– Cuánto siento lo de tu suegra, Pochita-destapa la olla, prueba con la punta de la cuchara, sonríe, apaga la cocina Alicia-. Habrá sido terrible para ella ver eso ¿Sigue siendo hermana? ¿No la han molestado? Parece que la policía está metiendo presa a toda la gente del Arca, en busca de los culpables.
– ¿Para qué ha pedido esta audiencia? Ya sabe que no quiero verlo por aquí-consulta su reloj el general Scavino-. Cuanto más claro y más breve sea, mejor.
– Estamos totalmente desbordados-se angustia el capitán Pantoja-. Hacemos esfuerzos sobrehumanos para ponernos a la altura de nuestras responsabilidades.
Pero es Imposible. Por radio, por teléfono, por carta nos abruman con solicitudes que no estamos en condiciones de satisfacer.
– Qué mierda pasa, en tres semanas no ha llegado un solo convoy de visitadoras a Borja-se enfurece, sacude el auricular, grita el coronel Peter Casahuanqui-. Tiene usted a mis hombres melancólicos, capitán Pantoja, me voy a quejar a la superioridad.
– Pedí un convoy y me mandaron una muestra-mordisquea la uña del dedo meñique, escupe, se indigna el coronel Máximo Dávila-. ¿Se le ocurre que dos visitadoras pueden atender a ciento treinta números y a dieciocho clases?
– Y qué quieres que haga si no hay más chicas disponibles-mueve las manos, ensaliva el aparato de radio Chuchupe-. ¿Que ponga putas como las gallinas ponen huevos? Además, te mandamos sólo dos pero una era Pechuga, que vale diez. Y por último ¿desde cuándo me usteas tú, Cocodrilo?
– Voy a quejarme a la Comandancia de la V Región por sus discriminaciones y preferencias, punto seguido-dicta el coronel Augusto Valdés-. La guarnición del río Santiago recibe un convoy cada semana y yo uno cada mes, punto. Si cree que los artilleros son menos hombres que los infantes, coma, estoy dispuesto a demostrarle lo contrario, coma, capitán Pantoja.
– No, a mi suegra no la han molestado, pero Panta tuvo que ir a la Comisaría a explicar que la señora Leonor no tenía nada que ver con el crimen-Pochita prueba también la sopa y exclama te salió regia, Alicia-. Y un policía vino a la casa, a hacerle preguntas sobre lo que había visto. Qué va a seguir siendo hermana, no quiere oír hablar del Arca y al Hermano Francisco lo crucificaría por el mal rato que pasó.
– Todo eso lo sé de sobra y me entristece-asiente el general Scavino-. Pero no me sorprende, cuando se juega con fuego uno se quema. La gente se ha enviciado Y. naturalmente, quiere más y más. El error estuvo en comenzar. Ahora no se podrá parar la avalancha, cada día seguirán aumentando las solicitudes.
– Y cada día voy a poder servirlas menos, mi general -se aflige el capitán Pantoja-. Mis colaboradoras están exhaustas y no puedo exigirles más, corro el riesgo de perderlas. Es imprescindible que el Servicio crezca.
Le pido autorización para ampliar la unidad a quince visitadoras.
– En lo que a mí concierne, denegado-respinga, agrava el rostro, se frota la calva el general Scavino-.
Por desgracia, la última palabra la tienen los estrategas de Lima. Trasmitiré su pedido, pero con recomendación negativa. Diez meretrices a sueldo del Ejército son más que suficientes.
– Le he preparado estos informes, evaluaciones y organigramas sobre la ampliación-despliega cartulinas, señala, subraya, se afana el capitán Pantoja-. Es un estudio muy cuidadoso, me ha costado muchas noches de desvelo. Observe, mi generaclass="underline" con un aumento presupuestario del 22%, dinamizaríamos el volumen operacional en un 60%: de 500 a 800 prestaciones semanales.
– Concedido, Scavino-decide el Tigre Collazos-.
La inversión vale la pena. Resulta más barato y más efectivo que el bromuro en los ranchos, que nunca dio resultado. Los partes hablan: desde que entró en funciones el SVGPFA han disminuido los incidentes en los pueblos y la tropa está más contenta. Déjalo que reclute esas cinco visitadoras.
– ¿Pero y la Aviación, Tigre?-se revuelve en la silla, se levanta, se sienta el general Scavino-. ¿No ves que tenemos a toda la Fuerza Aérea en contra? Nos ha hecho saber varias veces que desaprueba el Servicio de Visitadoras. También hay oficiales del Ejército y de la Marina que lo piensan: ese organismo no congenia con las Fuerzas Armadas.
– Mi pobre vieja se había encariñado con esos locos del Arca, señor Comisario-cabecea avergonzado el capitán Pantoja-. Iba de cuando en cuando a Moronacocha a verlos y a llevarles ropita para sus niños. Una cosa rara, ¿sabe?, ella nunca había sido dada a las cosas de la religión. Pero esta experiencia la ha curado, le aseguro.
– Dale esa plata, cucufato, y no reniegues tanto-se ríe el Tigre Collazos-. Pantoja lo está haciendo bien y hay que apoyarlo. Y dile que a las nuevas reclutas las elija ricotonas, no te olvides.
– Me da usted una inmensa alegría con la noticia, Bacacorzo-respira hondo el capitán Pantoja-. Ese esfuerzo va a sacar al Servicio de un gran apuro, estábamos al borde del colapso por exceso de trabajo.
– Ya ve, salió con su gusto, puede contratar a cinco más-le entrega un comunicado, le hace firmar un recibo el teniente Bacacorzo-. Qué le importa tener en contra a Scavino y a Beltrán si los jefazos de Lima, como Collazos y Victoria, lo respaldan.
– Naturalmente que no molestaremos a su señora mamá, no se preocupe, capitán-lo toma del brazo, lo acompaña hasta la puerta, le da la mano, le hace adiós el Comisario-. Le confieso que va a ser difícil encontrar a los crucificadores. Hemos detenido a 150 hermanas y a 76 hermanos y todos lo mismo. ¿Sabes quién clavo al niño? Sí. ¿Quién? Yo. Uno para todos y todos para uno, como en los tres mosqueteros, esa película de Cantinflas, ¿la vio?
– Además, me va a permitir dar un cambio cualitativo al Servicio-relee el comunicado, lo acaricia con la yema de los dedos, dilata la nariz el capitán Pantoja-. Hasta hoy elegía al personal por factores funcionales, era sólo cuestión de rendimiento. Ahora, por primera vez entrará en juego el factor estético artístico.
– Carambolas -aplaude el teniente Bacacorzo-.
¿Quiere decir que se ha encontrado una Venus de Milo aquí en Iquitos?
– Pero con los brazos completos y una carita de resucitar cadáveres-tose, pestañea, se toca la oreja el capitán Pantoja-. Discúlpeme, tengo que irme. Mi señora está donde el ginecólogo y quiero saber cómo la encuentra. Sólo faltan dos meses para que nazca el cadetito.
– ¿Y si en vez de cadetito le nace una visitadorcita, señor Pantoja?-echa a reír, calla, se asusta Chuchupe-. No se moleste, no me mire así. Ah, nunca se le pueden hacer bromas, es usted demasiado serio para sus años.
– ¿No has leído esa consigna, tú que debes dar aquí el ejemplo?-señala la pared el señor Pantoja.
– "Ni bromas ni juegos durante el servicio", mami -lee Chupito.
– ¿Por qué no está lista la unidad para la inspección?-mira a derecha e izquierda, chasquea la lengua el señor Pantoja-. ¿Terminó la revista médica? Qué esperan para hacer formar y pasar lista.
– ¡Formen fila, visitadoras! -hace bocina con las manos Chupito.
– ¡Vuela volando, mamacitas!-corea el Chino Porfino.
– Y ahora nómbrense y numérense-taconea entre las visitadoras Chupito-. Vamos, vamos, de una vez.
– ¡Uno, Rita!
– ¡Dos, Penélope!
– ¡Tres, Coca!
– ¡Cuatro, Pichuza!
– ¡Cinco, Pechuga!
– ¡Seis, Lalita!
– ¡Siete, Sandra!
– ¡Ocho, Maclovia!
– ¡Nueve, Iris!
– ¡Diez, Peludita!
– Entelitas y completas, señol Pantoja-se dobla en una reverencia el Chino Porfirio.
– Se le ha quitado la superstición, pero se está volviendo beata, Panta-traza una cruz en el aire Pochita-. ¿Sabes adónde eran las escapadas de tu mamá que nos tenían tan intrigados? A la iglesia de San Agustín.
– Parte del servicio médico-ordena Pantaleón Pantoja.
– "Efectuada la revista, todas las visitadoras se hallan en condiciones de salir en operación"-descifra Chupito-. "La llamada Coca muestra algunos hematomas en la espalda y brazos, que tal vez perjudiquen su rendimiento en el trabajo. Firmado: Asistente Sanitario del SVGPFA-"
– Mentira, ese degenerado me odia por el sopapo que le aventé, quiere vengarse-se baja el cierre, expone el hombro, el brazo, mira con odio a la Enfermería Coca -. Sólo tengo unos rasguñitos que me hizo mi gato, señor Pantoja.
– Bueno, en todo caso eso está mejor, chola-se encoge bajo las sábanas Panta-. Si con los años le ha dado por la religión, mejor que sea por la verdadera y no por creencias bárbaras.
– Un gato que se llama Juanito Marcano y es idéntico a Jorge Mistral-susurra Pechuga al oído de Rita.
– Que tú ya te lo quisieras aunque sea para Fiestas Patrias-zigzaguea como una víbora Coca-. Tetas de chancha.
– Diez soles de multa a Coca y Pechuga por hablar en filas-no pierde la calma, saca un lápiz, un cuaderno el señor Pantoja-. Si crees que estás en condiciones de salir en el convoy, puedes hacerlo, Coca, ya que te autoriza el servicio sanitario, así que no te pongas histérica.
Y ahora, plan de trabajo de la jornada.
– Tres convoyes, dos de 48 horas y uno que regresa-esta misma noche-emerge de detrás de la formación Chuchupe-. Ya hice el sorteo con los palitos, señor Pantoja. Un convoy de tres chicas al campamento de Puerto América, en el río Morona.
– Quién lo comanda y quiénes lo integran-moja la punta del lápiz en los labios y anota Pantaleón Pantoja.
– Lo comanda este cristiano y van conmigo Coca, Pichuza y Sandra-indica Chupito-. Loco ya está dándole su mamadera a Dalila, así que podemos partir en diez minutos.
– Que Loco se porte bien y no haga las travesuras de siempre, señor Pan Pan señala al hidroavión que se balancea en el río y a la figurita que lo cabalga Sandra-. Mire que si me mato, usted sale perdiendo. Le he dejado mis hijitas en herencia. Y tengo seis.
– Diez soles a Sandra, por el mismo motivo que a las otras-levanta el índice, escribe Pantaleón Pantoja-.