La conspiración de Requena
A medida que progresa la investigación de los sucesos de Nauta, se descubren elementos que rectifican las primeras versiones difundidas por la prensa escrita y radial sobre lo acaecido. Así, a cada instante se debilita la tesis según la cual el asalto de Nauta y la muerte y crucifixión de Olga Arellano Rosaura, (a) Brasileña, fueron un rito de "sacrificio y purificación por la sangre", ordenado por la Hermandad del Arca, secta de la cual los siete sujetos habrían sido meros instrumentos. De este modo, la fogosa campaña de nuestro colega, Germán Láudano Rosales, en su programa La Voz del Siachi, defendiendo a la Hermandad del Arca y rechazando como falsa la confesión de los delincuentes de haber obedecido órdenes del Hermano Francisco, está cobrando visos de verdad. La conjetura del Sinchi de que dicha confesión es una estratagema de los encarcelados para amortiguar su culpa, parece respaldada por los hechos. Asimismo, los primeros interrogatorios a que han sido sometidos en Iquitos los implicados-llegaron ayer a esta ciudad, por vía fluvial, procedentes de Nauta, donde habían permanecido detenidos desde el 2 de enero-, también han permitido a las autoridades de la Guardia Civil y de la PIP descartar la otra especie que circulaba, según la cual el asalto de Nauta fue producto de la inspiración del momento, hijo de los malos consejos del alcohol, y comprobar, sin lugar a dudas, que estuvo planeado con mucha antelación en sus más mínimos y macabros detalles.
Todo comenzó, al parecer, unos quince días antes de la fecha fatídica, en una reunión social-y no religiosa, como se dijo-celebrada con caracteres de la mayor inocencia, entre un grupo de amigos del pujante pueblo de Requena. La fiesta habría tenido lugar el día 14 de diciembre pasado, en casa del ex alcalde del lugar, Teófilo Morey, con motivo de cumplir éste su cincuenticuatro aniversario. En el curso del ágape, al que asistieron todos los inculpados (es decir: Artidoro Soma, 23 años; Nepomuceno Quilca, 31 años- Caifas Sancho, 28 años; Fabio Tapayuri, 26 años; Fabriciano Pizango, 32 años y Renán Márquez Curichimba, 22 años), se libaron muchas copas de licor, habiendo alcanzado todos los nombrados el estado de embriaguez. Fue en el transcurrir de dicha fiesta que el propio ex alcalde Teófilo Morey, individuo muy conocido en Requena por sus instintos sensuales, su afición a la buena mesa y a las bebidas espirituosas, así como a cosas parecidas, lanzó-según declaración de algunos de sus coacusados-la idea de emboscar a un convoy de visitadoras, cuando éste se hallara de viaje hacia algún campamento militar, para disfrutar a la fuerza de los encantos de las descarriadas. (Como recordarán nuestros lectores, en un primer momento los asaltantes afirmaron que la idea del asalto había surgido durante una misa nocturna del arca de Requena, en la cual se sorteó a siete hermanos para ejecutar la misión decidida por todos los asistentes a la ceremonia, más de un centenar, según dijeron). La idea fue recibida con muestras de aprobación y entusiasmo por los otros inculpados. Todos estos han reconocido que el tema de las visitadoras era frecuente en sus vidas y reuniones, habiendo enviado varias veces protestas escritas a los altos mandos del Ejército, pidiéndoles autorizar a dichas mujeres de malvivir a recibir clientela civil en los pueblos amazónicos que recorrían, y habiéndose dirigido incluso, una vez, en comisión con otros jóvenes de Requena, donde el jefe de la base naval de Santa Isabel, vecina de ese pueblo, para dejar sentada su protesta por el monopolio, a su juicio abusivo, de las Fuerzas Armadas sobre esas expediciones de polillas.
Con estos antecedentes se comprende que la sugerencia del ex alcalde Morey, brindándoles la oportunidad de volcar sus contenidas ansias, fuera recibida con júbilo y verdadero frenesí por los detenidos. No se ha podido determinar todavía si los siete conjurados eran seguidores del Hermano Francisco y asistían con frecuencia a los ritos clandestinos del arca de Requena, como
han dicho, o si esto es totalmente falso, como han afirmado varios apóstoles de la secta, por medio de comunicados enviados a la prensa desde sus escondites, y lo ha refrendado incluso el propio Hermano Francisco (véase página 3, columnas 3 y 4). En esa misma fiesta, se dice, los siete amigos llegaron a trazar los primeros planes y acordaron perpetrar su torcido designio lejos de Requena, para no comprometer el buen nombre del pueblo y para despistar a las autoridades si había una investigación. Asimismo, decidieron averiguar de manera disimulada las fechas de arribo de los próximos convoyes de visitadoras a Nauta o Bagazán, cuyas inmediaciones consideraron ya, desde esa vez, las más propicias para asestar el golpe. El propio ex alcalde Morey se ofreció a conseguir los datos pertinentes, gracias a la estrecha relación que, debido a su cargo edilicio, había mantenido con los oficiales de la base de Santa Isabel.
Y, sin más, poniéndose manos a la obra, los acusados perfeccionaron su plan en el curso de dos o tres reuniones posteriores. Teófilo Morey consiguió, efectivamente, sonsacar mediante mañas al teniente primero de la Armada, Germán Urioste, que un convoy fluvial de seis visitadoras, procedente de Iquitos, recorrería en los primeros días de enero los puestos de Nauta, Bagazán y Requena, estando fijada la llegada al primero de los puntos nombrados el día 2 a eso del mediodía. Reunidos nuevamente en casa del ex alcalde, los siete individuos ultimaron su criminal proyecto, decidiendo emboscar al convoy en las afueras de Nauta, para hacer pensar a las víctimas y a la policía, que los autores del latrocinio sexual eran vecinos de aquella histórica localidad. Al parecer, en este momento habrían concebido la idea de dejar como pista falsa en las cercanías del lugar de la emboscada, una cruz con un animal clavado, para hacer suponer que la operación era obra de los hermanos del arca de Nauta.
A este fin, se equiparon de los correspondientes clavos y martillos, sin sospechar-así lo afirman ellos-que el azar iba a favorecer terriblemente sus planes, ofreciéndoles no un animal para clavar sino el cuerpo de una joven y bella polilla. Los siete sujetos decidieron dividirse en dos grupos y dar cada cual una explicación distinta a los familiares y conocidos para ausentarse de Requena. Es así como un grupo, integrado por Teófilo Morey, Artidoro Soma, Nepomuceno Quilca y Renán Márquez Curichimba, abandonó el lugar el día 29 de diciembre, en una lancha con motor fuera de borda, propiedad del primero de los nombrados, haciendo creer a todo el mundo que se dirigían hacia el lago de Carahuite, donde pensaban pasar las fiestas de fin de año consagrados al sano deporte de la pesca del sábalo y la gamitana. El otro grupo-Caifás Sancho, Fabio Tapayuri y Fabriciano Pizango-partió sólo el 1 de enero al amanecer, en un deslizador perteneciente a este último, asegurando a los conocidos que iban de cacería en la dirección de Bagazán, donde recientemente se había descubierto, merodeando no lejos del pueblo, una manada de jaguares.
Tal como lo habían programado, los dos grupos se dirigieron río abajo, hacia Nauta, pasando sin detenerse ante este pueblo, igual que lo habían hecho ante Bagazán, pues su objetivo era alcanzar, sin ser vistos, un punto situado unos tres kilómetros aguas abajo del nacimiento del Amazonas, nuestro gran río-mar, es decir la Quebrada del Cacique Cocama, denominada así por la leyenda según la cual en ese lugar, los días de mucha lluvia, se divisa flotando cerca de la orilla el fantasma del célebre cacique cocama don Manuel Pacaya, quien, un 30 de abril de 1840, fundara pioneramente, en la confluencia de los ríos Marañón y Ucayali, el progresista pueblo de Nauta. Los siete inculpados habían elegido este lugar, pese al temor que inspiraba a algunos de ellos la superstición mencionada, porque la abundante vegetación que cubre parte del cauce era muy conveniente para su propósito de pasar desapercibidos. Los dos grupos se encontraron en la Quebrada del Cacique Cocama al atardecer del 1 de enero, acampando allí en un bajío y divirtiéndose esa noche en improvisada fiesta. Pues, muy sabidos, habían viajado provistos no sólo de revólveres, carabinas, clavos y mantas para dormir, sino también de sendas botellas de anisado y cerveza, lo que les permitió embriagarse, mientras, sin duda muy excitados y lenguaraces, se extasiaban pensando en el nuevo día que vería convertirse en realidad sus enfermizas maquinaciones y anhelos.
Piratería en la Quebrada del Cacique Cocama
Desde muy temprano, los siete sujetos estuvieron vigilando, subidos a los árboles, las aguas del Amazonas. Para ello se habían premunido de unos prismáticos que se pasaban de mano en mano a fin de tener una visión más aguzada del río. Estuvieron así buena parte del día, pues sólo a las cuatro de la tarde Fabio Tapayuri divisó a lo lejos los colores verdirrojos del barco Eva, que remontaba las aguas ocres del río mar con su codiciada carga. Inmediatamente, los individuos procedieron a ejecutar sus arteros planes. Mientras que cuatro de ellos-Teófilo Morey, Fabio Tapayuri, Fabriciano Pizango y René Márquez Curichimba-ocultaban la lancha con motor fuera de borda en la vegetación de la orilla y permanecían allí escondidos, Artidoro Soma, Nepomuceno Quilca y Caifás Sancho subían al deslizador y avanzaban hacia el centro de la corriente para interpretar su astuto teatro. Yendo a muy poca velocidad se aproximaron a Eva, a la vez que Soma y Quilca comenzaban a hacer ademanes y a dar grandes gritos pidiendo auxilio para Caifás Sancho, diciendo que necesitaba con urgencia ayuda médica por una picadura de víbora. El suboficial primero Carlos Rodríguez Saravia, al escuchar el clamor de los sujetos, ordenó parar la máquina e hizo que subieran al enfermo a bordo de Eva (pues dispone de un botiquín) con el loable propósito de prestar ayuda al simulador Caifás Sancho.
Apenas los tres sujetos consiguieron mediante dicho ardid hallarse a bordo, se quitaron los pacíficos antifaces, sacaron los revólveres que llevaban escondidos y conminaron al suboficial Rodríguez Saravia y a sus cuatro hombres a prestarles obediencia en lo que ordenaran. En tanto que Artidoro Soma obligaba al grupo de seis visitadoras (Luisa Canepa, Pechuga; Juana Barbichi Lu, Sandra; Eduviges Lauri, Eduviges; Ernesta Sipote, Loreta; María Carrasco Lunchu, Flor, y la infausta Olga Arellano Rosaura, Brasileña) y a Juan Rivero, Chupito, que comandaba el grupo, a permanecer encerrados en un camarote, Nepomuceno Quilca y Caifás Sancho, con insultos soeces y amenazas de muerte, exigían a la tripulación de Eva poner nuevamente en marcha el motor y dirigir el barco hacia la Quebrada, donde se hallaba al acecho el resto de la banda. Fue en estas circunstancias, mientras se ejecutaba la maniobra prescrita por los asaltantes, que el avispado timonel Isidoro Ahuanari Leiva, consiguió mediante una ingeniosa mentira (una necesidad natural del organismo) abandonar un momento la cubierta, entrar al puesto de radio y lanzar un desesperado S.O.S. a la base de Nauta, la que, aunque no entendió cabalmente el mensaje, decidió enviar de inmediato río abajo un deslizador con un práctico y dos soldados para ver qué le ocurría a Eva. La nave, mientras tanto, se había inmovilizado en la Quebrada del Cacique Cocama, sitio estratégicamente elegido, pues gracias a la abundante maleza quedaba medio oculta y no era fácil que pudiera ser reconocida desde el centro de la corriente, por las lanchas y motoras de pescadores que recorren nuestro río mar.