Dallie se puso detrás del volante para volver a Wynette. Cuando entró en la carretera principal, Francesca se acurrucó contra él y él se sintió perezoso y contento por él, por haber tenido la sensatez de casarse con la señorita Pantalones de Lujo.
En ese mismo momento el Oso hizo una de sus apariciones cada vez más raras.
Me parece que estás en verdadero peligro de convertirte en un calzonazos por esta mujer.
Tienes toda la razón, le contestó Dallie, acariciando la cima de su cabeza con un beso.
Y luego el Oso rió entre dientes. Buen trabajo, Beaudine.
En el lado opuesto de Wynette, Teddy y Skeet estaban sentados el uno al lado del otro sobre un banco de madera, los árboles de moras protegiéndolos del sol del verano.
Estaban callados, tampoco tenían ninguna necesidad de hablar.
Skeet miraba fijamente la pendiente suave de césped, y Teddy bebía a sorbos su Coca-cola. Llevaba su par favorito de pantalones de camuflaje de cintura baja, con una gorra de béisbol con una bandera americana.
Una chapa de "Nucleares, No, Gracias" ocupaba un lugar de honor en el centro exacto de su camiseta Aggies.
Teddy pensaba que este verano en Wynette había sido seguramente el mejor de su vida. Tenía una bici aquí, que no podía tener en Nueva York, y su papá y él habían construido un colector solar en el patio trasero.
De todos modos echaba de menos a algunos de sus amigos y absolutamente no odiaba la idea de regresar a Nueva York dentro de unas semanas. La Señorita Pearson le había dado un Sobresaliente en su trabajo de ciencias sociales sobre la inmigración. Ella dijo que la historia que había escrito sobre como su mamá había venido a este país y todo lo que le había pasado una vez que ella había decidido quedarse aquí era el trabajo de estudiante más interesante que ella alguna vez había leído.
Y su profesor del curso de dotados del año próximo era el más agradable de la escuela entera. También, había muchos museos y cosas en Nueva York que él quería mostrar a su papá.
– ¿Estás listo? -le dijo Skeet, levantándose del banco donde habían estado sentados.
– Por supuesto -Teddy agotó ruidosamente su Coca-cola y luego llevó la lata vacía a una papelera-. Yo no veo por qué tenemos que hacer un secreto de esto. Si no fuera un secreto tan grande, podríamos venir aquí más a menudo.
– No importa -contestó Skeet, protegiendo sus ojos para mirar abajo la cuesta herbosa hacia el primer green-. Le hablaremos a tu papá de esto cuando llegue el momento, no antes.
A Teddy le gustaba salir al campo de golf con Skeet, así que no discutió. Él tomó su madera-3 de una bolsa de viejos palos que Skeet había acortado para él.
Después de secarse las palmas de sus manos en sus pantalones, colocó la pelota, disfrutando de su equilibrio perfecto sobre el tee rojo de madera. Cuando tomó la postura, miró fijamente abajo la cuesta herbosa hacia el distante green.
Era un paisaje realmente maravilloso, todo bañado por el sol.
Tal vez era porque él era un niño de ciudad, pero le encantaban los campos de golf. Tomó una pequeña aspiración de aire limpio, se equilibró, y se balanceó.
La cabeza del palo golpeó la pelota con un golpe agradable.
– ¿Que tal va? -preguntó Teddy, mirando detenidamente abajo a la calle.
– Aproximadamente ciento sesenta metros -dijo Skeet, riendo entre dientes-. Nunca he visto a un niño golpear así una pelota hasta ahora.
Teddy se molestó.
– Esto no es una gran cosa, Skeet. No sé por qué siempre le das tanta importancía. Golpear una pelota de golf es fácil. Esto no se parece a tratar de coger un balón de fútbol o golpear una pelota con un bate de béisbol o algo realmente con fuerza. Cualquiera puede golpear una pelota de golf.
Skeet no dijo nada. Llevaba la bolsa de palos de Teddy hacía la calle, mientras se reía con fuerza.
Susan Elizabeth Phillips