– Todos se ríen de él -le dijo ella.
Luego le contó cómo había conocido a su padre y que había tenido que entrar trepando por atrás.
El niño se rió.
– Hazlo -le dijo ella, y abrió el maletero.
Cuando llegaron, la casa de Carson estaba en completo silencio. No estaba la señora Saunders, pero el teléfono empezó a sonar.
Era el hospital local.
– La señora Saunders nos pidió que llamásemos a este número y que dejáramos un mensaje. Sufrió un accidente en el que estaban implicados un coche y una moto. No ha sufrido daños graves, pero estará ingresada aquí varios días.
Gina le contó a Joey lo que había pasado, insistiendo en que la señora Saunders no lo había abandonado deliberadamente. Pero el niño estaba más interesado en el hecho de estar con Gina. Estaba feliz.
– Bien. Hagamos de esto una aventura.
Encontró huevos y beicon para cenar, y un poco de helado en el congelador.
Hablaron en silencio y comieron contentos.
La personalidad de Joey estaba cada vez más clara para Gina. Era un niño vivaz, valiente, e inteligente, con un claro sentido del humor. Y cuando entraba en su tema favorito, el mundo marino, era imparable.
Cuando estaban recogiendo la mesa sonó el teléfono. Probablemente sería Carson, para decir que se retrasaría.
Pero la voz era femenina y seductora.
– No creo conocerte.
– Mi nombre es Gina Tennison y estoy aquí para cuidar a Joey.
– Bueno, soy Angelica Duvaine. Por favor, llama a Carson.
– No está. Se ha retrasado por una reunión.
– ¡Oh! Lo creo. ¡Él y sus reuniones! No tiene tiempo para su esposa, pero sí para esas malditas reuniones.
– Pero Joey está aquí. Se alegrará de que haya llamado. Iré a buscarlo.
– ¿Para qué? Quiero decir, no me oye, ¿no es cierto? -dijo irritada.
– No, pero yo puedo transmitirle el mensaje con señas.
– Mira, ¿puedes dejarle un mensaje a Carson?
– Tomaré el mensaje cuando haya hablado con Joey -dijo Gina firmemente-. Iré a buscarlo.
Oyó un suspiro desde el otro lado de la línea.
Cuando volvió, Gina le preguntó:
– ¿Qué le digo de su parte?
– Bueno, dile hola, y que espero que se esté portando bien.
– ¿Le digo que usted lo quiere? -preguntó Gina, reprimiéndose la rabia por el bien del niño.
– Sí… Sí, dile eso.
Gina hizo las señas.
– El niño pregunta dónde está.
– Estoy en Los Angeles.
– Quiere saber si lo echa de menos.
– Por supuesto que lo echo de menos. Es mi pequeño.
Gina pasó las señas y Joey se puso contento.
Gina transmitió el mensaje con más entusiasmo del que puso la mujer, para que el niño se sintiera mejor.
Luego, se abrió la puerta de entrada, y apareció Carson.
Asintió para saludar a Gina y fue hacia la cocina.
– Espere -le gritó Gina-. Es su exesposa. Está al teléfono. Un momento -volvió al receptor y dijo-: Joey.
Carson pareció darse cuenta de lo que estaba pasando. Estaba con el ceño fruncido.
«Mamá se tiene que marchar ahora, pero dice que te quiere…», dijo Gina por señas.
– Joey dice que la quiere también, mucho -transmitió Gina a Brenda-. Y quiere saber cuándo…
Gina se interrumpió cuando Carson le quitó el teléfono.
– Brenda, ¿a qué estás jugando?
Gina se llevó a Joey. Afortunadamente el niño estaba demasiado contento para que le afectara la actitud brusca de su padre. Ella intentó no escuchar la conversación, pero Carson no se molestó en bajar la voz.
– Te he dicho que te entendieras con mi abogado, y no representes ese acto de madre sufriente, porque no me engañas ya. Me has engañado durante años, en relación a eso y a otras cosas. Pero ahora, no.
Carson colgó violentamente y fue hasta donde estaba Gina.
– ¿A qué diablos estaba jugando? ¿No ve que es una farsa?
– Pero para él es muy importante…
– ¿Y cómo va a sentirse cuando se dé cuenta de que sus expectativas no se cumplen? ¿No se ha parado a pensar en eso?
– No -admitió ella-. Solo quería hacerlo un poco feliz. No he pensado en lo que pasaría después. Lo siento.
– ¡Menuda tontería!
De pronto se dio cuenta de que su hijo lo estaba mirando y dijo:
– Hola, hijo.
El niño vio que su padre extendía la mano hacia él. Carson era torpe, pero se notaba su afecto en el modo en que le despeinaba el pelo. Y cuando Joey lo rodeó con sus brazos, Carson le devolvió el abrazo. Gina lo observó, y luego desvió la mirada antes de que la viera.
– Hemos comido -le dijo Gina, siguiéndolo a la cocina-. Pero le prepararé algo.
– ¿Qué ha pasado con la señora Saunders?
– Está en el hospital, la atropellaron en la calle. No es grave, pero estará ingresada unos días.
– ¡Unos días!-repitió Carson-. ¡Maldita sea! Siento que haya tenido un accidente, por supuesto, pero no tiene derecho a dejar solo a Joey, ni un momento.
– Estoy de acuerdo. Pero él se ha arreglado muy bien. Recordó mi dirección desde el otro día, la escribió y se la dio a un taxista. Realmente es un niño brillante.
– Sí. Sabe perfectamente a quién ir, ¿no? -preguntó él.
Ella notó que él se sentía herido. No había querido interrumpir su reunión, pero le dolía que Joey ni siquiera hubiera intentado recurrir a él siquiera.
– Sabe lo ocupado que está… -empezó a decir ella.
– No se moleste… -le dijo él contrariado-. Dígame qué va a pasar ahora… sin la señora Saunders.
– Bueno, evidentemente yo voy a estar aquí hasta que vuelva ella -dijo Gina-. Creí que ya lo había decidido.
– Yo… iba a preguntarle si es posible que se ocupe de nosotros por un tiempo -dijo Carson, escogiendo las palabras cuidadosamente-. Da la impresión de que puede ocuparse de lo que sea.
Ella sonrió.
– Supongo que puedo ocuparme de Joey y de usted.
– ¿De ambos?
– De ambos. Joey es el más fácil.
– Gracias -dijo él-. No sé qué haría si usted no estuviera aquí.
Ella escribió un número en un trozo de papel y se lo dio.
– Es el teléfono de la casa de George Wainright. Puede hablar con él, mientras acuesto a Joey.
– ¿Parece que me conoce, no?
– Bueno, no es difícil -dijo ella algo indignada-. Doy por hecho que nos avasallará, y no me equivoco cada vez que lo pienso.
– ¿Y cree que no soy más que eso, una apisonadora?
Ella recordó el primer día, y pensó que no. Había algo más en él, algo que le había hecho ver la parte graciosa del choque y que lo había hecho actuar generosamente y acercarse a ella, pero luego se había echado atrás.
– Creo que es una apisonadora cuando le viene bien -dijo ella.
– Y cree que me viene bien muchas veces, ¿no?
– Puesto que es virtualmente mi jefe ahora, no sería muy propio contestar a esa pregunta.
– ¿Y siempre hace lo que es propio? -preguntó él.
– Sabe que no. Es por eso por lo que tengo problemas en el trabajo… Porque me he excedido.
De pronto, él sonrió.
– Diga lo que quiera. No lo diré.
Ella no pudo remediar sonreír. Luego dijo:
– Voy a acostar a Joey. ¿Por qué no hace esa llamada?
– Lo que usted diga.
Gina bajó a la media hora. Joey se había dormido contento. Carson la estaba esperando.
– ¿Podemos hablar?
– Me temo que tendrá que ser más tarde. Si voy a quedarme aquí, tengo que ir a casa y traer ropa.
– ¿Va a tardar mucho?
– Intentaré no tardar. Un par de horas, quizás.
– La llevaré en mi coche… No, no puedo dejar solo a Joey, ¿verdad? Es una pena, puesto que ya está en la cama…
– Carson, tarde o temprano tendrá que aprender estar solo con él.
– Sí. No se me da muy bien esto, ¿verdad?
– Está intentando hacer lo que puede.