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Lewis tomó un sorbo de cerveza y miró al mar.

– ¿Alguna vez la ve?

– De vez en cuando. Para mí, mi madre es una desconocida excéntrica en continua búsqueda de nuevas terapias.

Martha miró a Noah, que estaba en brazos de una de las mujeres. No podía imaginarse abandonándolo. Sentía lástima por Lewis. Ahora comprendía el resentimiento que mostraba hacia las mujeres, después del modo en que se comportaban las de su propia familia.

Observó de reojo a Lewis, que estaba mirando el mar. Estaba serio, enfrascado en sus pensamientos.

– Yo siempre quise despreocuparme de todo, pero no pude -confesó Martha-. Fui una buena estudiante y tenía mucha ambición. Mi sueño era trabajar en una revista. Me gustaba mucho mi trabajo, pero se convirtió en el centro de mi vida. Siempre debía tener cuidado con los que me rodeaban. Estaban deseando que cometiera el más mínimo error para pisotearme -hizo una pausa y Lewis se giró para mirarla-. Con esa tensión, no consigues relajarte nunca y disfrutar de las cosas. Ahora me doy cuenta del estilo de vida que llevaba.

Lewis la miró a los ojos.

– Pero ahora su vida ha cambiado.

CAPÍTULO 6

MARTHA sonrió. -Noah es el que me ha cambiado. No creo que yo sola hubiera sido capaz de hacerlo. Nunca tenía tiempo ni para pensar las cosas -se quedó callada unos instantes, sumida en sus pensamientos, antes de continuar-. Cuando nació Noah, mi vida cambió totalmente. Tenía un trabajo fantástico, un buen sueldo y una intensa vida social y, de repente, todo desapareció. Pero no me arrepiento -dijo mirando a Lewis con una sonrisa en los labios-. Le agradezco que me haya dado este trabajo. Es fantástico poder tomarse la vida con calma en un sitio como éste. No sé cuánto tiempo más hubiera podido soportar. Sólo llevo aquí una semana y me siento mejor. Muchas gracias.

Se quedó pensativa recordando lo sola que se había sentido. La mayoría de sus amigos trabajaban en Glitz, así que tan pronto como dejó su trabajo, perdió el contacto con ellos. Llevaban ritmos de vida diferentes. Ellos no tenían compromisos ni hijos a los que atender. Trabajaban mucho y podían pasar las noches de fiesta en fiesta, igual que había hecho ella antes de nacer Noah.

– No tiene por qué dármelas -repuso Lewis-. Está haciendo un buen trabajo. Confío en que siga así durante los próximos seis meses.

Lewis miró al mar, pero la imagen de Martha sonriendo se había quedado fijada en su mente.

– Por supuesto que sí.

– ¿Seguro? Me ha hablado de su ritmo de trabajo, su intensa vida social, ¿no cree que esto pueda resultarle aburrido?

«No si estamos juntos», se dijo Martha. Por un momento pensó que había pronunciado aquellas palabras en voz alta. De haberlo hecho, ¿qué explicación le hubiera dado?

Martha contempló el reflejo del sol en la arena y los brillos del agua. Se quedó abstraída y se olvidó de que tenía una cerveza fría entre las manos y de que estaba sentada en una incómoda silla de madera. Tampoco fue consciente de las risas que provenían de la mesa de al lado, ni del aroma que desprendía el pescado cocinándose sobre la parrilla. En aquel momento, sólo existía Lewis, allí sentado frente a ella, intensamente atractivo.

– Tengo que hacer un esfuerzo por conocer a otras personas -dijo Martha en un intento por salir de su ensimismamiento-. Esta semana hemos estado muy ocupados organizándonos, pero ahora que ya nos hemos adaptado, me gustaría involucrarme en alguna actividad.

– ¿Qué le parece si un día de estos deja a los gemelos con Eloise y viene a comer a la ciudad? Le presentaré a algunas personas.

Martha lo miró con incertidumbre. ¿Por qué ese repentino interés en ampliar su vida social? A lo mejor se había cansado de ella. Si era así, tenía que demostrarle que era capaz de arreglárselas sola y que no dependía de él para nada, que tenía otras preocupaciones además de esperar su llegada a casa cada noche. Precisamente, era eso lo que había estado haciendo: depender de él, pensó Martha. Aquello tenía que cambiar.

– ¡Sería fantástico! -dijo Martha tratando de mostrar entusiasmo.

– La avisaré -repuso Lewis contrariado por su exagerada reacción.

Se acercaron a la mesa de al lado y recogieron a los bebés para darles de comer.

Entre dos era mucho más sencillo ocuparse de los niños, pensó Martha. Aunque Eloise siempre la ayudaba, con Lewis era diferente.

Mientras los bebés dormían a la sombra de las palmeras, Martha y Lewis comieron. El pescado era delicioso, pero Martha tenía la mente en otro sitio. Observaba atentamente a Lewis y apenas podía retirar la mirada de sus manos y de su boca. Deseaba acariciar aquellos fuertes brazos y entrelazar los dedos con los suyos.

Tragó saliva e intentó buscar un tema de conversación. Se sentía aturdida. Le hizo preguntas sobre el proyecto, la compañía y el amigo con el que había decidido asociarse tres años atrás.

– Tenemos pocos empleados en este momento -dijo Lewis contrariado ante el repentino interés de Martha. Había observado un cierto nerviosismo en ella-. Tenemos un ingeniero encargado del proyecto en cada lugar y yo hago visitas de vez en cuando para asegurarme de que todo va bien.

– Entonces, tendrá que viajar mucho, ¿no?

– Sí, Mike está casado y tiene niños pequeños. Trabaja en nuestras oficinas centrales de Londres. Como no tengo familia ni obligaciones que me retengan, yo soy el que viaja.

– ¿Y no se cansa?

– ¿De viajar? -preguntó Lewis.

– No, de estar solo y no tener quien lo espere en casa.

Se quedaron en silencio sin dejar de mirarse fijamente. Tras unos momentos, Lewis desvió la mirada.

– Hace tiempo que decidí no tener hijos -dijo seriamente-. No quiero ser responsable de traer niños al mundo y que pasen por lo mismo que pasamos Savannah y yo.

– No tiene por qué ser así. No todas las madres abandonan a sus hijos.

– Quizás -dijo Lewis con rostro severo-. Por cierto, ayer recibí un correo electrónico de Helen.

Helen. La novia perfecta. Aquella a la que tanto echaba de menos.

– ¡Qué bien! -dijo Martha tratando de mostrar emoción.

– Me dice que ha tenido una hija y que es muy feliz.

– Eso es estupendo -dijo Martha, preguntándose si realmente se alegraba o si en el fondo se sentiría celoso.

– Ya ha vuelto al trabajo. Me dice que la niñera es fantástica -dijo y en tono irónico, añadió-: Parece que soy el único que no tiene interés en formar una familia.

– Mire, estamos aquí disfrutando de una tranquila comida de domingo. Los bebés duermen la siesta. A la vista de los demás, parecemos una familia.

Lewis se giró y miró como dormían Noah y Viola.

– Pero no somos una familia.

– Oficialmente no. Pero somos un hombre y una mujer con dos niños que viven juntos. Somos una familia provisional.

– Esa es la cuestión. Una familia no puede ser provisional -protestó Lewis-. Las familias han de permanecer unidas.

La sonrisa se borró del rostro de Martha. Pensó en lo que quería para Noah y para ella. Desde luego, ella tampoco quería algo provisional.

– ¿Qué va a hacer hoy? -le preguntó Lewis a la mañana siguiente mientras tomaba el último sorbo de su café.

– Lo de siempre -dijo Martha mientras le limpiaba las manos a Viola-. ¿Por qué?

– Quizá le gustaría venir a la ciudad a comer conmigo. Eloise se puede ocupar de los niños.

– Me encantaría -dijo Martha. Trató de no mostrar su entusiasmo ante la idea de Lewis. Se trataba de una comida, no de una cita. No había motivo para que su corazón se acelerase de aquel modo.

– ¿Sobre las doce y media le viene bien?

– Perfecto.

Esperó a que se fuera y entonces sonrió.

– No me miréis así -dijo a los niños, que se habían quedado embelesados mirándola-. No hay ningún inconveniente en que vayamos juntos a comer. No voy a hacer ninguna tontería.