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Gina había estado intentando no llorar, pero, de pronto, el dolor se apoderó de ella y estalló en llanto. Carson le rodeó los hombros con su brazo. La apretó contra él y apoyó su mejilla en la cabeza de Gina.

– Ahora ya no hay posibilidad de nada. Solo la puedo recordar enfadada porque yo no podía hacer lo que ella quería. Solía gritarme, yo no la oía, pero sabía que estaba gritando por sus gestos, y me miraba con hostilidad, como si yo actuase estúpidamente a propósito. Cuando venía gente a casa, me decía que no apareciera por allí.

– ¡Dios santo!-exclamó Carson.

– Un día, cuando yo tenía diez años, mi madre se puso muy impaciente. Cuanto más impaciente se ponía yo menos la entendía. Al final, salió hecha una furia de la casa. Yo me sentía mala, pero no sabía qué había hecho. Me senté en las escaleras y me quedé pensando que todo sería diferente cuando volviera, que intentaríamos comprendernos otra vez, y que yo sería capaz de entender. Pero no regresó nunca más. Chocó con un camión y murió. Yo pensé que había sido culpa mía.

Carson la abrazó.

– Hacía años que no me acordaba de todo esto. Los recuerdos estaban ahí, pero sepultados… Luego, más tarde, cuando mi padre tampoco pudo resolver bien la situación, me inventé una imagen de mi madre para compensar. Cuando la gente no está, uno puede inventarse un montón de mentiras consoladoras.

– Sí -murmuró él-. Eso es cierto.

Gina suspiró.

– No fue culpa de ella realmente. Creo que mi madre era una persona alegre, que cuando las cosas no iban bien, reaccionaba mal.

– Muchas madres pueden sobrellevar esa situación -dijo Carson-. ¿Por qué tienes que disculparla?

– Tal vez porque sea menos doloroso de ese modo -Gina hizo un esfuerzo por recomponerse-. Estoy bien, no sé por qué he reaccionado de ese modo.

– Algunas heridas no se curan. Y si intentamos fingir que sí, es peor -dijo Carson.

– Sí -susurró Gina.

– Tú eres fuerte con Joey y conmigo.

– Ha habido gente que me ayudó. La señora Braith, la madre de Dan, me enseñó el lenguaje de signos. Ella fue muy amable, y Dan me cuidaba mucho cuando éramos niños.

Carson la miró pensando en Dan con dureza, y la abrazó más.

Luego Carson sintió los brazos de Gina alrededor de él, como si encontrase consuelo en el calor de su cuerpo. Él le acarició el pelo. Sintió la menudez de Gina contra su poderoso cuerpo viril. Pero era su personalidad la que era fuerte.

– Supongo que tienes muchas cosas por qué llorar -dijo él.

– ¡Oh! Ya no lloro. He superado todo eso hace años.

Carson le alzó la barbilla con un dedo y le deshizo una lágrima.

– ¿De verdad? Ahora solo secas las lágrimas de otros.

Ella sonrió trémulamente, y Carson respiró profundamente.

– Tranquila. Todo irá bien -le dijo él suavemente, sin saber qué decir realmente.

Carson había llegado a ella, no a través de sus oídos, sino a través de su cuerpo y su corazón. Ella hubiera deseado quedarse allí, envuelta en sus brazos, disfrutando de la calidez de aquel momento.

Carson se quedó mirando su cara, con la impresión de que aquello era un sueño. Aquella era la noche de su compromiso con otro hombre, y él no tenía derecho a besarla. Pero mientras su consciencia protestaba, su boca la besó.

La boca de Gina era grande y curvada, generosa. Hacía tanto tiempo que su corazón vivía en invierno, que la aparición de la primavera era como un shock para él.

Para Gina, que solo podía compararlo con Dan, aquel beso fue una revelación. No había sabido que los labios de un hombre podían ser tan sutiles, tan diestros, ni que podía perderse de aquel modo en las sensaciones.

Había deseado aquello desde la noche en que él se había dormido, en que ella había mirado su boca como si fuera una fruta. Por eso no podía volver a besar a Dan.

No era capaz de pensar en nada, solo de sentir. Aquello era lo que quería. Y aún quería más.

Gina estaba temblando con el despertar de la vida. No deseaba solo sus labios, sino sus manos también.

Ella deslizó una mano y le acarició el cuello y lo atrajo hacia sí, invitándolo a explorarla más íntimamente. Entonces sintió su lengua en su boca, llenándola de sensaciones gloriosas. Se entregó a ellas, muriéndose por la intimidad de sus caricias. En ese momento sintió los brazos de Carson apretarla más.

Ella no había sabido que las caricias de un hombre podían hacerle sentir aquello. Se derretía contra su cuerpo. Sintió su espalda fuerte, su pecho ancho.

Se sentía viva al lado de Carson. Las sensaciones que le había despertado con su beso le recorrieron todo el cuerpo.

Carson era un amante demasiado experimentado para no saber que Gina estaba al borde de la derrota. Su beso se hizo más intenso. En un momento la llevaría a la cama, y ella lo dejaría porque sus caricias le habían arrebatado la voluntad. ¡Al diablo con Dan! Un hombre no tenía derecho a una mujer si no era capaz de retenerla.

Pero el recuerdo de Dan fue fatal. Para Carson sería un zoquete, pero para ella era el hombre que había escogido, ¡quien sabe por qué!

La lucha consigo misma era terrible. Pero él ganó.

De pronto sintió que su abrazo se hizo más laxo, y supo que se estaba apartando. Gina quiso mirarle a la cara, para ver si en ella se reflejaba la suya propia.

Pero cuando la vio su corazón se hundió. Estaba llena de cautela y de incomodidad, como si se arrepintiera de haber hecho lo que acababa de hacer. Ella sintió un frío recorriéndola entera.

– Quizá no sea una buena idea -dijo-. No quisiera que pensaras… Yo quería hacerte sentir mejor, pero creo que elegí el camino equivocado.

Gina intentó recomponerse y aclarar su mente.

– Por favor, no te preocupes, Gina. Sé que eres muy vulnerable en esta casa, y no voy a presionarte.

– Carson, yo no…

– Después de todo, comprendo lo que ocurre entre tú y Dan… No quiero que te preocupes.

– No estoy preocupada -dijo ella, con voz apagada-. Sé que solo intentabas hacerme sentir mejor.

– Sí -dijo él rápidamente-. Solo que me pasé un poco. Olvídalo, por favor, por Joey.

– Por supuesto. Yo… creo que me voy a ir a la cama.

– Sí, yo también -dijo él.

Al parecer Carson no veía la hora de huir de ella. ¡Qué tonta había sido!

Capítulo 8

Al día siguiente por la mañana, Carson dijo sin mirarla.

– Mañana volveré temprano para que puedas salir.

– ¿Salir? No tengo idea de salir -dijo Gina, sorprendida.

– ¿No vas a ver a Dan para comprar el anillo de compromiso?

– ¿El añil…? -Gina se levantó de la mesa, irritada-. ¿Qué te ha dicho Dan?

– Anoche me dijo… Bueno, lo dio a entender… Dio a entender que te pidió que te cases con él.

– Sí, me lo pidió, pero no le he contestado, porque no podía hacer que dejara de prestar atención a la carrera. ¿Quieres decir que lo dio por hecho, y que él te lo dijo? -respiró profundamente-. Si Dan estuviera aquí en este momento… Bueno, tiene suerte de no estar aquí.

– ¿No vas a casarte con él?

– No -dijo enfáticamente-. Te lo habría dicho. ¿Cómo puedes pensar…? -furiosa, se echó hacia atrás un mechón de pelo.

Carson la miró deleitado. El sol había vuelto a salir.

Cuando él fue hacia la puerta de entrada, Joey lo siguió y le preguntó por señas si Gina y él estaban enfadados.

– No. En realidad, mejor no podíamos estar.

Cuando se tranquilizó, Gina llamó a Dan.

– La culpa es mía. Debí decirte anoche que no podía casarme contigo, pero estaban pasando tantas cosas…

– Pero si lo teníamos todo pensado.

– Dan, no teníamos pensado nada. Apenas mencionamos el matrimonio entre las carreras. Ese no es modo de decidir algo tan importante.