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– Es la quinta vez que sale a ver si has vuelto -dijo Carson.

– ¿Por qué no vas a acostarlo, cariño? -dijo Dan enseguida.

Sabía lo que quería Dan, pero la cara de Joey era irresistible, así que Gina subió las escaleras y sonrió al niño.

Una vez a solas con Dan, Carson lo llevó a la cocina para preparar un café.

– ¿Así que habéis tenido una velada agradable?

– Sí. He ganado bastante.

– ¿Y Gina?

– Ella también ganó un par de carreras.

– Quiero decir, ¿se lo pasó bien?

– ¡Oh, sí! Eso es lo bueno de Gina. Es fácil de complacer. Nunca hace problema por nada.

– Sí, esa debe de ser una gran ventaja en una mujer -dijo Carson con la voz tensa. Pero Dan no lo notó.

– Sí. Gina y yo nos llevamos bien. De hecho se lo he propuesto esta noche, y estuvo de acuerdo. Bueno, ya era hora de que formalizáramos algo.

Carson detuvo la mano a medio camino de la cafetera.

– ¿Se refiere a…?

– Algún día tenía que ser. Llevamos mucho tiempo juntos. Nunca he querido estar con otra persona. Ella es algo muy querido por mí.

– Sí -murmuró Carson.

Carson puso dos tazas en la mesa. Así tenía las manos ocupadas. Cualquier cosa con tal de ocultar que acababa de recibir una sacudida.

– He pensado ir a comprarle un anillo. No es que a mí me guste mucho eso, pero a las chicas parece gustarles. ¿Podría contar con la tarde de mañana para ir con Gina?

– Sí, por supuesto -contestó Carson fríamente.

Cuando bajó Gina, se encontró con los dos hombres hablando de negocios en la cocina.

– Le agradezco su comprensión en esta situación en que Gina está en mi casa. Mi hijo necesita tanto…

– ¡Pobre niño! Si necesita a Gina, ella debe quedarse…

– Exactamente. Está intentando dar a Joey el cuidado y comprensión que la madre de ella le dio en su momento.

Dan se rió.

– ¿Cuidado y comprensión? ¿De dónde sacó esa idea?

– Bueno, sé que murió cuando Gina era pequeña, pero…

– Y antes de morir no servía de nada. Perdió interés en la niña después de lo ocurrido. ¿No es así, querida?

– Yo… No lo recuerdo -balbuceó ella.

– Bueno, yo sí. Mi madre se quería morir. No comprendía cómo una madre…

– Perdonen -dijo ella, y se marchó a la habitación.

Estaba turbada, las lágrimas le nublaron la vista ¿Cómo había podido decir eso Dan, cuando sabía que eran recuerdos tan dolorosos para ella?

Pero era normal en Dan. Jamás se daba cuenta de lo que podía afectarle a la gente.

Dan la había seguido.

– ¿Qué pasa, cariño? No sueles ponerte así.

– No, se puede estar tranquilo conmigo, ¿no? Se puede confiar en mí -dijo ella con amargura.

– ¿Cómo dices?

– Nada. Solo estoy cansada. Gracias por una velada estupenda, Dan.

– ¿No ha estado mal, no? Mejor que todas esas salidas a lugares exóticos, ¿no?

– Un hombre sencillo -dijo Carson, que estaba detrás de Dan-. Debemos seguir hablando de esos enchufes de los que me estaba contando… -Carson se lo llevó hacia la puerta.

De pronto Dan se encontró yéndose, sin despedirse de Gina. Pero antes de que pudiera protestar, la puerta de entrada se abrió y Carson se despidió de él.

Carson volvió junto a Gina, que en aquel momento estaba lavando las tazas del café.

– Deja eso -le dijo Carson.

– No hay problema, me gusta dejar las cosas ordenadas antes de irme a dormir.

– He dicho que lo dejes. Quiero hablar.

– No hay nada de qué hablar.

– Después de eso, ¿no hay nada de qué hablar? -preguntó él, enfadado.

– Si te refieres a que te he engañado… Lo siento.

– ¿Engañarme?

– Supongo que te he hecho creer que mi madre era perfecta, y que por eso yo sabía lo que necesitaba Joey…

– ¡Al diablo con eso! ¿Quieres dejar esas cosas?

– Sí, he terminado. Me voy a la cama.

– Todavía no. Déjame que te sirva un coñac. Parece que has tenido un shock.

– Estoy bien, de verdad.

Carson le tomó las manos.

– Entonces, ¿por qué estás temblando?

– No estoy… Solo estoy cansada.

Ella hubiera salido corriendo, pero él la estaba sujetando.

– Cuéntamelo, Gina.

– No tengo nada que contar -dijo ella, desesperada-. Mi madre está muerta. Ha pasado mucho tiempo…

Él soltó sus manos.

– Comprendo -dijo en un tono que a ella la alarmó.

– ¿Qué comprendes? -preguntó Gina.

– Tú sí puedes escuchar mis problemas, pero cuando yo pregunto por los tuyos, no hay tiempo.

– No, no es así…

– Tú has conocido cosas acerca de mi vida que no se las he mostrado a nadie. No es agradable que me mantengas a distancia después de ello -dijo Carson.

– Yo no…

– Se supone que tengo que confiar en ti, pero tú no confías en mí. Creí que éramos amigos. De no ser así, no te habría confiado tantas cosas. Pero al parecer solo es por mi parte -dijo él, con resentimiento.

– No hay nada que contar -le dijo ella-. Nada en absoluto. Me voy a la cama.

Gina se fue corriendo a la habitación. Carson la observó marcharse, y se preguntó por qué le había dado por hablarle así.

¡Maldita sea! ¡Qué derecho tenía Gina a ganarse el corazón de Joey y luego desaparecer casándose con ese zoquete!, pensó Carson.

Carson se sirvió un generoso whisky. Lo necesitaba.

La casa se había transformado desde que ella la había llenado con su calidez y su risa. Y ahora planeaba desaparecer, dejándola vacía. Había sido soportable sobrevivir sin ella antes de conocerla, pero ahora sería insoportable. Habría sido mejor no conocerla que sufrir su pérdida.

Carson tenía mucho trabajo. Intentó concentrarse en él durante la siguiente hora, pero no pudo.

Sería mejor que Gina se marchase cuanto antes, pensó Carson.

Finalmente, Carson abandonó el trabajo. Le dolía la cabeza.

No se molestó en encender la luz del pasillo, subió las escaleras a oscuras. En el último escalón se tropezó con algo.

– Gina, ¿qué estás haciendo, sentada ahí en las escaleras?

– No lo sé -Gina respiró y se sonó la nariz-. Iba a bajar a beber algo, y luego cambié de opinión. Me senté aquí sin saber qué hacer… De eso hace diez minutos, creo…

– Estás balbuceando -dijo él amablemente.

– Sí, supongo que sí.

Carson se sentó a su lado. Aunque solo llegaba la luz del descansillo, él notó que se había quitado el hermoso vestido y que se había puesto una barata bata de algodón. Era una suerte que ella estuviera acostumbrada a agradecer lo que tenía, pensó él con rabia, porque cuando se casara con Dan, usaría batas baratas el resto de su vida.

Gina se volvió a sonar la nariz, y la rabia de Carson se evaporó.

– ¿Has estado llorando? -le preguntó.

– Si te digo que no, ¿me creerías?

– No.

– Entonces, sí he estado llorando.

– ¿Por mi culpa? ¿Porque he sido desagradable contigo? Siento haber dicho esas cosas.

– No, no es por ti. Es… por todo.

– Por Dan, que te ha hecho recordar cosas desagradables delante de mí…

– Sí…

– No debió decir esas cosas. Ha tenido poco tacto.

– ¡Oh! Dan es una buena persona, y no tiene malas intenciones, simplemente que dice lo primero que se le cruza por la cabeza.

– ¿Aun si hiere a la gente?

– Bueno, supongo que estoy exagerando un poco. De aquello hace mucho tiempo.

– Pero era tu madre.

– Sí. Y yo no comprendía por qué de pronto no podía soportar mirarme. Yo estaba enferma, y cuando me mejoré, me quedé sorda, y fue como si me hubiera transformado en una persona diferente. Seguí pensando que un día yo volvería a estar bien y que la complacería. Pero entonces ella murió…