– ¡Gracias a Dios!-exclamó Carson.
Al final se marcharon todos, excepto una enfermera que los acompañó a ver a Joey. El niño respiraba a ritmo regular. Parecía pequeño y frágil. Gina notó que tenía buen color. Le dio un beso suave, y luego se apartó, para dejar a Carson solo con su hijo.
Carson se inclinó hacia su hijo y le acarició la cara. Luego le susurró algo al oído.
A los tres días Joey estaba en casa. Ya le habían quitado las vendas. Tenía la cabeza igual, excepto por una zona afeitada debajo de la oreja izquierda, y por una gasa.
Después de la intimidad que habían compartido en el hospital, Gina sintió que algo debía de haber cambiado entre Carson y ella. Pero él parecía haber salido brevemente de su concha, y luego se había vuelto a meter en ella. Eso la entristecía. Pero no podía hacer nada.
Lo veía muy poco, a pesar de estar compartiendo la casa. Él volvía temprano a casa, y cenaban los tres juntos, antes de que ella acostase a Joey.
Después, Carson solía trabajar en su estudio hasta tarde, haciendo llamadas a diferentes países. Y aún seguía trabajando cuando ella se iba a dormir.
Pero una noche, ella se quedó mirando una película hasta tarde, y cuando esta terminó, Carson se acercó a ella y la convidó con una copa de coñac. Luego se sentó en el sofá y respiró profundamente.
– He estado una hora hablando por teléfono con el hombre más estúpido del mundo -dijo Carson con los ojos cerrados-. Cuando crees que ha quedado todo claro, él vuelve al principio y tienes que empezar de nuevo. Y así varias veces, hasta que te quieres morir.
Carson bebió la copa y se sirvió más coñac. Era parte de su naturaleza controlada el que no bebiera nada durante el día, ni siquiera durante el almuerzo.
Gina sorbió su coñac con placer, a pesar de que no solía beber normalmente.
– ¿Y le ha tocado hoy pasar por esa experiencia?
– Sí -sonrió él.
Ella le devolvió la sonrisa. No pudo evitar sonreír por el aspecto que tenía. Después de hablar con el hombre más estúpido del mundo se había aflojado la corbata, se había abierto la camisa y revuelto el pelo hasta quedar totalmente despeinado.
Parecía tener diez años menos, por lo menos.
– ¿Cómo ha sido su día? -preguntó él-. Joey parecía contento hoy durante la cena.
– Sí, lo hemos pasado bien. Fuimos al parque y tomamos un bote en el lago. Y nos hemos encontrado a un profesor de su colegio, Alan Hanley. Parece un hombre simpático. Me ha comentado algunas cosas que no sabía.
– Lo conozco. ¿Cómo reaccionó Joey?
– Extrañamente. Fue cortés, pero no parecieron conectar.
– Entonces, ¿cuál es su secreto?
– ¿Cómo dice? -preguntó ella.
– Joey tiene profesores expertos. Algunos de ellos son sordos, así que ellos comprenden sus problemas también. Pero él la ha elegido a usted como referencia. ¿Qué tiene usted que no tienen los demás?
– Me gustaría saberlo. ¿Cómo puede explicarse la empatía?
– No se puede, supongo. Es como el amor. Viene de no se sabe dónde, y no se puede explicar.
– Y a veces hasta sobrevive, aunque la gente haga cosas para destruirlo -dijo Gina.
– ¿A qué se refiere?
– Joey ha estado hablando hoy de su madre. ¿Le ha dicho a ella lo de la operación?
– ¿Para qué? -dijo él, encogiéndose de hombros.
– Supongo que tiene razón, pero Joey la sigue queriendo mucho. No sé qué decirle cuando me habla de ella de ese modo, si animarlo o decepcionarlo.
– Ella le hará daño, sea como sea -dijo Carson, como hablando solo.
Hacía eso siempre que hablaba de algo personal.
– Siempre ha sabido seducirlo con su encanto. Su belleza es algo secundario, en realidad. Tiene un encanto que te envuelve, aunque sepas que puede quitártelo igual que te lo da…
– ¿Era así con usted? -preguntó Gina.
Él no contestó inmediatamente. Y ella se preguntó si le habría molestado la pregunta. Luego empezó a hablar como si hablara consigo.
– Al principio uno cree que todo ese encanto es exclusivamente para ti, que eres un ser privilegiado, a quien le dedican esa sonrisa increíble, como si ella te hubiera estado esperando toda la vida. Después de todo, Brenda tenía diecinueve años, y no podía haber aprendido muchas argucias. Te convences de todo ello porque eres un joven tonto, locamente enamorado, y quieres creértelo. Es un poco arrogante el pensar que semejante premio ha caído en tus manos porque te lo mereces, pero a esa edad eres arrogante. Y estás dispuesto a creerte cualquier cosa si ella lo dice con esa sonrisa tan especial. «Cariño, te amo, solo a ti, y jamás amaré a nadie más…».
– Pero ella debe de haberlo amado, si no fuera así, no se habría casado, ¿no? -dijo Gina.
– Es una mujer de grandes apetitos, y yo se los satisfacía. Cuando te arrebata ese tipo de pasión, no eres capaz de darte cuenta de que esa pasión no lo es todo. Y luego, cuando descubres que no lo es… Es demasiado tarde.
Carson se quedó en silencio. El corazón de Gina se aceleró al sentir que compartía aquel dolor secreto con él Pero sabía que la confesión no era para ella, y que más tarde lamentaría habérsela hecho.
Gina pensó que el sueño cortaría aquella conversación. Y que sería mejor así.
Pero el momento se prolongó. Y aunque era cierto que era importante hablar de todo aquello por Joey, también sabía que para ella era importante por Carson.
– Sabía que ella quería ser famosa cuando nos casamos -siguió Carson-. Pero no tenía idea de lo ambiciosa que era. La vi tan feliz como esposa y madre que pensé que duraría toda la vida. Luego me di cuenta de que había sido solo una etapa, algo que había querido probar, como si fuera un nuevo papel.
Carson volvió a llenar su copa, como si solo con alcohol pudiera aguantar aquellos recuerdos.
– Y, cuando descubrimos que Joey tenía problemas, ella se cansó del papel, y quiso algo diferente. Intenté ser comprensivo. Teníamos una niñera muy buena y eso a Brenda le daba libertad para pasar algún tiempo fuera de casa. A mí no me gustaba que se marchase, pero pensé que nuestro matrimonio era lo suficientemente fuerte como para sobrevivir a cualquier cosa -se rió con rencor-. Tenía unas ideas un poco ingenuas en aquellos tiempos, algo así como que el verdadero amor lo podía todo. Todas esas cosas que dicen las canciones románticas…
– ¿Y ahora no las cree? -preguntó Gina.
– No lo sé. Todo se nos vino abajo. El encaprichamiento no es una buena base para el matrimonio. Lo mejor es que la gente tenga algo en común y que se gusten, incluso que no se gusten demasiado -se rió amargamente-. Si lo hubiera sabido entonces, jamás me habría casado con una mujer que me volvía loco. Nos hubiéramos ahorrado mucho dolor -se volvió a reír afectadamente y continuó-: Empezó a pasar más tiempo fuera de casa. Rodaba en el extranjero a veces Su carrera estaba en alza.
Carson hizo una pausa, luego continuó:
– Al principio Brenda lo negaba. Es muy convincente… Te hace dudar de lo que sabes que es verdad. Luego la sorprendí con una persona… Me rogó que la perdonase… Me juró que no volvería a pasar…
– ¿Y la creyó?
– Parece muy loco, ¿no? Pero yo quería creerla, para no volverme loco. Al final ya no se molestaba en fingir. Y entonces comprendí que tenía que apartarla de mi vida, o que me volvería loco. Y eso es lo que hice -las últimas palabras tuvieron un tono de final. Después, no dijo nada más.
Debajo del tono sereno de Carson, Gina adivinó una rabia salvaje. Él había conocido la pasión, y su destrucción lo había dejado vacío. Él había arrancado a Brenda de su corazón, pero en cierto modo se había arrancado también el corazón.
Un leve temblor la hizo alzar la mirada. A Carson la copa se le había caído a la alfombra. Estaba dormido.
Gina se agachó a recoger la copa con cuidado de no despertarlo. Así, dormido, parecía un muchacho.