En aquel momento, Joey comprendió lo que pasaba con su madre, y sus ojos se llenaron de lágrimas.
Gina se acercó al niño para que supiera que ella estaba allí, pero sin presionarlo.
Angelica se recompuso, dándose cuenta de que acababa de arruinar una representación. Y se esforzó por sonreír.
– Tengo que ir a cambiarme. No tengo mucho tiempo. La prensa llegará enseguida. ¿No has querido estropear el vestido de mamá, verdad?
Joey no contestó. Solo la miró.
– Espero que no tengas ese aspecto de tonto cuando vengan a hacerte fotos -dijo Angelica.
– Nadie va a hacerle fotos -dijo Carson-. Esta farsa se ha acabado. ¡Vete de aquí, ahora!
Angelica se rió.
– No, cariño… Si no hablas en serio. Haces una montaña de un grano de arena.
– No he dicho nada más en serio en mi vida. Recoge tus cosas y márchate.
– No seas tonto. La prensa llegará en un momento.
– Sí. Y si estás aquí todavía, les contaré una historia que hará que te miren de otro modo.
Angelica se jugó la última carta. Miró a Joey y gritó:
– Tú no quieres que me vaya, ¿verdad, cariño?
El niño no contestó. Pero se quedó mirándola fijamente.
– Tú quieres que me quede. Tú quieres a mamá, ¿verdad?
Joey la miró en silencio durante un largo rato, luego se acercó a Gina y le tomó la mano.
– Sí -dijo claramente.
Al principio Gina se preguntó si había comprendido bien.
Luego, se dio cuenta de que el niño la miraba.
– Ya tienes la respuesta, Brenda -dijo Carson.
– ¡No me llames así!
– Te he aguantado por Joey, pero ahora que hasta él ha visto lo que eres, ya no aguantaré. Si causas algún problema, le daré una información a la prensa que terminará con tu imagen y destruirá lo que te queda de carrera.
– No puedes hacer eso -dijo Angelica-. No debes… es todo…
– Es lo único que te queda -dijo Carson-. Sí. Tenías un marido y un hijo que te adoraban, pero los despreciaste. Así que ahora ambos han elegido otra cosa, una mujer de verdad, con corazón, a la que amarán toda la vida. Y ahora ve y haz las maletas. Habrá un taxi esperándote cuando bajes.
– Os creéis muy listos vosotros dos -dijo Angelica-. Pero yo tengo amigos aún. Les diré lo que me has hecho, que me has echado para reemplazarme por una terapeuta del lenguaje…
– Es abogada.
– No -dijo Gina-. Terapeuta del lenguaje suena mejor, ¿no, Angelica? Alguien que comprende a Joey y que lo ayuda. Tú eres una madre abnegada, ¿verdad? Así que eso es lo que quieres: lo mejor para tu hijo, aunque hagas un sacrificio.
– ¿Qué?
– Te han tratado muy mal -siguió Gina-. Tendrás la solidaridad de la gente.
– ¡Gina!-exclamó Carson.
Pero Gina no le hizo caso.
– Si lo planeas bien, la primera entrevista saldrá el día del divorcio definitivo.
– ¿La primera entrevista? -preguntó Angelica.
– Estoy segura de que alguien como tú puede matar dos pájaros de un tiro. Carson y yo nos casaremos en pocas semanas. Te haré saber la fecha, y podrás dar otra entrevista que realmente nos arruinará el día. Pero tú conseguirás notoriedad.
Angelica sonrió maliciosamente. Gina la miró con desprecio y pena a la vez. ¡Como si Angelica pudiera arruinar su felicidad con Carson!
Los ojos de las dos mujeres se encontraron. Hubo un trato en el silencio.
– Por supuesto -dijo Angelica-. Por mi niño, seré capaz de hacer el sacrificio… Aunque eso signifique renunciar a mi marido y mi casa…
Angelica habló lentamente, como haciendo cálculos. Por un momento, todos pudieron imaginarse los titulares que la proclamarían una mártir.
– Y como ni Carson ni yo vamos a hablar con la prensa -agregó Gina-. Nadie va a contradecirte.
– Tú dices eso, pero, ¿y tú? -se dirigió a Carson-. ¿Habla ella por ti también?
– Por supuesto -dijo él, disgustado-. Quítate de mi vista. Y yo me quitaré de la tuya.
– Pero tú y Joey debéis estar en contacto -dijo Gina rápidamente-. Dentro de poco, cuando él pueda hablar bien, es posible que te vayamos a visitar y tú y él podréis…
Angelica se dio la vuelta, de manera que quedó frente a Gina y en cambio el niño no podía verle la cara.
– De verdad, es todo tuyo -dijo Angelica; luego se dirigió a Carson y dijo-: Que el taxi esté aquí en diez minutos.
Angelica subió y en pocos minutos bajó y se marchó sin mirar atrás.
Joey miró la partida de su madre en silencio, de pie, cerca de Gina. Lo habían herido, pero en otro sentido, había llegado el fin de su dolor. Como su padre, había elegido, y para siempre.
Cuando estuvieron solos, tiró de la mano de Gina y le dijo con señas:
«¿No te vas a marchar?».
– No, me voy a quedar, cariño.
– Yo me aseguraré de que así sea -dijo Carson.
Joey tocó la manga de su padre, señaló a Gina y puso sus manos juntas.
– No conozco esa seña, hijo -dijo Carson.
– Quiere decir casarse -dijo Gina.
– Sí, vamos a casarnos -dijo Carson.
«¿Cuándo?», preguntó el niño.
– El mes próximo.
Joey hizo otro gesto.
– Sí, así es. Los tres -dijo Carson.
– ¿Has comprendido eso? -preguntó Gina.
– Sí, porque tú me has enseñado. Sin ti, jamás lo habría comprendido -dijo Carson.
– Haz la seña, Carson. Te he oído decirlo, pero me gustaría ver cómo lo dices con señas.
Carson asintió. La miró, cruzó sus manos y se las puso en el corazón.
– Nos amamos -dijo, haciendo la seña al mismo tiempo.
Lucy Gordon