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– En estos momentos, el capitán Pantoja es uno de los hombres más populares del Perú-coge un recorte, señala el titular "Elogia Prostitución Capitán del Ejército: Rindió Homenaje a Polilla Loretana" el Tigre Collazos-. ¿De dónde se imagina que viene este pasquín? De Tumbes, qué le parece.

– Es el discurso más leído en la historia de este país, sin la menor duda-revuelve, baraja, desparrama los diarios en el escritorio el general Victoria-. La gente recita párrafos de memoria, se hacen chistes sobre él en las calles. Hasta en el extranjero se habla de usted.

– En fin, en fin, las dos pesadillas de la Amazonía terminaron de una vez por todas-se desabotona la bragueta el general Scavino-. Pantoja mutado, el profeta muerto, las visitadoras hechas humo, el Arca disolviéndose. Esto va a ser otra vez la tierra tranquila de los buenos tiempos. Unos cariñitos en premio, Peludita.

– Siento mucho haber causado inconvenientes a la superioridad con esa iniciativa, mi general-no mueve un cabello, no pestañea, aguanta la respiración, mira fijamente la foto del Presidente de la República el capitán Pantoja-. No fue esa mi intención, ni mucho menos.

Hice una evaluación incorrecta de los pros y los contras. Reconozco mi responsabilidad. Aceptaré la sanción que se me dé por esa falta.

– El gran problema es que no hay castigo lo bastante grave para la monstruosidad que se le antojo hacer allá en Iquitos-cruza los brazos sobre el pecho el Tigre Collazos-. Hizo tanto daño al Ejército con este escándalo que ni fusilándolo le cobraríamos la revancha.

– Le he dado vueltas y más vueltas al asunto y cada vez sigo más lelo, Pantoja-apoya la cara en las manos, lo mira con malicia, sorpresa, envidia, recelo el general Victoria-. Sea sincero, díganos la verdad. ¿Por qué hizo semejante disparate? ¿Estaba loco de pena por la muerte de su querida?

– Le juro por Dios que mis sentimientos por esa visitadora no influyeron absolutamente en mi decisión, mi general-sigue rígido, no mueve los labios, cuenta seis, ocho, doce condecoraciones en el frac del Primer Mandatario el capitán Pantoja-. Lo que he escrito en el parte es la más estricta verdad: tomando esa iniciativa, creí servir al Ejército.

– Rindiendo honores militares a una puta, llamándola heroína, agradeciéndole los polvos prestados a las Fuerzas Armadas-arroja bocanadas de humo, tose, mira su cigarrillo con odio, murmura me estoy matando el Tigre Collazos-. No nos defiendas, compadre. Con otro servicio como éste, nos desprestigiaba para siempre.

– Me apresure, retirándome en vez de dar la última batalla-recuesta la cabeza en la hamaca, mira al cielo y suspira el padre Beltrán-. Te confieso que extraño los campamentos, las guardias, los galones. En estos meses he soñado a diario con espadas, con la corneta de la diana. Estoy tratando de volver a vestir el uniforme y parece que la cosa tiene arreglo. No olvides las bolitas, Peludita.

– Mis colaboradoras estaban profundamente afectadas por la muerte de esa visitadora-desvía un milímetro los ojos, distingue el mapa del Perú, la gran mancha verde de la selva el capitán Pantoja-Mi objetivo era levantarles la moral, animarlas, pensando en el futuro. Yo no podía suponer que el Servicio de Visitadoras iba a ser clausurado. Precisamente ahora, cuando funcionaba mejor que nunca.

– ¿No pensó que ese Servicio sólo podía existir en la clandestinidad más absoluta?-pasea por la habitación, bosteza, se rasca la cabeza, oye campanadas, dice es tardísimo el general Victoria-. Se le advirtió hasta el cansancio que la primera condición de su trabajo era el secreto

– La existencia y las funciones del Servicio de Visitadoras eran conocidas de todo el mundo en Iquitos, mucho antes de mi iniciativa-mantiene los pies juntos, las manos pegadas al cuerpo, la cabeza inmóvil, trata de localizar Iquitos en el mapa de la pared, piensa es ese punto negro el capitán Pantoja-. Muy a pesar mío. Le aseguro que tomé todas las precauciones para evitarlo. Pero en una ciudad tan pequeña era imposible, al cabo de unos meses la noticia tenía que saberse.

– ¿Era esa una razón para que convirtiera los rumores en una verdad apocalíptica?-abre la puerta, indica puede partir cuando quiera, Anita, yo cerraré el coronel López López-. Si quería discursear, por qué no lo hizo en nombre propio y vestido de civil.

– ¿Así que todas lo extrañan mucho? Yo también, éramos buenos amigos, el pobre debe estar helándose de frío-se tiende boca arriba el teniente Bacacorzo.

Pero al menos no lo sacaron del Ejército, se hubiera muerto de tristeza. Sí, hoy así. Manos a la cadera, cabeza echada para atrás y a moverse, Coca.

– Por una equivocada evaluación de las consecuencias, mi coronel-no ladea la cabeza, no mira de soslayo, piensa que lejos parece todo eso el capitán Pantoja-.Estaba atormentado con la idea de que hubiera una desbandada en el Servicio después de lo de Nauta. Y cada vez resultaba más difícil reclutar visitadoras, al menos de calidad. Quería retenerlas, reavivar su confianza y cariño por la institución. Siento mucho haber cometido ese error de cálculo.

– Su equivocación nos viene costando una semana de colerones y de malas noches-enciende un nuevo cigarrillo, chupa, bota humo por la boca y la nariz, tiene los cabellos alborotados, los ojos enrojecidos y fatigados el Tigre Collazos-. ¿Es verdad que pasaba personalmente por las armas a todas las candidatas al Servicio de Visitadoras?

– Era parte del examen de presencia, mi general-enrojece, enmudece, articula atorándose, tartamudea, se clava las uñas, se muerde la lengua el capitán Pantoja-.

Para verificar las aptitudes. No podía fiarme de mis colaboradores. Había descubierto favoritismos, coimas.

– No sé cómo no acabó tuberculoso-aguanta la risa, ríe, se pone serio, vuelve a reír, tiene los ojos con lágrimas el Tigre Collazos-. Todavía no descubro si es usted un pelotudo angelical o un cínico de la gran flauta.

– El Servicio de Visitadoras al agua, el Arca al agua, ya no hay a quien defender y nadie me afloja ni medio -se golpea la barriga, se tuerce, retuerce, chasquea la lengua el Sinchi-. Hay una conspiración general para que me muera de hambre. Esa es la razón de que no te responda y no tu falta de encantos, cara Penélope.

– Terminemos este asunto de una vez-da un golpecito en la mesa el general Victoria-. ¿Es cierto que se niega a pedir su baja?

– Me niego terminantemente, mi general-recobra la energía el capitán Pantoja-. Toda mi vida está en el Ejército.

– Le estábamos regalando una salida cómoda-abre un cartapacio, alcanza al capitán Pantoja un pliego escrito a máquina, espera que lo lea, lo guarda el general Victoria-. Porque podríamos someterlo a consejo de disciplina y ya supone la sentencia: degradación infamante, expulsión.

– Hemos decidido no hacerlo, porque ya está bien de escándalo y por sus antecedentes personales-humea, tose, va a la ventana, la abre, escupe a la calle el Tigre Collazos-. Si prefiere quedarse en el Ejército, allá usted. Se dará cuenta que con ese parte que hemos añadido a su foja de servicios va a pasar una buena temporada sin que sus galones tengan crías.

– Haré todo lo posible para rehabilitarme, mi general -se alegran la voz, el corazón, los ojos del capitán Pantoja-. Ningún castigo será peor que el remordimiento de haber causado un daño involuntario al Ejército.

– Está bien, no vuelva a meter nunca más la pata de esa manera-mira su reloj, dice son las diez, yo me voy el general Victoria-. Le hemos encontrado un nuevo destino bien lejos de Iquitos.

– Se va usted allá mañana mismo y no se mueve de ese sitio lo menos un año, ni siquiera por veinticuatro horas-se pone la guerrera, se sube la corbata, se alisa el cabello el Tigre Collazos-. Si quiere seguir en el Ejército, es indispensable que la gente se olvide de la existencia del famoso capitán Pantoja. Después, cuando nadie se acuerde del asunto, ya veremos.

– Los brazos amarraditos así, las patitas así, la cabeza caída sobre esta tetita jadea, va, viene, decora, anuda, mide el teniente Santana-. Ahora ciérrame los ojos y hazte la muerta, Pichuza. Así mismo. Pobrecita mi visitadora, ay qué pena mi crucificada, mi hermanita del Arca tan rica.

– La guarnición de Pomata, están necesitando un Intendente-cierra las cortinas, echa llave a los armarios, ordena los escritorios, coge un maletín el coronel López López-. En vez del río Amazonas tendrá el lago Titicaca.

– Y en vez del calor de la selva, el frío de la puna -abre la puerta, deja pasar a los otros el general Victoria.

– Y en vez de visitadoras, llamitas y vicuñas-se pone el quepí, apaga la luz, extiende una mano el Tigre Collazos-. Qué bicho raro me había resultado usted, Pantoja. Sí, ya puede retirarse.

– Brrrr, que frío, qué frío-se estremece Pochita-. Dónde están los fósforos, dónde la maldita vela, qué horrible vivir sin luz eléctrica. Panta, despierta, ya son las cinco. No sé por que tienes que ir tú mismo a ver los desayunos de los soldados, maniático. Es muy temprano, me muero de frío. Ay, idiota, me arañaste otra vez con esa esclava, por que no te la quitas en las noches. Te he dicho que son las cinco. Despierta, Panta.

Fin

MARIO VARGAS LLOSA

Nació en Arequipa, Perú, en 1936. Cursó sus primeros estudios en Cochabamba (Bolivia), y los secundarios en Lima y Piura. Se licenció en Letras en la Universidad de San Marcos de Lima y se doctoró por la de Madrid. Ha residido durante algunos años en París, Londres y Barcelona.

En 1958 publicó un libro de relatos, Los jefes, pero su carrera literaria comenzó con la publicación de su novela La ciudad y los perros, ganadora del Premio Biblioteca Breve de 1962. Posteriormente aparecieron La casa verde (1965), Los cachorros (1968), Conversación en la catedral (1970) y La orgía perpetua, un notable ensayo sobre Madame Bovary de Flaubert.

Un amplio eco popular alcanzaron sus novelas posteriores La tía Julia y el escribidor (1977) y, sobre todo, la presente novela Pantaleón y las visitadoras, una espléndida sátira moral sobre el concepto del deber militar.