Recuerdo vagamente en mis oraciones de la infancia, allí entre las oraciones hablaban, alguien lo decía, hablaban de la sangre redentora.
Llegó un momento, entonces, en que el pecado se convirtió en inevitable, como las leyes de la física. Yo nunca tuve la intención ni la sospecha… no habría elegido -de ser posible elegir- vivir algo así. No me sucedió antes y aunque no hubiese enfermado, no me sucedería después.
Fue sublime y eso me permitió involucrarme con el mundo, con el prójimo, conmigo misma. Cómo puede comprender mi pobre mente que la gran falta por mí cometida fue lo que me amplió, amplificó y pude entender por fin ese verbo de las escrituras. Yo fui -y soy aún- una mujer elemental. Mi relación con Dios nunca fue elaborada. Por ello me es difícil explicarme cómo, por qué cuando me fui de llena al pecado, nunca estuve más cerca de Él.
Viva que dolía, lo sentí entonces. Que ya podría morir sabiendo que tuvo un sentido mi pasada por la Tierra. Lo único sólido para acarrear a la etérea eternidad.
* * *
Noto a Alfonso un poco deprimido. Ha venido a almorzar conmigo. Casi nunca lo veo a solas, es un hombre tan ocupado. Me siento privilegiada de contar con su compañía: ya ninguna presencia es gratis.
Me dice que está preocupado. No, no solamente por mí, por la familia en general. Me cuenta de la adolescencia complicada de sus hijas y doblemente complicada en manos de Luz. Habla de Pía y de Víctor, de sus vidas vertiginosas y de la cocaína. Y de mi cuñada, la mujer de Felipe, que reemplazó a su marido por el whisky, ahora que él casi vive en el Parlamento. Me confiesa que Arturo tiene una amante y que no piensa renunciar a ella. Me consuela diciendo que todo esto es estrictamente privado. ¡Señor, qué familia! Parece que no éramos tan exitosos, después de todo…
Sentados frente al ventanal, fijo mis ojos en el pasto fresco y bien cortado, distraída, rumiando lo que Alfonso me ha contado. Pienso en mis cuñadas, en lo desdeñosas que siempre han sido, y apenas lo escucho levantarse y avisarme que pondrá un poco de música. Hasta que llegan esas notas, independientes por el cielo, por el aire esas cuerdas. Es Schubert, el Trío para Piano. Me tomo la cabeza, entran por mi cerebro esas notas en contra de mi voluntad. ¡Dios, me van a quebrar esos violines! ¡Me van a quebrar…! Miro a Alfonso como lo haría una desquiciada, la furia me acomete, empuño las manos y me tiro encima de él, descargándolas en su pecho. Lo golpeo, lo sigo golpeando enajenada, no puedo detener mis manos… Alfonso tarda en reaccionar, se contrae su rostro por la sorpresa primero, luego por la pena. Me toma por ambos brazos con manos expertas, me sujeta y me atrae hacia él. La música continúa, descompensándome por completo. Siento una mano recorrer mi cabeza, mi pelo… hace mucho que no sentía la mano de un hombre en mi cabeza, fuerza y ternura esa mano, este pecho en el que me reclino, conozco bien este espacio exacto entre el hombro y el pecho, el Gringo ha vuelto, es el cuerpo del Gringo el que me contiene, Dios mío, Dios mío, por fin en el sólo lugar del mundo donde debo estar, por fin… me aprieto a este cuerpo, me cuelgo de este cuerpo y allí me calmo. Siempre pude calmarme en esos brazos, los únicos de la tierra. Ya apaciguada, levanto los ojos… es Alfonso, no es el Gringo, es mi hermano Alfonso. La humillación se apodera de mí y pareciera que voy a deshacerme en llanto. Y todo sonido en mí es feo, todo sonido es quebrado, cómo no mi llanto.
Alfonso me ha acostado y me ha puesto una inyección. Corre las cortinas y me deja a oscuras. Pienso que me estoy volviendo loca, y en mi locura deliro por el Gringo, deliro y deliro, mi vida entera por un instante del Gringo, los labios de la herida hablan, insisten en hablarle a mi memoria, insisten.
Ándate de una vez, Blanca. Vuelve al fondo del espejo.
* * *
¡Los patos!
Quiero ser despertada por el saludo de los patos. (Montevideo, la última vez que estuve ahí, en el Hotel del Lago, los patos en mi ventana, la pequeña laguna en mi ventana repleta de la conversación de los patos.)
El campo.
Si puedo elegir mi propia cárcel, que ésta sea el campo.
Trini, Honoria, los patos y yo. ¿Qué más necesitamos? Al menos mi cama del campo tiene la huella del Gringo, la única cama a mi alcance que tiene su huella. Y allí nadie podrá atravesarme a ciegas, allí nadie olvidará tratarme como a un humano.
Pía dirá: ¿Y cuando Trini entre al colegio?
Hay escuela pública.
– ¿Y si te pasa algo?
Hay un teléfono a diez minutos, en el retén de los carabineros.
– ¿Y si necesitan un doctor?
Está la casa del practicante, y si es más serio, bien, vendremos a Santiago. Estamos a una hora y media.
– Ya no puedes manejar.
Si el marido de la Tila maneja el tractor, igual podrá con la camioneta.
– ¿Y cómo te acompañaremos?
No me acompañen tanto. Vayan al campo cuando de verdad quieran verme, eso es mejor para ustedes y para mí.
– ¿Y qué hacemos con esta casa?
Me da igual, ciérrenla, véndanla.
En este minuto quisiera hablar, ay, cómo quisiera hablar y defenderme. ¿Cómo decirle todo esto a Pía? ¿Cómo combatir a un grupo humano entero que se ha adueñado, sin permiso, de mi voluntad? Blanca, no te desesperes. Las peléis debes darlas tramo a tramo. Sabes que Trinidad será el conflicto. Más adelante insistirán en que ella no puede educarse en el campo. Eso debes dejarlo para su propio día, más aún si tu mirada ya se ha acortado.
Ganaré igual, Trini se quedará conmigo. Será una rubia campesina y cuando los niños del pueblo se acerquen a tocarle el pelo, al menos sentirá enarbolar un destino más definido que el mío.
He embalado todo. La forma más certera de decir: es un hecho consumado. La familia, como lo previ, ha tratado de disuadirme.
– Es tu entrega final, Blanca.
Lo sé.
Ya ha pasado el tiempo suficiente, no es una afasia transitoria. Este lenguaje sustituto -el de mis ojos- me hace parecer menos normal aún de lo que soy. El confinamiento me hace sentir más incapacitada de lo que realmente estoy.
Lo sé.
La angustia aflora toda clase de malos sentimientos. No quiero estar más aquí. (Qué fácil es ser buena cuando la vida es buena con una.)
Y cuánto más categórica es una respuesta, más encubre la duda. Eso lo he observado ahora que lo observo todo. Por eso mi testadurez no tiene límites. Me ahogan, me ahogan las sutiles presiones. Ésta es mi decisión. Al final, los hechos no son los importantes, sino la fantasía sobre los hechos. Por eso me voy. Total, es el aturdimiento siempre…
Abro mi enorme closet. Me entretengo eligiendo para quién va cada prenda. Hago tres paquetes: Pía, Sofía y Victoria. A mis cuñadas no les dejo nada. A Juana una sola cosa, pero sólida: un reloj de oro, regalo de aniversario, los quince años de matrimonio. No tengo nadie más a quién legar y me pregunto en qué invertí en mi vida si no fue en el afecto.
Sé que Sofía y Victoria no me abandonarán. Pía es mi hermana, no tiene remedio. Tendré la presencia constante de otro de mis hermanos, el que administra las tierras, incluida la mía. La gente no llegará al campo, Juana irá una vez a las mil, tendrá que pedirle a Gregorio que la lleve, no puede manejar con su único brazo. Cruzar la cuesta que lleva a mi casa de campo no es broma. Esa cuesta será mi escudo.
Elijo todos mis collares, pulseras, anillos, colgajos de toda clase, todo para Victoria. Se verán lindos contrastando su pelo negro. Me sumerjo en ese mundo femenino que es mi closet. Mis execrables trajes de dos piezas, cuando debía comer con los banqueros. Toco éste de color gris, tan buen corte y tan buen paño; sin embargo, nunca dejé de parecer una maestra rural en él. Y tantos zapatos, tacos altos, afirulados, puntudos. Los tiro todos con alivio y odio mezclados, los tiro en la alfombra y a patadas los convierto en una pila. Pía calza mi número, ella los necesitará además. Suspiro, nunca más un taco alto, nunca más una panty que jamás me quedaron bien de cintura y de piernas al mismo tiempo, tantos sobres aún cerrados, transparentes, de colores, con flores… nunca más. Miro mi closet abultado. Bullshit! ¿Cuál será la traducción exacta? En mi familia los garabatos se dicen en otro idioma, nunca en español. Bullshit, toda esta estupidez.