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Teddy negó con cautela.

– ¿Tal vez hizo un columpio cuándo no estabas con él, o construyó un circuito para sus coches?

– O tal vez construyó un planetario con bolsas de basura nuevas y una linterna.

– O un planetario de bolsas de basura -Dallie rápidamente se enmendó-. De cualquier manera, tal vez cuando miraste ese planetario, pensaste que era tan fabuloso que te sentías un poco celoso de no haberlo hecho tú mismo-.

Dallie soltó la protección, manteniendo sus ojos sobre los de Teddy para asegurarse que el muchacho le seguía.

– Por eso, porque estabas celoso, en lugar de decir a tu amigo que había hecho un gran planetario, levantaste la nariz y le digiste que no era nada del otro mundo, aun cuando fuera el mejor planetario que alguna vez hubieras visto.

Teddy asintió despacio, interesado en que un adulto conociera algo así. Dallie descansó su brazo sobre la cima de un telescopio que señalaba hacia Nueva Jersey.

– Eso es justamente lo que me pasó cuando te conocí.

– ¿Si? -declaró Teddy con asombro.

– Aquí está este niño, y es un gran muchacho, listo y valiente, pero yo no lo ví así, porque estaba celoso. En lugar de decirle a tu mamá, "¡Oye!, has criado a un chico realmente estupendo", actué como si pensara que este niño no fuera tal, y que sería mucho mejor si yo hubiera estado con él para ayudar a criarlo.

Buscó la cara de Teddy, tratando de leer en su expresión si le comprendía, pero el muchacho no regalaba nada.

– ¿Podrías entender algo así? -le preguntó finalmente.

Otro niño podría haber negado, pero un niño con un coeficiente intelectual de ciento sesenta y ocho necesitaba algún tiempo para clasificar las cosas.

– ¿Me podrías comprar el King Kong ahora? – preguntó correctamente.

* * *

La ceremonia en la Estatua de la Libertad llegó un poético dia de mayo, con una brisa suave, balsámica, un cielo azul lavanda, y el descenso en picado perezoso de las gaviotas.

Tres lanchas decoradas con banderitas rojas, blancas, y azules habían cruzado el Puerto de Nueva York hacia la Isla de Libertad aquella mañana y se habían colocado en el muelle donde la Línea círcular transportaba normalmente a los turistas. Pero durante las siguientes horas, no habría turistas, y sólo unas cien personas poblaban la isla.

La Estatua de la Libertad dominaba sobre una plataforma que se había construido especialmente con césped en el lado sur de la isla al lado de la base de la estatua. Normalmente, las ceremonias públicas se realizaban en un área cercada por detrás de la estatua, pero el equipo de la Casa Blanca pensó en esta otra posición, de cara a la estatua y con una vista desatascada del puerto, era más fotogénico para la prensa.

Francesca, con un vestido de seda color pistacho claro y una chaqueta color marfil, estaba sentada en una fila con otros miembros honorarios, varios miembros del gobierno, y una Juez del Tribunal Supremo.

En el atril, el Presidente de los Estados Unidos hablaba de la promesa de América, sus palabras resonando por los altavoces instalados en los árboles.

– Celebramos aquí hoy… jóvenes y viejos, blancos y negros, unos de raíces humildes, otros nacidos en la prosperidad. Tenemos religiones diferentes y tendencias políticas diferentes. Pero cuando descansamos a la sombra de la gran Señora de la Libertad, todos somos iguales, todos herederos de la llama…

El corazón de Francesca estaba tan lleno de alegría que pensó que reventaría. Habían permitido a cada participante invitar a veinte invitados, y cuando miró fijamente a su grupo tan diverso, comprendió que estas personas a las que tanto quería representaban un microcosmos del país por sí mismas.

Dallie, llevando una banderita americana fija sobre la solapa de su chaqueta de traje azul marino, sentado con la Señorita Sybil a un lado, y Teddy y Holly Grace al otro. Detrás de ellos, Naomi se inclinaba a un lado para susurrar algo en el oído de su marido. Estaba estupenda después de haber dado a luz, pero parecía nerviosa, indudablemente preocupada por dejar a su niñita de cuatro semanas de edad medio dia.

Tanto Naomi como su marido llevaban brazaletes negros para protestar contra el apartheid. Nathan Hurd se sentaba junto con Skeet Cooper, una combinación interesante de personalidades en opinión de Francesca.

De Skeet al final de la fila había un grupo de mujeres jóvenes con rostros blancos y negros, algunas con demasiado maquillaje, pero todas ellas poseyendo una chispa de esperanza en su propio futuro.

Todas ellas eran las fugitivas de Francesca, y le había encantado saber que todas estaban felices de acompañarla hoy. Incluso Stefan la había llamado desde Europa esa misma mañana para felicitarla, y ella había curioseado con las noticias bienvenidas que él actualmente disfrutaba del afecto de una joven y hermosa viuda de un industrial italiano.

Sólo Gerry no había aceptado su invitación, y Francesca lo echaba de menos. Se preguntaba si acaso todavía estaba enfadado con ella porque había vuelto a rechazar su última demanda para aparecer en su programa.

Dallie la pilló mirándolo y le dirigió una sonrisa privada que le decía tan claramente como si se lo dijera con palabras cuanto la amaba. A pesar de sus diferencias superficiales, habían descubierto que sus almas eran practicamente gemelas.

Teddy se había acurrucado cerca de Holly Grace en vez de con su padre, pero Francesca pensó que la situación pronto se resolvería y no permitió que ello molestara el placer del día.

Dentro de una semana ella y Dallie estarían casados, y era más feliz que nunca en su vida.

El Presidente se giraba hacía arriba con gran elociencia. -Y por eso América es todavía la tierra de las oportunidades, el hogar de la iniciativa individual, como atestigua el éxito de estas personas que honramos este día. Somos el pais más grande del mundo…

Francesca había hecho programas sobre los sin hogar en América, sobre la pobreza y la injusticia, el racismo y el sexismo. Conocía todos los defectos del país, pero ahora ella sólo podía estar de acuerdo con el Presidente.

América no era un país perfecto; a menudo era demasiado egoísta, violento, y avaro. Pero era un país que tenía con frecuencia el corazón en el lugar correcto, aunque no siempre podía resolver todos los detalles justamente.

El Presidente terminó con una estimulante ovación, capturada por las cámaras de televisión para sacarlo en las noticias de la noche.

Entonces la Juez del Tribunal Supremo dio un paso adelante. Aunque no pudiera ver la Isla de Ellis detrás de ella, Francesca sintió su presencia como una bendición, y pensó en toda aquella multitud de inmigrantes que habían venido a esta tierra con sólo la ropa sobre sus espaldas y la determinación de labrarse una nueva vida.

De todos los millones que habían pasado por estas puertas de oro, seguramente ella había sido la más inútil.

Francesca se puso de pie con los demás, una sonrisa fija en sus labios cuando recordó a una muchacha de veintiun años con un vestido rosado de antes de la guerra, caminando trabajosamente por una sucia carretera de Louisiana llevando una maleta de Louis Vuitton.

Levantó su mano y comenzó a repetir las palabras que estaba diciendo la Juez del Tribunal Supremo.

– Por la presente declaro, sobre juramento, que renuncio completamente a guardar lealtad y fidelidad a cualquier príncipe extranjero, potentado, estado o soberanía…

¡Adiós!, Inglaterra, pensó.

No fue culpa tuya que yo fuera un auténtico desastre. Eres un buen país, antiguo… pero necesitaba un caracter más áspero, algo joven que me enseñara como mantenerme de pie yo sola.

– … que apoyaré y defenderé la Constitución y las leyes de los Estados Unidos de América contra todos los enemigos, extranjeros y nacionales…