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Nunca se había fijado en la boca, pero ahora veía lo ancha, firme y sensual que era.

Carson mostraba un aspecto controlado al mundo, porque temía ser arrastrado otra vez por sentimientos que no pudiera manejar.

Cuando se arrodilló, su cara estuvo muy cerca de la de él. Sintió el poder de aquel cuerpo que ni siquiera la había tocado, y que, sin embargo, la estaba derritiendo, debilitándola con el deseo.

No podía entender que la mujer lo hubiera abandonado. Si Carson la hubiera amado a ella, jamás podría haberlo arrancado de su vida. Él habría sido el centro de su vida, hubiera satisfecho todos sus deseos y sueños.

Mientras lo miraba, la asaltó un deseo irrefrenable: El de posar sus labios en los de él. Luchó por reprimirla, pero no lo suficiente. Se acercó y lo besó, sin medir las consecuencias.

Él se movió, extendió la mano a ciegas y le tocó la cara. Ella temió que se despertase y que la encontrase allí.

Lentamente le tomó la mano y la quitó de su cara. La dejó apoyada en el sofá. Luego se puso de pie y salió de la habitación.

Carson abrió los ojos, confundido. No sabía si lo había soñado o no… En su estado medio dormido le había parecido que ella…

Pero no había nadie allí.

Capítulo 7

Dan había estado en contacto con ella todo ese tiempo, proponiéndole que se vieran, pero ella le había puesto excusas.

A los diez días de estar el niño en casa, Carson le dijo que Dan la había llamado nuevamente.

– Me pesa monopolizarte de este modo -le dijo-. Llámalo y dile que saldrás con él.

– ¿Cómo vas a arreglarte solo con Joey?

– Bien. Podemos practicar señas. Seguro que se reirá a mi costa. Es una pena que no estés aquí para verlo.

– No te preocupes -dijo ella maliciosamente-. Me lo contará luego.

– Seguro -dijo él riendo.

Su trato era cordial, pero medido, a pesar del tuteo. Al día siguiente de la confesión de Carson, este había dicho:

– Anoche bebí demasiado. Eso me hace decir tonterías. Es por eso por lo que no lo hago a menudo. ¿He dicho muchas cosas?

– Poco. Has estado medio dormido.

– Bien -y cerró el tema.

Además del sueldo de Renshaw Baines, ella estaba recibiendo un buen salario de Carson, y decidió comprarse un vestido nuevo. Era elegante y sofisticado, y dudó que Dan la llevase a algún sitio que justificase el ponérselo.

No era el tipo de vestido para Dan, pensó, mirándose al espejo del vestíbulo, puesto que su habitación un poco pequeña para hacer un desfile.

Joey estaba sentado en la escalera, mirándola. Le hizo la seña que significaba «guapa».

– Gracias, señor -le respondió ella.

– ¿Qué ha dicho? -preguntó Carson, que estaba de pie en el pasillo, observándolos.

Ella se sintió incómoda sin saber por qué.

– Dice que… le gusta.

Joey volvió a hacer la seña.

– Deletréala -le pidió Carson.

Joey lo volvió a hacer.

– ¿Guapa? ¿Es eso? Sí, Gina es muy guapa.

Joey lo repitió diciendo «Muy muy guapa».

– Sí, lo es. Yo también lo creo.

– Gracias -dijo ella, sonriendo, excitada.

Se miró al espejo. Tenía el pelo bonito, el maquillaje bien puesto. Dan nunca se había fijado en ella.

El timbre de la puerta la sobresaltó. Esperaba que no fuera Dan. Necesitaba tiempo para ordenar sus sentimientos.

Pero era Dan.

Cuando la vio se quedó sorprendido. Aquella vez parecía haberse fijado en cómo estaba vestida.

– Me parece que te has arreglado mucho, ¿no? Solo vamos a ir a una carrera de perros.

– ¿A una carrera de perros? -preguntó Carson inocentemente.

– Pensé que íbamos a cenar -dijo Gina, decepcionada.

– Hay un restaurante que da a la pista donde podemos comer algo.

– Iré a cambiarme -dijo ella.

– No, no lo hagas. No tenemos tiempo. No me gustaría perderme la primera carrera. Ve como estás. Toma tu abrigo.

Cuando salieron, Carson miró a su hijo. Aunque el niño no escuchaba, había captado perfectamente la atmósfera. Y en la mirada ambos quisieron decir: «¿Qué diablos le ve a ese?».

– Lo estás haciendo muy bien -le dijo Dan-. Toma un poco más de empanada. Está muy buena.

Gina recogió el borde del vestido para que no se manchase. Empanada y judías.

Habían encontrado un lugar en un restaurante que daba a la pista, junto a una ventana. Desde allí podían ver las carreras.

Dan había apostado en todas las carreras, había ganado dos y perdido una, y estaba de buen humor.

– ¿Cómo sabes que estoy haciendo un buen trabajo? -preguntó Gina-. Si apenas has visto a Joey.

– Me refiero a su padre. Hoy ha duplicado su pedido con mi empresa.

– ¿Sí?

– Mira, sé lo que estás pensando.

– No creo.

– Sí. Crees que está haciendo esto para que tú sigas ayudándolo.

Era tan cierto, que Gina se quedó muda. Dan siempre había sido muy intuitivo.

– Son buenos enchufes, Gina. Todo lo que quiero es la oportunidad de que los pruebe, y eso es lo que tú me estás dando. Te lo agradezco. No debe de ser fácil trabajar como niñera con él, y sin que te pague.

– Sí me paga. Me paga, además de recibir el salario de mi empresa. ¿Cómo crees que he podido comprarme este vestido si no?

Iba a empezar una carrera. Pero Dan miró su vestido.

– Mmm… Sí. Debe de costar mucho dinero. Es una pena que gastes dinero. Podrías haber… ¡Mira, van a empezar!

– Dan…

– ¡Espera, cariño! ¡He apostado por Silver Lad!

Durante los siguientes minutos Dan estuvo absortó en la carrera. Y después de que ganase su perro, no habló más que de su triunfo. Luego, cuando podrían haber conversado, sacaron a los perros para la siguiente carrera.

– Hoy es mi noche de suerte. He apostado por Slyboots, el perro negro que hay al fondo. Es el favorito, pero no importa.

– Sí, tenemos otras cosas de qué hablar además de Slyboots. Dan, realmente eres extraordinario.

– ¿Sí, cariño? Eres muy amable.

– Me refiero a que a cualquier otro hombre le disgustaría que estuviera compartiendo la casa con otro hombre, pero a ti no se te mueve un pelo.

– Bueno, no hay nada de malo en ello, ¿no?

– No. Pero, ¿por qué estás tan seguro?

– Porque te conozco. No serías capaz ni de pensar en él de ese modo. Lo haces por nosotros. Y somos un equipo fabuloso. Están muy contentos conmigo en el trabajo por hacer ese negocio. Me van a dar bonificaciones, así que tal vez sea hora de planear el futuro.

– ¿El futuro?

– Nuestro futuro. La casa y esas cosas. ¡Eh! ¡Ya salen!

Gina lo miró.

– Dan, ¿es una proposición?

– ¿Qué?

– ¿Es una proposición? -gritó ella.

– Si quieres -dijo Dan entre el ruido.

«No quiero», pensó ella. No quería a un hombre que le hiciera una proposición comiendo empanada y judías, un hombre que no le prestase atención.

Pero así era Dan. No había cambiado desde que se habían conocido. Era ella quien había cambiado. Lo que antes le había parecido suficiente, ya no lo era.

Dan la llevó a casa eufórico por haber ganado cuatro carreras. No se había dado cuenta de que ella no le había contestado a la proposición. Tal vez pensara que no hacía falta ninguna respuesta.

Cuando llegaron y Dan la acompañó a la puerta Gina supo que tenía que decírselo, porque allí le daría el beso de buenas noches. Y ella no quería sentir sus labios en los suyos. Ni los labios de ningún otro hombre que no fuera…

– Hay luces encendidas. Está despierto todavía -dijo Dan-. Entremos pronto. Luego tú te vas a preparar un café y así puedo tener la oportunidad de charlar con él.

Carson estaba en su oficina. El ruido de la puerta le hizo alzar la vista, y salir al corredor. Gina notó que Joey estaba espiando.