el que entre las visitadoras presentes estuvieran, en primera fila, las seis mujeres que vivieron con la extinta Brasileña los graves acontecimientos de Nauta en los que aquélla perdió la vida, e incluso la propia Luisa Cánepa, (a) Pechuga, que, como nuestros lectores saben, recibió heridas y contusiones bastante serias por mano de los asaltantes durante el luctuoso suceso (véase en la página 4 una recapitulación en detalle de la emboscada de Nauta y su sangriento final). Pero la sorpresa mayor de la ciudadanía allí reunida fue ver descender de la carroza funeraria, vestido con uniforme de capitán del Ejército y con anteojos oscuros, al promotor jefe del llamado Servicio de Visitadoras, el muy conocido y poco apreciado señor Pantaleón Pantoja, del que hasta ahora nadie, al menos que este diario sepa, conocía su condición de oficial del Ejército.
Lo cual, naturalmente, originó comentarios diversos entre el público.
Al ser bajado de la carroza, se pudo advertir que el ataúd tenía forma de cruz, como es costumbre entre los difuntos que en vida pertenecieron a la Hermandad del Arca, lo que debió parecer asombroso a mucha gente, por existir la sospecha de que la muerte de la Brasileña se debió a cofrades de esa secta religiosa, conjetura que, de otra parte, ha sido enérgicamente desmentida por el profeta máximo del Arca (véase la "Epístola a los buenos sobre los malos" del Hermano Francisco, que publicamos en la página 3, columnas 3 y 4). El ataúd fue bajado de la carroza e ingresado en el camposanto en hombros del propio capitán Pantoja y de sus colaboradores del malquerido Servicio de Visitadoras, todos los cuales vestían riguroso luto, a saber: Porfirio Wong, conocido como el Chino en el barrio de Belén, el suboficial primero AP Carlos Rodríguez Saravia (quien comandaba el barco Eva al registrarse el asalto de Nauta), el suboficial FAP Alonso Pantinaya, (a) Loco, famoso ex- as de la acrobacia aérea, los reclutas Sinforoso Caiguas y Palomino Rioalto y el enfermero Virgilio Pacaya. Llevaron las cintas del ataúd, el mismo que lucía sobre la tapa una elegante y solitaria orquídea, la célebre Leonor Curinchila, (a) Chuchupe, y varias pupilas de ese centro de mal obrar del río Itaya, como ser Sandra, Viruca, Pichuza, Peludita y otras, y el popular Juan Rivera, (a) Chupito, quien exhibía los vendajes y huellas de las numerosas heridas que recibió al pretender rechazar, con típica gallardía loretana, la agresión de Nauta. Cogieron asimismo las cintas del ataúd, dos señoras de cierta edad y de origen humilde, notoriamente condolidas, que se negaron a dar sus nombres y a señalar su relación con la occisa, y a quienes algunos rumores sindicaban como familiares de Olga Arellano Rosaura, que preferían ocultar su identidad debido a las poco recomendables actividades a que se dedicó en vida la joven
crucificada. Apenas estuvo alineado el cortejo en la forma que hemos dicho, a una señal del capitán Pantoja el teniente Luis Bacacorzo, con voz marcial, dio a los soldados de su escolta la orden de ¡Presenten! ¡Armas!, lo que aquéllos obedecieron al instante con garbo y elegancia. Así, en hombros de sus colegas y amigos y entre una doble fila de fusiles que le rendían homenaje, entró al cementerio general de Iquitos la desgraciada Brasileña que perdió la vida a poca distancia de donde nace nuestro río-mar. El ataúd fue llevado hasta el pequeño podio, vecino al Monumento a los Caídos por la Patria, donde una placa recibe al visitante con este apóstrofe sombrío: "ENTRA, REZA, MIRA CON CARIÑO ESTA MANSIÓN; PUEDE QUE SEA TU ÚLTIMA MORADA". Allí, dando muestras de inexplicable malhumor y fastidio, que no dejaron de ser reprobados por la concurrencia, se hallaba el ex capellán del Ejército y actual párroco encargado del cementerio de Iquitos, padre Godofredo Beltrán Calila. El religioso ofició con exagerada rapidez los responsos fúnebres, no pronunció sermón alguno, como se esperaba de él, y abandonó el lugar sin esperar el término de la ceremonia. Acabado el acto religioso, el capitán Pantaleón Pantoja, instalándose frente al ataúd de la malograda Olga Arellano Rosaura, pronunció la perorata que reproducimos en otro lugar de este diario (véase página 3, columna 1), la misma que llevó al funeral a su clímax de sensibilidad y patetismo, al verse interrumpido el capitán Pantoja, en varios momentos de su perorata, por sus propios sollozos, los mismos que eran coreados, como tristes ecos, por los de sus colaboradores mencionados y muchas polillas presentes.
Inmediatamente después, el ataúd fue de nuevo levantado en hombros por los mismos que lo habían ingresado al camposanto, en tanto que otras personas, la mayoría visitadoras y lavanderas, se turnaban en el cogido de las cintas. El cortejo recorrió así el cementerio hasta el extremo sur, donde, en el Pabellón de Santo Tomás, cuartel 17, nicho superior, reposaran los restos de la desaparecida. La colocación del ataúd e instalación de la lápida (en la que sencillamente se lee, en letras doradas: Olga Arellano Rosaura, llamada Brasileña (1936-1959): sus desconsolados compañeros), dio motivo a nuevas efusiones de sentimiento y dolor por su cruenta partida, habiendo prorrumpido muchas mujeres en inconsolable llanto. Luego de un padrenuestro y un avemaría que fueron entonados, a sugerencia de Leonor Curinchila, (a) Chuchupe, por la salud eterna de la fallecida loretana, el cortejo se deshizo. Comenzaban a dispersarse los asistentes hacia sus respectivos domicilios, cuando sobrevino una súbita lluvia, como si el cielo hubiera querido de pronto asociarse al duelo. Eran las doce del día.
Elegía fúnebre del Capitán Pantaleón Pantoja en el entierro de la hermosa Olga Arellano, la visitadora clavada en el Nauta. Reproducimos a continuación, por considerarla del interés de nuestros lectores y por su desgarrada sinceridad y asombrosas revelaciones, la perorata fúnebre que pronunció en el sepelio de la victimada Olga Arellano Rosaura, (a) Brasileña, quien fuera su amigo y jefe, el tan mentado don Pantaleón Pantoja, y quien ha resultado desde ayer, ante la sorpresa general, capitán de Intendencia del Ejército Peruano.
LLORADA Olga Arellano Rosaura, recordada y muy querida Brasileña, como te llamábamos cariñosamente todos los que te conocíamos o frecuentábamos en el diario quehacer:
Hemos vestido nuestro glorioso uniforme de oficial del Ejército del Perú, para venir a acompañarte a éste que será tu último domicilio terrestre, porque era nuestra obligación proclamar ante los ojos del mundo, con la frente alta y pleno sentido de nuestra responsabilidad, que habías caído como un valeroso soldado al servicio de tu Patria, nuestro amado Perú.
Hemos venido hasta aquí, para mostrar sin vergüenza y con orgullo, que éramos tus amigos y superiores, que nos sentíamos muy honrados de compartir contigo la tarea que el destino nos había deparado, cual era la de servir, de manera nada fácil y más bien erizada de dificultades y sacrificios (como tú, respetada amiga, has experimentado en carne propia), a nuestros compatriotas y a nuestro país. Eres una desdichada mártir del cumplimiento del deber, una víctima de la soecidad y villanía de ciertos hombres. Los cobardes que, aguijoneados por el demonio del alcohol, los bajos instintos de la lascivia o el fanatismo más satánico, se apostaron en la Quebrada del Cacique Cocama, en las afueras de Nauta, para, mediante el rastrero engaño y la vil mentira, abordar piratescamente nuestro transporte fluvial Eva y luego aplacar con bestial brutalidad sus inclementes deseos, no sabían que esa belleza tuya, que a ellos los acicateaba delictuosamente, la habías consagrado con exclusividad generosa, a los esforzados soldados del Perú.
LLORADA Olga Arellano Rosaura, recordada Brasileña: Estos soldados, tus soldados, no te olvidan. Ahora mismo, en los rincones más indómitos de nuestra Amazonía, en las quebradas donde es monarca y señorea el anófeles palúdico, en los claros más apartados del bosque, allí donde el Ejército Peruano se ha hecho presente para manifestar y defender nuestra soberanía, y allí donde tú no vacilabas en llegar, sin importarte los insectos, las enfermedades, la incomodidad, llevando el regalo de tu belleza y de tu alegría franca y contagiosa a los centinelas del Perú, hay hombres que te recuerdan con lágrimas en los ojos, y el pecho henchido de cólera hacia tus sádicos asesinos. Ellos no olvidarán nunca tu simpatía, tu graciosa malicia, y ese modo tan tuyo de compartir con ellos las servidumbres de la vida castrense, que, gracias a ti, se les hacían siempre a nuestros clases y soldados más gratas y llevaderas.
LLORADA Olga Arellano Rosaura, recordada Brasileña, como te apodaban, por haber vivido en el país hermano al que te llevaron tus jóvenes inquietudes, aunque -debemos decirlo-no hubiera en ti ni una sola gota de sangre ni un solo cabello que no fueran peruanos:
Debes saber que, junto con los soldados melancólicos, disgregados a lo ancho y a lo largo de la Amazonía, también te lloran y evocan tus compañeras y tus compañeros de trabajo del Servicio de Visitadoras para Guarniciones, Puestos de Frontera y Afines, en cuyo centro logístico del río Itaya fuiste en todo momento una lujosa flor que lo enriquecía y perfumaba, y quienes siempre te admiramos, respetamos y quisimos por tu sentido del deber, tu infatigable buen humor, tu gran espíritu de camaradería y colaboración y tantas otras virtudes que te adornaban. En nombre de todos ellos quiero decirte, refrenando el llanto, que tu sacrificio no habrá sido vano: tu sangre todavía joven, salvajemente derramada, será el vínculo sagrado que nos una desde ahora con más fuerza y el ejemplo que nos guíe y estimule a diario para cumplir nuestro deber con la perfección y el desinterés con que tú lo hacías. Y, finalmente, en nombre propio, déjame darte las gracias más profundas, poniendo el corazón en la mano, por tantas pruebas de afecto y comprensión, por tantas enseñanzas íntimas que nunca olvidaré.
LLORADA Olga Arellano Rosaura, recordada Brasileña: ¡DESCANSA EN PAZ!
Crónica del asalto de Nauta
El crimen de la Quebrada del Cacique Cocama, minuto a minuto: su cortejo de sangre, pasión, sadismo necrofílico e instintos desbocados N. de la R.: El Oriente quiere hacer público su más efusivo agradecimiento al coronel de la Guardia Civil Juan Amézaga Riofrío, jefe de la V Región de Policía y al Inspector Superior de Loreto de la Policía de Investigaciones del Perú (PIP), Federico Chumpitaz Fernández, quienes tienen bajo su responsabilidad la investigación de los trágicos sucesos de Nauta, por habernos facilitado con la mayor amabilidad, sacrificándonos muchos minutos de su precioso tiempo toda la información disponible hasta el momento sobre dicho suceso. Queremos destacar la actitud de cooperación hacia la prensa libre y democrática de estos distinguidos jefes de Policía, a quienes otras autoridades del Departamento deberían tomar como ejemplo.