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– ¿Cuál?

– Que se quedará con nosotros las seis semanas enteras. Puedo hacerlo, Gina, pero no sin usted.

– Si mis jefes dicen que sí…

– Lo harán.

Gina sonrió. Sabía que había ganado.

– Sí, estoy segura de que lo aceptarán si usted se lo dice. De acuerdo. Lo prometo, si usted lo hace.

Carson extendió la mano y dijo:

– Démonos la mano.

– De acuerdo.

Se dieron la mano como el primer día. Pero los dos sintieron que habían pasado años desde aquel primer encuentro.

Durante la cena, Gina estuvo eufórica.

– No me gustaría tenerla en la sala de reuniones. Me mandaría a la bancarrota en una semana -dijo Carson.

– Tenemos que establecer unas reglas básicas.

– Que no haya bancarrota. Solo, relevo.

– ¿Quién limpia esta casa?

– La señora Saunders era quien lo hacía, pero no se lo voy a pedir a usted.

– Bien. Mi tiempo es para Joey. Llamaré a una agencia y pediré que envíen a alguien.

– Lo que usted diga.

Después del segundo vaso de vino él dijo:

– Será mejor que me enseñe el lenguaje de las señas.

– Hay dos tipos. El lenguaje con los dedos, que tiene un signo para cada letra. Pero eso llevaría demasiado tiempo, así que algunas palabras tienen signos propios. Como esta.

Gina puso la mano horizontalmente, con los dedos juntos y el pulgar aparte, y la posó en su pecho. Luego la deslizó arriba y abajo hasta que la volvió a dejar en su pecho.

– Ese es el símbolo de «Por favor». Inténtelo.

El lo hizo, torpemente.

– No, deje el pulgar aparte. Hay señas para casi todas las palabras, de manera que se pueda hablar deprisa.

– ¡Deben de ser muchos los signos para aprenderlos!

– No me diga que el hombre que creó Ingenieros Page no es capaz de aprender lo que su pequeño ha aprendido hace tiempo?

– ¡Muy lista! ¿Actúa así con Joey?

– No tengo problema con Joey. Es un chico listo y jamás duda que pueda hacer algo. Eso es muy importante.

Él sonrió, y ella se sintió un poco turbada.

– De acuerdo, profesora. Adelante con la lección.

Ella se rió.

– Será más fácil de lo que cree. Y tendrá a Joey para que le enseñe.

– Si cree que voy a permitir que me vea balbuceando…

– ¡Carson, su hijo estará encantado de ver lo que hace por él!

– Mmmm…

– De todos modos, no tendrá problemas con los signos. No obstante necesitará el alfabeto también. Algunas palabras son demasiado complicadas para representarse con un solo signo.

– Entonces, empecemos con el alfabeto.

Ella empezó a enseñarle. Él la imitó.

Después de un rato él le preguntó:

– ¿Qué haría si a mitad de camino, falto a mi palabra? ¿Acerca de las vacaciones, por ejemplo?

Ella sonrió.

– No sé por qué no se me ocurrió que pudiera faltar a su palabra. ¿Me he equivocado?

– No, no se ha equivocado. Es alarmante que me conozca tanto. Tengo un amigo que tiene una agencia de viajes. Es un poco tarde para reservar un viaje a Disneylandia, pero él podrá… ¿No? -preguntó, puesto que Gina estaba agitando la cabeza-. ¿A Disneylandia, no?

– A Disneylandia, no. A Kenningham.

– ¿A Kenningham? ¿A ese pequeño enclave en la costa oeste? No es gran cosa.

– Tiene el mejor acuario del país. Podemos pasar dos días allí, y luego ir al segundo mejor acuario. Usted sabe que él está muy interesado en ese tema. No me sorprendería que algún día Joey contribuyera a la ciencia marina.

– Sí -dijo él con escepticismo.

– Carson, hablo en serio. Joey es sordo, no es estúpido. Su problema es que cuando intenta hablar parece estúpido. Pero usted tiene que ver más allá. Es muy inteligente. ¿Es que podría ser de otro modo siendo hijo de Carson Page?

Él la miró con curiosidad.

– ¿No me dice esto porque piensa que Joey tiene que ser brillante para que yo pueda amarlo?

– ¿He dicho eso?

– Lo piensa.

– ¿Es verdad?

– No, no lo es. Es posible que usted crea que no es así, pero yo amo a mi hijo. Déme su vaso. Se lo llenaré.

Evidentemente, Carson quería cambiar de tema.

– Dígame, ¿qué sabe sobre los wrasse?

– Nada. ¿Qué es?

– Joey le puede hablar horas de ese tema.

– Me siento como en una casa de locos.

– El tema es que usted tiene que aprender cosas sobre wrasse.

– ¿Tiene algo que ver con el mundo marino?

– Correcto -dijo ella.

– Averiguaré…

– No, no lo haga. Joey es un experto. Dígale que le hable de ellos.

– ¿Lo pondrá… contento?

Él estudió su cara.

– Muy contento.

– Entonces, lo haré.

– Pero no lo busque en libros. Deje que él se lo cuente.

– Lo que usted diga.

Ella dejó su vaso. Al inclinarse hacia adelante, dejó al descubierto un aparato pequeño detrás de la oreja.

– ¿Es ese implante del que me ha hablado? -preguntó él.

– Sí. Hay una parte dentro del oído también. Hace falta una operación para implantarlo.

– ¿Y cura su sordera?

– No. Sigo siendo sorda. Si me quito esto, no oigo como Joey. Pero si lo llevo encendido, escucho los ruidos y los entiendo, no igual que usted, pero lo suficiente como para llevar una vida normal.

– No comprendo. ¿Cómo puede oír y seguir siendo sorda?

– Al oír a la gente, el sonido entra en el oído externo, atraviesa el oído interno y hace contacto con el nervio auditivo. Pero si los pelos del oído interno no funcionan, no pueden recoger el sonido y transmitirlo al nervio. El implante estimula los pelos eléctricamente en lugar de acústicamente y el sonido pasa de ese modo. Me sorprende que el especialista de Joey no le haya hablado de implantes hace un año.

– Dijo algo así. Pero no comprendí muy bien. Estaba tan deprimido, que creo que me bloqueé. Además parecía una operación terrible. Lo dejamos suspendido por un tiempo. Pero luego Joey tuvo neumonía. Y después se contagió de todo virus y bacteria que había: tuvo resfriado, bronquitis, gripe. Durante años estuvo con una u otra cosa. El médico dijo que no podía operarlo hasta que no estuviera completamente bien.

– ¿Y ahora?

– Ahora está fuerte, así que, quizás… ¿Realmente cree…? -su cara estaba llena de entusiasmo.

Gina sonrió.

– Es posible -dijo ella-. Tal vez sea momento de volverlo a llevar al especialista. Pero, Carson, por favor, no ponga todas sus esperanzas en esto. No todo el mundo puede operarse. Pero vale la pena que lo averigüe. Si va a ocurrir, me gustaría estar presente.

– Es posible que pueda oír… y hablar… -dijo Carson.

– Sí Tendrá que aprender a hablar como si fuera un bebé. Le costará más porque es mayor.

– Yo tuve suerte de aprender a hablar antes de quedarme sorda, y eso ayuda mucho. Cuando empecé a oír sonidos otra vez, me acordé de lo que querían decir. Pero Joey tendrá que aprender desde el principio antes de poder aprender a hablar. Necesitará terapia para hablar, y tal vez le lleve un año o más -lo miró malévolamente-. Así que tendrá que aprender el alfabeto y los signos mientras tanto.

– ¡Ustedes la jefa!

– Déme los datos de su médico y arreglaré una cita con él.

– De acuerdo. Estoy en sus manos -luego reflexionó y dijo-: Tal vez sea el mejor lugar donde estar.

Subieron juntos y pasaron a ver a Joey. Estaba dormido. Luego Carson se fue a su dormitorio, pensativo.

Se quedó pensando en Gina. Aquella mujer parecía tener varias personalidades. La del primer encuentro: dulce, divertida, un poco loca. Luego, cuando la había vuelto a ver, había sido muy diferente. Y ahora… otra Gina, una maestra prácticamente.

Le sorprendía que ella se viera como un «ratoncito marrón».