– Te llamaré -le dijo él mientras se lo llevaban en volandas.
Ella sonrió en respuesta, y luego la prensa lo engulló.
Francesca y Holly Grace viajaron juntas a Nueva York, pero su vuelo iba con retraso y no llegaron a la ciudad hasta tarde. Era medianoche pasada cuando Francesca metió a Teddy en la cama, muy tarde para esperar una llamada de Dallie.
El día siguiente, asistió a una reunión informativa sobre la próxima ceremonia de entrega de ciudadanía en la Estatua de la Libertad, un almuerzo para periodistas, y dos reuniones más. Dejó varios números de teléfono a su secretaria, para que pudiera localizarla en cualquier parte, pero Dallie no llamó.
Mientras abandonaba el estudio, se iba cociendo en una salsa de profunda indignación. De acuerdo, él había estado ocupado, pero seguramente podría haber robado unos minutos para llamarla.
A no ser que hubiera cambiado de idea, le susurró una voz interior.
A no ser que él no hubiera hablado en serio.
A no ser que ella hubiera interpretado mal sus sentimientos.
Consuelo y Teddy no estaban cuando llegó a casa. Dejó el bolso y el maletín, se quitó fatigosamente la chaqueta y caminó por el pasillo hacía su dormitorio, sólo para pararse en la puerta. Un trofeo de plata y cristal de casi un metro de alto estaba colocado en el centro de su cama.
– ¡Dallie!
Él salió del cuarto de baño, el pelo todavía mojado de la ducha, una de sus mullidas toallas rosas alrededor de sus caderas. Sonriéndole abiertamente, levantó el trofeo de la cama, caminó hacía ella, y lo depositó a sus pies.
– ¿Era esto lo que tenías en mente?
– ¡Eres un desgraciado! -Ella se lanzó a sus brazos, casi golpeando el trofeo en el proceso. -¡Te quiero, maravilloso e imposible desgraciado!
Y luego él la besó, y ella lo besó, y estaban abrazados tan fuerte el uno al otro que parecía como si la fuerza vital de un cuerpo pasara al otro.
– Maldición, te amo -murmuró Dallie-. Mi pequeña y dulce Pantalones De Lujo, conduciéndome casi hasta la locura, fastidiándome a muerte.
Él la besó otra vez, un beso largo y lento.
– Seguramente seas casi la mejor cosa que alguna vez me pasó.
– ¿Casi? -murmuró ella contra sus labios-. ¿Cuál es la mejor?
– Nacer tan guapo.
Y la besó otra vez.
Hicieron el amor con risas y ternura, con nada prohibido, nada que esconder. Después, se pusieron cara a cara, sus cuerpos desnudos pegados, para susurrarse secretos el uno al otro.
– Pensé que iba a morir -le dijo él-. Cuando digiste que no te casarias conmigo.
– Y yo pensé que iba a morir, cuando digiste que no me querías.
– He tenido siempre tanto miedo. Tenías toda la razón en eso.
– Tenía que tener lo mejor de tí. Soy una persona miserable, egoísta.
– Eres la mejor mujer del mundo.
Él comenzó a hablarle de Danny y Jaycee Beaudine y el sentimiento de que no iba a llegar a nada.
Era más fácil no intentarlo siquiera, había descubierto, que dejar en evidencia todos sus defectos.
Francesca dijo que Jaycee Beaudine parecía una persona completamente odiosa y Dallie debería haber tenido suficiente sentido común para darse cuenta que todas sus opiniones no podían ser demasiado fiables.
Dallie se rió y la besó otra vez antes de preguntarla cuando se casaban.
– He ganado en buena lid. Ahora te toca pagar.
Estaban ya vestidos y sentados en la sala de estar cuando Consuelo y Teddy volvieron varias horas más tarde. Venían de pasar una maravillosa tarde en el Madison Square Garden, donde Dallie les había enviado antes con un par de entradas de primera fila para ver el Mayor Espectáculo del Mundo.
Consuelo observó las caras ruborizadas de Francesca y Dallie y no la engañaron ni por un minuto sobre lo que habían estado haciendo mientras Teddy y ella estaban viendo los tigres domesticados de Gunther Gebel-Williams. Teddy y Dallie se miraron el uno al otro cortesmente, pero con cautela.
Teddy estaba todavía bastante seguro que Dallie sólo fingía quererlo para estar con su mamá, mientras Dallie intentaba calcular como deshacer todo el daño que había cometido.
– Teddy, ¿te gustaría acompañarme a la cima del Empire State Building mañana después de la escuela? Podrías enseñármelo.
Por un momento Dallie pensó que Teddy iba a rechazarle. Teddy recogió su programa de circo, lo enrolló en un tubo, y sopló por el con una elaborada sencillez.
– Supongo que está bien -se puso el tubo como un telescopio y miró por el-. Pero después de ver el capítulo de los Goonies en la televisión por cable.
Al día siguiente los dos estaban en la plataforma de observación. Teddy parado mucho más atrás del metal protector colocado en el borde porque las alturas le hacían marearse. Dallie directamente a su lado porque a él no le atraían las alturas tampoco.
– El dia no es bastante claro hoy para ver la Estatua de la Libertad -dijo Teddy, señalando hacia el puerto-. A veces puedes verla desde aquí.
– ¿Quieres que te compre uno de esos King Kong de goma que venden allí? -le preguntó Dallie.
A Teddy le gustaba mucho King Kong, pero negó con la cabeza. Un tipo que llevaba una gorra con el nombre de Iowa reconoció a Dallie y le pidió un autógrafo.
Teddy estaba muy acostumbrado a esperar pacientemente mientras los adultos pedían autógrafos, pero la interrupción irritó a Dallie. Cuando el admirador finalmente se alejó, Teddy miró a Dallie y dijo sabiamente:
– Esto va con el contrato.
– ¿Qué quieres decir?
– Cuando eres una persona famosa, la gente parece que te conoce, aunque no sea así. Tienes una cierta obligación.
– Eso suena como dicho por tu mamá.
– Nos interrumpen mucho.
Dallie lo miró un momento.
– Sabes que estas interrupciones sólo van a empeorar, ¿no es verdad, Teddy? Tu mamá me pedirá que gane más torneos para ella, y siempre que los tres salgamos juntos, habrá mucha más gente mirándonos.
– ¿Mi mamá y tú os casais?
Dallie asintió con la cabeza.
– Quiero mucho a tu mamá. Es la mejor mujer del mundo -respiró hondo-.Te quiero a tí también, Teddy. Sé que podría ser difícil para tí creerlo después del modo en que te he tratado, pero es la verdad.
Teddy se quitó las gafas y sometió los cristales a una limpieza complicada con el dobladillo de su camiseta.
– ¿Y que pasa con Holly Grace? -dijo, mirando los cristales a la luz-. ¿Significa esto que nosotros no veremos a Holly Grace más, debido a que antes estábais casados?
Dallie sonrió. Teddy no podría querer reconocer lo que acababa de oír, pero al menos no se había alejado.
– Nosotros no podríamos deshacernos de Holly Grace aunque lo intentaramos. Tu madre y yo la queremos; ella siempre formará parte de nuestra familia. Skeet, también, y la Señorita Sybil. Y todos los vagabundos que tu madre logre recoger.
– ¿Gerry, también? -preguntó Teddy.
Dallie vaciló.
– Supongo que incluso Gerry.
Teddy no tenía tanto vértigo ahora, y se acercó un poco más a la rejilla protectora. Dallie no es que estuviera impaciente por avanzar, pero lo hizo, también.
– Tú y yo todavía tenemos algunas cosas que hablar, ya sabes de qué -dijo Dallie.
– Quiero que me compres un King Kong -dijoTeddy bruscamente.
Dallie vio que Teddy todavía no estaba preparado para ninguna conversación de padre a hijo, y se tragó su decepción.
– Tengo algo que preguntarte.
– No quiero hablar sobre ello -Teddy pasó los dedos por la rejilla metálica.
Dallie puso sus dedos ahí, también, esperando poder acertar en la próxima parte.
– ¿Te ha pasado alguna vez que has tenido un amigo con el que jugabas siempre, y después averiguas que él ha construido algo especial cuando no estaba contigo? ¿Una fortaleza, tal vez, o un castillo?