– Herr Weisthor vendrá dentro de un momento -explicó Rahn-. Suele necesitar un período de meditación a solas antes de acercarse al mundo de los espíritus. Permítame que le presente a Reinhart Lange. Es el propietario de la revista que le dejé a su esposa.
– Ah, sí, Urania.
Así que ahí lo tenía, bajo y rechoncho, con un grano en una de sus sotabarbas y un labio inferior decididamente colgante, como desafiándote a besarlo o darle un tortazo. Su pelo rubio mostraba unas profundas entradas, aunque le confería también un aspecto infantil alrededor de las orejas. Apenas tenía cejas y los ojos estaban como medio cerrados, casi como hendiduras. Estos dos rasgos hacían que pareciera débil e inconstante, un poco al estilo de Nerón. Posiblemente no era ninguna de las dos cosas, aunque el fuerte olor a colonia que le rodeaba, su aire autosatisfecho y su forma de hablar un tanto teatral no hacían nada por corregir mi primera impresión. Mi tipo de trabajo me ha convertido en un juez de la personalidad rápido y bastante preciso, y cinco minutos de conversación con Lange fueron suficientes para convencerme de que no me había equivocado al juzgarlo. Aquel tipo no era más que un pequeño maricón insignificante.
Me disculpé y fui al lavabo que había visto al lado del guardarropa. Ya había decidido volver a la casa de Weisthor después de la sesión para ver si las otras habitaciones eran más interesantes que aquella en la que estábamos. No parecía haber perro en la propiedad, así que parecía que lo único que tenía que hacer era preparar mi entrada. Eché el cerrojo después de entrar y puse manos a la obra para soltar el pestillo de la ventana. Estaba atascado y justo cuando acababa de conseguir abrirlo llamaron a la puerta. Era Rahn.
– ¿Herr Steininger? ¿Está ahí?
– No tardo ni un segundo.
– Vamos a empezar dentro de un momento.
– Enseguida estoy con ustedes -dije, y dejando la ventana abierta un par de centrímetros, tiré de la cadena y regresé para unirme al resto de los invitados.
Había entrado otro hombre en la sala y comprendí que debía de ser Weisthor. De unos cincuenta y cinco años, vestía un traje de franela marrón claro con chaleco y llevaba un bastón muy adornado, con empuñadura de marfil y extraños dibujos tallados en la vara, algunos de los cuales hacían juego con su anillo. Físicamente, parecía una versión de Himmler con más años, con la pequeña pincelada del bigotillo, las mejillas como las de un hámster, la boca dispéptica y la barbilla hundida; pero era más robusto, y mientras el Reichsführer recordaba a una rata miope, Weisthor tenía más aspecto de castor, un efecto que se acentuaba por el hueco que tenía entre los dos dientes frontales.
– Usted debe de ser Herr Steininger -dijo, sacudiéndome la mano arriba y abajo-. Permítame que me presente. Soy Karl Maria Weisthor, y estoy encantado de haber tenido ya el placer de conocer a su encantadora esposa. -Hablaba muy ceremoniosamente, con acento vienés-. En eso, por lo menos, es usted un hombre muy afortunado. Esperemos que pueda serle de ayuda a ambos antes de que acabe la noche. Otto me ha informado de la desaparición de su hija Emmeline y de cómo la policía y nuestro buen amigo Rolf Vogelmann han sido incapaces de encontrarla. Como le he dicho a su esposa, estoy seguro de que los espíritus de nuestros remotos antepasados alemanes no nos abandonarán y nos dirán qué ha sido de ella, de igual modo que nos han informado de otras cosas antes.
Se volvió y señaló hacia la mesa.
– ¿Nos sentamos? -dijo-. Herr Steininger, usted y su esposa se sentarán junto a mí, uno a cada lado. Todo el mundo se cogerá de las manos, Herr Steininger. Esto incrementará nuestro poder consciente. Procure no soltarse, vea lo que vea y oiga lo que oiga, ya que eso puede hacer que se rompa la conexión. ¿Lo entienden ambos?
Asentimos y nos sentamos. Cuando el resto de los asistentes se hubo sentado, observé que Himmler se las había arreglado para situarse al lado de Hildegard, a la cual prestaba una intensa atención. Se me ocurrió que podría contarlo de otra manera e imaginé lo que se divertirían Nebe y Heydrich si les decía que Heinrich Himmler y yo habíamos pasado la noche cogidos de la mano. Pensando en ello casi me echo a reír y para disimular aparté la mirada de Weisthor y volví la cara hacia el otro lado para encontrarme frente a un hombre del tipo Sigfrido, alto y cortés, vestido con traje de etiqueta, con la clase de modales sensibles y cálidos que solo se consiguen bañándose en sangre de dragón.
– Me llamo Kindermann -dijo con voz adusta-, doctor Lanz Kindermann, a su servicio, Herr Steininger.
Me miró la mano como si fuera un trapo sucio.
– ¿No será el famoso psicoterapeuta? -dije.
– Dudo de que pueda llamárseme famoso -dijo sonriendo, pero con cierta satisfacción de todos modos-. Sin embargo, le agradezco el cumplido.
– ¿Es usted austríaco?
– Sí, ¿por qué lo pregunta?
– Me gusta saber algo de los hombres con quienes me cojo de la mano -dije y agarré la suya con firmeza.
– Dentro de un momento -dijo Weisthor-, le pediré a nuestro amigo Otto que apague las luces. Pero antes que nada, querría que todos cerráramos los ojos y respiráramos profundamente. El propósito de esto es que nos relajemos. Solo si estamos relajados los espíritus se sentirán lo bastante cómodos para ponerse en contacto con nosotros y ofrecernos el beneficio de lo que son capaces de ver. Quizá les ayude pensar en algo plácido, como una flor o una formación de nubes.
Se calló, de forma que el único sonido que se oía era la profunda respiración de las personas que había alrededor de la mesa y el tictac de un reloj en la repisa de la chimenea. Oí carraspear a Vogelmann, lo cual hizo que Weisthor hablara de nuevo.
– Traten de fluir al interior de la persona que tienen al lado de forma que podamos sentir el poder del círculo. Cuando Otto apague la luz, entraré en trance y permitiré que mi cuerpo quede bajo el control del espíritu. El espíritu controlará mi habla y todas las funciones de mi cuerpo, de forma que estaré en una posición muy vulnerable. No hagan ningún ruido brusco ni interrumpan. Hablen suavemente si desean comunicarse con el espíritu o permitan que Otto hable por ustedes. -Hizo otra pausa-. Otto, las luces, por favor.
Oí como Rahn se ponía en pie como si despertara de un profundo sueño y cruzaba sigilosamente la alfombra.
– A partir de este momento Weisthor no hablará a menos que sea bajo el espíritu -dijo-. Será mi voz la que oigan hablarle mientras esté en trance.
Apagó la luz y al cabo de unos segundos oí cómo regresaba al círculo.
Me esforcé por ver en la oscuridad y miré hacia donde estaba Weisthor, pero por mucho que lo intenté no conseguí ver nada más que las extrañas formas que bailan al fondo de la retina cuando se la priva de luz. Descubrí que aquello que Weisthor había dicho de las flores o las nubes me ayudaba a pensar en la Ma user automática que llevaba en la pistolera y en la bonita formación de munición de 9 mm que llevaba en la culata.
El primer cambio del que me di cuenta fue el de su respiración, que se hizo progresivamente más lenta y profunda. Al cabo de un rato era casi indetectable y, salvo por la fuerza con que me cogía la mano, podría haber dicho que había desaparecido.
Finalmente habló, pero fue con una voz que hizo que se me pusiera la piel de gallina y los pelos de punta.
– Aquí tengo a un rey sabio de hace mucho, mucho tiempo -dijo, y me asió la mano con fuerza-. De un tiempo en que brillaban tres soles en el cielo del norte. -Emitió un largo y sepulcral suspiro-. Sufrió una terrible derrota a manos de Carlomagno y su ejército cristiano.
– ¿Era sajón? -preguntó Rahn con voz suave.
– Sí, sajón. Los francos los llamaban paganos y les daban muerte por ello. Muertes atroces, llenas de sangre y dolor. -Pareció vacilar-. Es difícil decir esto. Dice que la sangre debe pagarse. Dice que el paganismo alemán vuelve a ser fuerte y debe vengarse de los francos y su religión, en nombre de los antiguos dioses.