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El cuarto se había diseñado para dos hijos de Onassis, pero desde que estaba a bordo, Francesca lo había tenido para ella sola. Aunque era un lugar bonito, prefería realmente el bar, donde una vez al día le permitían sentarse en la barra a tomar una gaseosa de jengibre servido en copas de champán junto con una sombrillita de papel y una cereza de marrasquino.

Siempre que se sentaba en la barra, bebía su gaseosa en pequeños sorbitos para hacerla durar mientras observaba embelesada la maqueta a escala con luz de un mar repleto de barcos que se podían mover por medio de unos imanes.

Los reposapiés de los taburetes del bar eran de dientes de ballena pulidos, que ella sólo podía rozar con los dedos de los pies de sus diminutas sandalias italianas hechas a mano, y la tapicería de los asientos se sentía sedosa y suave en la parte de atrás de sus muslos.

Ella se acordaba de una vez que su madre había chillado de risa cuando Tío Ari les había dicho a todos que se sentaban encima del prepucio de un pene de ballena. Francesca se había reído, también, y había llamado tonto a Tio Ari… porque no había dicho que eran cacahuetes de elefante?

El Christina tenía nueve compartimentos, cada uno con su propio espacio elaboradamente decorado y áreas de dormitorio así como un baño rosa de mármol que Chloe catalogó "en la frontera entre lo opulento y lo hortera".

Los compartimentos llevaban los nombres de islas griegas, que estaba escrito en un opulento medallón de pan de oro aherido a las puertas. El Señor Winston Churchill y su esposa Clementine, frecuentes huéspedes del Christina, ya se había retirado por la noche en su camarote, Corfú. Francesca pasó por el, y fue en busca de su isla particular… Lesbos.

Chloe se había reído cuando las habían asignado en Lesbos, diciéndole a Francesca que varios hombres de la docena que había no creían demasiado apropiada la elección. Cuándo Francesca había preguntado por qué, Chloe le había dicho que ella era demasiado joven para entenderlo.

Francesca odiaba cuándo Chloe la contestaba de esa manera, asi que había escondido la cajita de plástico azul que contenía el Diu de su madre, su objeto más precioso le había dicho su madre una vez, aunque Francesca no podia entender realmente por qué.

No lo había devuelto,… no hasta que Giancarlo Morandi la había sacado de sus lecciones cuando Chloe no miraba y la amenazó con tirarla por la borda y permitir que los tiburones se comieran sus ojos a no ser que le dijera dónde lo había puesto. Desde entonces Francesca odiaba a Giancarlo Morandi y trataba de permanecer muy lejos de él.

En el momento en que llegó a Lesbos, Francesca oyó la puerta de Rodas que se abría. Levantó la mirada y vio a Evan Varian caminando por el pasillo, y sonrió en su dirección, permitiendo verle sus dientes bonitos y rectos y el par idéntico de hoyuelos de las mejillas.

– Hola, princesa -dijo, hablando en el tono grave que utilizaba cuando hacía de oficial de contraespionaje, el pícaro John Bullett en la película estrenada recientemente y fenomenalmente exitosa de espía de Bullett, o apareciendo como Hamlet en el Old Vic.

A pesar de su aspecto de hijo de una maestra irlandesa y un albañil galés, Varian tenía las características finas de un aristócrata inglés y el corte de pelo casualmente largo de un dandy de Oxford.

Llevaba una camisa polo color lavanda con una chalina de cachemira y pantalones blancos. Pero lo más importante para Francesca, llevaba una pipa… una maravillosa pipa de padre de madera jaspeada.

– No estás levantada muy tarde? -preguntó.

– Me acuesto tan tarde todos los dias -contestó ella, con un pequeño movimiento de cabello y toda la presunción que pudo congregar-. Sólo los bebés se acuestan temprano.

– Ah, ya veo. Y tú definitivamente no eres un bebé. ¿Sales furtivamente a encontrarte con tu admirador secreto, tal vez?

– No, tonto. Mi mamá me despertó para que subiera a hacer el número del caviar.

– Ah, sí, el número del caviar -El aplastó el tabaco en el tazón de su pipa con el pulgar-. ¿Te tapó los ojos para hacer la prueba del sabor esta vez o fue una identificación sencilla con la vista?

– Simplemente con la vista. No me tapa los ojos con un pañuelo ya, porque la última vez monté un pequeño escándalo -ella vio que él se preparaba para marcharse, y actuó rápidamente-. ¿No crees que mi mamá estaba terriblemente hermosa esta noche?

– Tu mamá siempre está hermosa -cogió un puñado de tabaco y lo metió en la pipa.

– Cecil Beaton dice que ella es una de las mujeres más hermosas de Europa. Su figura es casi perfecta, y por supuesto es una anfitriona maravillosa -Francesca estaba buscando algo en su mente que lo impresionara-. ¿Sabes que mi madre hizo el curry sin haber leido nada ni saber como hacerlo?

– Un golpe legendario, princesa, pero antes de que sigas enumerándome las virtudes de tu mamá, no olvides que nosotros nos despreciamos el uno al otro.

– Bah, ella le querrá si yo se lo digo. Mi mamá no me niega nada.

– Estoy advertido -observó él secamente-. Sin embargo, incluso aunque lograras cambiar la opinión de tu madre, que pienso es muy poco probable, no cambiarías la mia, así que me temo que tendrás que lanzar las redes para pescar un padre en otra parte. Y tengo que añadir que sólo de pensar que me pongo los grilletes para soportar los ataques neuróticos de Chloe me estremezco.

Nada estaba saliendo como Francesca quería esa noche, y habló malhumoradamente.

– ¡Pero tengo miedo que ella se case con Giancarlo, y si lo hace, todo será un desastre! Él es una mierda terrible, y yo lo odio.

– Dios, Francesca, utilizas un vocabulario espantoso para una niña. Chloe te debería zurrar.

Las nubes de la tempestad llegaron a sus ojos.

– ¡Pero que bestialidad acabas de decir! ¡Pienso que tú eres una mierda, también!

Varian tiró de las perneras de sus pantalones para no arrugarlos cuando se arrodilló al lado de ella.

– Francesca, mi querubín, tienes que sentirte contenta de que yo no sea tu padre, porque si lo fuera, te encerraría en un armario oscuro y no te sacaría hasta que estuvieras momificada.

Unas lágrimas genuinas salieron de los ojos de Francesca.

– Yo te odio -lloraba cuando le dió una patada en la espinilla. Varian se levantó con un gruñido.

La puerta de Corfú se abrió de repente.

– ¡Es demasiado pedir que a un hombre viejo le permitan dormir en paz! -el gruñido del Señor Winston Churchill llenó el corredor-. ¿Podría realizar usted sus negocios en otra parte, Sr. Varian? ¡Y usted, señorita, vayase a la cama inmediatamente o nuestro juego de naipes está anulado para mañana!

Francesca correteó hacía Lesbos sin una palabra de protesta. Si no podía tener un papá, por lo menos podía tener un abuelo.

* * *

Cuando los años pasaron, los enredos románticos de Chloe seguían tan complejos que aún Francesca aceptó el hecho de que su madre nunca se decidiría por un hombre para sentar cabeza.

Ella se forzó en considerar la falta de padre como una ventaja. Tenía suficientes adultos pendientes de su vida, pensaba, y ciertamente no necesitaba a más diciéndole a todas horas que hacer o no hacer, especialmente cuando comenzó a llamar la atención de una pandilla de chicos adolescentes. Siempre tropezaban entre ellos cuando ella andaba cerca, y sus voces tartamudeaban cuando hablaban con ella.

Ella les dedicaba sonrisas suaves y malvadas y apenas los miraba se ruborizaban, y con ellos practicaba todas las artimañas coquetas que había visto usar a Chloe… la risa generosa, la inclinación elegante de la cabeza, las miradas de soslayo. Cada una de ellas sumamente trabajada.

La Edad del Pavo había encontrado a su princesa. Las ropas de niña de Francesca cedieron el paso a vestidos campesinos con chales de cachemira y con cuentas ensartadas con hilos de seda.