– Mientras hagas feliz a Joey… Está bien.
– No me des lecciones acerca de mi hijo -dijo Angelica-. Quiero que te marches de aquí, rápidamente.
– No te preocupes. Me voy a marchar. Pero me gustaría hablarte de Joey primero. Hay cosas que tienes que saber de su desarrollo.
– ¿Cómo cuáles? Puede oír ahora, ¿no?
– En cierto modo, pero…
– Bueno, como si no pudiera. No entiendo una palabra de lo que dice. Y en cuanto a las señas…
– Puedes aprenderlas. El señor Page lo ha hecho -agregó Gina-. Estoy segura de que podrá enseñarte.
– Pero, ¿por qué tengo que aprenderlas? Creía que una vez que tuviera ese chisme estaría bien. Pero está igual que antes. Supongo que eso tiene que ver contigo.
– ¿Qué quieres decir con eso?
– ¡Oh, venga! ¿Crees que me engañas? ¡Pobre niño! Te necesita. A ti no te interesa que se mejore demasiado pronto, por si Carson se arrepiente.
Gina estaba furiosa, pero se controló.
– No pienso contestar a eso -dijo cuando pudo hablar con calma-. Pero tienes que saber cómo son las cosas para él.
– De acuerdo, de acuerdo. Tal vez más tarde…
– ¡Cállate y escucha!
Angelica no podía creerlo. Hacía años que nadie le hablaba de aquel modo.
Gina le explicó lo del implante de Joey, y acerca del tiempo y trabajo que le llevaría hablar apropiadamente.
– Bueno, no es lo que pensaba, te digo…
– Tienes que tener paciencia con Joey. Está aprendiendo deprisa, y ahora que te tiene otra vez, está… realmente feliz. Si aprendieses unas pocas señas…
– De ninguna manera. ¡Me pone enferma! Si Joey puede oír ahora, es hora de que se adapte. Y seguramente le irá mejor no teniéndote cerca. Así que… fuera.
Hubo un ruido en la puerta y ambas se dieron la vuelta. Era Joey. Miraba alternativamente a una y a otra mujer. Era difícil saber lo que podía haber escuchado. Angelica estaba de perfil, y no podía leer sus labios, y no habría oído más que un montón de ruidos.
La actriz saludó efusivamente a su hijo, lo que lo hizo sonreír. Luego Joey empezó a hacer señas, y Brenda apretó la boca.
– Ha dicho «Hola, mamá» -le dijo Gina.
– Bueno, puede decirlo entonces, ¿no? -le preguntó Angelica.
– Déjalo que lo haga cuando pueda -le rogó Gina.
– Te he dicho que no te metas, señorita. Joey puede hablar bien si quiere, y lo hará bien cuando no te tenga por aquí.
Angelica cambió el tono y habló a su hijo.
– Vamos, cariño. Puedes hacerlo por mamá, ¿verdad? Ahora di: «Hola, mamá».
El niño lo intentó. Y para ser un niño que llevaba solo unos días oyendo no había estado mal, pero no como para complacer a Angelica.
Angelica hizo una mueca de horror.
– Da igual -dijo entre dientes-. Lo intentaremos más tarde nuevamente.
Carson escuchó parte de la conversación, y tuvo la sensación de estar en una pesadilla. Esta aumentó al saber que Angelica había invitado a la prensa ese día.
– Si cree que voy a permitir que… -dijo Carson.
– Deja que lo haga -dijo Gina-. Tarde o temprano va a hacerlo, mejor ahora, entonces, que estoy aquí para ayudar a Joey. Después, tendré que marcharme.
– ¿Se lo has explicado a Joey? Será duro para él.
– No estoy segura. No soy indispensable. Tengo la sensación de que ni siquiera notará que me he ido.
– Después de todo lo que has hecho por él…
– Los niños son prácticos, cariño. Toman lo que necesitan para sobrevivir, y siguen…
Joey estaba siguiendo a su madre, tratando de comunicarse con ella. Cuando esta no comprendía sus señas, Joey intentaba hablar, y conseguía decir algunas palabras. Lo que él no sabía era que Angelica esperaba que su problema hubiera terminado.
Joey leía sus labios. Su madre le explicó que iban tener otra fiesta a la que asistirían algunos amigos de ella y que debía portarse muy bien. Joey sonrió, disfrutando de la idea de tener otra fiesta, pero preguntándose cuándo querría su madre estar a solas con él, para que pudieran hablar, como lo hacían en sus sueños Como lo hacía con Gina.
Joey pensó que Gina sabría cuál era la respuesta y fue a buscarla. La encontró en su habitación, haciendo las maletas.
«¿Adonde vas?», le preguntó.
– Vuelvo a mi trabajo, cariño. Eso fue lo convenido desde el principio… Que estaría aquí unas semanas.
El niño le dijo que no quería que se marchase.
– Tengo que irme. Tú ya no me necesitas. Ahora tienes a tu mamá.
Joey agitó la cabeza y la movió como si estuviera pensando, como si no se le hubiera ocurrido que no podía tener a las dos.
– Quieres a tu madre, ¿no? -le preguntó Gina.
Joey parecía no comprender leyendo los labios, y ella tuvo que hacer señas.
Joey asintió y sonrió. Luego, se marchó sin decir nada más.
Ella sintió pena. Pero, ¿qué se había pensado? El niño había recuperado a su madre… Y todo iría bien…
Angelica estaba agitada. Se había puesto un vestido elegante y sofisticado y se había arreglado concienzudamente. Cuando vio a Joey frunció el ceño.
– ¿Por qué no te has puesto la ropa que te he comprado? No te quiero ver con esos viejos vaqueros y esa sudadera.
Había hablado demasiado rápidamente para comprender, y Gina, que lo había seguido hasta la habitación, interpretaba sus palabras.
– ¡Por el amor de Dios! ¡No me digas que no ha comprendido eso! ¿Qué es, mudo o algo así?
– No, es muy inteligente -dijo Gina-. Pero no ha podido ver tus labios y todavía no conoce las palabras por sonidos.
– Bueno, ponle la ropa que le he traído. Es de diseño, y me ha costado muy cara. ¿Qué está diciendo?
Joey estaba haciendo señas.
– Dice que la ropa es pequeña. Ha crecido mucho últimamente. ¿Tiene mucha importancia lo que se ponga?
– Está bien. Déjalo. Pero haz que agarre esto -Angelica tomó un balón de fútbol y se lo dio a Joey-. Te gusta el fútbol, ¿verdad?
El niño agitó la cabeza.
– Tonterías. Por supuesto que te gusta. A todos los niños les gusta el fútbol.
Carson entró en la habitación. Había oído la última parte de la conversación.
– No le gusta -dijo-. Le aburre. Está interesado en el mundo marino.
– ¿En qué?
– En los peces, para que lo entiendas tú.
– Bueno, si crees que voy a dejar que la gente lo vea con un pez… ¡Por supuesto que le gusta el fútbol!
Joey agitó la cabeza.
– ¡Sí! Te gusta. A todos los niños les gusta. Así es como se sabe que son chicos.
Joey intentó explicarle, usando palabras, puesto que ella no comprendía las señas. Angelica escuchó los sonidos incoherentes que salían de su boca, y se quedó helada.
– Mira. No quiero que hagas esto. Quédate callado, ¿de acuerdo? -dijo Angelica poniéndose a la vista del niño.
Pero en su necesidad de explicarle, el niño la ignoró. Su cerebro iba mucho más rápido que su capacidad de hablar y emitió un lío de sonidos y se excitó cada vez más.
Angelica se puso nerviosa también. Se levantó e intentó apartarse de él, pero Joey le sujetó el brazo para hacerla escuchar.
– Sí, sí… -dijo Angelica, intentando mantener su sonrisa-. Bien, bien, pero ahora, no. Ten cuidado… mi vestido.
Él no pudo seguirla. Se sujetó más fuertemente y dijo:
– Momi… Momi…
En su nerviosismo no se dio cuenta de que había un vaso de batido encima de la mesa. Su manga lo rozó y lo tiró sin querer, con el resultado de que el batido de fresa salpicó el bonito vestido de Angelica.
– ¡Mira lo que has hecho!-gritó a Joey-. ¿Qué pasa contigo, chico? Pensé que ahora eras normal…
Gina se puso tensa al ver la cara de Joey. Había leído los labios de Angelica sin problema. También la había oído, sin distinguir todas las palabras, pero recibiendo toda la malevolencia de su tono.