– Oiga señora, cuando se canse de contestar a mis preguntas, me lo dice y dejaré de molestarla. Estoy seguro de que tiene muchísimas cosas más importantes que hacer que ayudarme a encontrar a su hija.
Me clavó los ojos durante un minuto y luego se disculpó.
– ¿Puedo ver la habitación de Emmeline, por favor?
Era la habitación normal de una chica de catorce años, por lo menos normal para una que asistía a una escuela de pago. Había un gran cartel de una producción de El lago de los cisnes en la Ope ra de París con un pesado marco negro colgado encima de la cama y un par de ositos de peluche muy manoseados sentados sobre el edredón de color rosa. Levanté la almohada. Allí había un libro, un romance de diez pfennigs del tipo de los que se puede comprar en cualquier esquina. No exactamente Emilio y los detectives.
Le di el libro a Frau Steininger.
– Como le he dicho, las chicas maduran antes.
Crucé la puerta de la oficina justo cuando Becker salía.
– ¿Has hablado con los técnicos? ¿Tenemos ya algo sobre el baúl? ¿O sobre el trozo de cortina?
Becker dio media vuelta y me siguió hasta el escritorio.
– El baúl lo fabricó Turner & Glanz, señor.
Sacó su bloc de notas y añadió:
– Friedrichstrasse, número 193a.
– Suena muy elegante. ¿Llevan una lista de las ventas?
– Me temo que no, señor. Parece que es común, especialmente entre los judíos que abandonan Alemania para marchar a América. Herr Glanz calcula que deben de vender tres o cuatro a la semana.
– ¡Qué suerte tiene!
– La tela de la cortina es de un tejido barato. Se puede comprar en cualquier sitio.
Empezó a rebuscar en mi bandeja de asuntos pendientes.
– Sigue, te estoy escuchando.
– ¿Entonces, aún no ha leído mi informe?
– ¿Te parece que sí lo he leído?
– Pasé toda la tarde de ayer en la escuela de Emmeline, el Paulsen Real Gymnasium.
Encontró su informe y lo agitó delante de mi cara.
– Debe de haberte resultado agradable, con todas esas chicas.
– Quizá debería leerlo ahora, señor.
– Ahórrame el esfuerzo.
Becker hizo una mueca y miró el reloj.
– Bueno, en realidad, señor… estaba a punto de marcharme. Se supone que voy a llevar a mis hijos a las atracciones del Luna Park.
– Te estás volviendo igual que Deubel. Por curiosidad, ¿se sabe dónde está? ¿Cuidando el jardín? ¿De compras con su mujer?
– Creo que está con la madre de la chica desaparecida, señor.
– Acabo de volver de su casa. No importa. Dime qué has averiguado y luego puedes marcharte.
Se sentó en el borde de mi mesa y cruzó los brazos.
– Lo siento, señor, olvidaba decirle algo más primero.
– ¿De verdad? Me parece que los polis del Alex olvidan un montón de cosas estos días. Por si necesitas que te lo recuerde, estamos investigando un asesinato. Ahora bájate de mi mesa y dime qué coño está pasando.
Se bajó de un salto y se puso firme.
– Gottfried Bautz está muerto, señor. Asesinado, por lo que parece. La casera encontró el cuerpo en el piso esta mañana temprano. Korsch ha ido allí para ver si averigua algo que nos sea útil.
Asentí en voz baja.
– Entiendo. -Solté una maldición y luego lo miré de nuevo. De pie allí delante como si fuera un soldado, se las arreglaba para tener un aspecto ridículo-. Por el amor de Dios, joder, Becker, siéntate antes de que el rigor mortis se apodere de ti y háblame de tu informe.
– Gracias, señor.
Acercó una silla, le dio media vuelta y se sentó a horcajadas con los brazos apoyados en el respaldo.
– Dos cosas -dijo-. Primera: la mayoría de las compañeras de clase de Emmeline Steininger creen que había hablado de escaparse de casa en más de una ocasión. Por lo visto, ella y su madrastra no se llevaban muy bien…
– ¿Su madrastra? Ella no lo mencionó en ningún momento.
– Parece que su verdadera madre murió hace doce años. Y además el padre murió hace poco.
– ¿Qué más?
Becker frunció el ceño.
– Has dicho que había dos cosas.
– Sí, señor. Una de las otras chicas, una chica judía, recordó algo que había sucedido hacía un par de meses. Dijo que un hombre vestido de uniforme detuvo el coche cerca de la verja de la escuela y le pidió que se acercara. Le dijo que si respondía a unas preguntas la acompañaría a casa en coche. Bueno, dice que fue y se acercó al coche y el hombre le preguntó cómo se llamaba. Ella le dijo que Sarah Hirsch. Entonces, él le preguntó si era judía y, cuando ella le dijo que sí, se marchó sin decir ni una palabra más.
– ¿Le ha dado alguna descripción?
Hizo una mueca y negó con la cabeza.
– Estaba demasiado asustada para decir nada. Yo iba acompañado de un par de polis de uniforme y me parece que la amedrantaban.
– ¿Podemos culparla por eso? Probablemente pensó que iban a arrestarla por prostitución callejera o algo parecido. Sin embargo, debe de ser inteligente si está en un Gymnasium. Quizás hablaría si sus padres estuvieran delante y si no fuera acompañado de los maniquíes. ¿Qué opinas?
– Estoy seguro de que lo haría, señor.
– Me encargaré yo mismo. ¿Te parezco un tipo paternal, Becker? No, será mejor que no contestes.
Sonrió afablemente.
– Está bien, nada más. Diviértete.
– Gracias, señor.
Se levantó y se dirigió a la puerta.
– Ah, Becker…
– ¿Sí, señor?
– Buen trabajo.
Cuando se hubo marchado, permanecí sentado durante bastante rato deseando ser yo quien se estuviera yendo a casa para llevar a mis hijos a pasar la tarde en el Luna Park. Hacía mucho que no me tomaba tiempo libre, pero cuando estás solo en el mundo, parece que ese tipo de cosas no importa tanto. Me mantenía precariamente al borde de un lago de autocompasión cuando alguien llamó a la puerta y Korsch entró en la habitación.
– Gottfried Bautz ha sido asesinado, señor -dijo inmediatamente.
– Sí, ya lo sé. Becker dijo que habías ido a echar una ojeada. ¿Qué ha pasado?
Korsch se sentó en la silla que antes había ocupado Becker. Parecía más animado de lo que nunca lo había visto antes, y estaba claro que algo le tenía muy excitado.
– Alguien pensó que su cerebro necesitaba airearse un poco, así que le proporcionaron un respiradero especial. Un trabajo muy pulcro. Entre los ojos. El forense que enviaron cree que con un arma bastante pequeña. Probablemente, una seis milímetros. -Se removió en la silla-. Pero la parte interesante es esta, señor: el que lo eliminó primero lo dejó frío de un puñetazo. Gottfried tenía la mandíbula partida limpiamente en dos y una punta de cigarrillo en la boca. Como si lo hubiera partido por la mitad de un mordisco. -Se detuvo, esperando que asimilara un poco lo que me decía-. La otra mitad estaba en el suelo.
– ¿El puñetazo del cigarrillo?
– Eso parece, señor.
– ¿Estás pensando lo mismo que yo?
Korsch asintió lentamente.
– Me temo que sí, señor. Y hay algo más. Deubel lleva una Little Tom de seis tiros en el bolsillo de la chaqueta. Dice que es por si alguna vez pierde su Walther. Una Little Tom dispara el mismo tipo de bala que mató al checo.
– ¿De verdad? -Enarqué las cejas-. Deubel siempre estuvo seguro de que incluso si no tenía nada que ver con nuestro caso, el sitio de Bautz era la cárcel.
– Trató de convencer a Becker para que hablara con algunos de sus amigos de Antivicio. Quería que los convenciera para que le pusieran la etiqueta roja a Bautz con cualquier pretexto y lo enviaran a un campo de concentración. Pero Becker no quiso saber nada de eso. Dijo que no podían hacerlo, ni siquiera con la declaración de la prostituta a la que intentó rajar.