Martha desvió la mirada y se puso de pie.
– Voy a ducharme y a la cama -dijo con voz nerviosa.
– Buena idea -contestó Lewis, y miró de nuevo hacia la oscuridad del jardín, tratando de no imaginársela desnuda bajo el agua de la ducha. También él se daría una ducha, pero fría.
A la mañana siguiente, Martha se despertó tarde. Tardó unos segundos en recordar dónde estaba. Tumbada en la cama, se quedó mirando fijamente el ventilador del techo. A su lado, Viola se estiraba. Con cuidado para no despertar a Noah, Martha se incorporó y se retiró el pelo de la cara.
Había sido una noche muy larga. Había tardado en dormirse y cuando por fin lo había hecho, los bebés se habían despertado. Primero lo hizo Noah y luego Viola. Y así durante toda la noche. En cuanto uno se dormía, el otro empezaba a llorar de nuevo.
De repente, Lewis había llamado a su puerta para preguntar si necesitaba ayuda. ¿O había sido tan sólo un sueño? Martha frunció el ceño y trató de aclarar sus pensamientos. Tras unos minutos, lo recordó todo con claridad. Lewis había aparecido descalzo, con el torso desnudo. Tan sólo llevaba puesto el pantalón del pijama. Había estado allí, en su habitación, medio desnudo en mitad de la noche.
Aunque en aquel momento apenas le había prestado atención, el recuerdo de aquella imagen la perturbó. Lewis le había preguntado si necesitaba que la ayudara y ella le había contestado que no era necesario que los dos estuvieran levantados atendiendo a los niños. Más tarde, había decidido meter a los dos bebés en su cama junto a ella, confiando en que así se calmarían. Tras unos minutos, los niños se habían tranquilizado y terminaron por dormirse. Finalmente, pudo descansar.
De repente, Viola abrió los ojos y comenzó a balbucear.
– Ya estás despierta, ¿eh? -dijo Martha sonriendo, y la tomó en brazos-. Vayamos a ver qué podemos desayunar.
Se oía ruido en la cocina. Quizá Lewis ya estaba levantado, pensó.
Martha se miró al espejo antes de salir de la habitación. Se aseguró que no hubiera restos de maquillaje en sus ojos. Su cabello estaba revuelto, pero no podía hacer nada hasta que se duchara.
Dejó a Noah durmiendo en la habitación y se fue a la cocina con Viola.
Lewis no estaba allí. Se sintió sorprendida cuando tan sólo se encontró con Eloise. Le dio los buenos días.
– ¿Ha visto a Lewis? -preguntó Martha, tratando de no mostrar demasiado interés.
– Sí, ya se ha marchado a la oficina.
– ¿Tan pronto? -dijo mientras colocaba a Viola en su sillita-. ¿Qué hora es?
– Casi las once.
– ¡Las once! ¿Por qué no me ha despertado? -le preguntó a Eloise.
– El señor Mansfield me dijo que la dejara dormir -contestó-. Fue a verla a su habitación antes de irse, pero estaba durmiendo tan plácidamente que no quiso despertarla.
A Martha no le gustó la idea de que Lewis la hubiera observado mientras dormía. ¿Y si hubiera estado roncando o con la boca abierta? Aun así, le estaba agradecida, ya que había conseguido dormir unas cuantas horas seguidas y se sentía descansada.
Eloise se ofreció a cuidar de Viola mientras ella se duchaba. Cuando terminó, Noah ya se había despertado. Dio el desayuno a los niños y los vistió para ir a comprar. No fue hasta después de comer, mientras los niños dormían la siesta, cuando pudo recorrer toda la casa.
El lugar tenía un aspecto completamente diferente al de la noche anterior. La oscuridad y la humedad habían desaparecido. Hacía un día precioso. Lucía un sol brillante y soplaba una cálida brisa. Deslizó la puerta corredera de cristal que comunicaba el salón con el porche y salió.
– ¡Qué maravilla! -susurró.
Allí se había sentado la noche anterior con Lewis y, en la oscuridad, había tratado de imaginar cómo sería el jardín. Ahora lo tenía frente a ella. Era una extensión de hierba rodeada de altas palmeras y de arbustos de flores exóticas y hojas brillantes. Una buganvilla de intenso color rosa se extendía sobre la cubierta del porche y, al pie de la escalera, había un jazmín cuyo intenso aroma había percibido la noche anterior.
Martha bajó los escalones y caminó tranquilamente por el césped hacia las palmeras, a través de las que se adivinaba el intenso color azul del mar y el brillo del sol sobre el agua. En ese punto, la hierba daba paso a la arena y de pronto se encontró en una pequeña playa.
– ¡Oh! -exclamó Martha.
Se quedó fascinada contemplando el paisaje. Parecía estar viviendo un sueño.
Lejos de las sombras del jardín, hacía calor. Se quitó las sandalias y caminó plácidamente por la arena de la playa. Se acercó a la orilla y miró el mar. El agua tenía diversas tonalidades. De transparente pasaba a verde claro, a continuación a un intenso turquesa y, en el horizonte, se volvía azul oscuro.
Martha pensó en la lluvia del día anterior y en lo triste que se sintió cuando llegaron. Era como si ahora estuviera en otro lugar. Siguió caminando por la playa, sintiendo la calidez y suavidad de la arena en sus pies. Pensó que, por fin, había llegado al paraíso.
Lewis no regresó hasta las siete. Eloise había ayudado a Martha a bañar a los bebés antes de irse. Hacía rato que se había marchado, cuando Martha oyó el coche. En ese momento, sintió que su corazón se aceleraba.
Viola y Noah estaban sentados en el gran sofá del salón. Martha les estaba dando el último biberón.
¿Dónde se habría metido todo el día?, pensó. Tenía que buscar la manera de decirle a Lewis que era conveniente que pasara un tiempo con Viola antes de que la niña se fuera a dormir, pero no quería que él la mal interpretase y creyera que se había sentido sola o que lo había echado de menos.
Estaba dando el biberón a Noah cuando la puerta se abrió y apareció Lewis.
– Hola -dijo mirándolo por encima de su hombro. A pesar de que sintió deseos de hacerlo, decidió no preguntarle donde había estado todo el día.
Lewis parecía cansado.
– Siento llegar tarde -dijo, y puso su maletín sobre la mesa.
Tenía un aspecto extraño. No era sólo por la ropa que llevaba, sino por cómo la llevaba. Vestía unos pantalones elegantes y una camisa blanca de manga corta. No parecía encontrarse cómodo sin su traje y su corbata. Martha recordó sus días en Glitz. y lo impecablemente que vestían los hombres que allí trabajaban. Trató de imaginárselo en alguna fiesta de la revista. Hubiera parecido una criatura de otro mundo.
Quizás él pensaba lo mismo de ella, pensó Martha mientras miraba su camisa sin mangas y sus pantalones vaporosos. Estaban llenos de manchas de la papilla de los niños. Había sido uno de sus conjuntos favoritos durante el verano pasado debido a la gran calidad del tejido y al diseño de las prendas. Tampoco ella estaba vestida para ir a una fiesta.
– Ha sido un día agotador -dijo Lewis, y se sentó en el sofá junto a ella-. Quería haber llegado a casa antes.
– No se preocupe -respondió Martha, disimulando su malestar-. ¿Qué hora es?
Lewis miró su reloj. -Las siete menos seis minutos.
– ¡Qué exactitud! -dijo Martha en tono irónico.
– Lo siento, llevo todo el día preocupado con pequeños detalles -dijo mientras Martha le miraba fijamente. Después de un momento, Lewis rió y añadió-: ¿Qué puedo decir? Al fin y al cabo, soy un ingeniero.
– Y que lo diga -dijo Martha sonriendo. Dejó a Noah a un lado y tomó en sus brazos a Viola para darle su biberón.
– ¿Qué tal ha ido el día? -le preguntó Lewis mientras la observaba.
– Bien -contestó Martha sin dejar de mirar a Viola-. Este sitio es precioso. Llevé a los niños a jugar a la playa. Han disfrutado mucho del agua, pero hacía demasiado calor para ellos, así que al rato tuvimos que buscar una sombra. Después nos fuimos de compras. ¡Ah! Gracias por mandar el coche. El mercado estaba lejos para ir andando y hemos aprovechado para comprar muchas cosas.