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3. Que deseoso de dar una fisonomía propia y distinta al SVGPFA y dotarlo de signos representativos que, sin delatar sus actividades al exterior, permitan al menos a quienes lo sirven reconocerse entre sí, y a quienes servirá identificar a sus miembros, locales, vehículos y pertenencias, el suscrito ha procedido a designar el verde y el rojo como los colores emblemáticos del Servicio de Visitadoras, por el siguiente simbolismo:

a. verde por la exuberante y bella naturaleza de la región Amazónica donde el Servicio va a fraguar su destino y

b. rojo por el ardor viril de nuestros clases y soldados que el Servicio contribuirá a aplacar;

Que ha dado ya instrucciones para que tanto el puesto de mando como los equipos de transporte del Servicio de Visitadoras luzcan los colores emblemáticos y que ha mandado hacer, por la suma de 185 soles (recibo adjunto), en la hojalatería "El Paraíso de la Lata ", dos docenas de pequeñas escarapelas rojiverdes (sin ninguna inscripción, por supuesto), susceptibles de ser llevadas en el ojal por los varones y prendidas en la blusa o el vestido por las visitadoras, insignias que, sin romper las normas de discreción exigidas al SVGPFA, harán las veces de uniforme y carta credencial de quienes tienen y tendrán el honor de integrar este Servicio.

Dios guarde a Usted.

Firmado:

capitán EP (Intendencia) PANTALEON PANTO-A

c.c. al general Roger Scavino, comandante en jefe de la V Región (Amazonía)

Adjunto: un recibo.

Iquitos, 26 de agosto de 1956.

Querida Chichi:

Perdona que no te haya escrito tanto tiempo, estarás rajando de tu hermanita que tanto te quiere y diciendo furiosa por qué la tonta de Pocha no me cuenta cómo le ha ido allá, cómo es la Amazonía. Pero, la verdad, Chichita, aunque desde que llegué he pensado mucho en ti y te he extrañado horrores, no he tenido tiempo para escribirte y tampoco ganas (¿no te enojes, ya?), ahora te cuento por qué. Resulta que Iquitos no la ha tratado muy bien a tu hermanita, Chichi. No estoy muy contenta con el cambio, las cosas aquí van saliendo mal y raras. No te quiero decir que esta ciudad sea más fea que Chiclayo, no, al contrario. Aunque Chichita, es alegre y simpática y lo más lindo de todo, claro, la selva y el gran río Amazonas, que una siempre ha oído es enorme como mar, no se ve la otra orilla y mil cosas más, pero en realidad no te lo imaginas hasta que lo ves de cerca: lindísimo. Te digo que hemos hecho varios paseos en deslizador (así llaman acá a las lanchitas), un domingo hasta Tamshiyaco, un pueblito río arriba, otro a uno de nombre graciosísimo, San Juan de Munich y otro hasta Indiana, un pueblito río abajo que lo han hecho prácticamente todo unos Padres y Madres canadienses, formidable ¿no te parece?, que se vengan desde tan lejos a este calor y soledad para civilizar a los chunchos de la selva. Fuimos con mi suegra, pero nunca más la llevaremos en deslizador, porque las tres veces se pasó el viaje muerta de miedo, prendida de Panta, lloriqueando que nos íbamos a volcar, ustedes se salvarán nadando pero yo me hundiré y me comerán las pirañas (que ojalá fuera verdad, Chichita, pero las pobres pirañitas se envenenarían). Y después, a la venida, quejándose de las picaduras porque, te digo, Chichita, una de las cosas terribles aquí son los zancudos y los izangos (zancudos de tierra, se esconden en el pasto), la tienen a una todo el día pura roncha, echándose repelentes y rascándose. Ya ves, hija, los inconvenientes de tener la piel fina y la sangre azul, que a los bichitos les provoca picarte (jajá).

Lo cierto es que si a mí la venida a Iquitos no me ha resultado buena, para mi suegra ha sido fatal. Porque allá en Chiclayo ella estaba feliz, tú sabes cómo es de amiguera, haciendo vida social con los vejestorios de la Villa Militar, jugando canasta todas las tardes, llorando como una Magdalena con sus radioteatros y dando sus tecitos, pero lo que es aquí, eso que le gusta tanto a ella, eso que la hacíamos renegar diciéndole "su vida de conventillo" (uy, Chichi, me acuerdo de Chiclayo y me muero de pena) aquí no lo va a tener, así que le ha dado por consolarse con la religión, o mejor

dicho con la brujería, como lo oyes. Porque, cáete muerta, ése fue el primer baldazo de agua fría que recibí: no vamos a vivir en la Villa Militar ni a poder juntarnos con las familias de los oficiales. Ni más ni menos. Y eso es terrible para la señora Leonor, que traía grandes ilusiones de hacerse amiga inseparable de la esposa del comandante de la V Región y darse pisto como se daba allá en Chiclayo por ser íntima de la esposa del coronel Montes, que sólo les faltaba meterse juntas en la cama a las dos viejas (para chismear y rajar bajo las sabanas, no seas mal pensada). Oye, ¿te acuerdas del chiste ése? Pepito le dice a Carlitos, ¿quieres que mi abuelita haga como el lobo?, sí quiero, ¿cuánto tiempo que no haces cositas con el abuelo, abuelita? Uuuuuuuuu! Lo cierto es que con esa orden nos han requetefregado, Chichi, porque las únicas casitas modernas y cómodas que hay en Iquitos son las de la Villa Militar, o las de la Naval, o las del Grupo Aeronáutico. Las de la ciudad son viejísimas, feísimas, incomodísimas. Hemos tomado una en la calle Sargento Lores, de esas que construyeron a principios de siglo, cuando lo del caucho, que son las más pintorescas, con sus fachadas de azulejos de Portugal y sus balcones de madera; es grande y desde una ventana se ve el río, pero, eso sí, no se compara ni a la más pobre de la Villa Militar. Lo que más cólera me da es que ni siquiera podemos bañarnos en la piscina de la Villa, ni en la de los marinos ni en la de los aviadores, y en Iquitos sólo hay una piscina, horrible, la Municipal, donde va cuanto Dios existe: fui una vez y había como mil personas, qué asco, montones de tipos esperaban con caras de tigres que las mujeres se metieran al agua para, con el pretexto del amontonamiento, ya te imaginas. Nunca más, Chichi, preferible la ducha. Qué furia cuando pienso que la mujer de cualquier tenientito puede estar en estos momentos en la piscina de la Villa Militar, asoleándose, oyendo su radio y remojándose, y yo aquí pegada al ventilador para no asarme: te juro que al general Scavino le cortaría lo que ya sabes (jaja). Porque, además, resulta que ni siquiera puedo hacer las compras de la casa en el Bazar del Ejército, donde todo cuesta la mitad, sino en las tiendas de la calle, como cualquiera. Ni eso nos dejan, tenemos que vivir igual que si Panta fuera civil. Le han dado dos mil soles más de sueldo, como bonificación, pero eso no compensa nada, Chichi, así que ya ves, en lo que se refiere a platita la Pochita está jodidita (me salió en verso, menos mal que no he perdido el humor, ¿no?).

Figúrate que a Panta me lo tienen vestido día y noche de civil, con los uniformes apolillándose en un baúl, no podrá ponérselos nunca, a él que le gustan tanto. Y a todo el mundo tenemos que hacerle creer que Panta es un comerciante que ha venido a hacer negocios a Iquitos. Lo gracioso es que a mi suegra y a mí se nos arman unos enredos terribles con los vecinos, a veces les inventamos una cosa y a veces otra, y de repente se nos escapan recuerdos militares de Chiclayo que los deben dejar muy intrigados, y ya tendremos en todo el barrio fama de una familia rara y medio sospechosa. Te estoy viendo dar saltos en tu cama diciendo que le pasa a esta idiota que no me cuenta de una vez por qué tanto misterio. Pero resulta, Chichi. Que no te puedo decir nada, es secreto militar, y tan secreto que si se supiera que Panta ha contado algo lo juzgarían por traición a la Patria. Imagínate, Chichita, que le han dado una misión importantísima en el Servicio de Inteligencia, un trabajo muy peligroso y por eso nadie debe saber que es capitán. Uy, que bruta, ya te conté el secreto y ahora me da flojera romper la carta y empezarla de nuevo. Júrame Chichita que no vas a decirle una palabra a nadie, porque te mato, y, además, no querrás que a tu cuñadito lo metan al calabozo o lo fusilen por tu culpa, ¿no?. Así que muda y sin correr a contarles el cuento a las chismosas de tus amigas Santana. ¿No es cómico que Panta esté convertido en un agente secreto? Te digo que doña Leonor y yo nos morimos de curiosidad por saber qué es lo que espía aquí en Iquitos, nos lo comemos a preguntas y tratamos de sonsacarle, pero tú ya lo conoces, no suelta sílaba aunque lo maten. Eso está por verse, tu hermanita también es terca como una mula