– La culpa ha sido de Teófilo Moley y sus compinches, si no es pol ellos nos dejaban en paz-trata de cerrar el baúl, no lo consigue, sienta encima a Chupito, asegura la armella el Chino Porfirio-. Malditos, ellos nos hundielon, ¿no, señol Pantoja?
– En parte sí-pasa una cuerda alrededor del baúl, hace nudos, ajusta Pantaleón Pantoja-. Pero tarde o temprano esto se iba a acabar. Teníamos enemigos muy poderosos dentro del propio Ejército. Veo que te quitaron las vendas, Chupito, ya mueves el brazo como si tal cosa.
– La yerba mala nunca muere-ve las venas saltadas de la frente del Chino Porfirio, el sudor del señor Pantoja Chupito-. Quién va a entender una cosa así. Enemigos por qué. Éramos la felicidad de tanta gente, los soldaditos se ponían tan contentos al vernos. Me hacían sentir un Rey Mago cuando llegaba a los cuarteles.
– El mismo escogió el árbol-junta las manos, cierra los ojos, bebe el cocimiento, se golpea el pecho Rita-, dijo éste, córtenlo y hagan la cruz de este tamaño. El mismo escogió el sitio, uno bonito, junto al río. Les dijo párenla, aquí ha de ser, aquí me lo manda el cielo.
– Los envidiosos que nunca faltan-trae y reparte coca-colas, ve a Sinforoso y Palomino alimentando la fogata con más papeles Chuchupe-. No podían tragarse lo bien que funcionaba esto, señor Pantoja, los progresos que hacíamos gracias a sus invenciones.
– Usted es un genio pa estas vainas-bebe a pico de botella, eructa, escupe el Chino Porfirio-. Todas las chicas lo dicen: encima del señol Pantoja, sólo el Hermano Francisco.
– ¿Y esos casilleros, Sinforoso?-se quita el overol y lo arroja a las llamas, se limpia con kerosene la pintura de manos y brazos el señor Pantoja-. ¿Y el biombo de la enfermería, Palomino? Rápido, súbeme todo eso al camión. Vamos, muchachos, vivo.
– ¿Por qué no acepta usted nuestra propuesta, señor Pantoja?-guarda bolsas de papel higiénico, frascos de alcohol y mercurio cromo, vendas y algodón Chupito-.
Sálgase del Ejército, que le paga tan mal sus esfuerzos, y quédese con nosotros.
– Esas bancas también, Chino-comprueba que no queda nada en la enfermería, arranca la cruz roja del botiquín el señor Pantoja-. No, Chupito, ya les he dicho que no. Sólo dejaré el Ejército cuando el Ejército me deje a mí o me muera. También el cuadrito, por favor.
– Nos vamos a hacer ricos, señor Pantoja, no desperdicie la gran oportunidad-arrastra escobas, plumeros, ganchos de ropa, baldes Chuchupe-. Quédese. Será nuestro jefe y usted ya no tendrá jefes. Le obedeceremos en todo, fijará las comisiones, los sueldos, lo que le parezca.
– A ver, este caballete entre nosotros, ¡arriba, Chino! -resopla, ve que los curiosos han vuelto, se encoge de hombros Pantaleón Pantoja-. Ya te he explicado, Chuchupe, esto lo organicé por orden superior, como negocio no me interesa. Además, yo necesito tener jefes. Si no tuviera, no sabría qué hacer, el mundo se me vendría abajo.
– Y a los que llorábamos nos consolaba su voz de santo, no lloren, hermanos, no lloren, hermanos-se limpia las lágrimas, no ve a Pechuga abrazada por Mónica y Penélope, besa el suelo Milcaras-. Lo vi todo, yo estaba ahí, tome una gota de su sangre y se me quitó el cansancio de caminar horas y horas por el monte. Nunca más probare hombre ni mujer. Ay, otra vez siento que me llama, que subo, que soy ofrenda.
– No dé la espalda a la fotuna, señol-ve que los curiosos se acercan, coge un palo, oye al señor Pantoja decir déjalos, ya no hay nada que ocultar el Chino Porfirio-. Llevando visitadolas a soldados y civiles, vamos a ganal montones.
– Compraremos deslizadores, lanchas, y apenas podamos, un avioncito, señor Pantoja-pita como una sirena, ronca como una hélice, silba " La Raspa ", marcha y saluda Chupito-. No necesita poner medio. Chuchupe y las chicas invierten sus ahorros y con eso alcanza de sobra para comenzar.
– Si hace falta nos empeñaremos, pediremos plata prestada a los bancos-se quita el delantal, el pañuelo de la cabeza, tiene el cabello erupcionado de ruleros Chuchupe-. Todas las chicas están de acuerdo. No le pediremos cuentas, usted podrá hacer y deshacer. Quédese y ayúdenos, no sea malo.
– Con nuestlo capitalito y su coco, levantalemos un impelio, señol Pantoja-se enjuaga las manos, la
cara y los pies en el río el Chino Porfirio-. Ande, decídase.
– Está decidido y es no-examina las paredes desnudas, el espacio vacío, arrincona los últimos objetos inútiles junto a la puerta Pantaleón Pantoja-. Vamos, no pongan esas caras. Si están tan entusiastas, monten el negocio entre ustedes y ojalá les vaya bien, se lo deseo de veras. Yo vuelvo a mi trabajo de siempre.
– Tengo mucha fe y creo que la cosa saldrá bien, señor Pantoja-saca una medallita de su pecho y la
besa Chuchupe-. Le he hecho una promesa al niño mártir para que nos ayude. Pero, claro, nunca como si usted se quedara de jefazo.
– Y dicen que no dio ni un grito, ni soltó una lágrima ni sentía dolor ni nada-lleva al Arca a su hijo recién nacido, pide al apóstol que lo bautice, ve al niño lamer las gotitas de sangre que vierte el padrino Iris-. A los que clavaban les decía más fuerte, hermanos, sin miedo, hermanos, me están haciendo un bien, hermanos.
– Tenemos que sacar adelante ese proyecto, mamá -tira una piedra a la calamina del techo y ve aletear y alejarse un gallinazo Chupito-. ¿Qué nos queda, si no?
¿Volver a abrir un bulín en Nanay? Iríamos muertos, ya no se le puede hacer la competencia a Moquitos, nos sacó mucha ventaja.
– ¿Otra casa en Nanay, volver a las de antes?-toca madera, pone contra, se persigna Chuchupe-. ¿Otra vez enterrarse en una cueva, otra vez ese negocio tan aburrido, tan miserable? ¿Otra vez romperse los lomos para que nos chupen toda la sangre los soplones? Ni muerta, Chupon.
– Aquí nos hemos acostumbrado a trabajar a lo grande, como gente moderna-abraza el aire, el cielo, la ciudad, la selva Chupito-. A la luz del día, con la frente alta. Para mí, lo bacán de esto es que siempre me parecía estar haciendo una buena acción, como dar limosna, consolar a un tipo que ha tenido desgracias o curar un enfermo.
– Lo único que pedía era apúrense, claven, claven, antes de que vengan los soldados, quiero estar arriba cuando lleguen-levanta un cliente en la Plaza 28 de Julio, lo atiende en el Hotel Requena, le cobra 200 soles, lo despide Penélope-. Y a las hermanas que se revolcaban llorando, les decía pónganse contentas, más bien, allá he de seguir con ustedes, hermanitas.
– Las chicas siempre lo repiten, señor Pantoja-abre la portezuela del camión, sube y se sienta Chuchupe-Nos hace sentir útiles, orgullosas del oficio.
– Las dejó mueltas cuando les anunció que se iba-se pone la camisa, se instala en el volante, calienta el motor el Chino Porfirio-. Ojalá en el nuevo negocio podamos enchufales ese optimismo, ese espílitu. Es lo fundamental ¿no?
– ¿Y dónde anda el equipo? Desaparecieron-cierra la puerta del embarcadero, asegura la tranca, echa un vistazo final al centro logístico Pantaleón Pantoja-. Quería darles un abrazo, agradecerles su colaboración.
– Se han ido a la "Casa Mori" a comprarle un regalito-susurra, señala Iquitos, sonríe, se pone sentimental Chuchupe-. Una esclava de plata, con su nombre en letras doradas, señor Pantoja. No les diga que le he contado, hágase el que no sabe, quieren darle una sorpresa.
Se la llevarán al aeropuerto.
– Caramba, qué cosas-hace girar su llavero, asegura el portón principal, sube al camión Pantaleón Pantoja-: Van a acabar poniéndome tristón con estas ocurrencias. ¡Sinforoso, Palomino! Salgan o los dejo adentro, nos vamos. Adiós Pantilandia, hasta la vista río Itaya. Arranca, Chino.
– Y dicen que en el mismo momento que murió se apagó el cielo, eran sólo las cuatro, todo se puso tiniebla, comenzó a llover, la gente estaba ciega con los rayos y sorda con los truenos-atiende el bar del "Mao Mao", viaja en busca de clientes a campamentos madereros, se enamora de un afilador Coca-. Los animales del monte se pusieron a gruñir, a rugir, y los peces se salían del agua para despedir al Hermano Francisco que subía.
– Ya tengo hecho el equipaje, hijito-sortea bultos, paquetes, camas deshechas, hace el inventario, entrega la casa la señora Leonor-. He dejado fuera únicamente tu pijama, tus cosas de afeitar y la escobilla de dientes.
– Muy bien, mamá-lleva maletas a la oficina de Faucett, las despacha como equipaje no acompañado Panta-. ¿Pudiste hablar con Pocha?
– Costó un triunfo, pero lo conseguí-telegrafía a la pensión reserven habitaciones familia Pantoja la señora Leonor-. Se oía pésimo. Una buena noticia: viajara mañana a Lima, con Gladycita, para que la veamos.
– Iré para que Panta abrace a la bebé, pero le advierto que esta última perrada no se la perdonaré nunca a su hijito, señora Leonor-oye las radios, lee las revistas, escucha los chismes, siente que la señalan en las calles, cree ser la comidilla de Chiclayo Pochita-. Todos los periódicos siguen hablando aquí del cementerio y ¿sabe qué le dicen? ¡Cafiche! Sí, sí, CAFICHE. No me amistaré nunca con él, señora. Nunca, nunca.
– Me alegro, tengo tantas ganas de ver a la chiquita -recorre las tiendas del jirón Lima, compra juguetes, una muñeca, baberos, un vestido de organdí con una cinta celeste Panta-. Como habrá cambiado en un año ¿no, mamá?
– Dice que Gladycita está regia, gordita, sanísima. La oí jugando en el teléfono, ay mi nietecita linda-va al Arca de Moronacocha, abraza a los hermanos, compra medallas del niño mártir, estampas de Santa Ignacia, cruces del Hermano Francisco la señora Leonor-.
Pochita se alegró mucho al saber que te sacaban de Iquitos, Panta.
– ¿Ah, sí? Bueno, era lógico-entra en la florería "Loreto", escoge una orquídea, la lleva al cementerio, la cuelga en el nicho de la Brasileña Panta -. Pero no se habrá alegrado tanto como tú. Has perdido veinte años desde que te di la noticia. Sólo te falta echarte a cantar y bailar por las calles.
– En cambio tú no pareces alegrarte nada-copia recetas de comidas amazónicas, compra collares de semillas, de escamas, de colmillos, flores de plumas de ave, arcos y flechas de hilos multicolores la señora Leonor-, y eso sí que no lo entiendo, hijito. Parece que te diera pena dejar ese trabajo sucio y volver a ser un militar de verdad.