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– Eso es lo que vale su jactancia sobre sus espías.

– Bueno, hay una cosa, señor. Parece que en una de las fechas se vio volver a Streicher del aeródromo Furth de Nuremberg.

– ¿Cuánto dura un vuelo entre aquí y Nuremberg?

– Un par de horas como mucho. ¿Quiere que lo compruebe en el aeropuerto de Tempelhof?

– Se me ocurre una idea mejor. Ponte en contacto con los chicos, de Propaganda en el Muratti. Pídeles que te den una bonita fotografía de Streicher. Mejor les pides una de todos los Gauleiters para no llamar demasiado la atención. Di que es para Seguridad de la Can cillería del Reich, eso siempre suena bien. Cuando la tengas, quiero que vayas a hablar con la chica de los Hirsch. Mira a ver si puede reconocer a Streicher como el hombre del coche.

– ¿Y si lo hace?

– Si lo hace, entonces tú y yo comprobaremos que hemos hecho un montón de nuevos amigos. Con una única y notable excepción.

– Eso es lo que me temía.

Jueves, 29 de septiembre

Chamberlain volvió a Munich. Quería volver a hablar. El sheriff fue también, pero parecía que solo iba a mirar para otro lado cuando empezara el tiroteo. Mussolini se lustró el cinturón y la cabeza y se presentó para ofrecer apoyo a su aliado espiritual.

Mientras estos hombres tan importantes iban y venían, una chica joven, de poca o ninguna importancia en el esquema general de las cosas, desapareció mientras hacía las compras de la familia en el mercado del barrio.

El mercado de Moabit estaba en la esquina de la Bre merstrasse con la Ar minius Strasse. Era un edificio de ladrillo rojo, casi del tamaño de un almacén, y era allí donde la clase obrera de Moabit -lo cual significa todos los que vivían en esa zona- compraba el queso, el pescado, los fiambres y otras provisiones frescas. Incluso había un par de sitios donde, de pie, se podía tomar una cerveza rápida y comer una salchicha. Estaba siempre lleno de gente y había por lo menos seis lugares por los que se podía entrar y salir del mercado. No era un sitio en el que se entra a dar una vuelta. La mayoría de gente va con prisa y no tiene tiempo para quedarse parado contemplando las cosas que no puede comprar; además, no hay ninguna de esas cosas en Moabit. Así que mi ropa y mi aire pausado me hacían destacar del resto.

Sabíamos que Liza Ganz había desaparecido allí porque un pescadero había encontrado una bolsa de la compra que la madre de Liza identificó más tarde como suya.

Aparte de eso, nadie había visto nada de nada. En Moabit la gente no presta mucha atención, a menos que seas un policía buscando a una chica desaparecida, e incluso entonces es solo curiosidad.

Viernes, 30 de septiembre

Por la tarde me convocaron al cuartel general de la Ges tapo en la Prin ze Albrecht Strasse.

Al mirar hacia arriba mientras cruzaba la puerta principal, vi una estatua sentada en un pedestal del tamaño de un neumático de camión, trabajando en un bordado. Volando por encima de su cabeza había dos querubines, uno rascándose la cabeza y el otro con aire desconcertado. Pensé que se debían preguntar por qué la Ges tapo había escogido aquel edificio en particular para montar el negocio. A juzgar por las apariencias, la escuela de arte que antes ocupaba el número 8 de la Prinz Al brecht Strasse y la Ges tapo, que en la actualidad tenía su sede allí, no tenían mucho en común más allá del chiste obvio que todo el mundo hacía sobre los montajes. Pero aquel día en concreto me sentía más intrigado sobre por qué Heydrich me habría convocado allí en lugar de en el Prinz Albrecht Palais, en la cercana Wilhelmstrasse. No dudé ni por un momento de que tendría una razón. Heydrich tenía una razón para todo lo que hacía, y yo estaba seguro de que, en este caso, esa razón me gustaría tan poco como todas las otras de que me había enterado.

Después de la puerta principal se pasaba un control de seguridad y luego se encontraba uno al pie de una escalera que era tan grande como un acueducto. Al final del tramo llegabas a un vestíbulo, que era sala de espera, con el techo abovedado y tres ventanas en forma de arco del tamaño de una locomotora. Debajo de cada ventana había un banco de madera del tipo que se ve en las iglesias y fue allí donde esperé, como me dijeron.

En el espacio que quedaba entre las ventanas, sobre un pedestal, descansaban dos bustos de Hitler y Goering. Me sorprendí un poco de que Himmler hubiera dejado allí la cabeza del Gordo Hermann, teniendo en cuenta cuánto se odiaban. Puede que Himmler la admirara como escultura. Y también puede que su esposa fuera la hija del Gran Rabino.

Después de casi una hora, Heydrich emergió finalmente de las dos dobles puertas que había frente mí. Llevaba un maletín y despidió a su asistente de las SS cuando me vio.

– Kommissar Gunther -dijo, y pareció encontrar un tanto divertido el sonido de mi rango en sus oídos. Me pidió que le acompañara a lo largo de la galería-. He pensado que podríamos volver a pasear por el jardín, como la otra vez. ¿Le importa acompañarme de vuelta a la Wil helmstrasse?

Pasamos por una arcada y luego bajamos por otra impresionante escalinata hasta el ala sur, de mala fama, donde lo que antes fueron talleres de escultura eran ahora celdas de la Ges tapo. Tenía buenas razones para recordarlas, ya que en una ocasión yo mismo había estado detenido allí, de modo que me sentí muy aliviado cuando cruzamos una puerta y nos encontramos al aire libre otra vez. Con Heydrich nunca se sabía.

Se detuvo un momento, mirando su Rolex. Empecé a decir algo, pero levantó el dedo índice y, casi como un conspirador, se lo llevó a los delgados labios. Nos quedamos allí, de pie, esperando, algo de lo que yo no tenía ni idea.

Al cabo de un minuto o algo así, sonó una descarga de disparos, que resonó por todo el parque. Y luego otra y otra más. Heydrich comprobó el reloj de nuevo, asintió y sonrió.

– ¿Continuamos? -dijo caminando por el sendero de grava.

– ¿Eso ha sido en mi honor? -dije, sabiendo muy bien que así era.

– ¿El pelotón de fusilamiento? -Soltó una risita-. No, no, Kommissar Gunther, tiene usted mucha imaginación. Y además, no creo en absoluto que usted necesite precisamente una demostración práctica del poder. Resulta que soy un fanático de la puntualidad. Se dice que es una virtud de los reyes, pero para un policía es simplemente el marchamo de la eficacia administrativa. Después de todo, si el Führer puede hacer que los trenes sean puntuales, lo menos que yo tendría que poder hacer es asegurarme de que unos cuantos sacerdotes son liquidados exactamente a la hora fijada.

Así que después de todo era una lección práctica, pensé. Era el modo en que Heydrich me hacía saber que conocía mi desacuerdo con el Sturmbannführer Roth, del 4B 1.

– ¿Qué ha pasado con los fusilamientos al alba?

– Los vecinos se quejaron.

– Ha dicho sacerdotes, ¿verdad?

– La Ig lesia católica representa una conspiración internacional, del mismo calibre que el comunismo o el judaísmo, Gunther. Lutero encabezó una Reforma, el Führer encabezará otra. Abolirá la autoridad de Roma sobre los católicos alemanes, tanto si los sacerdotes se lo permiten como si no. Pero ese es un asunto diferente, que será mejor dejar a los que están versados en su ejecución. No, yo quería verlo por cierto problema que tengo, y es que estoy sometido a un cierto grado de presión por parte de Goebbels y sus escritorzuelos de Muratti para que se dé publicidad a ese caso en el que usted está trabajando. No estoy muy seguro de cuánto tiempo más podré retrasarlo.