– Seguiremos con esto más tarde -le dijo mientras le ponía de nuevo la bufanda sobre los hombros-. Exploremos.
La llevó por el famoso vestíbulo de comida-gourmet de Harrods, con sus grandes mostradores de marmol y frescos en el techo.
– ¿Tienes hambre? -le preguntó mientras tomaba una caja de bombones plateada de un estante.
– De tí -contestó ella.
La boca se curvó bajo el bigote. Quitando la tapa de la caja, sacó un bombón de chocolate amargo y lo abrió por la mitad, derramando una llovizna de cremoso licor de cereza. Rápidamente se lo llevó a los labios, deslizando la parte del bombón con el licor. Con el chocolate en la boca bajó la cabeza para besarla. Cuando los labios se abrieron, él empujó los trozos dulces y pegajosos del bombón con la lengua. Chloe recibió los dulces con un gemido, y su cuerpo se volvió tan líquido e informe como el licor del bombón.
Cuándo él finalmente se apartó, escogió una botella de champán, la descorchó, y la llevó primero a los labios de Chloe y después bebió él.
– Por la mujer más increible de Londres -dijo, inclinándose hacia adelante y lamiendo una última mota de chocolate adherida al rincón de la boca.
Vagaron por la primera planta, cogieron un par de guantes, un ramillete de violetas de seda, un joyero pintado a mano, y los colocando en un montón para recuperarlos más tarde. Finalmente, llegaron al vestíbulo de perfumes, y la envolvió una mezcla vertiginosa entre los olores más finos del mundo, unas fragancias que se mezclaban con los olores de los cientos de personas que habían atestado los alfombrados pasillos durante el dia.
Cuándo llegaron al centro, él dejó caer el brazo y la giró cara a cara. Empezó a desabrochar su blusa, y ella sentía una mezcla extraña de entusiasmo y desconcierto. A pesar del hecho que la tienda estaba vacia, estaban en el centro de Harrods.
– Jack, yo…
– No eres una niña, Chloe. Sígueme en esto.
Una emoción se disparó a través de ella, cuando le abrió la blusa de seda para revelar las copas de encaje de su sostén. El cogió de una vitrina abierta una caja de Joy, le quitó el celofán y lo desenvolvió.
– Apóyate contra el mostrador -le dijo, su voz tan sedosa como el tacto de su blusa-. Pon los brazos a lo largo del borde.
Ella hizo lo que le pedía, débil ante la intensidad de sus ojos plateados. Extrayendo el tapón de vidrio del cuello de la botella, lo metió dentro de la orilla de encaje de su sostén. Ella contuvo el aliento cuando él frotó la punta fría contra su pezón.
– ¿Te gusta la sensación, no es verdad? -murmuró, su voz baja y fuerte.
Ella asintió con la cabeza, incapaz de hablar. Metió de nuevo el tapón dentro de la botella, recogió otra gota del perfume, y lo deslizó bajo el otro lado de su sostén para tocar el pezón opuesto.
Ella podía sentir como sus pezones se endurecían al tacto del cristal, y cuando el calor empezó a fluir por su interior, la cara hermosa y temeraria de Jack pareció nadar ante ella.
El bajó el tapón y ella sintió su mano moverse desde el dobladillo de su falda lentamente hacia arriba por sus medias.
– Abre las piernas -susurró.
Agarrada fuertemente al borde del mostrador, hizo le que le pidió. El deslizó el tapón hacia arriba por dentro de un muslo, sobre la cima de su media y en la piel descubierta, moviéndolo en círculos lentos hasta el borde de sus medias. Ella gimió y abrió un poco más las piernas.
El se rió malvadamente y retiró la mano de debajo de su falda.
– Todavía no, cariño. Todavía no.
Se movieron por la tienda silenciosa, yendo de un departamento a otro, hablando muy poco. El le acarició los senos cuando le puso un antiguo broche georgiano en el cuello de su blusa, le sobó el trasero mientras le ponía un pasador de filigrana por detrás en el cabello.
Ella se probó un cinturón del cocodrilo y un par de bailarinas bordadas. En el departamento de joyería, él le quitó sus pendientes de perlas y los reemplazó por unos de oro rodeados con docenas de diamantes diminutos. Cuándo ella protestó el gasto, él rió.
– Una vuelta de la ruleta, cariño. Sólo una vuelta.
Él cogió una boa de maribou blanca, empujó a Chloe contra una columna de mármol, y le deslizó la blusa por sus hombros.
– Tienes una mirada muy inocente -le dijo, girándola un poco para quitarle el sostén. La tela sedosa cayó al alfombrado suelo, y se encontró ante él desnuda de cintura para arriba.
Ella tenía los senos grandes y repletos con pezones planos del tamaño de medio dólar, ahora duros y fruncidos por su entusiasmo. El levantó cada seno en sus manos. Ella se deleitaba con mostrarle su cuerpo, y estaba tremendamente tranquila, incluso el frio de la columna era bienvenido en su acalorada espalda. El pellizcó sus pezónes, y ella jadeó.
Riéndo, él recogió la boa blanca suave y la acomodó sobre sus hombros desnudos de modo que la cubrieran. Entonces él movió despacio los bordes con plumas atrás y adelante, y así sucesivamente.
– Jack… -ella quería que la tomara allí mismo. Quería deslizarse hacía abajo por la longitud de la columna, abrir las piernas, y tenerlo dentro de ella.
– He desarrollado un gusto repentino para el sabor de Joy -murmuró. Empujando la boa a un lado, él tomó un pezón erguido con la boca y empezó a chupar insistentemente.
Ella se estremeció cuando el calor viajó por cada parte de su cuerpo, quemando sus órganos internos, quemando su piel.
– Por favor… -murmuró-. Ah, por favor… No me atormentes más.
El se retiró un poco de ella, sus inquietos ojos molestos.
– Un poquito más, cariño. Yo no he terminadon de jugar todavía. Vamos a mirar pieles.
Y entonces, con una medio sonrisa que le decía que él sabía hasta que punto la había llevado, le volvió a arreglar la boa entre sus senos, raspando levemente un pezón con la uña cuando le colocó los bordes en su lugar.
– Yo no quiero mirar pieles. Quiero…
Pero él la llevó al ascensor donde manejó las palancas como si lo hiciera todos los dias. Mientras subía con él hacía arriba, sólo la boa de plumas blancas le cubría los senos desnudos.
Cuándo alcanzaron el salón de pieles, Jack pareció olvidarse de ella. Caminó por los anaqueles, inspeccionando todos los abrigos y estolas en exhibición antes de escoger un abrigo largo de lince ruso. Las pieles eran largas y gruesas, de color blanco plateado. El estudió el abrigo por un momento y entonces se volvió hacia ella.
– Quítate la falda.
Sus dedos manosearon la cremallera del lado y por un momento pensó que tendría que pedir su ayuda.
Pero entonces la cremallera cedió y deslizó la falda, tropezando un poco, hacía abajo de las caderas y dio un paso fuera de ella. Los bordes de la boa rozaban su liguero de encaje blanco.
– Las medias. Quítate las medias para mí.
El aliento entraba en boqueadas cortas y suaves cuando hizo lo que el quería, quitándose las medias y dejando el liguero en su lugar. Sin esperar que se lo pidiera, ella tiró la boa lejos de sus senos y la dejó caer al suelo moviendo los hombros un poco de modo que el pudiera mirar sus senos opulentos y observarla en su esplendor con su mata sedosa de pelo oscuro encuadrado por las tiras blancas de encaje de su liguero.
El anduvo hacia ella, con el magnífico abrigo extendido para ella, con sus ojos brillantes como un botón de oro en un paisaje nevado.
– Para elegir el abrigo adecuado, debes sentir el tacto contra tu piel…contra tus senos…
Su voz era tan suave como el acercamiento de un lince, cuando le deslizó el abrigo por su cuerpo, utilizando su textura para emocionarla.
– Tus senos… Tu estómago y tus nalgas… En el interior de los muslos…
Ella se quitó el abrigo y lo apretó fuerte contra su cuerpo.
– Por favor… Tú me atormentas. Para por favor…
Una vez más él se apartó, pero esta vez para poco a poco desabrocharse los botones de la camisa. Chloe lo miró como se desnudaba, el corazón golpeándole en el pecho y la garganta cerrada por el deseo.