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– ¿Entusiasmado tras escribir un artículo en el propio escenario del crimen? ¿Ansioso de conseguir un buen espacio en la portada, por no mencionar el nombre en caracteres destacados y un título nobiliario por haber resuelto el caso sin ayuda de nadie? ¿Eso es lo que piensa, inspector?

Lynley respondió a la pregunta con otra.

– ¿Por qué vino aquí este fin de semana, señor Vinney? Todos pueden explicar su presencia más o menos satisfactoriamente, pero no se puede decir lo mismo de usted. ¿Sería tan amable de iluminarme un poco?

– ¿Acaso nuestra atractiva Elizabeth no le ofreció anoche un buen retrato? Estaba ansioso por llevarme a Joy a la cama, o mejor aún, me dedicaba a extraer sustancia de su cerebro para aupar mi carrera. Elija lo que prefiera.

– Prefiero la realidad, con toda franqueza.

Vinney tragó saliva. Parecía desconcertado, como si no esperase ecuanimidad de un policía. Tal vez insistencia belicosa en pos de la verdad, o un dedo hundido de forma provocadora en su pecho.

– Era amiga mía, inspector. Probablemente mi mejor amiga. A veces creo que era mi única amiga. Y ahora ha muerto -miró con ojos apagados la calma superficie del lago, a lo lejos-. Pero la gente no comprende la amistad entre hombre y mujer, ¿verdad? Prefiere extraer conclusiones. Prefiere degradarla.

La tristeza del hombre no conmovió a Lynley. Sin embargo, advirtió que Vinney había soslayado su pregunta.

– ¿Vino aquí gracias a Joy? Sé que usted telefoneó a Stinhurst, pero fue ella quien allanó las dificultades, ¿no? ¿Fue idea de Joy? -Vinney asintió-. ¿Por qué?

– Dijo que estaba preocupada por la reacción de Stinhurst y los actores ante los cambios introducidos en la obra. Quería tener un amigo a su lado para que le prestara su apoyo moral, en caso de que las cosas se complicaran. Llevo siguiendo la reapertura del Agincourt desde hace meses. Me pareció razonable solicitar que me invitaran al ensayo de la obra antes del estreno. Por eso vine. Para darle mí apoyo, tal como me lo pidió. Sólo que al final no pude ayudarla, ¿verdad? Para el caso, podía haber venido sola.

– Tenía apuntado su nombre en la agenda.

– No me sorprende. Solíamos comer juntos a menudo desde hace años.

– Durante esos encuentros, ¿le dijo algo sobre este fin de semana, cómo iba a ser, qué se esperaba?

– Sólo que se trataba de una lectura y que podría escribir una interesante historia.

– ¿Se refería a la obra?

Vinney tardó un poco en contestar. Parecía mirar al infinito. Respondió con aire pensativo, como si le diera vueltas a una idea que hasta entonces no había tomado en consideración.

– Joy me dijo que fuera pensando en escribir un artículo sobre la obra, centrado en las estrellas, el argumento, tal vez la estructura que había ideado. Venir aquí me daría una idea sobre la futura escenificación. Ya sé que en Londres habría conseguido la información con toda facilidad. Nos vemos, veíamos, con mucha frecuencia. Por lo tanto, ¿es posible que estuviera preocupada por la posibilidad de que le ocurriera algo, inspector? Santo Dios, ¿es posible que confiara en mí para descubrir la verdad?

Lynley no hizo comentarios sobre la aparente desconfianza del hombre hacia la capacidad de la policía para establecer la verdad, ni tampoco sobre la egocéntrica convicción de que un solo periodista lo lograra. De todos modos, reparó en que el comentario de Vinney coincidía de manera asombrosa con la opinión de lord Stinhurst acerca de su presencia.

– ¿Quiere decir que estaba preocupada por su seguridad?

– No dijo eso -admitió Vinney con honestidad-. Y no se comportaba como si estuviera preocupada.

– ¿Por qué fue a la habitación de usted la otra noche?

– Dijo que estaba demasiado excitada para dormir. Tuvo problemas con Stinhurst y se marchó a su cuarto, pero se sentía nerviosa y vino al mío. Para charlar.

– ¿A qué hora?

– Un poco después de las doce, tal vez a y cuarto.

– ¿De qué habló?

– Antes que nada, de la obra. Estaba empeñada en que se iba a representar, con Stinhurst o sin él. Y después se explayó sobre Alec Rintoul, y Robert Gabriel, e Irene. Se sentía destrozada por todo lo que le había pasado a Irene, ya sabe. Ella… deseaba con toda su alma que su hermana volviera con Gabriel. Por eso impuso a Irene en la obra. Pensó que si se veían a menudo, la naturaleza seguiría su curso. Dijo que deseaba el perdón de Irene, y sabía que no podía conseguirlo. Pero, sobre todo, creo que deseaba perdonarse a sí misma, y no lo lograría mientras Gabriel y su hermana continuaran separados.

Había desgranado el relato con soltura y aparente sinceridad, pero el instinto de Lynley le decía que la visita nocturna de Joy a la habitación de Vinney entrañaba algo más.

– A juzgar por sus palabras, se diría que era una santa.

Vinney negó con la cabeza.

– No era una santa, pero sí una buena amiga.

– ¿A qué hora llegó Elizabeth Rintoul a su habitación con el collar?

Vinney despejó de nieve el techo del Morris antes de contestar.

– Poco después de que Joy viniera. Yo… Joy no quiso hablar con ella. Imaginó que quería montarle otra escena por la obra, así que no le dejé entrar. Sólo abrí un poco la puerta, para que no atisbara dentro. Como no le permití pasar, pensó que Joy estaba en mi cama. Muy típico de ella. A Elizabeth le resulta imposible concebir que dos personas de sexos opuestos sean sólo amigas. Para ella, conversar con un hombre es un modo de acceder a algún tipo de relación sexual. Me parece lamentable.

– ¿Cuándo se marchó Joy de su habitación?

– Poco antes de la una.

– ¿Alguien la vio salir?

– No había nadie rondando. Creo que nadie la vio, a menos que Elizabeth estuviera espiando desde la puerta de su dormitorio, o tal vez Gabriel. Mi habitación estaba entre las suyas.

– ¿Acompañó a Joy a su habitación?

– No. ¿Por qué?

– Cabe la posibilidad de que no fuera directamente a ella si, como usted ha dicho, pensaba que no lograría conciliar el sueño.

– ¿Adonde iría, si no? -la comprensión se reflejó en su cara-. ¿A encontrarse con alguien? No. Ninguna de esas personas le interesaba.

– Si, como ha dicho antes, Joy Sinclair sólo era su amiga, ¿cómo puede estar seguro de que no compartía algo más que amistad con otra persona, con alguno de los hombres presentes este fin de semana? O quizá con alguna mujer.

El rostro de Vinney se ensombreció ante la segunda insinuación. Parpadeó y desvió la vista.

– Entre nosotros no existían mentiras, inspector. Ella lo sabía todo. Yo lo sabía todo. Estoy seguro de que me habría contado… -se interrumpió, suspiró y se frotó la frente con su mano enguantada-. ¿Puedo irme? No hay nada más que decir. Joy era mi amiga. Y ahora está muerta -Vinney lo dijo como si existiera una relación entre las dos últimas frases.

Lyniey se preguntó si la habría. Intrigado por el hombre y su relación con Joy Sinclair, decidió cambiar de tema.

– ¿Puede decirme algo sobre un individuo llamado John Darrow?

Vinney dejó caer la mano.

– ¿Darrow? -repitió, desconcertado-. Nada. ¿Debería saber quién es?

– Joy le conocía, sin duda alguna. Irene dijo que le mencionó en la cena, tal vez en relación con su nuevo libro. ¿Puede decirme algo sobre eso? -Lynley escrutó el rostro de Vinney, esperando percibir una chispa de reconocimiento en el hombre con quien Joy Sinclair lo había compartido todo.

– Nada -pareció azorado por esta aparente contradicción con lo que antes había afirmado-. No hablaba de su trabajo. Nunca.

– Entiendo -Lynley asintió con aire pensativo. El periodista desplazó el peso de su cuerpo de un pie al otro. Sus manos jugueteaban con las llaves-. ¿Sabía que Joy llevaba una grabadora en el bolso?

– La utilizaba cuando una idea le venía a la cabeza. Ya lo sabía.

– Le nombra a usted en un pasaje, preguntándose por qué la ponía tan nerviosa. ¿Por qué diría eso?