Выбрать главу

Tras aquello, Chloe guardó fotografías de Eva Perón de los periódicos y las pegaba en un álbum de recortes de pastas rojas. Siempre que las críticas de Nita llegaban a hacerla realmente daño, Chloe miraba las fotos, con alguna mancha ocasional de chocolate en las páginas cuando recordaba cómo Eva Perón le había dicho que sería una gran belleza algún día.

El invierno de sus catorce años, su grasa milagrosamente desapareció junto con los dientes de leche, y los huesos legendarios de Serritella finalmente se definieron. Se pasaba horas mirándose en el espejo, embelesada por la imagen alta y delgada delante de ella.

Ahora, se decía, todo será diferente. Desde que ella podía recordar,siempre se había sentido como una paria en la escuela, pero de repente se encontró en el interior del círculo. No entendía por que las otras chicas ahora se sentían atraídas por su nuevo aire de confianza en sí misma, además de su estrecha cintura. Para Chloe Serritella, la belleza significó la aceptación.

Nita pareció complacida con su pérdida de peso, así que cuándo Chloe fue a casa a París para sus vacaciones de verano, encontró el valor para mostrar sus dibujos a su madre, de algunos vestidos que había diseñado con la esperanza de algún día llegar a ser una couturiere ella misma.

Nita ordenó los dibujos en su mesa de trabajo, cogió un cigarrillo, y diseccionó cada uno con el ojo crítico que la había hecho un gran diseñadora.

– Esta línea es ridícula. Y la proporción es desastrosa. ¿Ves cómo has arruinado éste con demasiados detalles? ¿Dónde está tu ojo, Chloe? ¿Dónde está tu ojo?

Chloe arrebató los dibujos de la mesa y nunca trató de dibujar otra vez.

Cuándo volvió a la escuela, Chloe se dedicó a llegar a ser más bonita, más ingeniosa, y más popular que cualquiera de sus compañeras de clase, determinó que nadie sospecharía jamás que una chica gorda difícil vivía todavía dentro de ella.

Aprendió a dramatizar los acontecimientos más triviales del día a día con gestos grandes y suspiros pródigos hasta que todo lo que hacía parecía más importante que algo que los demás pudieran hacer. Gradualmente aún la ocurrencia más mundana en la vida de Chloe Serritella llegó a estar cargada de gran drama.

Con dieciséis años, ofreció su virginidad al hermano de un amigo en un belvedere frente al Lago Lucerna. La experiencía fue difícil e incómoda, pero el sexo hizo a Chloe sentirse delgada. Conjuró rápidamente a su mente para probar el sexo otra vez, pero con alguien con más experiencia.

En la primavera de 1953, cuándo Chloe tenía dieciocho años, Nita murió inesperadamente de un reventón de apéndice. Chloe se sintió aturdida y silenciosa en el funeral de su madre, entumecida también al entender que la intensidad de su pena no era tanto por la muerte de su madre como del sentimiento que nunca tuvo a una madre del todo.

Atemorizada de estar sola, tropezó en la cama de un aristócrata rico más de cuarenta años mayor que ella. Él la proporcionó un refugio temporal y seis meses después la ayudó a vender el salón de su madre por una cifra astronómica de dinero.

El conde volvió finalmente con su esposa y Chloe se dispuso a vivir de su herencia. Era joven, rica, y sin familia, y atrajo rápidamente a los jovenes indolentes que tejieron los hilos dorados para atraerla a la tela de la sociedad internacional.

Llegó a sentirse como un recaudador, acostándose con unos y otros cuando buscaba el hombre que la daría el amor incondicional que nunca había recibido de su madre, el hombre que la haría terminar con su sentimiento de una chica gorda infeliz.

Jonathan Day "Jack el Negro" entró en su vida sentado enfrente en una mesa de la ruleta en un club de apuestas de Berkeley. Jack Day,"Negro" recibía su apodo además de por su belleza morena, por su inclinación a los juegos de riesgo. Con veinticinco años, ya había destruido tres coches deportivos de gran cilindrada y un número apreciablemente más grande de mujeres.

Un playboy americano malvadamente guapo, de Chicago, con pelo castaño que caía en un lio revoltoso sobre la frente, un bigote picaresco, y un handicap de siete en el polo. En muchos sentidos él no era diferente de los otros jovenes hedonistas que habían llegado a ser tantos en una parte de la vida de Chloe; él bebía ginebra, llevaba trajes exquisitos hechos a medida, y cambiaba de juego todas las temporadas.

Pero los otros hombres carecían de lo que a Jack Day tenía en exceso, su habilidad de arriesgarlo todo, como la fortuna que había heredado en Ferrocarriles Americanos, en una sola vuelta de la rueda.

Completamente consciente de sus ojos sobre ella y sobre la rueda de la ruleta que giraba, Chloe miró la bola pequeña del marfil como daba vueltas del rojo al negro y al rojo otra vez antes de pararse finalmente en el 17 negro. Se permitió levantar la mirada y se encontró a Jack Day que la miraba por encima de la mesa. El sonrió, arrugando el bigote.

Ella sonrió también, segura de su apariencia inmejorable con el vestido de color gris plata de Jacques Fath de raso y tul que acentuaban los puntos culminantes de su pelo oscuro, la palidez de su piel, y de las profundidades verdes de sus ojos.

– Esta noche pareces ganar siempre -dijo ella-. Siempre eres así de afortunado?

– No siempre -contestó él -¿Y tú?

– ¿Yo? -Ella emitió uno de sus muchos suspiros dramáticos-. He perdido todo esta noche. Je suis miserable. Nunca soy afortunada.

El retiró un cigarrillo de un cenicero de plata mientras sus ojos arrastraban un sendero descuidado sobre su cuerpo.

– Por supuesto que tienes suerte. ¿Acabas de encontrarme, no es verdad? Y te llevaré a tu casa esta noche.

Chloe estaba intrigada y sorprendida por su audacia, y la mano se cerró instintivamente alrededor del borde de la mesa como apoyo. Sentía como si sus ojos deslustrados de plata se fundieran por su vestido y quemaran recreándose en las curvas de su cuerpo. Sin ser capaz de definir exactamente quién era Jack "Negro", presintió que sólo la mujer más excepcional podría ganar el corazón de este hombre supremamente confiado, y si ella era esa mujer, podría dejar de preocuparse por la chica gorda en su interior.

Pero a pesar de todo, Chloe se contuvo. En el año que hacía desde la muerte de su madre, se había vuelto tremendamente suspicaz sobre los hombres que se acercaban a ella. Había observado el brillo imprudente en sus ojos cuando la bola de marfil sonaba al girar por las casillas de la ruleta, y sospechó que él no valoraría en su medida lo que obtuviera fácilmente.

– Perdón -contestó con serenidad-.Tengo otros planes. Antes de que él pudiera responder, ella recogió su bolso y abandonó la sala.

Él telefoneó al día siguiente, pero ella dio órdenes a su criada de decir que estaba fuera. Lo volvió a ver jugando la siguiente semana, pero tras estar segura que él la había visto, se marchó antes que pudiera acercársele.

Los días pasaron, y ella se sorprendió al no dejar de pensar en el joven y guapo playboy de Chicago. Una vez más él telefoneó; una vez más ella se negó a contestar. Posteriormente esa misma noche lo vió en el teatro y le saludó con la cabeza de forma casual, una insinuación de una sonrisa, antes de que se marchara a su palco.

La siguiente vez que él telefoneó, cogió la llamada pero fingió que no recordaba quién era. El rió entre dientes secamente y le dijo:

– Voy a recogerte en media hora, Chloe Serritella. Si no estás lista, no te volveré a llamar nunca más.

– ¿Media hora? No creo que sea posible -pero él ya había colgado.

La mano comenzó a temblarle cuando colgó el receptor. En su mente vió una ruleta girando, la bola de marfil saltando del rojo al negro, del negro al rojo, en este juego que ellos jugaban. Con manos temblorosas, se vistió con un vestido blanco de lana con puños de ocelote, completando el atuendo un sombrero pequeño sobrepasado por un velo de la ilusión.