– ¡Oh, no! Tengo un implante que me ayuda. Puedo oír casi todo, pero si hay ruido de fondo, a veces no oigo algunas palabras.
– Comprendo -dijo él, con pesar-. Nunca pensé…
– ¿Por qué iba a imaginarlo? Excepto en algunos casos, soy como todo el mundo.
– Sí por supuesto. Perdóneme. Solo estaba pensando…
Gina lo miró. Sabía en qué estaba pensando exactamente. Estaba acostumbrada a la gente que se echaba atrás cuando oía la palabra «sorda», que no podían soportar ni la idea.
Pero le sorprendió que le pasara con aquel hombre. Había estado tan segura de que era especial, que había confesado su problema sin preocuparse. Ahora se sentía decepcionada al pensar que se había equivocado.
Para su alivio, vio a Dan yendo deprisa hacia ella.
– Cariño, siento mucho llegar tan tarde. Ocurrió algo…
Carson se levantó rápidamente.
– Supongo que esta es su cita. No la entretendré -asintió con cortesía a Dan y se marchó.
– ¿Quién era ese? -preguntó Dan, dándole un beso en la mejilla.
– Carson Page. He golpeado a su coche.
– ¡Dios santo! ¿Ese es Carson Page, el auténtico? Querida, no debiste dejarlo marchar tan fácilmente. Es un gran hombre.
– No, no lo es. Es como todos los demás.
Al día siguiente por la tarde la recepcionista llamó para decirle que habían llevado algo para Gina. Dulcie estaba muy ocupada con la correspondencia, así que Gina salió de su despacho. Y así fue como vio llegar a Carson Page, acompañado de un niño de unos ocho años. El niño tenía una cara pálida e inteligente, y parecía nervioso.
Philip Hale llegó y saludó efusivamente a Carson, este le contestó con cortesía pero con una mesura que habría alertado a un hombre más sutil que Hale.
Era curioso, pero el niño no mostraba ningún interés ni atención en la conversación que estaban manteniendo los adultos. Como si fuera…
Ella debía de estarse imaginando cosas, pensó Gina.
Carson no dio muestras de haberla visto, y siguió a Philip Hale llevando al niño por el hombro.
– Me pregunto qué le ocurre a ese niño -le dijo Gina a la joven recepcionista.
– Pobre niño. Sus padres no se hablan, lo usan como arma. Al parecer el señor Page está intentando impedir que su ex tenga acceso a Joey.
– ¡Eso es terrible!
Su idea de Carson Page se vino abajo.
Volvió a su oficina y se puso a trabajar. Al rato se echó atrás en la silla, bostezó y se estiró. Era por la tarde. El sol estaba caliente.
Miró por la ventana y exclamó:
– ¡Dios santo!-se puso de pie.
– ¿Qué está haciendo ese niño ahí?
Era Joey Page. Estaba dando vueltas por la calle, al parecer sin importarle las furiosas motos a su alrededor. Un coche casi lo atropello. Un motorista le gritó, pero el niño solo parecía sorprendido, como si lo que hubiera a su alrededor no fuera real.
– ¡Oh, Dios!-susurró ella-. No sabe… No puede…
Salió corriendo de su oficina, atravesó la zona de recepción y salió a la calle, rogando llegar a tiempo.
Llegó hasta el niño y lo sujetó por el brazo. El niño se quiso soltar, pero ella lo agarró más firmemente y lo llevó nuevamente a la acera.
– ¿En qué estabas pensando? -le preguntó ella sin aliento-. ¡Podrían haberte atropellado!
– Yaa… yaaa… yaaa… -el niño la miró severamente y se soltó.
Detrás de su furia, el niño parecía aturdido, como si las palabras de Gina no significaran nada para él. Y entonces ella estuvo segura de algo que había sospechado. Se agachó para que el niño pudiera ver sus labios.
– Eres sordo, ¿verdad? -le dijo lentamente.
– ¡Ahha!-gritó él.
Tenía un gesto triste. Y ella sabía quién lo privaba de su madre.
– No bajes a la carretera -le dijo hablando lenta y claramente-. Es peligroso -ella intentó ponerle la mano en el hombro.
– ¡Aaaa!-gritó el niño.
– ¡Joey!-dijo una voz detrás del niño-. ¡Basta!
Cuando Gina alzó la vista, vio a Carson con el ceño fruncido.
– Es inútil que le grite. No le oye -dijo Gina.
– Sí. Lo sé.
Carson le hizo darse la vuelta y mirarlo. El niño volvió a gritar. Hacía un ruido impresionante, como si fuera un animal enloquecido, pero Gina se dio cuenta de que temblaba.
Ella conocía aquella frustración que solo encontraba alivio en la rabia. La expresión abrumada de Carson le trajo un montón de recuerdos, e instintivamente Gina rodeó al niño con su brazo.
– Yo soy su padre. Lo llevaré.
Gina sintió una rabia que no pudo contener.
– Si es su padre, ¿cómo lo ha dejado que saliera solo a la calle? ¿No sabe que los niños sordos son muy vulnerables en la carretera?
– No me hacen falta lecciones sobre mi hijo -contestó él.
– Yo creo que sí. Un padre como es debido protegería a su hijo.
Él la miró furioso.
– Tiene problemas -gritó ella-. No puede oír. Eso significa que necesita más amor y cuidado, no menos. Necesita a su madre.
– ¡Ya está bien!-exclamó Carson-. Usted no sabe nada. Y ahora, si quiere ayudar, ¿por qué no lo intenta traer dentro?
Gina llevó al niño hasta el edificio. Por suerte, no había nadie en la oficina de Philip Hale.
– Le agradezco el que lo haya rescatado, y las molestias que se ha tomado… -dijo Carson.
– No es ninguna molestia. Le traeré… -se interrumpió y se puso donde Joey podía verla-… galletas de chocolate con leche -terminó de decir muy claramente-. ¿Te apetece?
El niño asintió. Su expresión era beligerante aún, pero cuando ella intentó irse de la oficina, Joey le agarró la mano firmemente. Daba la impresión de sentirse a salvo finalmente, y de que no quisiera perder esa seguridad. Gina llamó a Dulcie por el teléfono interno y le pidió que llevase la comida y la bebida.
– Enseguida las traerán -le dijo a Joey.
Pero el niño frunció el ceño. No había comprendido.
– Las traerán enseguida -repitió ella lentamente y con énfasis.
Aquella vez el niño asintió, y Gina le sonrió. El niño tardó en devolverle la sonrisa, y cuando lo hizo, apenas duró.
Era como su padre, pensó ella.
Tenía la cara redonda y unas facciones muy definidas que empezaban a parecerse a las de Carson. En su rostro se reflejaba cierto carácter y el movimiento de sus cejas sugería un toque de humor. Detrás de la barrera de la sordera se estaba desarrollando una fuerte personalidad, pensó Gina.
Cuando Dulcie entró con las galletas, la cara de Joey se iluminó. Pero, antes de tocarlas, miró a su padre. A Gina le pareció que había habido algo de aprensión en su mirada, y volvió a sentir rabia.
– Le tiene miedo -lo acusó.
– Le tiene miedo a todo -dijo Carson.
– Por supuesto. Cuando eres sordo, el mundo da miedo, pero debería apoyarse en usted para superarlo. Usted es su padre. Debería interponerse entre su hijo y las cosas que lo amenazan.
– ¡No sé cómo hacerlo!-gritó, contrariado, como si le molestase admitir una debilidad.
– Podrían haberlo atropellado en la calle, pero usted no lo ha rodeado con sus brazos. En lo único que pensaba era en pedirme disculpas. Como si yo importase, al lado de él.
Gina vio por el rabillo del ojo que se estaba acercando Philip Hale.
– ¿Por qué no trae a Joey a mi oficina mientras usted se ocupa de sus negocios? -le dijo ella.
– Gracias.
– Ven. Nos llevaremos esto -tomó la bandeja con galletas y leche y salieron juntos.
Afortunadamente, Gina encontró su oficina vacía, lo que le daría tiempo de hablar con Joey y suavizar su angustia.
– Soy Gina -dijo finalmente, poniéndose donde pudiera verla-. ¿Cómo te llamas?
Ella sabía que se llamaba Joey, pero quería que se lo dijera él. Sería una forma de empezar a comunicarse.
El niño la miró, luego desvió la mirada. Luego la volvió a mirar.