Carson fue con ellos al hospital. Para Gina era obvio que estaba más nervioso que su hijo. Joey estaba excitado pero contento. Parecía no tener dudas acerca del resultado de sus pruebas. Y tuvo razón. Se fijó la fecha para la operación dos días más tarde.
El día que tenía que ingresar en el hospital, Joey estaba muy contento, y le pidió a Gina que le contase su historia.
– Si te la he contado muchas veces.
Joey le pidió que la repitiera, «por favor». Gina sonrió y empezó a contársela.
– Yo pude oír hasta tener tu edad. Un día tuve una fiebre muy alta, y cuando me recobré, quedé completamente sorda. Entonces no tenían estos implantes, así que me quedé igual que estaba hasta los diez años.
– En esos años se inventaron estos aparatos y fue cuando me operaron. Tuve que esperar cuatro semanas para que me implantaran el procesador de habla al exterior.
«¡Cuatro semanas!», señaló el niño.
– Pasarán muy rápido.
Gina lo acompañó al hospital ese día y se quedó con él. Carson fue un poco más tarde, y los encontró mirando televisión, leyendo los subtítulos y riendo. Joey estaba cenando, aunque la comida parecía consistir en helado fundamentalmente.
– No puede tomar nada después de medianoche. Así que está aprovechando ahora.
Gina salió de la habitación para dejar solos a padre e hijo.
Carson iba progresando mucho en sus señas y podía llevar una conversación básica, siempre que supiera qué decirle a su hijo.
A la media hora Carson salió de la habitación.
– La enfermera ha dicho que es hora de dormir, pero él dice que no puede dormirse hasta que usted no esté allí.
– Ahora mismo iré. En casa tiene comida preparada, si quiere comer allí -dijo Gina.
– No hace falta. Volveré al trabajo. Comeré un bocadillo. Llámeme mañana, cuando Joey haya salido de la operación -dijo Carson.
– Pero…
– Será mejor que vaya con Joey, Gina. Se está poniendo impaciente.
Carson se marchó rápidamente por el corredor. Era evidente que no quería quedarse allí. Había estado todo el tiempo incómodo y tenso.
Por supuesto que a algunos hombres no le gustaban los hospitales, pero no era justo para Joey.
¿Por qué tenía que decepcionarla justo ahora?
Se recompuso y fue a la habitación de Joey.
A la mañana siguiente Joey estaba tranquilo y contento. Sonrió cuando le dieron la medicación previa a la operación, y saludó a Gina con la mano cuando se lo llevaron en la silla de ruedas.
Ella no podía hacer más que esperar. Pensó en Carson, asistiendo a reuniones, dando órdenes, aumentando sus ganancias, imaginándose que estaba haciendo todo lo necesario porque podía pagar el mejor tratamiento para su hijo en el mejor hospital. Casi lo odiaba, pensó Gina.
– Gina -le dijo de pronto una voz muy baja.
Carson estaba de pie en la puerta de su habitación. Tenía la cara muy pálida y ojeras.
– ¿Puedo entrar? ¿Va todo bien? -preguntó Carson.
– Sí, por supuesto.
– ¿Hay alguna novedad?
– No, sigue en el quirófano. No tiene muy buen aspecto usted.
Carson se sentó en el sofá, al lado de ella.
– Ahora estoy mejor. He tenido que marcharme del trabajo. No servía. No podía concentrarme.
– ¿No? -le preguntó ella, tiernamente.
– Me daba la impresión de que mi trabajo no tenía ninguna importancia, frente a la operación de mi hijo… -sus manos temblaron.
Gina las tomó, y él se aferró a ellas fuertemente.
– Al final, le he dicho a Simmons, mi mano derecha, que hiciera lo que le pareciera, porque yo me marchaba. Todos me miraron como si estuviera loco.
– ¡Me alegro de que lo haya hecho!
– Creo que son las primeras palabras de aprobación que me ha dicho desde que me conoce -dijo él, con una risa temblorosa.
– Bueno, se las merece.
– Ayer no podía soportar estar en este sitio… ¡Es tan importante para Joey…! Es algo que puede cambiarle la vida. Quisiera darle el mundo entero a mi hijo, pero lo único que cuenta es usted… Estoy diciendo tonterías, ¿verdad?
– Da igual. Creo que lo comprendo.
– ¡Doy gracias a Dios por tenerla a usted! Anoche no he podido dormir. He pensado en usted, y en él… aquí, tan valientes… Y lo único que hice yo fue huir… Pensé que el niño y usted estarían mejor sin mí, y es cierto…
– No, no lo es -le dijo ella suavemente-. Joey se aferra un poco más a mí porque yo he pasado por esto, pero usted es su padre. Me alegro de que esté aquí.
– ¿De verdad?
– De verdad -ella hizo un gesto de dolor.
– ¿Qué ocurre?
– Mis manos. Me las está apretando demasiado.
– Lo siento -él empezó a frotarle las manos-. ¿Están mejor ahora?
– Un poco. Siga un poco más.
Era agradable sentir las manos de Carson, unas manos grandes, depredadoras. Pero en aquel momento no era más que un padre vulnerable, buscando consuelo, por un lado, y por el otro, reconfortándola con sus manos.
– ¿Durará mucho la operación? -preguntó él, agonizante.
– Me temo que sí. Es una operación muy delicada.
– ¡Dios santo!-se tapó la cara con las manos-. ¿Qué puedo hacer por él?
– Lo ha hecho viniendo aquí. Simplemente espere. Será bueno que esté presente cuando Joey se despierte.
– ¿Solo esperar? No sé esperar. El caso es que si no doy órdenes o escribo cartas, soy totalmente inútil -se rió brevemente, contrariado consigo mismo-. Usted siempre pensó que yo era inútil, ¿no es cierto?
– Durante un tiempo, lo he visto a través de un cristal distorsionado…
– No. Me ha visto como soy -dijo él con amargura.
– Carson, no se torture. A Joey no lo ayudará que usted se derrumbe.
– ¿Derrumbarme? No. Yo siempre he sido fuerte. Soy famoso por ello. ¡Y pensar que mi hijo ha sido el fuerte todo este tiempo, el que ha tenido que luchar sin mi ayuda! Ni siquiera puedo decirle que lo quiero. A él no le importa si lo quiero o no…
– Eso no es cierto.
– ¿No? Ya ha visto cómo se aparta de mí. Aquella vez que quise pedirle disculpas.
– Es todo muy nuevo para él. Ustedes dos se tienen que conocer todavía. No se dé prisa. Tómeselo con tranquilidad.
– Usted debe de ser la mujer más sabia del mundo. ¡No sé qué sería de mi vida sin usted! Bueno, en realidad mi vida ha sido un desastre, ¿verdad?
– Pudo crear un imperio comercial.
– ¡Como si eso importase! ¡Oh, Dios!-de pronto volvió a hundir la cara en sus manos. Gina lo rodeó con sus brazos y puso su cabeza contra la de él.
– Tranquilo -dijo ella.
Gina sintió que él buscaba su mano. Se quedaron sentados sin moverse. Ella estaba un poco incómoda en esa posición, pero no quería moverse. No deseaba que Carson la soltase. No quería. Se sentía bien así, sintiendo su calidez, sabiendo que él la necesitaba.
Después de un rato, la respiración de Carson cambió y ella se dio cuenta de que se había dormido.
Evidentemente, no solo el niño la necesitaba. Se imaginó a Carson solo en su casa, lleno de temores y tristeza…
Debió de dormirse también ella, porque de pronto la sobresaltó un ruido en la habitación de Joey.
Gina tocó a Carson para despertarlo.
– Ya han vuelto. Ha terminado la operación -dijo ella.
Se quedaron de pie, delante de la habitación mientras las enfermeras llevaban a Joey. Solo se veía un bulto en la camilla, y la cabeza llena de vendas. Carson quiso dar un paso y acercarse, pero Gina se lo impidió.
– Deje que hagan su trabajo.
Una mujer joven de bata blanca se acercó a ellos.
– Soy la doctora Henderson. Todo ha ido muy bien. Volverá en sí dentro de una hora, aproximadamente.