Al día siguiente Carson Page volvió a casa con unos folios con señas y un. alfabeto de sordos.
– Hasta he practicado unas cuantas letras en la oficina -dijo a Gina-. En un momento entró mi secretaria y me miró extrañada…
– ¿No se dio cuenta de que lo estaba haciendo por su hijo?
– No lo sabe. Nadie lo sabe -dijo Carson. Ella se quedó en silencio y él gritó-: ¡Dígalo!
– Nadie debe saber que Carson hizo algo que no fue perfecto.
– ¡Dios santo! ¡Qué dura es!
Carson salió de la habitación con un movimiento brusco y se chocó con Joey en la puerta, tan fuertemente que el niño se cayó y Carson casi perdió el equilibrio.
Joey se levantó rápidamente e hizo un signo, tocándose el pecho formando círculos.
– ¿Qué está diciendo? -preguntó Carson.
– Esa seña quiere decir «Lo siento».
– Pero si ha sido culpa mía.
– Entonces dígale que lo siente. No es difícil la seña.
Joey empezó a disculparse otra vez, pero Carson le tomó la mano y lo detuvo. Lentamente hizo él la seña.
Joey frunció el ceño, y giró levemente la cabeza hacia un lado. Al parecer no comprendía a su padre.
– ¿Se ha disculpado alguna vez con él? -preguntó Gina.
– No creo… -contestó.
Finalmente el niño sonrió y tocó la mano de su padre.
Carson dejó escapar una exhalación. Por un momento los papeles se habían invertido.
Luego, el niño se apartó. Aquella intimidad con su padre pareció incomodarlo, y se transformó en un niño pequeño corriente.
– Cenemos -dijo Gina.
Joey se sorprendió al ver los folios con el alfabeto de sordos. Los miró y luego miró a su padre.
– ¿Por qué no le dice que va a aprender?
– Todavía no sé las señas para decírselo.
– Intente decírselo. Él sabe leer los labios. Póngase donde se los vea y háblele claramente.
Carson se acomodó y se lo dijo.
Joey frunció el ceño. No comprendió.
– Más despacio -dijo Gina.
Aquella vez salió mejor. El niño le hizo una seña indicando «Bien».
– Lo hace bien. Es fácil.
– Gracias por el voto de confianza -dijo con una sonrisa Carson. E hizo la seña de «Bien»
– ¿No le ha hablado antes?
– Lo intenté, pero no me entendía.
– Tal vez no lo haya intentado firmemente.
– Parece una maestra de escuela. Sí, señorita. Me esforzaré más.
– Más vale -dijo ella con una severidad burlona.
– Y cuando Joey podía seguir mi conversación, intentaba contestarme y… No sé.
– Hizo esos ruidos que usted no puede soportar escuchar.
Él respiró profundamente.
– Y se dio por vencido. ¿Va a darse por vencido esta vez?
– No estaría dónde estoy si fuera un hombre que se da por vencido.
– ¿Y dónde está hoy?
Él estuvo a punto de darle un discurso acerca de Ingenieros Page y su lugar en el comercio internacional, pero se calló a tiempo. Por supuesto que ella no estaba hablando de eso.
Nada de lo que él había hecho la impresionaba, pensó él. Sus éxitos eran poca cosa frente a sus fracasos con su hijo.
El placer de Joey al ver los esfuerzos de su padre lo llevaron a excitarse en exceso. Durante la cena intentó comunicarse con él y Carson no pudo seguir sus señas de rápido que las hacía.
– Ve más despacio -le dijo Carson-. Soy un principiante.
Joey asintió y repitió la seña que le había hecho.
Era compleja, y Carson la entendió mal. El niño la volvió a intentar, y su padre se puso nervioso. No estaba acostumbrado a no hacer las cosas bien. Entonces Joey puso una mano encima de la de su padre y puso los dedos en la posición adecuada.
– Gracias -dijo Carson con palabras.
Joey frunció el ceño y miró la boca de su padre.
– Gracias -repitió Carson.
El niño hizo una seña después de mirar a su padre.
– ¿Quiere decir «gracias»? -preguntó Carson.
Ella asintió, complacida.
Gina se alegró de quedar en un segundo plano mientras padre e hijo se entendían. Lo lograron, y, a la hora de acostar al niño, Gina sabía que Carson se sentía mejor.
Más tarde esa noche, cuando ella se estaba por ir a dormir, Carson le dijo:
– ¿Cómo era esa seña que le hizo Joey la primera noche, cuando le dijo que usted le gustaba?
Gina hizo una seña formando una Y.
– Eso quiere decir «gustar». El resto se hace señalándose a sí mismo y a la otra persona.
Carson intentó hacerlo.
– Así, muy bien -dijo ella.
Carson se señaló, formó una Y, y luego la señaló.
– Lo ha comprendido -dijo Gina. E hizo el mismo gesto.
Él volvió a hacerlo y dijo:
– Me gusta…
Luego pareció sentirse incómodo.
– Buenas noches -dijo apresuradamente y se marchó.
Capítulo 6
Gina preparó el terreno para hablar con Joey. Pero al final el niño hizo que surgiera la conversación a través de una broma.
Una tarde, cuando abrió la puerta del dormitorio del niño, le cayó agua encima. Joey había puesto un florero encima de la puerta.
– ¡Joey!-exclamó Carson.
Gina lo silenció con un gesto. Joey estaba muerto de risa, y ella se rió con él.
– ¡Eres un pillo! ¡Un pillo terrible!-exclamó Gina.
Joey comprendió el sentido cariñoso del término y se rió más.
– Es poco amable de su parte, después de todo lo que ha hecho por él -dijo Carson, recogiendo el florero.
– Es una broma -protestó Gina-. Es un niño pequeño. Los niños hacen bromas. Pero, mira, cariño…
Carson se sobresaltó, pero luego se dio cuenta de que ese «cariño» estaba dirigido a Joey.
– Mira, cariño, la próxima vez…
– ¿La próxima vez? -preguntó Carson.
– ¡Shhh! La próxima vez no uses agua. Mira -ella le mostró el implante que tenía en la oreja-. Eso es lo que uso para poder oír. No debe mojarse, si no, dejará de funcionar.
Joey se transformó de pronto en una persona seria.
«Ayuda para oír», dijo el niño con señas.
– Es más que eso. Una ayuda para oír es para alguien que puede oír un poco, y que hace que oiga más fuerte. Esto es para gente que es totalmente sorda. Como nosotros…
Al oír la palabra «nosotros» el niño alzó la cabeza y la miró. Al principio, le había dicho que era sorda pero se veía que al notar que oía tan bien, el niño se debía de haber creído que eso había sido en el pasado.
El niño le preguntó si ya no era sorda, y ella le contestó que sí, pero le mostró el aparato y le dijo que con él podía oír.
El niño pareció preocupado, y le preguntó si lo había estropeado mojándolo.
– No, he tenido suerte. El agua no lo ha tocado. Y si se me moja, puedo comprar otro. Pero no más floreros con agua.
Joey agitó la cabeza vigorosamente y se lo prometió.
Luego, miró el aparato y preguntó si podía ponerse uno él.
– Podemos averiguarlo -le contestó ella.
Joey le pidió encarecidamente ponerse un aparato. Gina lo abrazó fuertemente, deseando que los sueños del niño se hicieran realidad.
– ¿Se ha puesto en contacto con el especialista ya? -preguntó Carson.
– Le he escrito hoy.
– ¿No habría sido más rápida una llamada telefónica?
– No siempre me es fácil hablar por teléfono. Algunas veces, si es inevitable, y es con alguien a quien le conozco la voz, no me es tan complicado. Pero con extraños me es más fácil escribir. Cuando estoy en la oficina, Dulcie me suele ayudar.
– ¿Cómo se arregló con la llamada de Brenda, entonces?
– Afortunadamente, no he tenido problema con ella. A veces ocurre con ciertas voces.
Al día siguiente recibió la contestación del especialista para una entrevista. Eso era lo fácil. Lo difícil era explicarle a Joey que tendría que hacer varias pruebas v ver a un número de personas antes de ser declarado apto para la operación. Le dijo que le llevaría varios días de duro trabajo, y que era posible que le resultase muy cansado. Joey asintió y expresó que no le importaba.