Vogelmann entró en el piso de Hildegard con su mejor cara de enterrador, lo cual era una bendición, ya que la sombría mueca fijada en su maloliente boca significaba que, por lo menos durante un rato, la mantendría cerrada. El hombre que iba con él era una cabeza más bajo que Vogelmann, tenía alrededor de treinta y cinco años, pelo rubio, ojos azules y un aire severo, incluso académico. Vogelmann esperó hasta que todos estuvimos sentados para presentar al otro hombre como el doctor Otto Rahn, prometiendo que nos diría más sobre él enseguida. Luego suspiró profundamente y movió la cabeza apesadumbrado.
– Me temo que no he tenido suerte en la búsqueda de su hija Emmeline -dijo-. He preguntado a todo el mundo a quien podía preguntar y mirado en todas partes donde podía mirar. Sin resultado alguno. Ha sido muy decepcionante. Por supuesto -añadió después de hacer una pausa-, comprendo que mi propia decepción no vale nada comparada con la suya. No obstante, pensaba que, por lo menos, podría encontrar algún rastro de ella. Si hubiera algo, cualquier cosa, que ofreciera algún indicio de lo que pudiera haberle sucedido, entonces me sentiría justificado para recomendarles que me dejaran continuar con mis indagaciones. Pero no hay nada que me haga confiar en que no estaría malgastando su tiempo y su dinero.
Asentí con triste resignación.
– Gracias por ser tan sincero, Herr Vogelmann.
– Al menos pueden decir que lo intentamos, Herr Steininger -dijo Vogelmann-. No exagero cuando le digo que hemos agotado todos los métodos habituales de investigación.
Se detuvo para aclararse la garganta y, excusándose, se llevó el pañuelo a la boca.
– Dudo en proponerles esto, Herr y Frau Steininger, y, por favor, no crean que hablo en broma, pero cuando lo usual ha demostrado no servir de nada, seguramente no puede haber ningún daño en recurrir a lo inusitado.
– Tenía la impresión de que por esa razón le consultamos a usted -dijo Hildegard con sequedad-. Lo usual, como usted lo llama, era lo que esperábamos de la policía.
Vogelmann sonrió, incómodo.
– Me he expresado mal -dijo-. Debería haber hablado de lo ordinario y lo extraordinario.
El otro hombre, Otto Rahn, acudió en ayuda de Vogelmann.
– Lo que Herr Vogelmann está tratando de sugerir, con tanto tacto como es posible en estas circunstancias, es que consideren la posibilidad de contratar los servicios de un médium para encontrar a su hija.
Tenía un acento culto y hablaba con la velocidad de un hombre procedente de algún sitio como Frankfurt.
– ¿Un médium? -dije-. ¿Se refiere al espiritismo? -Me encogí de hombros-. No creemos en esa clase de cosas.
Quería saber qué diría Rahn para vendernos la idea.
Sonrió pacientemente.
– En estos tiempos apenas es una cuestión de creencias. El espiritismo es ahora más bien una ciencia. Se han producido descubrimientos muy sorprendentes desde la guerra, especialmente en la última década.
– Pero ¿no es ilegal? -pregunté suavemente-. Estoy seguro de haber leído en alguna parte que el conde Helldorf prohibió la adivinación profesional de cualquier tipo en Berlín en 1934, es decir, hace ya mucho tiempo.
Rahn no se alteró ni dejó que mis palabras le desviaran de su camino.
– Está muy bien informado, Herr Steininger. Y tiene razón, es cierto que el jefe superior de la policía la prohibió. No obstante, desde entonces la situación se ha resuelto satisfactoriamente y los profesionales racialmente puros que practican las ciencias parapsicológicas se han incorporado a las secciones de profesiones independientes del Frente Alemán del Trabajo. Fueron solo las razas mestizas, los judíos y los gitanos quienes dieron a las ciencias parapsicológicas mala fama. Es más, en la actualidad incluso el mismo Führer recurre a los servicios de un astrólogo profesional. Así que, como ve, las cosas han cambiado mucho desde Nostradamus.
Vogelmann asintió y soltó una risita cloqueante.
Así que esta era la razón de que Reinhart Lange patrocinara la campaña de publicidad de Vogelmann. Para conseguir algo de negocio para el sector de la bola de cristal. Y parecía una operación muy limpia. Tu detective no conseguía encontrar a tu persona desaparecida, después de lo cual y por mediación de Otto Rahn, te pasaban a otro poder aparentemente superior. Este servicio probablemente tenía como resultado hacerte pagar mucho más por el privilegio de averiguár lo que ya era obvio: que tu ser querido dormía con los ángeles.
«Sí, por supuesto -pensé-, una bonita representación.» Iba a disfrutar encerrando a esa gente. A veces se puede perdonar a alguien que vive del cuento, pero no a aquellos que se aprovechan del dolor y el sufrimiento de los demás. Era como robar las almohadillas de un par de muletas.
– Peter -dijo Hildegard-, no creo que tengamos mucho que perder.
– No, supongo que no.
– Me alegra mucho que piensen eso -dijo Vogelmann-. Uno siempre vacila antes de recomendar una cosa así, pero creo que en este caso realmente no hay otra alternativa.
– ¿Cuánto costará?
– Estamos hablando de la vida de Emmeline -me espetó Hildegard-. ¿Cómo puedes hablar de dinero?
– El coste es muy razonable -dijo Rahn-. Estoy seguro de que quedarán totalmente satisfechos. Pero ya hablaremos de eso más adelante. Lo más importante ahora es que conozcan a alguien que puede ayudarlos. Hay un hombre, un gran hombre, con mucho talento, que posee una enorme capacidad psíquica. Podría ayudarles. Este hombre, como último descendiente de un largo linaje de hombres sabios alemanes, tiene una memoria de clarividencia ancestral que es única en nuestra época.
– Parece alguien maravilloso -musitó Hildegard.
– Lo es -dijo Vogelmann.
– Entonces lo organizaré para que se reúnan con él -dijo Rahn-. Da la casualidad de que sé que el próximo jueves está libre. ¿Estarán disponibles esa noche?
– Sí, estaremos disponibles.
Rahn sacó un cuaderno y empezó a escribir. Cuando acabó arrancó la hoja y me la dio.
– Aquí tiene la dirección. ¿Digamos a las ocho? A menos que me ponga en contacto con usted antes. -Asentí-. Excelente.
Vogelmann se levantó para marcharse mientras Rahn se inclinaba para buscar algo en su maletín. Le entregó una revista a Hildegard.
– Quizás esto también pueda ser de interés para ustedes -dijo.
Los acompañé a la puerta y cuando volví me la encontré absorta en la revista. No necesité mirar la portada para saber que era la Ura nia de Reinhart Lange. Ni tampoco necesité hablar con Hildegard para saber que estaba convencida de que Otto Rahn era sincero.
20. Jueves, 3 de noviembre
En la Ofi cina del Censo de Residentes apareció un Otto Rahn, procedente de Michelstadt, cerca de Frankfurt, cuyo domicilio actual era Tiergartenstrasse 8a, Berlín Oeste, 35.
Por otro lado, el VC1, Antecedentes Criminales, no tenía nada de él. Y tampoco el VC 2, el departamento que compilaba la lista de personas buscadas. Estaba a punto de marcharme cuando un SS Sturmbannführer de nombre Baum me llamó a su despacho.
– Kommissar, me ha parecido que le preguntaba a aquel oficial por alguien llamado Otto Rahn…
Le dije que estaba interesado en averiguar todo lo que pudiera sobre Otto Rahn.
– ¿De qué departamento es usted?
– De Homicidios. Lo busco porque quizá nos pueda ayudar en una investigación. -Entonces, ¿no es que sospechen que haya cometido un delito? Al percibir que el Sturmbannführer sabía algo de un Otto Rahn, decidí disimular un poco mis motivos.
– Por todos los santos, no -dije-. Como he dicho, solo puede ponernos en contacto con un testigo valioso. ¿Por qué? ¿Conoce a alguien de ese nombre?