Sabía que tenía que tomar medidas más fuertes, y se mordió el labio inferior, negándose a considerar la única medida que tenía en mente, pero que no tenía más remedio que realizar.
– Simplemente ponte lejos de mí -dijo Holly Grace a la mañana siguiente cuando Francesca caminaba detrás de Teddy y de ella a través del césped del club de golf hacia la muchedumbre que rodeaba el tee del hoyo 1.
– Sé lo que hago -dijo Francesca-. Al menos eso creo.
Holly Grace se volvió hacía ella cuando Francesca la alcanzó.
– Cuando Dallie te vea, va a perder su concentración para siempre. No podías haber elegido una mejor manera de arruinar este final de torneo para él.
– Él lo arruinará solo si yo no estoy aquí -insistió Francesca-. Mira, tú lo has mimado durante años y ya ves lo que ha conseguido. Hagámoslo a mi manera, para variar.
Holly Grace se puso sus gafas de sol y miró airadamente a Francesca.
– ¡Mimarlo, yo! Nunca lo he mimado en mi vida.
– Sí, lo has hecho. Lo mimas todo el tiempo -Francesca agarró el brazo de Holly Grace y comenzó a empujarla hacia el tee de salida-. Simplemente haz lo que te he pedido. He aprendido mucho de golf ultimamente, pero todavía no entiendo las sutilezas. Tienes que estar a mi lado y traducirme cada tiro que haga.
– Estás loca, ¿lo sabes no?
Teddy movió la cabeza a un lado mientras observaba la discursión entre su madre y Holly Grace. Él no veía nunca a los adultos discutir, y era interesante mirar. Teddy tenía la nariz pelada por el sol y sus piernas estaban cansadas de haber andado tanto los dos días pasados.
Pero tenía ganas de ver la jornada final, aun cuando consideraba un aburrimiento esperar mientras los jugadores golpeaban la pelota. De todos modos valía la pena esperar porque a veces Dallie se acercaba a las cuerdas y le decía como iba el juego, y después toda la gente alrededor le sonreía, reconociéndolo como alguien muy especial para conseguir tanta atención de Dallie.
Incluso después de que Dallie hubiera hecho unos malos golpes el dia anterior, se había acercado a él de todas formas, explicándole que había pasado.
El día era templado y soleado, la temperatura demasiado caliente para su sudadera "Nacido para sobrepasar el Infierno", pero Teddy había decidido llevarla de todos modos.
– Vas a pagar esto con el infierno -dijo Holly Grace, sacudiendo la cabeza-. ¿Y no podías haberte puesto pantalones o pantalones cortos como una persona normal que va a un torneo de golf? Estás llamando todo tipo de atención.
Francesca no se molestó en decirle a Holly Grace que eso era exactamente lo que quería cuando se puso ese ajustado vestido rojo.
Era un tubo sencillo de ganchillo que se ajustaba a sus pechos y sus caderas, y terminaba bastante por encima de las rodillas. Si había calculado bien, el vestido, junto con los pendientes "de angustia" enormes de plata, más o menos deberían volver loco a Dallas Beaudine.
En todos sus años de jugador de golf, Dallie raras veces había jugado en el mismo grupo que Jack Nicklaus en un torneo. Las pocas veces que habían coincidido, su última ronda había sido un desastre.
Había jugado delante de él y detrás de él; había cenado con él, habían compartido un podio con él, había cambiado unas historias de golf con él. Pero raras veces había jugado con él, y ahora las manos de Dallie temblaban.
Se dijo que no debía cometer el error de confundir al Jack Nicklaus verdadero con el Oso en su cabeza. Se recordó que el verdadero Nicklaus era un ser humano de carne y hueso, vulnerable como todos, pero aún así no suponía mucha diferencia. Sus caras eran la misma y eso era todo lo que contaba.
– ¿Cómo estás, Dallie? -Jack Nicklaus le sonrió de forma agradable mientras caminaba a su lado de camino al tee, su hijo Steve detrás de él haciendo de caddie. Voy a comerte vivo, le dijo el Oso en su cabeza.
Él tiene cuarenta y siete años, se recordó Dallie cuando estrechó la mano de Jack. Un hombre de cuarenta y siete no puede competir con uno de treinta y siete en plena forma.
Hasta no me molestaré de escupir tus huesos, le contestó el Oso.
Seve Ballesteros estaba cerca de las cuerdas hablando con alguien del público, su piel oscura y pómulos cincelados llamaban la atención de muchas de las mujeres que estaban allí apoyando a Dallie. Dallie sabía que debería estar más preocupado por Seve que por Jack.
Seve era un campeón internacional, considerado por muchos como el mejor golfista del mundo en la actualidad. Su golpeo era el más poderoso del circuito, y tenía un toque casi sobrehumano alrededor del green. Dallie se olvidó de Nicklaus y caminó para estrechar la mano a Seve… sólo para quedarse helado cuando vio con quién hablaba.
Al principio no podía creerlo.
Incluso ella no podía hacer eso. De pie con un vestido rojo que parecía ropa interior, y mirando a Seve como si fuera algún tipo de dios español, estaba la mismísima señorita Pantalones de Lujo.
Holly Grace estaba a un lado suyo con cara seria, y Teddy al otro lado. Francesca finalmente apartó su atención de Seve y miró a Dallie.
Ella le dirigió una sonrisa tan refrescante como la escarcha que cubría una jarra de cerveza helada, una sonrisa tan prepotente y superior que Dallie quiso cogerla y sacudirla.
Ella ladeó su cabeza ligeramente, y sus pendientes de plata brillaron al sol. Levantando la mano, apartó los zarcillos castaños de sus orejas, inclinando su cabeza para que su cuello formara una curva perfecta. ¡Estaba coqueteando con él… coqueteando, por Dios! No podía creerlo.
Dallie comenzó a caminar hacia ella para estrangularla hasta la muerte, pero tuvo que detenerse porque Seve venía hacia él, con la mano extendida, los ojos entrecerrados y su encanto latino.
Dallie se ocultó detrás de una artificial sonrisa burlona de Texas y dio la mano a Seve.
Jack salió primero. Dallie estaba tan cabreado que apenas fue consciente que Nicklaus había golpeado hasta que oyó a la muchedumbre aplaudir. Fue un buen golpe… no tan largo cómo los tiros de su juventud, pero había dejado la pelota en una posición perfecta.
Dallie pensó que vio a Seve dirigir una miradita a Francesca antes de colocarse en posición para empezar. Su pelo brilló negro azulado al sol de la mañana, un pirata español que atracaba en las costas americanas, y tal vez pensara llevarse algunas de sus mujeres mientras estaba en ello.
El cuerpo delgado y fuerte de Seve se estiró cuando hizo el swing y disparó la pelota hacía el centro de la calle, donde continuó botando hasta sobrepasar la bola de Nicklaus en varios metros antes de pararse.
Dallie echó un vistazo al público, sólo para haber deseado no hacerlo. Francesca aplaudía el golpe de Seve con entusiasmo, saltando de puntillas sobre unas diminutas sandalias rojas que no parecía que fueran a aguantar un recorrido de tres hoyos, mucho menos dieciocho.
Arrebató su palo de las manos de Skeet, su cara oscura como un nubarrón, sus emociones aún más negras. Cogiendo la postura, apenas pensaba lo que hacía. Su cuerpo puso el piloto automático cuando apartó la vista de la pelota y visualizó la pequeña cara hermosa de Francesca tatuada directamente sobre la marca Titleist de la pelota. Y luego se balanceó.
Incluso no supo lo que había hecho hasta que oyó a Holly Grace aclamarle y su visión se despejó bastante para ver la pelota volar más de doscientos metros y pararse más allá de la pelota de Seve.
Era un gran tiro, y Skeet le dio solemnemente un golpe con la mano en la espalda. Seve y Jack cabecearon con reconocimiento cortés. Dallie se dio la vuelta hacia el público y casi se ahogó con lo que vio.
Francesca tenía su pequeña nariz presumida levantada hacía arriba, como si estuviera a punto de morir de aburrimiento, como diciendo de ese modo exagerado que era parte de ella, "¿Eso es lo mejor que puedes hacer?"