Breves arpegios.
Hoy, con la misma firmeza y a costa de los riesgos que haya que correr, el Sinchi pregunta: ¿hasta cuándo vamos a seguir tolerando en nuestra querida ciudad, distinguidos radioescuchas, el bochornoso espectáculo que es la existencia del mal llamado Servicio de Visitadoras, conocido más plebeyamente con el mote de Pantilandia en irrisorio homenaje a su progenitor? El Sinchi pregunta: ¿hasta cuándo, padres y madres de familia de la civilizada Loreto, vamos a seguir sufriendo angustias para impedir que nuestros hijos corran, inocentes, inexpertos, ignorantes del peligro, a contemplar como si fuera una kermesse o un circo, el tráfico de hetairas, de mujerzuelas desvergonzadas, de PROSTITUTAS para no hablar con eufemismos, que impúdicamente llegan y parten de ese antro erigido en las puertas de nuestra ciudad por ese individuo sin ley y sin principios que responde al nombre y apellido de Pantaleón Pantoja? El Sinchi pregunta: ¿qué poderosos y turbios intereses amparan a este sujeto para que, durante dos largos años, haya podido dirigir en la total impunidad un negocio tan ilícito como próspero, tan denigrante como millonario, en las barbas de toda la ciudadanía sana? No nos atemorizan las amenazas, nadie puede sobornarnos, nada atajará nuestra cruzada por el progreso, la moralidad, la cultura y el patriotismo peruanista de la Amazonía.
Ha llegado el momento de enfrentarse al monstruo y, como hizo el Apóstol con el dragón, cortarle la cabeza de un solo tajo. No queremos semejante forúnculo en Iquitos, a todos se nos cae la cara de vergüenza y vivimos en una constante zozobra y pesadilla con la existencia de ese complejo industrial de meretrices que preside, como moderno sultán babilónico, el tristemente célebre señor Pantoja, quien no vacila, por su afán de riqueza y explotación, en ofender y agraviar lo más santo que existe, como son la familia, la religión y los cuarteles de los defensores de nuestra integridad territorial y de la soberanía de la Patria.
Breves arpegios. Avisos comerciales en disco y cinta: 30 segundos. Breves arpegios.
La historia no es de ayer ni de anteayer, dura ya nada menos que año y medio, dieciocho meses, en el curso de los cuales hemos visto, incrédulos y estupefactos, crecer y multiplicarse la sensual Pantilandia. No hablamos por hablar, hemos investigado, auscultado, verificado todo hasta el cansancio, y ahora el Sinchi está en condiciones de revelar, en primicia exclusiva para vosotros, queridos radioescuchas, la impresionante verdad. Una verdad de las que hacen temblar paredes y producen síncopes. El Sinchi pregunta: ¿cuántas mujeres-si es que se puede otorgar ese digno nombre a quienes comercian indignamente con su cuerpo-creen ustedes que trabajan en la actualidad en el gigantesco harén del señor Pantaleón Pantoja? Cuarenta, cabalitas. Ni una más ni una menos: tenemos hasta sus nombres. Cuarenta meretrices constituyen la población femenina de ese lupanar motorizado, que, poniendo al servicio de los placeres inconfesables las técnicas de la era electrónica, moviliza por la Amazonía su mercadería humana en barcos y en hidroaviones.
Ninguna industria de esta progresista ciudad, que se ha distinguido siempre por el empuje de sus hombres de empresa, cuenta con los medios técnicos de Pantilandia. Y, si no, pruebas al canto, datos irrefutables: ¿es cierto o no es cierto que el mal llamado Servicio de Visitadoras dispone de una línea telefónica propia, de una camioneta pic-up marca Dodge placa número "Loreto 78256", de un aparato de radio transmisor/receptor, con antena propia, que haría palidecer de envidia a cualquier radioemisora de Iquitos, de un hidroavión Catalina número 37, que lleva el nombre, claro está, de una cortesana bíblica, Dalila, de un barco de 200 toneladas llamado cínicamente Eva, y de las comodidades más exigentes y codiciables en su local del río Itaya como ser, por ejemplo, aire acondicionado, que muy pocas oficinas honorables lo tienen en Iquitos? ¿Quién es este afortunado señor Pantoja, ese Farouk criollo, que en sólo año y medio ha conseguido construir tan formidable imperio? Para nadie es un secreto que los largos tentáculos de esta poderosa organización, cuyo centro de operaciones es Pantilandia, se proyectan en todas las direcciones de nuestra Amazonía, llevando su rebaño prostibulario: ¿ADÓNDE, estimados radioescuchas? ¿ADÓNDE, respetables oyentes? A LOS CUARTELES DE LA PATRIA. Sí, señoras y señores, éste es el pingue negocio del faraónico señor Pantoja: convertir a las guarniciones y campamentos de la selva, a las bases y puestos fronterizos, en pequeñas sodomas y gomorras, gracias a sus prostíbulos aéreos y fluviales. Así como lo oyen, así como lo estoy diciendo. No hay una sílaba de exageración en mis palabras, y si falseo la verdad, que el señor Pantoja venga aquí a desmentirme. Yo, democráticamente, le cedo todo el tiempo que haga falta, en mi programa de mañana o de pasado o de cuando ¿él quiera, para que contradiga al Sinchi si es que el Sinchi miente. Pero no vendrá, claro que no vendrá, porque él sabe mejor que nadie que estoy diciendo la verdad y nada más que la aplastante verdad.
Pero ustedes no han oído todo, estimables radioescuchas. Todavía hay más cosas y aún más graves, si es que cabe. Este individuo sin frenos y sin escrúpulos, el Emperador del Vicio, no contento con llevar el comercio sexual a los cuarteles de la Patria, a los templos de la peruanidad, ¿en qué clase de artefactos piensan ustedes que moviliza a sus barraganas? ¿Qué clase de hidroavión es ese aparato mal llamado Dalila, pintado de verde y rojo, que tantas veces hemos visto, con el corazón henchido de rabia, surcar el cielo diáfano de Iquitos? Yo desafío al señor Pantoja a que venga aquí a decir ante este micrófono que el hidroavión Dalila no es el mismo hidro Catalina número 37 en el que, el 3 de marzo de 1929, día glorioso de la Fuerza Aérea Peruana, el teniente Luis Pedraza Romero, de tan grata recordación en nuestra ciudad, voló por primera vez sin escalas entre Iquitos y Yurimaguas, llenando de felicidad y de entusiasmo progresista a todos los loretanos por la proeza realizada. Sí, señoras y señores, la verdad es amarga pero peor es la mentira. El señor Pantoja pisotea y denigra inícuamente un monumento histórico patrio, sagrado para todos los peruanos, utilizándolo como medio de locomoción de sus equipos viajeros de polillas. El Sinchi pregunta: ¿están al corriente de este sacrilegio nacional las autoridades militares de la Amazonía y del país? ¿Se han percatado de este peruanicidio los respetados jefes de la Fuerza Aérea Peruana, y, principalmente, los altos mandos del Grupo Aéreo número 42 (Amazonía), quienes están llamados a ser celosos guardianes de la aeronave en que el teniente Pedraza cumplió su memorable hazaña? Nosotros nos negamos a creerlo. Conocemos a nuestros jefes militares y aeronáuticos, sabemos lo dignos que son, las abnegadas tareas que realizan. Creemos y queremos creer que el señor Pantoja ha burlado su vigilante atención, que los ha hecho víctimas de alguna burda maniobra para perpetrar semejante horror, cual es convertir, por arte de magia meretricia, un monumento histórico en una casa de citas transeúnte. Porque si no fuera así y, en vez de haber sido engañadas y sorprendidas por el Gran Macró de la Amazonía, hubiera entre estas autoridades y él alguna clase de contubernio, entonces, queridos radioescuchas, sería para echarse a llorar, sería, amables oyentes, para no creer nunca más en nadie y para no respetar nunca nada más. Pero no debe ni puede ser así. Y ese foco de abyección moral debe cerrar sus puertas y el Califa de Pantilandia debe ser expulsado de Iquitos y de la Amazonía con toda su caravana de odaliscas en subasta, porque aquí, los loretanos, que somos gente sana y sencilla, trabajadora y correcta, no los queremos ni los necesitamos.
Breves arpegios. Avisos comerciales grabados en disco y cinta: 60 segundos. Breves arpegios.
Y ahora, estimables radioescuchas, pasemos a nuestra sección: ¡EL SINCHI EN LA CALLE: ENTREVISTAS Y REPORTAJES! No nos vamos a apartar del tema en cuestión, que el Zar de Pantilandia no se duerma sobre sus laureles prostibularios. Ustedes conocen al Sinchi, respetables oyentes, y saben que cuando emprende una campaña en favor de la justicia, de la verdad, de la cultura o de la moral de Iquitos, no ceja en su empeño hasta llegar a la meta, que es contribuir, poniendo siquiera una pajita en la fogata, al progreso de la Amazonía.
Pues bien, esta noche, y como complemento gráfico y directo, como testimonio vivo, dramático y cálidamente humano del mal que hemos denunciado en nuestro COMENTARIO DEL DÍA, el Sinchi va a ofrecerles dos grabaciones exclusivas, obtenidas a costa de esfuerzos y riesgos, que denuncian por sí solas la tenebrosa Pantilandia y la catadura del personaje que la ha creado y labra su fortuna a costa de ella, y quien, llevado por sus ansias crematísticas, no vacila en sacrificar lo más sagrado para un hombre, cual es su apellido, su familia, su digna esposa y su menor hijita. Son dos testimonios terribles en su verdad desnuda y rechinante, que el Sinchi pone en vuestros oídos, queridos radioescuchas, con el ánimo de que conozcan, en todos sus íntimos mecanismos maquiavélicos, el tráfico cotidiano de amores carnales en la inmoral Pantilandia.
Breves arpegios.
Aquí, frente a nosotros, sentada, con una expresión cohibida por su falta de familiaridad con el micrófono, tenemos a una mujer todavía joven y de buen parecer. Su nombre es Maclovia. Su apellido no tiene importancia y, por lo demás, ella prefiere que se ignore, pues, muy humanamente, desea que sus familiares no la identifiquen y no sufran la conocer su verdadera vida, que es, o, perdón, ha sido, fue hasta ahora, la prostitución. Que nadie eche la primera piedra, que nadie se arranque los cabellos. Nuestros oyentes saben muy bien que una mujer, por más bajo que haya caído, siempre puede redimirse, si se le dan las facilidades y la ayuda moral para ello, si se le tienden unas manos amigas. Lo primero para retornar a la vida decente es quererlo. Maclovia, ya lo van a comprobar ustedes en unos instantes, lo quiere. Ella fue lavandera, lavandera entre comillas, claro, ejerció, sin duda por hambre, por necesidad, por fatalidad de la vida, ese oficio trágico: ir ofreciéndose al mejor postor por las calles de Iquitos. Pero luego, y es la parte que nos interesa, trabajó en la viciosa Pantilandia. Ella nos podrá revelar, por eso, lo que se esconde bajo ese nombre circense. Las desgracias de la vida empujaron a Maclovia hacia dicho antro para que un señor equis la explotara e hiciera pingües ganancias con su dignidad de mujer. Pero es preferible que ella misma nos lo diga todo, con su sencillez de mujer humilde, a la que no fue dado estudiar y culturizarse, pero sí adquirir una inmensa experiencia por los maltratos de la vida. Acércate un poquito, Maclovia, y habla aquí, eso mismo. Sin miedo y sin vergüenza, la verdad no ofende ni mata. El micro es suyo, Maclovia.