Cuando los coches reaparecieron, notaron que había alguna disputa. Sally no quería bajar del coche. Joey le tomó el brazo y la quiso hacer salir. Al final, el niño le tomó la mano firmemente y señaló la cafetería. Frente a aquella muestra de autoridad, Sally cedió y lo siguió, apretando la mano de Joey.
Gina miró a Carson.
– Seguro que Tilly no dejaba que le dieras órdenes como Sally.
– No. Una vez que lo intenté, me tiró el helado a la cara.
Joey apareció con su nueva amiga y le ofreció una silla a esta. Sally tenía una cara dulce y era miope. Llevaba unas gruesas gafas. Su sonrisa era encantadora.
– Te agradecemos tanto que te hayas ocupado de ella… -le dijo Helen a Joey. Le habló de frente, de manera que el niño pudo ver el movimiento de sus labios-. ¿Has entendido lo que te ha dicho? La mayoría de la gente no la entiende -dijo Helen a Joey.
Joey comprendió sus palabras perfectamente. Sonrió y miró a Gina y a Carson, como para que estos compartieran la broma con él.
– ¿Qué ocurre? -preguntó Helen-. ¿Qué he dicho?
– Joey es sordo -le explicó Gina-. Así que el problema de Sally no le importa.
– ¡Bueno!-Peter se echó atrás en su silla-. ¡Creí que sabía cosas sobre los niños sordos. Nosotros hemos acogido a varios. Pero jamás me imaginé…
– Mi hijo tiene mucho estilo -dijo Carson.
– Sí -dijo Gina-. Esa es la palabra: estilo.
Peter empezó a hacer señas para presentarse ante Joey. Luego le presentó a Helen y a Sally. Joey asintió y le devolvió la cortesía, pero Sally lo interrumpió, tirándole de la camisa para decirle que quería algo.
«¿Podemos tomar un helado?», preguntó el niño por señas. «Sally quiere uno de fresa y yo uno de chocolate».
– ¿Cómo sabes que Sally quiere uno de fresa? -preguntó Gina.
El niño le dijo que estaba seguro de que le gustaría.
Y Gina pensó que a Sally le gustaría seguramente, viniendo de Joey.
El niño había encontrado lo que necesitaba, alguien que tuviera un problema más grande que el de él. Gin miró a Carson y descubrió en él el orgullo de padre.
Antes de marcharse hicieron planes para ir a Leytons al día siguiente. Joey estaba cansado, y después de la cena se le cerraban los ojos. Gina dejó que Carson lo acompañase a acostarse y le diera las buenas noches. Mientras tanto, ella bajó a la recepción del hotel y se entretuvo hojeando una revista.
De pronto, encontró un titular que hablaba de Angelica Duvaine. Al parecer su carrera estaba en declive. Le había fallado un proyecto de un programa de televisión. Y su romance con un productor famoso acababa de terminar.
Gina dejó la revista, sintiéndose incómoda de repente.
Capítulo 10
Después de aquello, se reunieron más de una vez con Sally y sus padres. Todas las mañanas empezaban con una visita al acuario. Joey se hizo conocido de los empleados del acuario, que se acostumbraron a su forma de hablar.
Una mañana, mientras Joey estaba distraído con una conversación, Carson dijo:
– ¿Te sientes tranquila si dejamos a Joey con los Leyton?
– Por supuesto. Lo pueden cuidar tanto como nosotros. ¿Por qué?
– Van a llevar a Sally a la feria esta noche, y luego a comer pizza, y quieren que Joey vaya con ellos. Pensé que podríamos ir a cenar juntos tú y yo.
– Sería estupendo.
– Bien. Y ahora, si ese Einstein ha terminado, me gustaría tomar una taza de té.
Aquella noche, cuando Carson se estaba vistiendo para ir al restaurante, vio a Joey en el espejo. Estaba a la entrada de la habitación.
– ¿Tienes ganas de ir a la feria?
Joey asintió.
El niño le dijo con señas que irían al Tren Fantasma.
– Bien -Carson le dio dinero al niño-. Cómprale un helado también. A las chicas les gusta -guiñó el ojo a su hijo-. Lo sé.
Cuando Joey se dispuso a marchar, algo lo retuvo. Miró la alfombra, y luego a su padre.
– ¿Qué ocurre? -preguntó Carson.
«¿Te gusta Gina?», le preguntó el niño por señas.
Carson asintió y dijo:
– Por supuesto.
El niño le preguntó si le gustaba mucho.
– Sí, mucho.
«¿Mucho, mucho, mucho?».
– Ya está bien. Me gusta, simplemente. Dejémoslo ahí -miró a su hijo-. ¿Y a ti?
El niño le dijo que muchísimo.
En ese momento, alguien golpeó a la puerta. Apareció Gina seguida de los Leyton.
– Será mejor que nos des el número de tu móvil -dijo Helen-. Por si acaso. ¡Venga, chicos! ¡Vámonos!
Gina se había puesto una ropa que Carson no le había visto nunca. Se alegró y pensó que no le habría gustado que hubiera usado un vestido que conociera otro hombre.
Era una noche agradable y pasearon por delante del mar, deteniéndose cada tanto para mirar las olas rompiendo en la arena.
– ¿De qué estabais hablando Joey y tú cuando entré? -preguntó Gina.
Carson se dio cuenta de que no podía repetirle la conversación.
– De distintas cosas. No me acuerdo de los detalles. Vamos a comer.
Afortunadamente para ella, Carson había encontrado un restaurante tranquilo, con poco ruido.
– ¿Te parece bien este? -preguntó él, ansiosamente.
– Este está bien -dijo ella, contenta-. Realmente es una suerte que alguien se preocupe de estas cosas.
– ¿Cómo te las arreglaste aquel día en el Café de Bob? Había muchísimo ruido.
– Estoy acostumbrada a ese lugar. Y además, completo la información leyendo los labios.
– Me sorprende que te lo tomes tan fríamente.
– El truco está en no dejar que se transforme en un problema mayor del que es -dijo ella seriamente. Luego chasqueó la lengua-. Y a veces puede ser muy útil.
– No me lo creo.
– No, de verdad. Estuve de vacaciones en España con unas amigas, y el hotel de al lado no estaba terminado todavía. Se pasaban día y noche golpeando, dando martillazos, y todos se estaban volviendo locos porque no los dejaban dormir. Yo, simplemente, apagaba el aparato y me iba a dormir.
Carson se rió, mirándola con admiración.
– Eres increíble.
Mientras Carson hablaba con el camarero, Gina se echó hacia atrás en la silla y disfrutó de aquel momento. Por la ventana se veía el mar al anochecer. Estaban encendiéndose las luces en todo el paseo marítimo, dando a la escena un encanto fantasmal.
– ¿Cuándo van a ponerle a Joey su aparato? -preguntó él.
– Dentro de diez días.
– Tres días antes de que cumpla ocho años -comentó Carson-. ¡Tendremos que celebrarlo!
– Pero no le demuestres a Joey que esperas milagros, o que te decepcionas si no ocurren. Oirá cosas, pero al principio estará muy desorganizado.
– Lo sé. Pero será un gran cumpleaños. Volverá a haber esperanza.
– Me pregunto si Joey tendrá esperanzas -dijo Gina.
– Solo se aferra a la fantasía de su madre, que es una falsa esperanza. Nuestro divorcio se hará firme una semana después de su cumpleaños. Casi nueve años más tarde de nuestro matrimonio.
– ¿Te importa? -preguntó ella.
– El pasado es pasado. Hay que dejarlo marchar.
Ella lo miró con ojos celosos, preguntándose si no habría un tono de lamento en sus palabras. ¿Podría dejarlo marchar tan fácilmente como decía él?
– He querido hacerte una pregunta desde el otro día. ¿Qué dijo Joey cuando le pregunté cómo te llamaríamos? Hizo una seña que no comprendí.
– Era la seña para «madre»-dijo Gina.
– ¿Así te ve a ti?
– En cierto modo.
Carson dejó de mirarla un momento y dijo:
– Por algo lo debe decir.
– Bueno, yo he ocupado el papel que debería de haber ocupado Brenda…
– No me refiero a eso. Tú me dijiste que antepusiera sus necesidades, y él te necesita a ti… como madre.
– Pero yo no soy su madre.