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– Haz que se vaya -gruñó Dallie entre dientes a Skeet.

Skeet limpiaba el palo con una toalla y no pareció enterarse. Dallie caminó hacía las cuerdas, su voz llena de veneno, pero bastante bajito para que nadie pudiera oírlo excepto Holly Grace.

– Quiero que te vayas del campo ahora mismo -le dijo a Francesca-. ¿Qué diablos piensas que haces aquí?

Otra vez ella le dirigió esa sonrisa prepotente, superior.

– Simplemente te recuerdo cuales son tus intereses, querido.

– ¡Estás loca! -explotó él-. En caso de que seas demasiado ignorante para haberlo entendido, estoy a pocos golpes de los líderes de uno de los torneos más grandes del año, y no necesito esta clase de distracción.

Francesca se enderezó, se inclinó hacía delante, y susurró en su oído.

– El segundo puesto no es suficientemente bueno.

* * *

Después Dallie calculó que ningún jurado en el mundo lo habría condenado si hubiera estrangulado a esa pequeña mujer allí mismo, sobre el campo, pero sus compañeros de partido se marchaban del tee, tenía que estudiar su siguiente tiro, y no podía perder tiempo.

En los siguientes nueve hoyos golpeó tan fuerte la pelota que parecía pedir piedad, la ordenó que siguiera sus deseos, la castigó con cada gramo de su fuerza y cada bocado de su determinación.

Él mandaba sus tiros a la bandera de un solo golpe. ¡Un golpe… no dos, ni tres!

Cada tiro era más imponente que el anterior, y siempre que se giraba hacía el público, veía a Holly Grace hablando freneticamente a Francesca, traduciéndole la magia que él hacía, diciendole a la señorita Pantalones de Lujo, que estaba siendo testigo de la historia del golf.

Pero hiciera él lo que hiciese, sin importar cuan impresionante fuera su tiro, lo certero que embocaba en el hoyo, lo heroicamente que jugaba… cada maldita vez que la miraba, Francesca parecía decir: "¿Es lo mejor que puedes hacer?"

Estaba tan encolerizado, tan sumergido en su desprecio, que no fue consciente que la tabla de líderes cambiaba rápidamente. Ah, pero pronto lo entendió, bien. Vio los números.

Sabía que los líderes que venían jugando detrás de él habían perdido terreno; sabía que Seve se había quedado dormido.

Podía leer los números, bien, pero no fue hasta que embocó un birdie en el hoyo 14 que en realidad comprendió el hecho que había tirado hacía adelante, que su ataque enfadado sobre el campo lo había puesto 2 bajo el par en el torneo.

Con cuatro hoyos por jugar, ocupaba el primer lugar en el Clásico de los Estados Unidos.

Empatado con Jack Nicklaus.

Dallie sacudió la cabeza, intentando despejarse mientras se encaminaba hacía la salida del hoyo 15. ¿Cómo podía haberle ocurrido? ¿Que había sucedido para que él, Dallas Beaudine de Wynette, Texas, fuera a estas alturas empatado con Jack Nicklaus? No podía pensarlo. Si pensaba en ello, el Oso comenzaría a hablarle en su cabeza.

Vas a fallar, Beaudine. Vas a demostrar todo lo que Jaycee solía decir sobre tí. Todo lo que yo he estado diciendo durante años. No eres lo bastante hombre para llevar esto a cabo. No contra mí.

Él miró hacia el público y vio que ella lo miraba. Cuando él la miró airadamente, ella colocó una sandalia delante de la otra y dobló su rodilla ligeramente hacíendo un pequeño gesto exagerado y ridículo pero que hizo subir su falda por sus muslos.

Echó los hombros hacia atrás, haciendo que el suave corpiño se adhiriera a sus pechos, perfilándolos en un memorable detalle. "Aquí está tu trofeo", dijo con el cuerpo bastante claramente. "No olvides lo que te estás jugando".

Él golpeó la pelota colocándola en la calle del hoyo 15, prometiéndose que nunca jamás en los años que le quedaban de vida se acercaría a una mujer con corazón de ramera. En cuanto terminara el torneo, le iba a enseñar a Francesca Day la lección de su vida casándose con la primera muchacha dulce americana que se cruzara en su camino.

Hizo el par en los hoyos 15 y 16. Lo mismo que hizo Nicklaus. El hijo de Jack estaba con él recorriendo el campo, dándolo los palos, ayudándole a leer los greens.

El hijo de Dallie estaba en las cuerdas con una sudadera que decía "Nacido para sobrepasar el Infierno" y una mirada de furiosa determinación en la cara. El corazón de Dallie se hinchaba cada vez que lo miraba.

Maldita sea, era un pequeño niño batallador.

El hoyo 17 era corto y desagradable. Jack habló un poco con el público mientras caminaba hacía el green. Había realizado sus golpes para presionarle, no había nada que le gustara más que un final igualado.

Dallie tenía la camisa y los guantes pegados por el sudor. Era famoso por bromear continuamente con el público, pero ahora mantenía un siniestro silencio. Nicklaus jugaba sin duda el mejor golf de su vida, arrasando las calles y quemando los greens.

Cuarenta y siete años eran demasiados para jugar así, pero alguien había olvidado decírselo a Jack. Y ahora sólo Dallie Beaudine se interponía entre el mejor jugador de la historia del golf y un título más.

De algún modo Dallie consiguió hacer otro par, pero Jack lo hizo, también. Seguían empatados cuando caminaban al tee del último hoyo.

Los camaras que cargaban unidades portátiles de vídeo sobre sus hombros seguían cada movimiento de los dos jugadores mientras se dirigían al tee del 18.

Los locutores de radio y televisión no escatimaban adjetivos a sus espectadores y oyentes, contándoles todo tipo de leyendas acaecidas en el último hoyo del Antiguo Testamento, elevando a la estratosfera estadísticas y golpes memorables un domingo por la tarde.

La muchedumbre que seguía el partido decisivo había crecido por miles,(el público se reparte por todo el campo, pero en el último portido, se reune en el último hoyo, NdT), con un entusiasmo febril porque sabían que pasara lo que pasara, ellos nunca podrían perder.

Toda esa gente había estado enamorada de Dallie desde que era un novato, y habían estado esperando durante años que él pudiera ganar un torneo de los Grandes. Pero también pensaban que sería irresistible que Jack volviera a ganar.

Era parecido al Masters de 1986, con Jack cargando como un toro hacia el final, tan imparable como una fuerza de la naturaleza.

Dallie y Jack hicieron dos buenos golpes de inicio en el hoyo 18. Era un largo par-5, con un lago colocado diabólicamente delante de todos los lados menos una esquina en la izquierda del green.

Le llamaban el "Lago de Hogan", porque le había costado al gran Ben Hogan el Clásico de 1951, cuando había intentado sobrepasarlo de un golpe, en lugar de buscar la bandera bordeándolo. También podrían haberlo llamado el "Lago de Arnie" o el "Lago de Watson" o el "Lago de Snead" porque en algún momento uno u otro habían caído víctimas de su traición.

Jack no tenía incoveniente en arriesgar, pero no había ganado innumerables torneos actuando de manera temeraría, y no tenía la menor intención de ir directamente a la bandera con un tiro suicida sobre el lago.

Hizo el segundo golpe a la izquierda del Lago de Hogan, mandándola hacía la parte izquierda del green. La multitud soltó un rugido y luego contuvo el aliento cuando la pelota dio varios botes y terminó posándose a escasos centímetros del borde del green, a pocos metros de la bandera.

El ruido era ensordecedor.

Nicklaus había hecho un tiro espectacular, un tiro de magia, quedándose en una situación magnífica para conseguir un birdie, quizás hasta un eagle.

Dallie sintió pánico, tan insidioso como el veneno, arrastrándose por sus venas. Para mantenerse igualado con Nicklaus tenía que hacer el mismo tipo de golpe a la izquierda del lago y luego mandar la pelota sobre el green.