Se separaron con aire de culpabilidad cuando sonó la voz de Cotter. Subía por la escalera, hablando en voz mucho más alta de lo habitual.
– ¡Están ahí arriba! -gritó-. Trabajando en el laboratorio, supongo. Deb revela sus fotos y el señor St. James pergeña algún informe. Justo ahí arriba. Apenas hay que subir. Llegaremos en un instante.
Pronunció esta última frase con voz todavía más potente. Deborah se echó a reír al oírle.
– Nunca sé si mi padre me asombra o me divierte -Susurró-. ¿Cómo puede saber siempre lo que estamos haciendo?
– Observa la forma en que te miro y ya tiene bastante. Tu padre sabe exactamente lo que pasa por mi cabeza. -St. James se reintegró a su laboratorio. Estaba redactando su informe cuando Cotter apareció en la puerta, seguido de Jeremy Vinney.
– Aquí lo tiene -anunció Cotter-. Una subidita de nada, ¿verdad? -Miró a un lado y a otro como para asegurarse de que no había sorprendido al matrimonio in flagrante delicto.
Vinney no demostró la menor sorpresa ante la estentórea manera con que Cotter había pregonado su llegada. En lugar de ello, se adelantó con una carpeta de papel manila en la mano. En su rostro grueso se adivinaban señales de fatiga, y la barbilla se veía mal afeitada. Todavía no se había desprendido del abrigo.
– Creo que tengo lo que necesita -dijo a St. James, en tanto Cotter, antes de salir, respondía con un cariñoso fruncimiento de ceño a la traviesa sonrisa de su hija-. Hasta puede que más. El compañero que cubrió la encuesta sobre Geoffrey Rintoul en el sesenta y tres es ahora uno de nuestros principales redactores titulares, así que esta mañana entramos a saco en sus archivos y obtuvimos tres fotografías y una serie de notas antiguas. Como están escritas a lápiz apenas son legibles, pero tal vez podríamos sacar algo en claro. -Miró a St. James como intentando adivinar sus intenciones-. ¿Mató Stinhurst a Joy? ¿Es eso lo que quiere averiguar?
La pregunta era una conclusión lógica a todo cuanto había sucedido previamente, y muy razonable en un periodista, pero St. James comprendió lo que implicaba. Vinney interpretaba un triple papel en el drama acaecido en Westerbrae, como periodista, amigo de la difunta y sospechoso. Le interesaba sobremanera eliminar el último a los ojos de la policía, y procurar que las sospechas recayeran sobre otro. Y tras la exhibición de franca colaboración periodística, ¿quién mejor que St. James, amigo personal de Lynley, para encargarse de ello? Éste respondió con cautela.
– Lo único que nos intriga de la muerte de Geoffrey Rintoul es un pequeño detalle.
Si la vaguedad de la respuesta decepcionó al periodista, procuró no demostrarlo.
– Ah, entiendo. -Se quitó el abrigo y St. James le presentó a su mujer. Vinney depositó la carpeta sobre la mesa del laboratorio, y sacó el contenido, un rollo de papeles y tres fotos viejas-. Las notas sobre la encuesta son muy completas -dijo con tono profesional-. Nuestro hombre confiaba en que le concedieran un buen espacio al artículo, considerando el distinguido pasado de Geoffrey Rintoul, así que cuidó mucho los detalles. Creo que puede confiar en su precisión.
Las notas estaban escritas en papel amarillo, lo que no contribuía precisamente a facilitar la lectura.
– Dice algo sobre una discusión -observó St. James, mirando las notas por encima.
Vinney acercó un taburete a la mesa.
– El testimonio de la familia en la encuesta fue muy sincero. El viejo lord Stinhurst, Francis Rintoul, padre del actual conde, dijo que había tenido lugar una acalorada disputa antes de que Geoffrey Rintoul se marchara aquella Noche Vieja.
– ¿Una disputa? ¿Acerca de qué?
– Por lo visto, acerca de una riña que amenazaba con ahondar en la historia de la familia.
Esto se acercaba mucho a lo que Lynley le había contado sobre su conversación con el actual barón, pero a St. James le costaba creer que el anterior lord Stinhurst hubiera aireado en la encuesta el triángulo amoroso de sus dos hijos. La lealtad a la familia se lo habría impedido.
– ¿Entró en detalles?
– Sí. -Vinney indicó la parte central de la página-. Por lo visto, Geoffrey tenía muchas ganas de volver a Londres y decidió marcharse aquella misma noche, a pesar de la tormenta. Su padre aseguró que se había opuesto a su partida, a causa del tiempo, porque apenas le había visto en los últimos seis meses y deseaba retenerle en la casa mientras pudiera. Es evidente que sus relaciones no eran cordiales, y el viejo conde contemplaba la reunión de Año Nuevo como una forma de hacer las paces.
– ¿Qué problema les enfrentaba?
– Averigüé que el conde se había enfadado mucho con Geoffrey por no casarse. Deseaba que Geoffrey escuchara la llamada del deber y tomara las riendas de la casa ancestral. Supongo que, en cualquier caso, ése era el meollo del problema. -Vinney estudió las notas antes de proseguir en tono comedido, como si hubiera comprendido la importancia de demostrar imparcialidad a la hora de referirse a la familia Rintoul-. Tengo la impresión de que el viejo estaba acostumbrado a imponer su voluntad. Por eso, cuando Geoffrey decidió regresar a Londres, su padre perdió los estribos y la discusión adquirió más virulencia.
– ¿Existe algún indicio de por qué Geoffrey quería volver a Londres? ¿Por una amiga que su padre no aprobaba, o por su relación con un hombre que deseaba mantener en secreto?
Se produjo una extraña e inexplicable pausa, como si Vinney intentara descifrar en las palabras de St. James un significado subyacente. El periodista carraspeó.
– No hay nada en ese sentido. Nadie confesó jamás una relación reprobable con él. Piense en la prensa. De haber estado alguien liado a escondidas con Geoffrey Rintoul, él o ella habría salido a la luz después de su muerte y vendido la historia por un buen puñado de dinero. Dios sabe que era corriente a principios de los sesenta; parecía que la mitad de los ministros del gobierno estuvieran liados con prostitutas. Recuerde el escándalo de Christine Keeler y John Profumo. Hizo tambalear a los conservadores. Por tanto, si Geoffrey Rintoul hubiera mantenido relaciones con alguien, él o ella se habría limitado a seguir los pasos de la Keeler.
– Hay algo en lo que está diciendo, ¿se da cuenta? Quizá más de lo que imaginamos. John Profumo era ministro de la Guerra. Geoffrey Rintoul trabajaba para el Ministerio de Defensa. Tanto la muerte de Geoffrey Rintoul como la encuesta subsiguiente tuvieron lugar en enero, el mismo mes que las relaciones sexuales de John Profumo fueron aireadas por la prensa. ¿Existirá una conexión entre esa gente y Geoffrey Rintoul que no conseguimos establecer?
El empleo del plural pareció enardecer a Vinney.
– Me gustaría pensarlo así, pero si Rintoul hubiera estado enrollado con una prostituta, ¿por qué mantuvo la boca cerrada, si los periódicos hubieran pagado una fortuna por cualquier historia jugosa que implicara a alguien del gobierno?
– ¿Una mujer casada?
Volvían de nuevo a la historia de Geoffrey Rintoul acerca de su mujer y su hermano. St. James decidió dejarla a un lado.
– ¿Y el testimonio de los demás?
– Todos confirmaron lo que había dicho el conde sobre la discusión, el enfado de Geoffrey y el accidente en la carretera. Sin embargo, hubo algo peculiar. El cuerpo se quemó, y tuvieron que pedir a Londres radiografías y placas dentales para proceder a la identificación oficial. El médico de Geoffrey, un hombre llamado sir Andrew Higgins, las trajo en persona. Hizo el examen junto con el patólogo de Strathclyde.
– Poco habitual, pero no increíble.
– No es eso. -Vinney movió la cabeza-. Sir Andrew era amigo del padre de Geoffrey desde la adolescencia. Fueron juntos a Harrow y a Cambridge. Eran socios del mismo club de Londres. Murió en 1970.
St. James extrajo sus propias conclusiones de esta nueva revelación. Cabía la posibilidad de que sir Andrew hubiera ocultado lo que necesitaba ser ocultado. Cabía la posibilidad de que hubiera sacado a la luz sólo lo que era preciso que saliera a la luz. No obstante, considerando todas las informaciones dispersas, el punto al que St. James concedía mayor relevancia era la época: enero de 1963, pero no sabía por qué. Tomó las fotografías.