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– No, ése fue accidente-le aparta la mano de la nariz y le alcanza un pañuelo Chuchupe-. El mocoso ya se había consolado, venía otra vez a Casa Chuchupe y se ocupaba con las chicas de lo más bien.

– Pero en la cama las hacía llamarse a todas Olguita-se suena y devuelve el pañuelo Chupito-. ¿No te acuerdas cómo nos reíamos espiándolo, mamy? Se arrodillaba y les besaba los pies imaginándose que eran ella. Se mató por amor, estoy seguro.

– Yo sé pol qué dudas, mujel de hielo-se toca el pecho el Chino Porfirio-. Poque a ti te falta lo que a

Chupón y a mí nos sobla: colazón.

– Pobre, la compadezco señora Leonor-se estremece Pochita-. Si yo, que sólo conozco el crimen de oídas y de leídas, tengo pesadillas y me despierto creyendo que están crucificando al cadetito, cómo no va a estar usted medio loca, habiendo visto a la criatura con sus propios ojos. Ay, señora Leonor, hablo de eso y se me escarapela el cuerpo, le digo.

– Vaya Olguita, se ha pasado la vida haciendo estragos-filosofa Chuchupe-. Y apenas regresa de Manaos me la pescan trabajando en plena vermouth del cine Bolognesi con un teniente de la Guardia Civil. ¡Las cosas que habrá hecho en el Brasil!

– Una mujer de rompe y raja, como a mí me gustan -se muerde los labios Chupito-. Bien servida de aquí y de acá, un álamo de alta y hasta parece que inteligente.

– ¿Quieres que te ahogue en el río, feto de piojo?-le da un empujón Chuchupe.

– Era una broma para hacerte rabiar, mamy-brinca, la besa, suelta una carcajada Chupito-. Para mi corazoncito sólo tú existes. A las otras, las veo con los ojos de la profesión.

– ¿Y el señor Pantoja ya la contrató?-dice Chuchupe-. Qué bueno sería verlo caer por fin en las redes de una mujer: los enamorados siempre se ponen blandos.

Él es demasiado recto, le hace falta.

– Quiele, pelo no le alcanza la platita-bosteza el Chino Porfirio-. Ah, qué sueño, lo único que no me

gusta del Sevicio son estas levantadas al alba. Ahí llegan las muchachas, Chupón.

– Pude darme cuenta desde que baje del taxi-se entrechocan los dientes de la señora Leonor-. Pero no me di, Pochita, pese a que noté el Arca más llena que otras veces y a que todo el mundo estaba, no sé, medio histérico. Rezaban, lloraban a gritos, había electricidad en el aire. Y, encima, esos truenos y relámpagos.

– Buenos días, visitadoras contentas y alegres-canta Chupito-. A ver, me van formado cola para la revista médica. Por orden de llegada y sin pelearse. Como en el cuartel, como le gusta a Pan Pan.

– Que ojos de mala noche, Pichuza-la pellizca en la mejilla el Chino Porfirio-. Se nota que no te basta el Servicio.

– Si sigues trabajando por tu cuenta, no durarás mucho aquí-advierte Chuchupe-. Ya se lo has oído mil veces a Pan-Pan.

– Hay incompatibilidad entre visitadora y puta, con perdón de la expresión-sentencia el señor Pantoja-.

Ustedes son funcionarias civiles del Ejército y no traficantes del sexo.

– Pero si no he hecho nada, Chuchupe-le muestra las uñas a Porfirio, se da una palmada en el trasero y zapatea Pichuza-. Tengo mala cara porque estoy con gripe y me desvelo en las noches.

– Ya no hable de eso, señora Leonor-la abraza Pochita-. El médico le ha recetado no pensar en ese niño y lo mismo a mí, acuérdese. Dios mío, pobre criatura.

¿Seguro que ya estaba muertecito cuando lo vio? ¿O agonizaba todavía?

– Juré que no pasaría más la revista médica y no la voy a pasar, Chupo-se coloca los puños en las caderas Pechuga-. Ese enfermero es un vivo, a mi no me pone nunca más la mano encima.

– Entonces te la pondré yo-grita Chupito-. ¿No has leído ese cartel? Lee, lee ¿qué mierda dice?

– "Las ordenes se obedecen sin dudas ni murmuraciones"-lee Chuchupe.

– ¿No has leído este otlo?-grita el Chino Porfirio-.

Ya tiene más de un mes colgado ahí.

– "Solo se puede alegar contra una orden después de cumplirla"-lee Chuchupe.

– No los he leído porque no sé leer-se ríe Pechuga-.

Y a mucha honra.

– La Pechuga tiene razón, Chuchupe-se adelanta Peludita-. Ése es un abusivo, la revista médica es su gran viveza para aprovecharse. Con el cuento de buscar enfermedades, nos mete la mano hasta el cerebro.

– La última vez tuve que darle un sopapo-se rasca la espalda Coca-. Me mando un mordisco aquí, justo donde me dan esos calambres que usted sabe.

– A la cola, a la cola y no protesten que el enfermero también tiene su corazoncito-da palmadas, sonríe, las arrea Chuchupe-. No sean malagradecidas, qué más quieren que el Servicio las haga examinar y las tenga siempre sanitas.

– ¡Formen cola y vayan pasando, chuchupitas!-ordena Chupito-. Pan-Pan quiere que los convoyes estén listos para la partida cuando él llegue.

– Sí, creo que ya estaba, ¿acaso no dicen que lo clavaron apenas comenzó el aguacero?-le tiembla la voz a la señora Leonor-. Por lo menos, cuando yo lo vi no se movía ni lloraba. Y mira que lo vi desde muy, muy cerca.

– ¿Le transmitió al general Scavino mi solicitud? -apunta a una garza que se asolea en la rama de un árbol, dispara y falla el capitán Pantoja-. ¿Acepta recibirme?

– Lo espera en la Comandancia a las diez de la mañana-mira al animal alejarse aleteando frenético

sobre los árboles el teniente Bacacorzo-. Pero aceptó a regañadientes, ya sabe que el Servicio de Visitadoras no ha contado nunca con su aprobación.

– Lo sé de sobra, en siete meses sólo he podido verlo una vez-vuelve a levantar la escopeta y dispara contra la caparazón vacía de una tortuga y la hace brincar con el polvo el capitán Pantoja-. ¿Cree que es justo, Bacacorzo? Encima de que se trata de una misión difícil, Scavino me tiene entre ojos, me cree un personaje tenebroso. Como si yo hubiera inventado el Servicio.

– No lo ha inventado, pero ha hecho maravillas con él, mi capitán-se tapa los oídos el teniente Bacacorzo-. El Servicio de Visitadoras es ya una realidad y en las guarniciones no sólo es aprobado sino aclamado.

Debe sentirse satisfecho de su obra.

– Todavía no puedo, qué esperanza-arroja los cartuchos vacíos, se limpia la frente, vuelve a cargar la escopeta y se la pasa al teniente el capitán Pantoja-. ¿No se da cuenta? La situación es dramática. A costa de economías y de grandes esfuerzos, aseguramos 500 prestaciones semanales. Eso nos saca muelas, nos tiene boqueando. ¿Y sabe que demanda deberíamos cubrir?

¡Diez mil, Bacacorzo!

– Tiempo al tiempo-apunta apenas a un arbusto, dispara y mata una paloma el teniente Bacacorzo-. Estoy seguro de que con su tenacidad y su sistema de trabajo, conseguirá llegar a esos diez mil polvitos, mi capitán.

– ¿Diez mil semanales?-arruga la frente el general Scavino-. Es una exageración delirante, Pantoja.

– No, mi general-se colorean las mejillas del capitán Pantoja-: una estadística científica. Mire estos organigramas. Se trata de un cálculo cuidadoso y, más bien, conservador. Aquí, vea: diez mil prestaciones semanales corresponden a la "necesidad psicológico biológica primaria". Si intentáramos cubrir la "plenitud viril" de clases y soldados, la cifra sería de $3.200 prestaciones semanales.

– ¿Cierto que el pobre angelito sangraba todavía de sus manitos y de sus piecesitos, señora?-balbucea, abre mucho los ojos, la boca Pochita-. ¿Que todos los hermanos y hermanas se empapaban con la sangre que chorreaba del cuerpecito?

– Me va a dar un sincope jadea el padre Beltrán-.

¿Quién le ha metido en la mollera esa aberración?

¿Quién le ha dicho que la plenitud viril sólo se alcanza fornicando?

– Los más destacados sexólogos, biólogos y psicólogos, Padre-baja los ojos el capitán-Pantoja.

– ¡Le he dicho que me llame comandante, carajo!-ruge el padre Beltrán.

– Perdón, mi comandante-choca los talones, se confunde, abre un maletín, saca papeles el capitán Pantoja-. Me he permitido traerle estos informes. Son extractos de obras de Freud, de Havelock Ellis, de Wilhelm Steckel, de Selecciones y del doctor Alberto Seguín, nuestro compatriota. Si prefiere consultar los libros, los tenemos en la biblioteca del centro logístico.

– Porque además de mujeres, también distribuye pornografía por los cuarteles-golpea la mesa el padre Beltrán-. Lo sé muy bien, capitán Pantoja. En la guarnición de Borja, su ayudante el enano repartió estas inmundicias: Dos noches de placer y Vida, pasión y amores de María la Tarántula.

– A fin de acelerar la erección de los números y ganar tiempo, mi comandante-explica el capitán Pantoja-.

Lo hacemos de manera regular, ahora. El problema es que no tenemos suficiente material. Son ediciones fenicias, se deterioran al primer manoseo.

– Tenía sus ojitos cerrados, la cabecita caída sobre el corazón, como un Cristo chiquito junta las manos la señora Leonor-. De lejos parecía un monito, pero el cuerpo tan blanco me llamó la atención. Me fui acercando, llegué al pie de la cruz y entonces me di cuenta. Ay, Pochita, me estaré muriendo y todavía veré al pobre angelito.

– O sea que no fue una vez, ni iniciativa de ese enano satánico-aceza, suda, se ahoga el padre Beltrán-. Es el mismísimo Servicio de Visitadoras quien regala esos folletos a los soldados.

– Los prestamos, no hay presupuesto para regalarlos-aclara el capitán Pantoja-. Un convoy de tres a cuatro visitadoras tiene que despachar en una jornada a cincuenta, sesenta, ochenta clientes. Las novelitas han dado buen resultado y por eso las usamos. El número que va leyendo estos folletos mientras hace la cola, termina la prestación dos y tres minutos antes que el que no. Está explicado en los partes del Servicio, mi comandante.

– Lo habré oído todo antes de morirme, Dios mío-manotea en el perchero, coge su quepí, se lo pone y se cuadra el padre Beltrán-. Nunca imaginé que el Ejército de mi Patria iba a caer en semejante podredumbre.

Esta reunión es muy lastimosa para mí. Permítame retirarme, mi general.

– Siga nomás, comandante-le hace una venia el general Scavino-. Ya ve en qué estado lo pone a Beltrán el maldito Servicio de Visitadoras, Pantoja. Y con razón, claro. Le ruego que en el futuro nos ahorre los detalles escabrosos de su trabajo.