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– ¿Hueso de perro? -Gerry levantó sus brazos por la frustración. Hiciese lo que hiciese, nunca estaba contenta esta mujer, y si la perdía esta vez, nunca la recuperaría. Solamente pensar en perderla le producía escalofríos.

Holly Grace Beaudine era una mujer que él nunca había sido capaz de controlar, una mujer que le hacía sentir como si pudiera conquistar el mundo, y la necesitaba del mismo modo que necesitaba respirar.

Los guardias de seguridad casi lo habían alcanzado.

– ¿Estás ciega, Holly Grace? Eso no era un hueso de perro. Jesús, he hecho el compromiso más espantoso de toda mi vida, y te has perdido el mejor punto.

– ¿De qué hablas?

– ¡Eso era un sonajero de bebé!

Los dos primeros guardias de seguridad lo agarraron.

– ¿Un sonajero de bebé? -su expresión feroz quedó derretida por la sorpresa y su voz se ablandó-. ¿Eso era un sonajero?

Un tercer oficial de seguridad apartó a Holly Grace. Gerry estaba decidido a llegar hasta el final, y puso las manos delante de su cuerpo.

– Cásate conmigo, Holly Grace -dijo Gerry, no haciendo caso al hecho que le estaban leyendo sus derechos-. ¡Cásate conmigo y tengamos un bebé… una docena de ellos! Pero no me abandones.

– Ah, Gerry… -ella estaba de pie mirándolo con el corazón en sus ojos, y el amor que sentía por ella se expandió hasta casi dolerle el pecho. Los guardias de seguridad no querían aparecer como tipos malos delante de la prensa, así que permitieron que levantara las muñecas y las metiera por encima de su cabeza. La besó tan atentamente que olvidó asegurarse que estaban bien colocados para una buena toma de las cámaras de televisión.

Afortunadamente, Gerry tenía un socio que no se distraía fácilmente con las mujeres.

En todo lo alto, de una pequeña ventana en la corona de la Estatua de la Libertad, otra pancarta comenzó a desplegarse, ésta de un amarillo brillante. Estaba hecha de un material sintético que había sido desarrollado por el programa de investigaciones espaciales… un material tan ligero que podía doblarse y trasportarse casi dentro de la cartera, y luego se ampliaba de forma increible una vez extendida.

La pancarta amarilla caía hacía abajo sobre la frente de la Estatua de la Libertad, desenrollada a lo largo de la longitud de su nariz, y gradualmente se abrió hasta que acabó a la altura de la barbilla.

Su mensaje era claramente legible desde el suelo, simplemente cuatro palabras en trazos negros y muy gruesos.

NO MÁS BOMBAS NUCLEARES

Francesca lo vio primero. Y luego Dallie. Gerry, quien de mala gana había finalizado su abrazo con Holly Grace, había reído cuando lo descubrió y le dio un beso rápido en la nariz.

Entonces levantó sus muñecas esposadas al cielo, inclinó hacía atrás su cabeza, y levantó sus manos en puños.

– ¡Es hora de marcharte, Teddy! -gritó.

¡Teddy!

Francesca y Dallie se miraron el uno al otro alarmados y luego comenzaron a correr por el césped hacia la entrada a la estatua.

Holly Grace apoyó la cabeza en Gerry, no segura de si debería reírse o llorar, sabiendo sólo que le esperaba una vida nada aburrida en el futuro.

– Era una oportunidad demasiado buena de desperdiciar -comenzó a explicarle-. Todas estas cámaras…

– Calla, Gerry, y dime como hago para sacarte de la carcel -era una costumbre que Holly Grace sospechaba que tendría que hacer bastante en su vida futura

– Te amo, nena.

– Yo también te amo.

Las acciones de reivindicación política no eran inusuales en la Estatua de la Libertad. En los años sesenta, exiliados cubanos se encadenaron a los pies de la estatua; en los años setenta, pacifistas veteranos colgaron al revés la bandera americana; y en los años ochenta, dos escaladores de montaña subieron hasta la cima de la estatua para protestar contra el encarcelamiento continuado de uno de los Panteras Negras.

Las acciones políticas no eran desconocidas, pero en ninguna de ellas había habído implicado un niño.

Teddy estaba sentado solo en el pasillo fuera de la oficina de seguridad de la estatua. Por la puerta cerrada, podía oír la voz de su mamá y de vez en cuando a Dallie. Uno de los guardias de seguridad le había traído un 7up, pero no podía beberlo.

La semana anterior, cuando Gerry había llevado a Teddy a conocer al bebé de Naomi, Teddy oyó por casualida cómo Gerry discutía con Naomi, y así se enteró del plan de Gerry de lanzarse en paracaídas sobre la isla.

Cuando Gerry lo había llevado a casa, Teddy le preguntó. Se sintió como un personaje cuando Gerry finalmente confió en él, aunque pensara que simplemente era porque se sentía triste ante la posibilidad de perder a Holly Grace.

Habían hablado acerca de una pancarta en contra de las bombas nucleares, y Teddy le pidió a Gerry que lo dejara ayudarle, pero Gerry dijo que era aún demasiado jóven. Pero Teddy no se había rendido.

Durante dos meses había estado tratando de pensar en realizar un trabajo de ciencias sociales tan espectacular que impresionara a la señorita Pearson, y pensó que podría ser este. Cuando intentó explicarse, Gerry le había dado una larga conferencia sobre como no se podía llegar a un desacuerdo político por motivos egoístas.

Teddy había escuchado atentamente y había fingido estar de acuerdo, pero él realmente quería un sobresaliente en su trabajo de sociales. Milton Grossman sólo había visitado la oficina del alcalde Koch, y la señorita Pearson le habían dado un notable.

¡Desafíaba la imaginación de Teddy pensar la nota que le daría a un niño que había ayudado a desarmar el mundo!

Ahora tenía que afrontar las consecuencias, sin embargo.

Teddy sabía que había sido una estupidez romper el cristal de la ventana. ¿Pero qué otra cosa podía haber hecho?

Gerry le había explicado que las ventanas de la corona se abrían con una llave especial que sólo llevaba el personal de mantenimiento. Uno de ellos era amigo de Gerry, y este tipo había prometido subir a la corona en cuanto la gente de seguridad del Presidente abandonara la zona y abrir la ventana del medio.

Pero cuando Teddy llegó a la corona, todo sudoroso y sin aliento de haber subido la escalera tan rápido como pudo para llegar allí antes que nadie, algo iba mal porque la ventana todavía estaba cerrada.

Gerry le había dicho a Teddy que si tenía algún problema con la ventana, se olvidara de todo el plan y bajara de nuevo, pero Teddy tenía demasiado en juego.

Rápidamente, antes de que tuviera tiempo de pensar en lo que hacía, había agarrado la tapa metálica de un cubo de la basura y la había golpeado contra la pequeña ventana del centro unas cuantas veces.

Después de cuatro intentos, finalmente rompió el cristal. Seguramente sólo fue el eco, pero cuando el cristal se rompió, pensó que podía escuchar el grito de la estatua.

La puerta de la oficina se abrió y el hombre que era responsable de seguridad salió. No miró a Teddy; simplemente caminó por el pasillo sin decir nada.

Entonces su mamá apareció por la entrada, y Teddy pudo ver que estaba realmente enfadada. Su mamá no se ponía furiosa demasiado a menudo, a no ser que realmente la asustaran sobre algo, y cuando esto pasaba, él tenía un sentimiento enfermo en el estómago.

Tragó con fuerza y bajó los ojos, porque le asustaba mirarla a la cara.

– Entra aquí, jóven -dijo ella, sonando como si acababa de comer carámbanos-. ¡Ahora!

Su estómago hizo un salto mortal. Estaba realmente en problemas. Había esperado unos pocos problemas, pero no tantos.

Nunca había oído a su mamá tan enfadada. Su estómago pareció ponerse boca abajo, y pensó que se debería levantar. Él intentó tardar todo el tiempo posible arrastrando sus zapatos caros cuando él anduvo hacia la puerta, pero su mamá le cogió del brazo y lo metió en la oficina. Y cerró con fuerza detrás de él.

Ningún personal de la estatua estaba allí. Solamente Teddy, su mamá, y Dallie.