Le había dado los últimos toques por la mañana antes de que Joey se despertase. Cuando Carson se levantó la encontró en la cocina, de espaldas. Él le besó el cuello. Eso la distrajo, y se le cayó una vela al suelo.
– ¡Mira lo que has hecho!-le dijo ella seriamente.
– Tienes otras velas. Puedes dedicarme un momento, ¿no?
Se abrazaron y ella emergió de sus brazos momentos después.
– No quiero seguir esperando. Quiero decirle lo nuestro a Joey. Podemos casarnos al final del mes que viene -le dijo Carson-. Dime que sí.
– Sí -dijo ella.
¿Qué más podía pedir?
El ruido de unos pasos los alertó. Al rato apareció Joey con cara de alegría. Luego hubo risas y regalos.
Pasaron el día en el parque y fue uno de los días más felices de Joey. El mundo era un lugar con sonidos nuevos. Algunos lo confundían. Tampoco podía distinguir muchos ruidos a la vez, pero estaba aprendiendo.
Por la tarde, Gina llegó a casa y preparó la mesa para el té. La tarta había sido un éxito y ahora tocaba encender las velitas y soplar.
– ¡Sopla!-le dijo a Joey.
Joey tomó aliento y sopló las ocho velitas de una vez, mientras Gina y Carson aplaudían. Después de comer un trozo de tarta, Carson la miró como haciéndole una pregunta, y ella asintió.
– Joey, sabes que Gina se ha transformado en algo muy importante para nosotros, ¿verdad?
Joey asintió.
– Bueno… ¿Qué dirías si…?
La pregunta fue interrumpida por un golpe en la ventana que tenían detrás de ellos. Afuera, una mujer rubia, joven y hermosa, estaba golpeando con una mano y saludando con la otra. Detrás de la cortina Gina no podía ver claramente sus facciones al principio.
Pero luego, sí. Y con horror reconoció a Angelica Duvaine.
De repente, todo pareció ocurrir en cámara lenta. Carson se puso tenso y se quedó paralizado. Joey miró tras la ventana y formó con la boca un silencioso «mamá».
Carson se levantó como si estuviera en un sueño, con movimientos lentos, dudosos. Gina lo observó. Parecía no poder creer lo que veía.
Joey fue el primero en volver a la vida. Se puso de pie de un salto y corrió a la puerta. La abrió y se echó en brazos de la mujer. Carson pareció recobrar la energía para moverse y fue detrás de él. Gina lo siguió y vio que Angelica lo rodeaba con sus brazos y le daba un beso en la boca, mientras Joey se movía excitado y una docena de fotógrafos tomaban fotos.
Angelica Duvaine había llevado a la prensa.
– ¡Maldita sea! ¡Marcharos de aquí!-gruñó Carson.
– No te enfades, cariño -le dijo Angelica con voz seductora-. Tenía que compartir nuestra felicidad con el mundo -se dio la vuelta y volvió a abrazar a Joey. Tenía expresión de madre feliz, pero siempre teniendo cuidado de mirar a las cámaras.
Un hombre con un micrófono dio un paso al frente.
– ¿Tiene algo que declarar, señorita Duvaine?
– Solo que este es el día más feliz de mi vida. Toda mi tristeza ha terminado…
– Entra en la casa -le dijo Carson entre dientes.
– Tengo que marcharme ahora -le dijo Angelica al periodista-. Necesito estar a solas con mi familia… Estoy segura de que lo comprenderán…
Tomó a Carson del brazo y abrazó a Joey con el otro, y los tres entraron en la casa. Gina se hizo a un lado para dejarlos pasar. Angelica la miró sin perderse detalle.
Pero no se molestó en hablar con ella. En cuanto se cerró la puerta, se anticipó a la explosión de ira de Carson agachándose y abrazando a Joey con palabras cariñosas. El niño se abrazó a su madre de un modo que dejaba claro su sentimiento de soledad y abandono.
Gina lo observó, y se dio cuenta de que se había estado engañando. Había intentado acercarse a Joey todo lo posible, y el niño había llegado a quererla realmente, pero, en cuanto aparecía su madre, aquello parecía no tener la más mínima importancia.
¿Y Carson? ¿La olvidaría ahora que había aparecido la mujer a la que había amado apasionadamente?
Estaba aturdida con tantos acontecimientos a la vez. Su boda con Carson, la aparición de Angelica…
– ¡Oh, es estupendo estar en casa!-exclamó Angelica.
– Tienes una llave todavía, me parece recordar -dijo Carson-. Podrías haber entrado directamente.
– ¡Oh! Eso no habría sido tan efectivo, cariño.
– No, no habríamos salido, y la prensa no nos hubiera visto, ¿no es verdad?
– Bueno, debes admitir, que han sido unas fotos encantadoras.
– ¿Cómo te atreves a hacerle eso a Joey?
– A Joey no le importa, ¿no es verdad, cariño?
El niño estaba intentando adaptarse a un huésped con sonidos nuevos. Hizo un sonido que Gina comprendió, pero que hizo que su madre lo mirase con el ceño fruncido.
– ¿Qué? -preguntó Angelica bruscamente.
– Ha dicho «mamá»-le dijo Gina serenamente.
Angelica se irguió y miró de arriba abajo a Gina con sus ojos profundamente azules. Su boca se torció como si hubiera visto algo gracioso. Y Gina, que hasta entonces se había sentido satisfecha consigo, sintió nuevamente que era un ratoncito marrón.
– Creo que no nos han presentado -dijo Angelica.
– Me llamo Gina Tennison. Estoy aquí para ayudar a Joey.
Antes de que Gina pudiera evitarlo, la estrella de cine la rodeó con sus brazos.
– Entonces eres mi amiga -dijo con apasionada sinceridad-. Cualquier persona que ayude a mi querido hijito es mi amiga, y yo soy la suya.
– Debes saber, Brenda, que Gina es mucho más que…
– Carson -Gina lo interrumpió con un tono que era casi un ruego, casi una advertencia-. Ahora, no.
Angelica achicó los ojos. No era una persona muy inteligente, pero tenía un agudo instinto para las cosas que le interesaban. Las palabras de Carson habían sido reveladoras, y la libertad con que Gina había interrumpido a Carson y ese «Ahora, no» la había alertado.
Angelica mantuvo la sonrisa y dijo:
– Háblame de ti. ¿Eres una especie de terapeuta del lenguaje?
– No, soy abogada. Pero soy sorda.
– ¡Oh! ¿De verdad? Debes de ser muy buena leyendo los labios. Pensé que oías.
– Puedo oír, porque llevo un implante, como el de Joey. Pero sigo siendo sorda, como él.
Angelica se rió exageradamente.
– Tonterías. Joey no es sordo ya. Se ha curado.
– No hay cura -le dijo firmemente-. Joey sigue siendo tan sordo como antes. Con tiempo y mucho trabajo llegará a parecer «normal». Pero seguirá siendo sordo.
– ¿De verdad? -dijo Angelica-. Eso no es lo que… Bueno, no importa. Estoy segura de que nos arreglareis de algún modo.
– «¿Nos?»-preguntó Carson.
– Bueno, somos una familia, cariño -dijo Angelica dulcemente-. Tú, yo, y nuestro pequeño. Y los encuentros familiares son ocasiones de alegría.
– ¿Qué diablos te ha hecho volver, Brenda? -preguntó Carson, muy pálido.
– Preferiría que no usaras ese nombre. No soy yo.
– Te he preguntado qué te ha hecho volver. ¿Por qué esta demostración repentina de amor maternal?
Angelica se encogió de hombros.
– Bueno, querido, es algo esperado, especialmente si… ¡Oh, diablos! Una estúpida periodista de una revista descubrió una pista y ha querido causarme problemas.
– Lo han descubierto, ¿verdad? -preguntó Carson con ferocidad-. Alguna persona de ese pequeño mundo de egocéntricos ha descubierto a Joey y ha hecho preguntas molestas, como ¿cómo es posible que la bella Angelica Duvaine tenga un niño enfermo?
– Piensa lo que quieras. Estoy aquí ahora y no puedes hacer nada al respecto.
– ¿No? Podría echarte por esa puerta…
– ¡Oh! No creo que le gustase a Joey -contestó ella, volviéndose hacia el niño-. ¿No es verdad?
Carson no dijo nada. Fue Gina quien contestó.
– No, a Joey no le gustaría.
– ¿No te das cuenta de cuál es su juego? -preguntó Carson.