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– Por supuesto. Pero tienes que aguantarlo, al menos de momento -dijo Gina.

– Él lo aguantará el tiempo que yo quiera -dijo Angelica-. Y ahora, si no te importa, quisiera que nos dejaras solos. Tengo que hablar en privado con mi marido.

– Yo no soy tu marido. Nuestro matrimonio terminó hace mucho tiempo.

– No, según la ley. Hay papeles que dejan muy claro que todavía somos marido y mujer, durante los próximos días, al menos.

– Después de los cuales nuestro divorcio se hará definitivo -dijo Carson.

– ¿Por qué no hablamos de ello más tarde? Ahora quiero disfrutar del cumpleaños de mi pequeño.

Angelica había ido con una montaña de regalos para su hijo. Aparentemente no se había dado cuenta de que su presencia le era suficiente a su hijo para ser feliz. Joey abrió los paquetes entusiasmado, e intentó darle las gracias. Las pocas palabras que pudo pronunciar le salieron distorsionadas y Gina tuvo que interpretarlas. Mientras, la sonrisa de Brenda fue apagándose.

Pero siguió cubriendo a Joey de besos. El niño miraba a su madre, encantado. Y luego a su padre.

Gina se apartó de aquella escena, con el corazón herido.

La casa llevaba un rato en silencio, pero a pesar de que lo intentaba, Gina no podía dormirse.

Miró la habitación de Joey. Estaba dormido. Brenda había hecho una gran representación en el momento de llevarlo a la cama, y el niño no había parecido notar nada.

Tal vez la actriz tuviera un sentimiento maternal auténtico, pensó Gina. Le habría gustado creerlo, por el bien de Joey.

Gina se había marchado a su habitación sin intentar hablar con Carson. Ahora se preguntaba dónde estaría. ¿En su dormitorio? ¿Y Angelica?

Se había olvidado de llevar un vaso de agua a su habitación. Se levantó sigilosamente y bajó a la cocina.

El corredor estaba iluminado apenas por una luz proveniente de una habitación con la puerta abierta. Al llegar al escalón de abajo, se dio cuenta de que se había equivocado y de que Carson y Angelica no estaban en la habitación de Carson. Los vio abrazados en el salón.

Al principio parecía un lío de cuerpos juntos, dos bocas unidas, Angelica medio desnuda, las manos acariciando, incitando a la pasión.

Luego, Gina se aclaró la mente y vio que Carson tenía los brazos a un lado. Eran las manos de Angelica las que se movían y acariciaban su cabeza, sus hombros, intentando despertar el deseo. El hombre estaba inmóvil, esperando fríamente que ella terminase con aquella escena.

Después, Angelica se apartó y soltó una risa de incredulidad.

– No te pongas tan rígido, cariño. Tú y yo siempre hemos ardido, y algunas cosas no mueren. Últimamente he pensado mucho en ti…

Carson no se movió ni habló.

– ¡Oh, cariño! ¿Estás intentando castigarme, haciéndote el difícil? Bueno, será divertido, incluso. ¿Te acuerdas de cuando…?

– Cállate y vete -dijo Carson con voz de hielo, apartándola-. Y no vuelvas a tocarme o lo lamentarás.

– Tienes miedo -dijo Angelica-. Sabes que no puedes resistirte.

– Creo que acabo de comprobar que sí puedo. No, es más sencillo que eso. Me molestas. No hago más que pensar en lo podrida que estás por dentro.

– Comprendo. Se trata de esa santurrona, ¿verdad?

– Voy a casarme con Gina, sí. Y tendremos un verdadero matrimonio, que es mucho más de lo que ha habido entre tú y yo.

– ¡Oh, estás tan seguro de ti mismo! Eso es lo que nunca he podido aguantar de ti. Bueno, no hagas planes para una boda muy pronto. No me conviene divorciarme todavía. No quedaría bien con la historia de la reconciliación que acabo de dar a la prensa. Pero un día… quién sabe. Sé bueno conmigo, y al final probablemente yo seré buena contigo. Mientras tanto siempre podemos…

Angela le acarició el cuello e intentó besarlo, pero Carson se apartó tan violentamente que ella se cayó encima del sofá.

– ¡Eres un desgraciado!-exclamó Angelica-. En Hollywood hacen cola para acostarse conmigo. He tenido… -empezó a decir un montón de nombres.

Pero se quedó hablando sola. Porque Carson se marchó de la habitación.

Gina lo vio salir y subir las escaleras. La encontró en el rellano, apoyada en la pared, casi mareada de lo que acababa de oír y presenciar.

– ¿Has visto todo? -preguntó Carson.

– La he visto intentando besarte…

– Entonces también me has visto rechazarla. No podría acostarme con ella aunque fuera la última mujer sobre la tierra. Me pone enfermo. No me digas que lo has dudado… -Carson se acercó más y vio el brillo de las lágrimas en los ojos de Gina-. ¡Qué tonta eres, cariño mío!-le dijo suavemente-. ¿Realmente crees que puede tenerme nuevamente en su cama?

– No estaba segura -contestó Gina susurrando.

– Bueno, ahora ya lo sabes bien.

Al oír un movimiento en la planta de abajo, Carson la llevó a su habitación. Cerró la puerta y puso las manos en los hombros de Gina, mirándola a los ojos, bajo la tenue luz que entraba por la ventana.

– ¿Realmente has creído eso de mí? -preguntó Carson-. Vamos a casarnos pronto, ¿y has creído que iba a llevar a otra mujer a mi cama?

– Brenda no es solo otra mujer. Te he oído hablar de ella, como si fuera una obsesión imposible de arrancar.

– Tal vez lo fue una vez. Una obsesión enfermiza. Pero la enfermedad se puede curar. Ahora soy un hombre distinto, sano y entero porque apareciste tú en mi vida, con tu generosidad, tu coraje, tu risa. Me había olvidado de que existía la alegría hasta que apareciste tú con aquel coche. Se me había olvidado lo que era el amor hasta que te tuve en mis brazos -la abrazó-. Esto es lo que quiero. ¡Que esa mujer haga lo que quiera! ¡No nos separará!

– Pero Carson, ¿no te das cuenta de que…?

– Olvídala.

Gina pensó que Angelica ya había hecho su maldad, y que había sido suficiente como para que jamás volvieran a estar juntos.

Pero sentir sus labios era maravilloso, y los pensamientos negativos desaparecieron. Habría toda una vida para ellos más tarde. Ahora se rendiría a su amor y luego tendría recuerdos imborrables que atesoraría en la soledad que la esperaba, y de la que él era inconsciente.

Lentamente, Carson le quitó el camisón, dejando su cuerpo desnudo.

– ¿Sabes cuánto hace que te deseo, y cuánto te deseo? -murmuró él.

Gina agitó la cabeza.

– Me hubiera gustado saberlo.

– Te lo demostraré -dijo Carson.

Carson se quitó la ropa también, la tiró con impaciencia y la atrajo hacia él. El primer contacto fue como fuego para los dos. La besó profundamente, intensamente, poseyéndola. Ella se apretó contra él, contenta de entregarse a su deseo, de entregarse a él en cuerpo y alma.

Ella sintió su cuerpo masculino contra el suyo femenino. Lo abrazó, le acarició la espalda, las caderas y muslos. Él se estremeció al contacto de sus dedos suaves al principio, incitantes luego, a medida que iba sanando confianza.

Carson la llevó a la cama y la dejó allí tiernamente. No se dio prisa. Contempló cada línea y curva de su belleza antes de hundir su cara entre sus pechos.

Luego le acarició sus pechos y pezones con la boca. Gina gimió de placer. Ella no podía reconocer dónde empezaba el amor y dónde el deseo, porque estaban unidos en un profundo sentimiento por aquel hombre. Había temido que la pasión de Carson estuviera terminada, pero ahora veía su feroz deseo, aquel que Angelica Duvaine no había podido despertar.

Cuando él la cubrió con su cuerpo, ella deseó entregarle todo su ser. No se había equivocado al elegir vivir aquel momento, porque tal vez sería todo lo que conocería del amor.

Gina lo abrazó apasionadamente, queriendo imprimir en su memoria cada detalle de su cuerpo. Se llevaría el recuerdo de aquella unión, donde sus cuerpos, sus almas y sus corazones habían formado una unidad.

Ella lo abrazó más y susurró su nombre, entregándose a él, sin reservas, sin defensas. Era toda suya. Intentó aferrarse a aquel momento. Porque no habría otra vez.