Iquitos, I de noviembre de 1957
Respetable señora Pantoja:
Muchas veces he llegado hasta su puerta para tocarla, pero arrepentida cada vez me he vuelto a casa de mi prima Rosita, llorando, porque acaso no nos ha amenazado siempre tu esposo diciendo han de ir al infierno antes que acercarse a mi hogar. Pero estoy desesperada y viviendo ya el infierno, señora, compadézcase de mí, hoy que es el día de nuestros muertos queridos. De aquí me voy a rezar a la iglesia de Punchana por todos tus muertos, señora Pantoja, sé buena, yo sé que usted lo es, he visto lo linda que es tu hijita con su carita tan santa como la del niño mártir de Moronacocha. Le contaré que cuando nació tu hijita todas tuvimos tanta alegría allá en Pantilandia, le hicimos su fiesta a tu esposo y lo emborrachamos para que estuviera más feliz con la bebita, ha de ser como un angelito de alma blanca venido del cielo, nos decíamos entre nosotras. Así ha de ser, yo lo sé, me lo sé, me lo secretea el corazón. Usted me conoce, una vez me vio hace como un año o más, esa lavandera que hizo entrar a su casa por equivocación, creyendo que iba a lavarle la ropa. Esa soy yo, señora. Ayúdame, sea buena con la pobre Maclovia, estoy muriéndome de hambre y el pobre Teófilo allá en Borja, me lo tienen preso en el calabozo, a pan y agua me dice en una carta que me trajo un amigo, el pobrecito, todo su pecado es quererme, haga algo por mí, te lo voy a agradecer hasta mi muerte. ¿Cómo quiere pues que viva, señora, si su marido me botó de Pantilandia?
Diciendo que me había portado mal allá en Borja, que yo lo había invencionado para que se escapara conmigo al Teófilo. No fui yo, fue él, me dijo huyámonos a Nieva, que me perdonaba que fuera puta, que me había visto llegar a Borja y el corazón le había hablado diciendo: "Apareció la mujer que andas buscando por la vida."
Tengo un techo gracias al corazón de mi prima Rosita, pero ella también es pobre y no puede mantenerme, señorita, ella te está escribiendo esta carta por mí porque yo no sé. Compadézcase que Dios te lo premiará en el cielo y lo mismo a tu hijita, la he visto en la calle dando sus pasitos y he pensado un niño dios, qué ojitos. Tengo que volver a Pantilandia, háblale a tu marido, que me perdone y me contrate de nuevo. ¿Acaso no le he trabajado siempre bien? ¿Qué disgusto le he dado al señor Pantoja desde que estoy con él? Ninguno, pues sólo éste, unito en un año acaso es
tanto. ¿No tengo derecho a querer a un hombre? ¿A él no se le cae la baba cuando la Brasileña le hace sus mañoserías? Cuídate, señora, esa mujer es mala, ha vivido en Manaos y las putas de allá son bandidas, seguro le estará dando cocimiento a tu marido para tenerlo embrujado y aquí, en un puño. Además, ya se han matado por ella dos hombres, un gringuito santo, dicen y el otro un estudiante. ¿Acaso no lo tiene ya al señor Pan Pan que le saca lo que quiere? Cuídese, esa mujer es capaz de quitártelo y sufrirías, señora. Rezaré para que no te pase.
Háblale, ruégale, señora Pantoja. A mi Teófilo me lo van a tener preso todavía muchos meses y yo quiero ir a verlo pues, lo extraño, en las noches lloro dormida pensando en él. Es mi marido ante Dios, señora, nos casó un padre viejecito, allá en Nieva. Y en el Arca de allá clavamos una gallinita en prenda de amor y de fidelidad. Él no era hermano pero yo sí, desde que vino a Iquitos el Hermano Francisco, Dios lo bendiga, fui a oírlo y me convertí. Yo lo convertí a Teófilo, y se hizo hermano al ver cómo los hermanos nos ayudaron allá en Nieva. Los pobres, por darnos de comer y prestarnos una hamaca han tenido que irse al monte, dejando sus casas y sus animalitos y las cositas que tenían. ¿Es justo que se persiga así a la gente buena que cree en Dios y hace el bien?
¿Cómo voy a ir a ver a Teófilo si no tengo plata para el barco? Y dónde voy a trabajar, el Moquitos es muy rencoroso, no quiere recibirme porque lo deje para entrar a Pantilandia. De lavandera otra vez no quiero, es matador el cansancio y se tiene encima a la policía que se tira todo lo que una gana. No hay donde ir, señora. Bésalo y amáñate bien, como las mujeres sabemos, harás que me perdone y yo iré de rodillas a besarte tus pies. Pienso en mi Teófilo allá en Borja y quiero matarme, clavarme una espinita de chambira en el corazón como hacen los chunchos en las tribus y se acabó la pena, pero mi prima Rosita no me deja y además sé que ni Dios nuestro Señor ni el Hermano Francisco, su capataz aquí en la tierra, me lo perdonarían, ellos quieren a todas las criaturas, hasta a una puta la quieren. Apiádese de mí y que me contrate de nuevo, nunca más le daré el menor colerón, te lo juro por tu hijita, voy a rezar por ella hasta ponerme ronca, señora. Me llamo Maclovia, el ya sabe.
Le agradezco tanto, pues, señora Pantoja, que Dios se lo pague, le beso los pies y lo mismo a tu hijita, con toda mi devoción,
MACLOVIA
Solicitud de baja del Ejército del comandante (CCC) Godofredo Beltrán Calila, jefe del Cuerpo de Capellanes Castrenses de la V Región (Amazonía).
Iquitos, 4 de diciembre de 1957
General de Brigada Roger Scavino
Comandante en jefe de la V Región (Amazonía)
Presente.
Mi generaclass="underline"
Cumplo el penoso deber de solicitar por su intermedio mi baja inmediata del Ejército Peruano, en cuyas filas tengo el honor de servir hace dieciocho años, es decir desde el mismo año en que me ordené sacerdote, y en el que he alcanzado, quiero creer que por mis merecimientos, el grado de comandante. Asimismo, cumplo el tristísimo imperativo moral de devolver al Ejército, a través de Usted, mi superior inmediato, las tres condecoraciones y las cuatro citaciones honrosas con las que, a lo largo de mis años de servicio en el sacrificado y postergado Cuerpo de Capellanes Castrenses (CCC), las Fuerzas Armadas han querido alentar mis esfuerzos y rendir mi gratitud.
Siento la obligación de dejar claramente puntualizado, que la razón de mi apartamiento de esta institución y de estas medallas y diplomas, es la ominosa existencia, como organismo semiclandestino de nuestro Ejército, del llamado Servicio de Visitadoras para Guarniciones, Puestos de Frontera y Afines, eufemístico nombre que cintura, en realidad, un activo y creciente tráfico de rameras entre Iquitos y los campamentos militares y bases navales de la Amazonía. Ni como sacerdote ni como soldado puedo admitir que el Ejército de Bolognesi y de Alfonso Ugarte, que ha constelado la Historia del Perú de acciones nobles y de héroes insignes, descienda al vergonzoso extremo de prohijar en su seno, subvencionándolo con su propio presupuesto y poniendo a su servicio su logística y su cuerpo de Intendentes, al amor mercenario. Sólo quiero recordar la paradoja contrastante que hay en el hecho de no haber conseguido yo, en dieciocho años de insistentes ruegos y gestiones, que el Ejército crease una sección movilizable de sacerdotes, a fin de llevar periódicamente a los soldados de las apartadas guarniciones donde no hay capellán, que son las más, los sacramentos de la confesión y la comunión, y el de que el mencionado Servicio de Visitadoras disponga en la actualidad, apenas al año y medio de creado, de un hidroavión, un barco, una camioneta y un modernísimo equipo de comunicaciones para repartir por todo lo dilatado de nuestra selva, el pecado, la lascivia y, sin duda, la sífilis.
Quiero hacer observar, por fin, que este singular Servicio aparece y prospera justamente cuando, en la Amazonía, la fe católica, religión oficial del Perú y de sus Fuerzas Armadas, es amenazada por una peste supersticiosa que, con el nombre de Hermandad del Arca asola aldeas y pueblos, gana adeptos día a día entre la gente ignorante e ingenua, y cuyo grotesco culto al niño bestialmente sacrificado en Moronacocha se extiende por doquier, incluidos, como se ha comprobado, los cuarteles de la selva. No necesito recordar a Usted, mi general, que hace apenas dos meses, en el Puesto de San Bartolomé, río Ucayali, un grupo de reclutas fanáticos, secretamente organizados en un arca, intentaron crucificar vivo a un indio piro para conjurar una tormenta, lo que debió ser impedido a balazos por los oficiales de la unidad. Y es en este momento, cuando el Cuerpo de Capellanes Castrenses lucha denodadamente contra este flagelo blasfematorio y homicida en el seno de los regimientos amazónicos, cuando la superioridad cree oportuno autorizar y promover el funcionamiento de un Servicio que embota la moral y relaja las costumbres de la tropa. Que nuestro Ejército fomente la prostitución y asuma él mismo la degradante función de la tercería, es un síntoma de descomposición demasiado grave para permanecer indiferente. Si la disolución ética hace presa de la columna vertebral de nuestro país, que son las Fuerzas Armadas, en cualquier momento la gangrena puede extenderse por todo el organismo sacrosanto de la Patria.
Este modesto sacerdote soldado no quiere ser cómplice por comisión ni por omisión de tan terrible proceso.
Lo saluda militarmente,
Comandante (CCC) GODOFREDO BELTRÁN CALILA
jefe del Cuerpo de Capellanes Castrenses de la V Región (Amazonía)
ANOTACIÓN:
Trasládese la presente solicitud al Ministerio de Guerra y al Estado Mayor del Ejército, con recomendación de que:
1. Sea aceptado el pedido de baja del comandante (CCC) Beltrán Calila, por ser su decisión de carácter irrevocable;
2. Se le amoneste suavemente por los términos algo destemplados en que ha fundado su solicitud, y
3. Se le agradezcan los servicios prestados.
Firmado:
general ROGER SCAVINO
comandante en jefe de la V Región (Amazonía)
Emisión de La Voz del Sinchi del 9 de febrero de 1958 por Radio Amazonas
Y dando las dieciocho horas exactas en el reloj Movado que orna la pared de nuestros estudios, Radio Amazonas se complace en presentar a sus queridos oyentes el más escuchado programa de su sintonía:
Compases del vals “ La Contamanina ”; suben, bajan y quedan como fondo sonoro.
¡ LA VOZ DEL SINCHI!
Compases del vals “ La Contamanina ”; suben, bajan y quedan como fondo sonoro.
Media hora de comentarios, críticas, anécdotas, informaciones, siempre al servicio de la verdad y la justicia. La voz que recoge y prodiga por las ondas las palpitaciones populares de la Amazonía Peruana. Un programa vivo y sencillamente humano, escrito y radiado por el conocido periodista Germán Láudano Rosales, el Sinchi.