El niño le preguntó a su padre qué era Gina, cómo le llamarían.
– Bueno… Gina es… ¿Cómo la llamaremos a Gina? -dijo Carson finalmente.
Joey hizo señas.
Gina se quedó helada. El niño había hecho la seña de la palabra «madre».
– Es hora de marcharnos -dijo ella, incómoda-. O habrá mucho tráfico.
Había cuatrocientos kilómetros hasta el sitio escogido.
El enclave había perdido brillo y esplendor. Pero con el acuario había vuelto a ganar cierta popularidad.
– ¿Nos has reservado algún sitio, verdad? -le preguntó Carson a Gina mientras conducía por el paseo marítimo.
– En el Grand Hotel, dos habitaciones frente al mar.
Gina había reservado una habitación para Carson y otra para Joey y ella.
Joey estaba excitadísimo.
«¿Cuándo podremos ir al acuario?», le preguntó a Gina.
– Pronto.
El niño quería ir aquel día.
– No sé cuándo cierra el acuario.
«Entonces, ¿no podemos ir ahora?», insistió el niño.
Y así volvieron al principio de la discusión.
Era un hotel de primera con un restaurante muy bueno. Pero Carson, que empezaba a conocer a su hijo, prefirió ir a comer a una hamburguesería cerca de allí.
– Creo que me merezco una medalla por la elección -dijo Carson viendo comer entusiasmado a su hijo.
– Sí -dijo ella-. Y se come más rápido aquí, así que tal vez lleguemos al acuario antes de que cierre.
– Llegaremos. He mirado la hora de cierre y tenemos tres horas todavía -dijo Carson, notando que ella alzaba una ceja-. Organización. Esa es la llave de una empresa con éxito.
– Me siento impresionada. ¿Por qué no se lo dices a Joey?
Joey estaba comiendo con una mano y con la otra sujetaba un panfleto. Se lo mostró a ellos, señalando algo imprimido en la hoja. Se miraron y se rieron.
Se trataba del acuario, y Joey había visto la hora de cierre.
– No por nada es tu hijo. Debe de haberlo recogido del hotel. Eso sí que es organización.
– Sí, lo es -Carson miró con ternura a su hijo.
– ¿Por qué no le preguntas por las wrasse ahora? No has hecho trampa, ¿verdad? -preguntó Gina a Carson.
Joey pareció dudar, como si no supiera si iba en serio aquella conversación.
– Venga, cuéntamelo -dijo Carson.
El niño no necesitó más. Empezó a hacer señales y haciendo el alfabeto con tanta energía y tan rápidamente, que Carson tuvo que hacerlo parar.
– Tranquilo. Vas demasiado deprisa para mí.
Joey asintió y empezó de nuevo.
– Espera. Hazlo nuevamente. No sé si te he comprendido. Me parece que has dicho… No, debo de estar equivocado.
Joey agitó la cabeza. No había comprendido mal.
– Sigue -le dijo Gina-. Ayuda a tu padre.
– Gracias -dijo Carson con una sonrisa.
Joey hizo la seña nuevamente. Carson observó sus dedos y frunció más el ceño.
– ¡Me estás tomando el pelo!-exclamó.
Joey comprendió y se rió.
– ¿Lo he comprendido bien? -preguntó Carson a Gina.
– Es increíble, ¿no?
– Dice que wrasse es un pez. Y que son todos femeninos… O sea que nacen todos femeninos.
– Bien, sigue.
– ¿Viven en grupos de alrededor de veinte hembras y un macho, y cuando el macho muere, una de las hembras cambia de sexo, y se transforma en el macho que vive con ellas? ¿Y esperas que me lo crea?
– No me lo preguntes a mí. Joey es el experto.
Carson se volvió a su hijo y le dijo:
– No puede ser cierto eso.
Joey asintió y luego dijo con señas «Espera a ver el acuario».
Después de eso Carson estuvo tan ansioso por ir al acuario como su hijo, porque quería saber si le había tomado el pelo.
En cuanto entraron al acuario se hizo evidente que Joey era diferente de otros niños. En lugar de quedarse mirando los peces de colores vivos, se detuvo a observar a pequeños peces que para otros pasaban inadvertidos.
– Es como un pequeño profesor -dijo Carson.
– Sí, lo es. Cuando se mete en su tema favorito, tiene una edad mental superior a la suya.
Joey pasaba de un exótico ejemplar a otro, se quedaba profundamente absorto en ellos, dejando a su padre y a Gina entretenerse con los ejemplares más accesibles.
– Me siento como si yo fuera el niño y él el adulto -se quejó Carson, no muy seriamente-. Joey -tocó al niño en el hombro.
El niño le hizo una seña que quería decir que estaba ocupado. Que le hablara más tarde.
– ¿Has visto eso?
– No te enfades con él.
– No me enfado. Solo me pregunto qué está pasando.
– Es muy sencillo -le dijo Gina-. Estás en presencia de una inteligencia superior.
– Empiezo a creerte -dijo Carson.
Joey salió de su feliz trance y les sonrió.
– Wrasse -dijo Carson.
Joey asintió como si fuera un profesor, y los hizo seguirlo.
Y allí estaba el wrasse con un cartel que lo indicaba, confirmando todo lo que había dicho Joey. Carson se había quedado sin habla. Joey lo miraba como diciendo: «¿No me creías, eh?».
La respuesta de Carson le encantó a Gina. Él extendió la mano, Joey puso la suya y se dieron la mano.
No hubo tiempo de ver todo, pero Joey estaba listo para marcharse, con la promesa de una visita al día siguiente. Se detuvieron en la librería del acuario a comprar libros para Joey. También compró un libro introductorio en el tema para él, acerca del mecanismo de supervivencia de esos peces, le dijo a Gina.
Pasaron una tarde alegre. A Joey le permitieron estar despierto hasta tarde porque estaban de vacaciones, y cuando el niño cayó rendido en la cama, ellos se alegraron de acostarse temprano también.
Al día siguiente lo primero que hicieron fue ir al acuario. Gina y Carson tenían la impresión de haber visto todo, pero el experto no opinaba lo mismo.
Al final, Joey sintió pena por ellos y pareció comprender que estaban cansados. Bajaron a la zona de mayor atracción del acuario, que era un túnel que pasaba a través del agua. Había tiburones nadando al lado de ellos, lenguados por encima de sus cabezas, langostas debajo de sus pies. Joey les señaló algo que no habían visto ninguno de los dos: un congrio y una anguila espiando desde su escondite, inmóviles.
Después de tomar una hamburguesa y un zumo estuvieron de acuerdo en que los adultos necesitaban un poco de diversión, y fueron al parque de atracciones. Aquí Joey dejó de ser el profesor y se convirtió en un niño excitado, queriendo probar todos los juegos. Hasta tiró al blanco, demostrando que tenía buena puntería.
Más tarde, en otra tómbola, Gina cargó con muñecos de peluche y joyas de plástico que ganaron en los juegos.
Al final, Joey se detuvo en el Tren Fantasma, donde colgaban calaveras del techo, los sorprenderían esqueletos y monstruos que los asaltarían desde sus escondites…
– ¿Aquí? -le preguntó Gina.
Joey asintió vigorosamente.
– ¿Estás seguro?
Joey asintió nuevamente.
– Me parece que no nos quedará otra elección -dijo Gina.
Carson pagó las entradas de los tres y se metieron en un carro, Joey en la parte de dentro, Gina en medio, y Carson en la parte de fuera.
– No me gustan estas cosas -dijo Gina-. Nunca me han gustado.
– Pero estamos nosotros para cuidarte -dijo Carson.
Los coches se empezaron a mover. De pronto, estuvieron dentro. Un gemido los sorprendió. Parecía provenir de todos lados.
Aparecieron esqueletos y volvieron a desaparecer. Gina miró a Joey. El niño estaba disfrutando de cada momento. Algo le cayó en la cara a Gina, haciéndola saltar y gritar.
– ¿Estás bien? -preguntó Carson, rodeándola con su brazo para protegerla.
Ella le pidió que repitiera lo que había dicho, puesto que los ruidos se habían filtrado en el implante Él lo repitió más claramente.