Выбрать главу

«Bonita camisa». Martha sonrió recordando sus palabras y, por fin, atendió a Noah.

Tan sólo llevaba una semana en San Buenaventura y a Martha le parecía toda una vida. Había sido fácil adaptarse a vivir allí y, con la ayuda de Eloise, los días transcurrían apaciblemente. Desechó la ropa de su selecto vestuario y se limitó a vestir con camisetas de tirantes y pareos.

Cada día iba al mercado, cocinaba y conversaba con Eloise. Después jugaba con los niños, a los que había empezado a llamar los gemelos. Algunos días se quedaban en el porche. Otros, se ponían sombreros y bajaban a la playa. En la orilla, Noah disfrutaba chapoteando, pero Viola rompía a llorar en cuanto sus pies tocaban el agua.

Martha no se cansaba de observarlos. Savannah había enviado muchos juguetes para Viola, pero no eran necesarios. Una vieja cacerola y una botella de plástico eran suficientes para que la niña jugara.

Hacía años que no se sentía tan relajada, pensó mientras observaba a los gemelos durmiendo la siesta a la sombra de las palmeras. Cuando trabajaba en Glitz, había llevado un ritmo de vida frenético: los cotilleos, las fiestas, las continuas prisas para preparar los reportajes… Lo había pasado muy bien, pero no lo echaba de menos. Ahora, veía todo aquello muy lejano y superficial, como si perteneciera a otro mundo.

¿Cómo iba a echar de menos aquella vida si ahora estaba en el paraíso? Pero había algo que no la dejaba ser feliz, reflexionó.

Había conseguido un buen trabajo en un sitio precioso. Los bebés se portaban muy bien y no ocasionaban ningún problema. Parecía una vida feliz, pero en ocasiones se sentía sola.

Cada día, Martha esperaba el regreso de Lewis con anhelo. Aunque le costaba reconocerlo, se sentía feliz cada vez que lo veía entrando por la puerta. Era como si su día no empezara hasta que él llegaba a casa. En ese momento, Martha se sentía más viva. Y no era porque Lewis se mostrara dicharachero, al contrario. Muchas veces se mostraba serio y solía haber un tono amargo en sus palabras. Su afán de analizar cada cosa la molestaba y, en ocasiones, llegaban a discutir. El se sentaba meditabundo y reflexivo, pensando cada palabra antes de pronunciarla. Aquello la enojaba.

Necesitaba conocer a otras personas, decidió Martha. Ese había sido siempre el consejo en las páginas de Glitz- Tenía que hacer un esfuerzo y hacer más vida social. También tenía que tratar de encontrar a Rory.

Una mañana, Lewis le preguntó si tenía planes para el día. Martha lo miró sorprendida.

– ¿Planes? No, ¿por qué?

– Hoy es domingo, su día libre. Pensé que querría descansar. Si quiere, llévese el coche. Puede dejar a Noah y a Viola conmigo.

Martha no sabía qué decir.

– Bueno, la verdad es que no había pensado hacer nada especial -dudó-. Además, no quiero dejar a Noah y tampoco creo que sea una buena idea separarlo de Viola ahora que se han acostumbrado a estar juntos.

Era una mala excusa, pero Lewis pareció aceptarla.

– En ese caso, ¿qué le parece si comemos fuera? -sugirió él-. El gerente de la oficina me ha hablado de un restaurante que está al otro lado de la isla, donde el pescado es excelente. Así, no tendrá que cocinar hoy. No es más que una cabaña, pero está en la playa y los gemelos podrán jugar tranquilamente.

Martha lo miraba fijamente. Era imposible saber lo que Lewis pensaba en cada momento. ¿Por qué estaba siempre tan serio? ¿Realmente quería invitarla a comer o sólo pretendía ser cortés con ella? Martha decidió aceptar la invitación, fuera cual fuese la razón.

– Parece un plan perfecto -dijo-. Gracias.

– Es lo mínimo que puedo hacer. Usted me ha salvado de comer el estofado de Eloise -dijo Lewis con una tímida sonrisa en sus labios-. Y no olvide traerse el traje de baño. Me han dicho que esa playa es estupenda para nadar.

Llegaron al restaurante, que resultó ser tal y como le habían informado a Lewis, una cabaña. Las paredes eran de madera y planchas de hojalata y estaba abierta por un lado. Las mesas estaban colocadas bajo sombrillas hechas de hojas de palmeras y el menú estaba garabateado en una pizarra. Servían la cerveza muy fría y el pescado era el más fresco que Martha había probado nunca.

– ¡Qué sitio tan peculiar! Incluso parece que vamos a tener niñeras -dijo ella divertida al ver cómo Viola y Noah eran atendidos por las mujeres que ocupaban una mesa próxima a ellos. Viola estaba encantada de ser el centro de atención -. Su sobrina es muy coqueta. Mire cómo se comporta para que se fijen en ella. Me gustaría saber cuál es su secreto para mejorar mis técnicas.

Lewis contempló a Martha, que estaba sentada al otro lado de la mesa, frente a él. Sonreía mientras miraba a los bebés. Estaba bronceada y había ganado algo de peso. Parecía otra mujer distinta a la que había conocido en su oficina.

Lewis estudió su rostro con detenimiento. No era especialmente guapa. Tenía la nariz grande y los labios demasiado gruesos. Se adivinaban pequeñas arrugas alrededor de los ojos. Pero ahora que se la veía tan relajada estaba más atractiva. Se estaba acostumbrando a ella, a sus ojos, a su pelo, al modo en que sonreía a los bebés.

– No creo que su técnica necesite mejoras -comentó Lewis espontáneamente.

– Se sorprendería -dijo Martha con cierta ironía-. Desde luego, nunca he tenido la habilidad de Viola para llamar la atención.

– En ocasiones tiene muy mal genio -dijo él-. Noah es más tranquilo. Confío en que algo de esa tranquilidad se le pegue a Viola.

– Eso es difícil -contestó Martha mirando a su hijo con orgullo-. Noah tiene el mismo carácter que su padre: es tranquilo e independiente.

– ¿Realmente puede saber a quién se parece? Es sólo un bebé.

– Claro que sí. Físicamente no le encuentro parecido conmigo, y el carácter es el de su padre. Rory es muy tranquilo -afirmó Martha y sonrió-. Para mí, fue una novedad conocer a alguien tan dulce. Estaba todo el día rodeada de personas egocéntricas. Rory nunca se molesta en destacar ni en llamar la atención, no le hace falta.

– ¿No será que le da todo igual? -preguntó Lewis con voz grave.

Martha se quedó pensativa y tomó un sorbo de cerveza.

– No -dijo después de unos instantes-. Creo que lleva una vida muy cómoda y no necesita esforzarse por nada. Es muy guapo y simpático y congenia con todo el mundo. No le preocupa el dinero, lo único que le interesa es disfrutar de la vida.

– Eso está bien si hay alguien que se ocupe de resolver los problemas, de tomar decisiones y de asumir responsabilidades mientras uno se relaja y disfruta.

Había un tono amargo en su voz. Martha lo miraba con curiosidad.

– Parece que está pensando en alguna persona concreta. ¿Quizá su hermana?

– ¿Savannah? -Lewis se rió-. No, aunque sea irresponsable no es una mujer tranquila.

– Entonces, ¿de quién se trata?

– Pensaba en mi madre -admitió Lewis-. Nunca ha sabido asumir obligaciones.

– No sabía que tuviera madre. Nunca me ha hablado de ella -dijo Martha, y tomó otro sorbo de cerveza.

Lewis se encogió de hombros.

– Pasé poco tiempo con ella. No tardó en cansarse de mi padre y de mí. Nos abandonó cuando yo tenía seis años.

¡Seis años! Martha no podía creer que una madre fuera capaz de dejar a un hijo de seis años.

– ¿Por qué se fue?

– Quería encontrarse a sí misma. Creo que todavía no lo ha conseguido -dijo Lewis con amargura.

– ¿Todavía vive?

– Sí. Por lo que sé, se dedica a recorrer el mundo. No le gusta vivir siempre en el mismo lugar, y menos entre cuatro paredes. Siempre está en alguna comunidad buscando paz y amor. Creo que está convencida de que, si pasa un mes en la misma postura o comiendo determinados alimentos, el mundo cambiará.