Выбрать главу

– Por supuesto que estoy bien -dijo ella, intentando recuperar la dignidad.

Pero una calavera que se rió delante de ellos, la volvió a asustar.

Luego, el coche siguió su camino y la oscuridad los envolvió.

– ¡Uh!

Carson la apretó contra él. Luego le sujetó la barbilla, y la obligó a mirarlo.

– ¿Estás bien? -le preguntó Carson.

– Estoy bien, mientras no te transformes en una calavera tú también -le dijo ella.

La luz roja aparecía y desaparecía, dándole a Carson un aspecto satánico. Ella pensó que de haber sido educada en el papel tradicional de la mujer, habría usado aquella situación para agarrarse a Carson, con la excusa del miedo.

Entonces apareció un esqueleto que se descolgó del techo y que le acarició la cara, antes de desvanecerse. Sobresaltada, Gina pegó un grito auténtico y sin darse cuenta se refugió en el hombro de Carson. Este se rió.

– ¡Qué horror!

– Ya pasó, ya se fue -dijo él.

– No pienso mirar. ¡Esa cosa es espantosa!-exclamó ella.

– Estás a salvo, te lo prometo.

Lentamente ella alzó la cabeza y descubrió que estaban totalmente a oscuras. Los gemidos de los monstruos habían cesado, pero no había luces. Ella se quedó expectante, preparada para resguardarse nuevamente si algo volvía a tocarle la cara.

Pero cuando sintió el roce de los labios de Carson no se defendió. Fue como el roce de una pluma.

Luego el roce se hizo más firme. Sintió unos labios cálidos, haciendo preguntas silenciosas, recibiendo calladas respuestas.

Carson abrazó a Gina y la besó más intensamente.

Ella respondió hambrienta al beso que había estado esperando desde aquel día en que él se había apartado. Aquella vez Carson no se apartó, sino que le demostró que la deseaba con ferocidad.

En la oscuridad, parecían estar solo ellos dos. Gina sintió su propio deseo. Susurró su nombre en el oído de Carson. Gimió cuando él la exploró con su lengua, rindiéndose a la exquisita sensación del fuego.

En el anonimato de la oscuridad y las luces intermitentes, asustada por las espantosas visiones de esqueletos que se agitaban y contorsionaban alrededor de ellos, Gina se sintió libre para apretarse contra él y hacer lo que deseaba.

Finalmente, sintió que el brazo de Carson se relajaba, y se dio cuenta de que estaban llegando al final del túnel. No podían verlos así. Ella se separó de él y se recompuso a tiempo. Un momento más tarde salieron a la luz del día.

Allí estaba Carson riéndose relajado, como si no hubiera pasado nada.

¿No había pasado nada? ¿Habían sido imaginaciones suyas? Sus labios estaban ardiendo aún y su corazón latía aceleradamente con la pasión que se había desatado en ella.

Joey pidió volver a montar en el tren.

– Espera un momento -le dijo Carson-. Necesito un momento para recuperarme -sonrió de repente.

– ¿Qué pasa? -preguntó Gina.

– Me estaba acordando de lo que tenía que hacer esta tarde. Hojas de balance, por ejemplo. Pero me parece que me gusta más pescar patos de plástico en el agua.

Mientras hablaba estaba pagando la entrada para pescar patos. Cuando Gina fue a dirigirse a Joey alarmó al no verlo.

– ¡Carson! ¡Joey, se ha marchado! ¡Oh, Dios mío!-exclamó ella.

– Relájate. Allí está -le dijo Carson.

Al mirar hacia donde señalaba Carson, Gina se sintió aliviada. Joey estaba subiendo a un coche del Tren Fantasma. Cuando el coche se movió los saludó con la mano. Luego las negras cortinas se lo tragaron.

– ¡Qué pillo!-dijo Carson.

– Supongo que se cansó de esperar y decidió ir solo -dijo Gina-. Me alegro de que se sienta seguro. Solo que…

– Sí, lo sé. A mí casi me dio un ataque al corazón. Vayamos a tomar una taza de té para recuperarnos del susto. Hay una cafetería pequeña allí, desde la cual se ve el Tren Fantasma.

Gina se sentó a la mesa y Carson fue a buscar el té. Había cola y él tardó un poco. Gina no dejaba de mirar el Tren Fantasma. Después de unos minutos, Joey reapareció. Ella le hizo señas, y el niño saludó con la mano, pero no salió. Simplemente le dio el dinero al hombre, y le hizo sitio a una niña de vestido rojo que se sentó junto a él.

El hombre puso la mano para que la niña le diera el dinero, pero la niña no se movió. Entonces el hombre le empezó a hablar, indicándole, naturalmente, que no podía subir si no pagaba. Joey le tocó el brazo y le dio el dinero. El hombre lo tomó y los coches se pusieron en movimiento.

– ¿Qué estás mirando? -preguntó Carson, que acababa de volver con el té.

– Me parece que acabo de ver a Joey siendo galante con una dama -dijo ella.

Le contó la escena y Carson sonrió.

– Empieza joven… Como su padre.

– ¿Empezaste a los ocho años?

– Antes. A los siete, compartía los helados con Tilly, la niña de al lado. No recuerdo su apellido, y la cara tampoco. Pero su gusto por la frambuesa lo recordaré siempre.

Era un placer verlo relajado y de buen humor. Estaba vestido con una camisa de manga corta, y el sol iluminaba su cara bronceada y sus antebrazos. Por una vez, la tensión había desaparecido de su cara, y estaba guapo solamente, como un animal, macho y vital.

Hubo un ruido detrás de ellos. Cuando se dieron la vuelta vieron a un hombre y a una mujer de mediana edad, con caras de preocupación.

– ¿Qué vamos a hacer? -preguntó la mujer.

– No te preocupes, Helen. Seguramente la niña está bien.

– ¿Cómo puede estar bien, tan sola y desamparada? Perdone… -la mujer se dirigió a Gina-. ¿No ha visto a una niña? Tiene ocho años y lleva un vestido rojo… Se alejó de nosotros…

– No se preocupe. Yo la he visto. Ha entrado en el Tren Fantasma. Saldrá enseguida.

– Pero si no tenía dinero -dijo el hombre.

– Joey se ocupó de eso.

La pareja se presentó como Helen y Peter Leyton.

– Sally es muy vulnerable -explicó Helen-. Tiene el síndrome de Down.

En ese momento los coches volvieron a aparecer y se pararon. Joey y la pequeña estaban allí, sonriendo después de una aventura fantástica. Helen se puso de pie y saludó con la mano, pero Sally no la miró.

– Espere -dijo Gina-. Veamos qué pasa. No se preocupe por ella. No correrá ningún peligro con Joey.

– Gina… -protestó Carson.

– Está bien. ¿No ves que sabe lo que está haciendo?

Joey le estaba dando más dinero al hombre encargado del Tren. Mientras los adultos miraban, le tomó la mano a Sally de forma protectora. Y volvieron a salir.

– Bueno… -Peter se rascó la cabeza y sonrió-. ¡Que chico más amable que es su hijo, señora…?

– Es el hijo del señor Page. Yo solo lo cuido -explicó Gina.

– Bueno, están haciendo un buen trabajo -dijo Helen-. Es un verdadero pequeño caballero. Debe de estar muy orgulloso de él -le dijo a Carson.

– Sí. Lo estoy.

– Es tan hermoso ver a Sally haciéndose amiga de un niño normal… La mayoría de ellos se apartan de ella, pero su hijo la trata con naturalidad, y eso es lo que ella necesita -Peter notó una mirada extraña en Carson-. ¿Ocurre algo? -preguntó.

– Nada -dijo Carson rápidamente.

Pero Gina sabía que había sido un shock para Carson que describieran a su hijo como un chico normal. Porque eso es lo que pensaría la gente por su actitud. Que no era una víctima.

– Sally es un encanto -dijo Helen-. Pero tiene una voluntad de hierro. Si quiere hacer algo, da vueltas y merodea por ahí hasta que se sale con la suya. Siempre tenemos que estar vigilándola. Esta vez se nos escapó.

– Y tiene problemas para hablar -agregó Peter-. A veces no habla bien, y la gente no la entiende. En esos casos se enfada.

– No hace mucho que la tenemos -dijo Helen-. Somos padres adoptivos, y nos especializamos en niños con problemas. Es un modo de agradecimiento, puesto que nuestros tres hijos biológicos tienen todos una salud estupenda.