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– Podrías serlo… si nos casamos -Carson la oyó suspirar y se apresuró a decir-: No es imposible, ¿no? Formamos una familia perfecta, tú… yo y Joey.

– Carson… -balbuceó ella.

– Si creyera en el destino, diría que nos ha unido. Joey lo vio enseguida. Se volcó en ti desde el primer momento. Te necesita, y yo…

– ¿Sí?

– Tú sabes que te necesito. ¿A quién recurro cuando las cosas no van bien? A la misma persona que acude Joey. Creo que no podría estar sin ti ahora -hizo un ruido de impaciencia-. ¡Maldita sea! Parezco un niño aferrado a las faldas de su madre.

– No, yo jamás pensaría eso de ti -dijo ella con una sonrisa-. Y hay peores cosas en el mundo que ser necesitada.

– Sí, pero no es solo eso. Yo sería un buen marido, Gina, te lo juro. Haría todo lo posible por hacerte feliz. Significas mucho para mí. Me pregunto si lo sabes…

– Bueno, tengo algunos recuerdos del Tren Fantasma.

La sonrisa de Carson casi le hace parar el corazón.

– No has dicho nada. Parecía que ni te habías dado cuenta.

– ¡Oh, sí, lo he notado!

Ella estaba jugando, esperando a que él dijera las palabras que ella quería oír. Ella lo amaba tanto que hubiera sido capaz de aceptarlo en aquel mismo momento, pero tenía que ser cautelosa, y su instinto le decía que se reprimiera.

– Pero como tú no dijiste nada, creí que eran imaginaciones mías -siguió ella.

– No fue así. No creo haberme imaginado que me besaste. Podríamos formar un buen matrimonio. Muchas parejas se forman teniendo menos cosas en común que nosotros.

«Excepto que se aman», pensó ella.

Él tomó su mano y se la acarició.

– Tú me besaste de verdad. Lo sentí. Creo que puedo complacerte. ¿No crees que podríamos ser felices? -preguntó Carson.

Pero para ella no era suficiente. Ella sentía amor por él. En cambio Carson hablaba de afecto.

Al ver que Gina no contestaba, Carson dejó su mano.

– Lo siento. Supongo que ha habido un malentendido -dijo él.

Ella deseaba preguntarle si solo la quería por Joey, y porque estaban tan unidos, pero no tenía sentido hacerlo.

– No ha habido un malentendido -dijo ella, finalmente-. Pero no puedo contestarte ahora. Dame tiempo hasta mañana.

– Por supuesto. Tienes razón. Es una decisión muy importante, pero para mí está tan claro, que pensé que tú también lo habrías pensado -dijo él.

Desde que Carson la había estrechado en sus brazos, ella había pensado constantemente en el matrimonio con él. Lo había soñado y esperado, y ahora el sueño se hacía realidad. Pero había algo que no la convencía.

Caminaron por la playa para regresar al hotel. Carson le tomó la mano. No volvió a hablarle de matrimonio y ella pensó que dejaría el tema para el día siguiente.

Pero, de pronto, dijo:

– Gina… -él le rozó los labios-. Bésame… Quiero sentir que me besas…

– Carson, por favor…

– Esto es muy valioso. Lo sé. Créeme.

La besó con energía, como si quisiera convencerla de lo bien que podían estar los dos juntos. Para ella era muy difícil rechazar lo que deseaba su corazón.

Debía de haberse puesto de pie y no dejarse dominar por sus exigencias. Pero ella deseaba estar allí, besándolo.

Se encontró reaccionando apasionadamente, desafiando sus propias advertencias. Pronto recobraría la sensatez, pero todavía no quería recobrarla. Primero disfrutaría de aquel momento, tal vez el último que tendría.

– Di que sí -susurró él-. Sé sensata y di que sí, Gina.

– ¡Sensata!-exclamó ella.

– Es lo que queremos los dos. Puede ir muy bien -él se apartó levemente de ella para poder verle la cara claramente.

Sus pechos estaban subiendo y bajando con la agitación del deseo.

– Si pudiera hacer lo que quisiera, te llevaría a la cama ahora mismo y te haría el amor hasta convencerte. ¿Me dejarías hacerlo?

Ella se reprimió el deseo de echarse en sus brazos y decir que sí. Y, en cambio, agitó la cabeza.

– Estás hablando de una relación para toda la vida -contestó Gina-. No… no… eso sería solo un momento. No voy a decidir de ese modo. Déjame marchar, Carson, por favor.

Carson frunció el ceño, turbado y la soltó. Ella se apartó levemente de él y se apoyó en el espigón, tratando de que no le viera la cara desencajada que tenía.

¿Por qué no podía rendirse simplemente?, pensó con desesperación.

– Lo siento, Gina -dijo Carson al final-. No he querido molestarte, ni ofenderte.

Ella se rió forzadamente y contestó:

– Está bien. No estoy ofendida, pero me has avasallado un poco.

– Me temo que soy un poco así. Da resultado en los negocios, pero supongo que no es forma de cortejar a una dama.

«No me estás cortejando», pensó ella con tristeza. Simplemente le estaba haciendo una oferta que le resultaba beneficiosa.

– ¿He perdido toda posibilidad? -preguntó él-. ¿Quiere decir esto que la respuesta es no?

– No he dicho eso. Tú me has dicho que podía pensarlo hasta mañana. Un trato es un trato.

– Sí. Lo siento. Caminemos hasta el hotel. Dame tu mano. Te prometo que estarás a salvo.

Carson la llevó del brazo, caminando serenamente de regreso al hotel. Cuando llegaron al hotel, Carson la acompañó a su habitación para ver cómo estaba Joey. Al ver que el niño estaba profundamente dormido, sonrió a Gina y se marchó.

Las horas de la noche pasaron lentamente hasta que apareció la primera luz del día. Entonces Gina se levantó y se sentó al lado de la ventana. El hombre al que amaba le había pedido que se casara con ella, y debía de haber sido el momento más feliz de su vida pero su corazón estaba apesadumbrado.

No podía olvidar las palabras de Carson: «El encaprichamiento es mala base para el matrimonio. Lo mejor es que la gente tenga algo en común y que se gusten, pero incluso no demasiado».

Ahí estaba lo que Carson le ofrecía, un matrimonio con una distancia cautelosa. Un arreglo sensato entre dos personas que no se pedirían muchas cosas. Que compartiesen intereses, algo de placer físico, pero no amor, porque él no tenía amor para dar, excepto a su hijo. Pero, ¿cuánto duraría el placer cuando se encontrase con su corazón vacío una y otra vez?

Pero abandonar a Carson… No volverlo a ver por el orgullo de no conformarse con lo que le ofrecía él…

¿Por qué darse por vencida tan pronto? Seguramente estaría a tiempo de ganarse su amor.

Su amor, quizá, pero no la pasión desenfrenada que le había dado a Brenda. ¿Podría casarse con él y evitar destruir su relación con el demonio de los celos?

Daba vueltas y vueltas sin encontrar la solución. Al final apoyó la cabeza en la ventana y se adormiló con tristeza. Joey la encontró así.

El día estuvo dominado por una atmósfera poco natural, puesto que a pesar de fingir que no pasaba nada de extraordinario, y de pasear por el puerto y el paseo marítimo, los dos estaban pensando en lo mismo.

Los Leyton se marchaban esa tarde. Se reunieron para tomar café y visitaron juntos la feria como despedida. Después de acostar a Joey decidieron ir a cenar al restaurante del hotel.

– ¿No te importa que bajemos? -le preguntó Gina a Joey-. Si te despiertas y no estamos aquí…

«Me volveré a dormir», hizo señas el niño.

Durante la cena hablaron de diversas cuestiones, hasta que no pudieron seguir postergando el tema del que tenían que hablar.

– ¿Tienes una respuesta? -le preguntó él.

– Vas a pensar que soy una tonta. He estado pensando y pensando…

– ¿Es una perspectiva tan tremenda que tienes que darle tantas vueltas?

– No, pero… Necesito un poco más de tiempo. Carson, por favor…

– Por supuesto -dijo él cortésmente-. Si has terminado, podríamos dar un paseo.

El camarero trajo la cuenta y Carson la firmó. Luego se tocó el bolsillo y se quedó perplejo.