo lo que hacemos… incluso esas cosas que debemos hacer y que son difíciles porque nos parecen desagradables, ya que de lo contrario no lograremos expresar nuestra humanidad. ¿Comprende lo que quiero decir?
No estaba seguro de ello, pero asentí de todos modos.
– ¿Puedo hablarle con franqueza? -preguntó-. ¿En confianza?
– No faltaría más.
– Hay un maníaco suelto por las calles de Berlín, Herr Gunther.
– Pues no es fácil darse cuenta -dije encogiéndome de hombros.
Heydrich asintió con impaciencia.
– No, no me refiero a un guardia de asalto dando una paliza a algún viejo judío. Hablo de un asesino. Ha violado, matado y mutilado a cuatro chicas alemanas en otros tantos meses.
– No he visto nada en los periódicos sobre eso.
Heydrich se echó a reír.
– Los periódicos publican lo que les decimos que publiquen, y de esta historia está prohibido hablar.
– Gracias a Streicher y su periodicucho antisemita, solo culparían a los judíos -dijo Nebe.
– Exactamente -respondió Heydrich-. Y lo último que quiero es que haya disturbios antijudíos en esta ciudad. Ese tipo de cosas ofenden mi sentido del orden público. Me molestan como policía. Cuando decidamos liquidar a los judíos será de la forma adecuada; no será la chusma quien lo haga. Además, existen repercusiones económicas. Hace un par de semanas, en Nuremberg unos idiotas decidieron destruir una sinagoga. Y dio la casualidad de que estaba muy bien asegurada por una compañía alemana. La indemnización les costó miles de marcos. Así que ya ven, los disturbios raciales son perniciosos para los negocios.
– Entonces, ¿por qué me dice todo esto?
– Quiero atrapar a ese lunático, y atraparlo pronto, Gunther. -Dirigió una fría mirada a Nebe-. Según la mejor tradición de la Kri po, un hombre, un judío, ha confesado ser culpable de los asesinatos. Sin embargo, y dado que ya estaba detenido cuando se cometió el último crimen, parece que pueda ser inocente y que, en un exceso de celo, un miembro del amado cuerpo de policía de Nebe lo haya incrimado injustamente.
»Pero usted, Gunther, no tiene ningún interés político o racial en el asunto. Y por añadidura, tiene una considerable experiencia en el campo de la investigación criminal. Después de todo, fue usted, ¿no es así?, quien detuvo a Gormann, el estrangulador. Puede que hayan pasado diez años, pero todo el mundo sigue recordando el caso. -Hizo una pausa y me miró directamente a los ojos, una sensación muy incómoda-. En otras palabras, quiero que vuelva, Gunther, que vuelva a la Kri po y que encuentre a ese loco antes de que vuelva a matar.
Tiré la colilla entre los arbustos y me levanté. Arthur Nebe me miró sin entusiasmo, casi como si no estuviera de acuerdo con el deseo de Heydrich de hacerme volver al cuerpo de policía y dirigir la investigación prefiriéndome a cualquiera de sus propios hombres. Encendí otro cigarrillo y pensé durante unos momentos.
– Diablos, debe de haber otros polis -dije-. ¿Por qué no el que atrapó a Kürten, la Bes tia de Düsseldorf? ¿Por qué no hacer que sea él?
– Lo hemos investigado -dijo Nebe-. Al parecer, Peter Kürten se entregó. Antes de eso, no puede decirse que la investigación fuera muy eficaz.
– ¿No hay nadie más?
Nebe negó con la cabeza.
– Ya ve, Gunther -dijo Heydrich-, volvemos a usted. Francamente, dudo que haya un detective mejor en toda Alemania.
Me eché a reír y sacudí la cabeza.
– Es usted bueno, muy bueno. Ese discurso sobre los niños y la familia fue muy bonito, general, pero, por supuesto, los dos sabemos que la verdadera razón para tapar este asunto es que hace que su moderno cuerpo de policía parezca formado por un hatajo de incompetentes. Malo para ellos y malo para usted. Y la verdadera razón de que quiera que vuelva no es que sea un detective tan bueno, sino que el resto son muy malos. El único tipo de crímenes que la Kri po actual es capaz de resolver son cosas como la corrupción racial o contar un chiste sobre el Führer.
Heydrich sonrió como un perro cogido en falta, entrecerrando los ojos.
– ¿Me está rechazando, Herr Gunther? -dijo sin alterarse.
– Me gustaría ayudarle, de verdad que me gustaría. Pero el momento es muy inoportuno. Verá, acabo de enterarme de que asesinaron a mi socio anoche. Puede que lo considere anticuado, pero me gustaría descubrir quién lo mató. De ordinario, lo dejaría en manos del Departamento de Homicidios, pero dado lo que acaba de decirme, eso no parece demasiado prometedor, ¿verdad? Casi me han acusado a mí de haberlo matado y, ¿quién sabe?, puede que me obliguen a firmar una confesión por la fuerza, en cuyo caso tendré que trabajar para usted a fin de escapar a la guillotina.
– Naturalmente, me he enterado de la desgraciada muerte de Herr Stahlecker -dijo, volviendo a ponerse de pie-. Y, por supuesto, querrá hacer indagaciones. Si mis hombres pueden serle de alguna ayuda, por incompetentes que sean, por favor, no vacile en decirlo. De cualquier modo, y suponiendo por un momento que este obstáculo no existiera, ¿cuál sería su respuesta?
Me encogí de hombros.
– Suponiendo que si me negara perdería mi licencia de detective privado…
– Naturalmente…
– … permiso de armas, permiso de conducir…
– Sin duda, encontraríamos alguna excusa…
– … entonces, probablemente, no tendría más remedio que aceptar.
– Excelente.
– Con una única condición.
– ¿Cuál?
– Que mientras dure la investigación, tendré el rango de Kriminalkommissar y se me permitirá llevar las indagaciones como yo quiera.
– A ver, un momento -dijo Nebe-. ¿Qué tiene de malo su anterior rango de inspector?
– Dejando aparte el salario -dijo Heydrich-, sin duda Gunther tiene mucho interés en verse libre al máximo de la interferencia de los oficiales de algo rango. Y tiene toda la razón, claro. Necesitará ese rango para superar los prejuicios que, sin duda, acompañarán su regreso a la Kri po. Tendría que haberlo pensado yo mismo. De acuerdo.