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– Eso suena tentador. No soportaría ese horrible estofado de Eloise otra vez.

– Eloise está encantada de no tener que cocinar.

– Eso me imaginé. Se puso muy contenta esta mañana cuando le hablé de los cambios. ¿Cree que funcionará?

– Por supuesto que sí -contestó ella. Se quedó callada unos instantes, mirando a Viola, antes de continuar-. Esta mañana nos levantamos muy tarde. Seguro que ya lo sabe.

Lewis se encogió de hombros. Deseaba poder olvidar la imagen de Martha cuando abrió la puerta de su habitación esa mañana. Era evidente que había hecho calor aquella noche. Se había asomado a su habitación y la había visto tumbada sobre las sábanas de la cama. Tan sólo llevaba puesta una camisa de hombre. Los niños habían pasado la noche junto a ella y, cuando se asomó, los tres dormían profundamente.

Lewis sintió que se le secaba la garganta y tosió. ¿Cómo era posible que se le secara la garganta en un clima tan húmedo?

– Debía de estar cansada -dijo él-. Los niños han pasado casi toda la noche despiertos.

– ¿Cómo lo sabe? ¿Acaso vino a mi habitación? -dijo, y lo miró fijamente con sus grandes ojos marrones.

– Sí, lo siento. Pensé que necesitaba ayuda. Llamé a la puerta, pero no me oyó y decidí entrar. Si prefiere que no lo vuelva a hacer, dígamelo.

– No, no importa -dijo Martha contrariada-. No estaba segura de si lo había soñado o no.

Aquella respuesta sorprendió a Lewis. Ambos se miraron en silencio. Martha se quedó pensativa y recordó el aspecto de Lewis. Todavía lo veía allí en su habitación, en mitad de la noche, descalzo y con el pecho desnudo mientras ella, con una amplia camisa, dejaba al descubierto algo más que sus muslos. Había usado aquella camisa de algodón para dormir desde que Noah había nacido.

Martha sintió un escalofrío recordando la escena. En aquel momento, hubiera sido muy fácil haber rozado la piel desnuda de Lewis. ¿Qué hubiera pasado entonces? De sólo pensar en ello se quedó sin aliento. Hizo un esfuerzo por apartar aquellos pensamientos.

– No quiero que se sienta obligado a ayudarme. Me ha contratado para que cuide a Viola, y si llora en mitad de la noche soy yo la que se tiene que ocupar.

No debía olvidar que la niñera era ella y él era su jefe.

Lewis se frotó la nuca.

– Ese es el problema con los bebés -se detuvo pensando las palabras-. Con ellos no es posible mantener la intimidad. Uno contrata a una niñera para que los cuide y antes de que se dé cuenta, está en su habitación medio desnudo en mitad de la noche.

Así que él también había estado pensado en aquella escena. Martha estaba aturdida. No sabía si alegrarse o no, por lo que decidió cambiar de tema.

– En cuanto los niños se acostumbren, dormirán de un tirón toda la noche -dijo ella-. Y nosotros no tendremos que andar paseando de madrugada medio desnudos.

Viola terminó de tomarse el biberón y Martha le dio ligeros golpecitos en la espalda para sacarle el aire, mirándola con una dulce sonrisa. Tras unos instantes, emitió un sonoro eructo que hizo que Lewis y Martha se rieran.

– ¡Esa es mi chica! -dijo Lewis.

Viola los miraba extrañada. Sin saberlo, había conseguido hacer desaparecer la tensión de aquel momento. De repente, lanzó los brazos hacia su tío.

– ¿Quiere tomarla en brazos? -preguntó Martha, y Lewis se sobresaltó.

– ¿Para qué?

– No se asuste. No tendrá que hacer nada. Sólo abrácela -dijo, y depositó a la niña en los brazos de Lewis antes de que siguiera quejándose-. Aquí tiene un cuento. Léaselo.

Intentó hacerlo, pero Viola no mostró ningún interés por el libro. Estaba más preocupada en el rostro de su tío y en meter sus pequeños dedos en su boca, en tocar su nariz y en tirarle del pelo.

– ¿Por qué no se está quieta como Noah? -protestó Lewis señalando al niño, que estaba tranquilamente sentado sobre el regazo de su madre siguiendo con atención el cuento.

– No tengo ni la menor idea -dijo Martha a punto de estallar en carcajadas-. Será una cuestión genética.

– Seguramente -convino Lewis pensando en su hermana. Aunque Viola tuviera sólo ocho meses, ya se hacía evidente que tenía el mismo carácter que Savannah.

– Espere que Viola crezca y empiece a discutir. Va a necesitar mucha disciplina.

– Eso será tarea de sus padres -dijo Lewis mientras sacaba los dedos de Viola de su oreja-. Eso no es asunto mío.

A Lewis, aquellas palabras le sonaron familiares.

CAPITULO 5

MARTHA sintió lástima de Lewis y tomó a Viola en sus brazos para llevársela a la habitación a dormir. La niña rompió a llorar.

– Creo que le ha gustado jugar con usted -dijo ella.

Lewis se frotó la nariz. Todavía sentía los pequeños dedos pellizcándolo.

Por fortuna, los dos bebés se durmieron enseguida.

– Rápido -dijo Martha-. Vamos a cenar, no vaya a ser que se despierten.

Había preparado una salsa para acompañar el pescado que había hecho a la parrilla. Lewis estaba sorprendido de aquella sencilla y deliciosa comida.

– Creo que al final ha sido una gran suerte que Eve se enamorara y renunciara al trabajo -dijo Lewis sonriendo.

– Muchas gracias -contestó Martha, molesta por el hecho de que le recordara que no había sido la primera elegida para el puesto.

La verdad era que también ella estaba contenta de que Eve se hubiera enamorado. De no haber sido así, no estaría ahora en aquel bonito lugar.

Lewis se ofreció para recoger la mesa.

– Ahora vaya y póngase cómoda -dijo él-. Voy a la cocina a preparar café.

Era maravilloso sentirse atendida. Martha se sentó en el porche y se relajó. Corría una suave brisa y se escuchaba el vaivén de las olas, además de los sonidos de la cocina. Era agradable la sensación de tener a Lewis cerca y saber que en cualquier momento aparecería en el porche y se sentaría junto a ella.

No es que lo estuviera deseando, pensó. Pero en el fondo se sentía confusa. ¿Por qué tuvo la sensación de que no podía respirar cuando Lewis apareció y le sirvió el café?

Martha le dio las gracias sin darle mayor importancia. Al fin y al cabo, tan sólo se trataba de un café.

Lewis se sentó a su lado y se echó hacia atrás, cerrando los ojos. Parecía muy cansado, pensó ella mientras contenía el impulso de acariciar su cabello.

El reflejo de la luz del salón a través de la puerta de cristal endurecía sus rasgos. Recorrió con la mirada su rostro, las marcadas mejillas, la prominente mandíbula… Se detuvo en los labios. Recordó cómo desaparecía la fría expresión de su rostro cada vez que sonreía.

Si una sonrisa tenía ese efecto, ¿qué pasaría con un beso? Lewis era tan introvertido y reservado que era difícil imaginárselo como amante. O quizá no. pensó Martha mientras con los ojos fijos en su boca lo imaginaba acercándose a ella y abrazándola estrechamente contra su cuerpo. Sus manos fuertes la recorrían mientras sus cálidos labios se unían a los suyos y…

Martha suspiró y desvió la mirada. Al pensar en el roce de aquellos labios sintió un profundo escalofrío que le recorrió la espalda.

Tomó un sorbo de café. Tenía que dejar de pensar en aquellas cosas, se dijo, y comportarse con normalidad.

– ¿Ha tenido un día difícil? -preguntó Martha con la voz entrecortada.

Lewis abrió los ojos y se giró para mirarla.

– Ha sido más bien frustrante -respondió-. Se tarda mucho en tener todo listo.

– Yo creí que según llegaba, comenzaba la construcción -dijo Martha.

– Tardaremos unos quince meses en ponernos manos a la obra.

– ¡Quince meses! -exclamó ella sorprendida. Tras unos instantes, añadió-: ¿Por qué se tarda tanto tiempo en empezar a construir?

– ¿Por qué este repentino interés por la construcción? -preguntó Lewis con suspicacia.

– Tan sólo quería sacar un tema de conversación -dijo Martha-. Además, si vamos a vivir juntos los próximos seis meses, será mejor que sepa a lo que se dedica.