Y yo, en alguna parte de mí misma, asignándome responsabilidad.
* * *
Miro la lluvia, feroz la lluvia en mi ventanal. Y por vez primera pienso que llegará un verano y yo seré una mujer enferma. Que esos descansos tan esperados en la playa lejana con mis hermanos ya no serán. Pía no me llamará en marzo por teléfono -aparato que es la esencia misma del diálogo- para comentarme lo deprimente que le resulta la ciudad y el encuentro consigo misma en el espejo. Este verano que pasó fueron sus muchas canas al crecerle las raíces, los dos kilos de la pesa (Y tú, Blanca, ¿cuántos? No sé, Pía, no tengo pesa. ¿Pero cómo puedes vivir sin pesarte?), las arrugas alrededor de las rodillas que no estaban en enero. No puedes haber envejecido en un solo mes, le decía yo en el aparato. No, me contestaba, es que a la vuelta de vivir un mes sin espejo uno ve lo que antes no veía.
Y yo gozo ahora de pensar en una vida entera por delante sin espejos.
Siempre recordaré este día. El mundo amaneció consternado: ha caído Gorbachov. Golpe de Estado en Moscú. Invierno, pleno invierno. Agosto, no hubo más de un grado de temperatura temprano esta mañana. Más tarde salió el sol, ese sol engañoso del invierno santiaguino que alumbra pero no entibia. Y todo el país pegado a la televisión y a la radio haciéndose uno con los habitantes que a través del mundo entero hacían lo mismo. En los ojos de Sofía, mientras miraba el avance de los tanques en la pantalla de la CNN, comprendí que era un día de trascendencia.
A mí me da exactamente lo mismo. Comprendo vagamente que algo en el mundo cambia con este acontecimiento y no me importa nada.
Es lunes.
A propósito de la indiferencia.
Pía y yo éramos parte de casi todas las listas de galerías, boutiques, tiendas, editoriales. Nos llegaban sobres e invitaciones de todo tipo. A Pía le gustaba asistir, no discernía mucho. Yo la acompañaba. Hasta que dejé de abrir estos sobres, cada vez más originales, llamativos, elegantes, comiéndose entre sí. Hoy he caído en cuenta que ya no me llegan.
Me han borrado de todas las listas.
Mamá entra y sale de mi casa, como si yo hubiese parido o estuviese con hepatitis. Me trae regalos, me cuenta cosas, se mueve por los pasillos, inspecciona todo, regalonea a Trinidad y se va. Creo que no tiene ninguna conciencia de lo que le ha sucedido a su hija.
Viene Juana de visita. Trae diarios, dice que debo estar mínimamente al tanto de lo que sucede en el mundo. Yo la miro y la dejo, ¿qué otra alternativa me queda? Veo las fotografiasen los diarios, me entretiene la gente conocida, mis hermanos que siempre aparecen por una razón u otra, especialmente Felipe, desde el Parlamento. Miro a mis amigas en las páginas de vida social; están todas vivas.
A Juana le fascinan las noticias del cable y las policiales.
– Escucha ésta, Blanca. Título: «Hallazgo de Infante Recién Nacido». San Antonio. Los servicios policiales porteños buscan afanosamente a una desnaturalizada madre que abandonó a su hijo recién nacido en plena vía pública, en este puerto. El hecho ocurrió en el sector Las Cruces y fue denunciado por una dueña de casa, quien encontró una bolsa plástica en cuyo interior se encontraba con vida una criatura que presentaba aún el cordón umbilical y la placenta, siendo trasladada a Carabineros y luego al hospital. La denunciante señaló a la policía uniformada que la bolsa plástica fue dejada por un hombre que se movilizaba en un automóvil rojo, el que huyó posteriormente.
¿A eso le llama ella estar informada del mundo?
Mientras a mí me dan ganas de vomitar, Juana se solaza en la maldad humana, nada le gusta más a Juana que sentirse buena en una tierra de malos.
Juana nació con un solo brazo. Pía dice que mi amistad con ella es parte de mi santidad. Estoy acostumbrada a su brazo ortopédico; sin embargo, hoy trato de no mirarlo. La caridad me está abandonando. Al irse, me toma la cara trágicamente.
– Ahora sabrás lo que significa ceder a todo, con tal de que te amen.
¿Me quieres decir, Juana, que ahora somos pares? ¿Eso me quieres decir? ¡Dios mío!
No hago nada. Absolutamente nada. Horas y horas en la nostalgia de mis tiempos de ayer. My kingdom for a horse. Mi vida por un libro. Daría todo, lo juro, por aquella compañía que tuve tan largamente, aquella que nunca me traicionó ni defraudó. Han debido quitármela bruscamente para que yo cayera en cuenta que era, por lo lejos, la compañía más fiel.
Tiré el bordado a la basura. Sólo miro y pienso. Pía se desespera.
– ¿Por qué no haces algo?
La miro extrañada.
– Algo por el prójimo. Por ejemplo, puedes repartir la comunión a los enfermos. No necesitas hablar para eso. Ni manejar tampoco, el cura te pasaría a buscar a tu casa, feliz de tener ayuda.
Me niego. Pía no entiende. No estoy para hacer el bien, hacerle el bien a nadie. ¿Cómo, si siento el mal encarnizado en cada célula mía?
Sofía entra a mi dormitorio y me encuentra con el rosario en la mano. Cree que rezo, pero no es así. Le he perdido el gusto a rezar. Me gusta el rosario en la mano, cada cuenta es suave y conocida, es en ellas que busco consuelo. Quizás sea una forma diferente de oración. Una forma callada.
Sofía me mira y me dice:
– Déjalo tranquilo allá arriba, Blanca. Él ya no se ocupa de ti.
Es cierto. Lo sé y me indigna: yo no merezco su cólera.
Cuando estaba viva siempre evité los temas grandilocuentes. Hoy no puedo sino divagar sobre la vida y la muerte. Aunque trato de sofocarla, tengo la sensación permanente de pender de un hilo. ¿Me vendrá otro ataque? ¿Cuántas veces en un día me hago esta pregunta? Y si me viene, ¿quedaré igual? Difícil. ¿Seré un vegetal? ¿O moriré?
Me pillo a mí misma aferrándome a la vida y no lo comprendo. Si mi anhelo constante es morir, ¿cómo se explica? Reconozco que le tengo un miedo horrible a la muerte, pero también es verdad que no quiero estar viva.
Dios desciende de los cielos y a veces me envuelve en el blanco total, otras en la oscuridad absoluta. ¿Es que no entiende Dios que da lo mismo una u otra? Antes el blanco y la oscuridad eran opuestos. Hoy son la misma cosa.
Mi hermano Alfonso no piensa lo mismo, mi hermano Alfonso ha sido el único. El ama el arte y me ha hablado del blanco. Nadie sino él lo ha desentrañado. Usó palabras de pintores, me las citó.
Cruzando el jardín, lo despido en el gran portón.
Meditabunda, meditativa, piso la gravilla, piso lento, bajos mis ojos, no puedo levantarlos del suelo.
En la noche grande, a esa hora la más oscura, he vuelto descalza a la gravilla, húmeda la esperanza acechándome.
Las palabras de mi hermano Alfonso perforaron lo acallado. Mi cerebro modula el color.
Blanco, me dijo, el color del origen y del fin. El color de quien está a punto de mudar de condición.
Blanco, me dijo, el color del silencio absoluto; no el silencio de la muerte, sino el de la preparación de todas las posibilidades vivientes.
* * *
Celebrábamos el cumpleaños de Victoria.
Gringo Gringo.
Qué entonaciones.
Ese timbre, tu voz particular, Victoria preparando las Margaritas y el tequila aquí adentro respondiendo. Casi tocando tu voz sintiéndola en mis espaldas como una gata llena de cosquillas tenues por una voz que sólo dijo Blanca, entonaciones secretas prohibidas que recorren mis tobillos y tú Gringo sigues hablando, vuelves a decir Blanca y de los tobillos sube a las piernas, a los muslos y se detiene. Todas las prohibiciones entre el tequila, tu voz y mi sexo se arremolinan giran vibran, vamos, Gringo, vamos de una vez, aprovecha las leyendas y los vikingos, de esas leyendas te hablo.