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Martha la observó detenidamente. Era alta y muy guapa. Tenía una piel maravillosa y los ojos verdes. Su dorada melena estaba recogida en una trenza. Pero era muy aburrida. Aunque quizás a Lewis eso no le importaba.

Suspiró y dejó caer el tenedor. Recordó la emoción con la que había acudido al restaurante. Se había hecho demasiadas ilusiones respecto a Lewis. Si hubiera sabido lo que iba a pasar…

– Será mejor que me vaya -dijo en cuanto terminó de comer-. No está bien dejar a Eloise sola con los niños tanto tiempo. No se levante -añadió mientras Lewis movía su silla hacia atrás-. Por favor, quédense y terminen de comer.

Lewis fue a decir algo, pero Candace la interrumpió.

– Me tomaré un café -dijo mostrando una amplia sonrisa de satisfacción.

– Hasta luego -se despidió Martha fríamente-. Gracias por la invitación.

– Está muy callada -dijo Lewis, mientras ella preparaba la cena de aquella noche.

– Ya sabe que mi único tema de conversación son los biberones y los pañales. No quiero aburrirlo.

Lewis la observaba pensativo. Cuando estaba con ella, nunca se aburría. Pero era evidente que en aquel momento estaba enfadada, y no era difícil conocer el motivo.

– Mire, siento mucho lo de la comida. Invité a Candace porque usted misma me dijo que quería conocer a otras personas. Creí que congeniarían.

– ¿De verdad? -dijo Martha mientras cortaba enérgicamente unas hojas de lechuga-. ¿Qué le hizo pensar eso?

Lewis se encogió de hombros.

– Parecen de la misma edad, las dos son solteras…

– Ah, claro, y por eso se supone que podemos hacernos amigas aunque no tengamos nada en común, ¿no? -lo interrumpió.

– Eso no lo sabía cuando invité a Candace a comer -dijo Lewis tratando de ser amable-. Me la presentaron en una reunión de trabajo. Acababa de llegar a la isla y estaba sola. Apenas la conozco.

– No me dio esa impresión. Ella parecía conocerlo muy bien -dijo Martha cortando bruscamente un tomate-. No hay ninguna duda de que tiene muy claro de quién quiere hacerse amiga.

Lewis la miró contrariado.

– ¿Qué quiere decir?

– Venga, Lewis, es evidente que Candace está interesada en usted. Nunca me he sentido tan fuera de lugar. Ella estaba deseando que me fuera y los dejara solos.

– Ya se lo he dicho. Apenas la conozco -dijo Lewis enojado.

– Bueno, eso siempre puede cambiar -repuso Martha con una sonrisa irónica-. Candace es la mujer perfecta para usted. Los dos están totalmente entregados a su trabajo. Para ustedes es más importante conseguir contratos que tener una familia. Además, así podrán reírse juntos de personas como yo, cuyas únicas preocupaciones son el amor y la dedicación a sus hijos.

Lewis apretó los labios. No entendía por qué estaba tan enfadada. El almuerzo no había ido bien, pero no era culpa suya que no hubieran congeniado. Al menos, él le había presentado a Candace y ella debería estar agradecida por ello. No soportaba que las mujeres actuaran tan irracionalmente.

Él también estaba enfadado. Además, no había podido evitar pensar en Martha durante toda la tarde y la sensualidad de su cuerpo bajo aquel vestido mojado.

Apenas había podido concentrarse en el trabajo esa tarde.

Cuando llegó a casa, la encontró con unos pantalones y una camisa sin mangas, totalmente diferente a como la había visto en el restaurante, con el vestido mojado y pegado a su piel, marcando cada una de sus curvas. Se sintió defraudado.

– ¿Cómo dice? -preguntó Lewis abstraído en sus pensamientos al percatarse de que ella le estaba hablando.

– Le estaba diciendo que viniera a sentarse a la mesa.

– Sí, por supuesto -dijo él.

Viola no dejó de llorar durante la cena y Martha se tuvo que levantar varias veces para atenderla.

– Creo que se ha resfriado -dijo mientras le tocaba la frente-. Si no se encuentra mejor por la mañana, llamaré a un médico.

Martha le dio un jarabe a la niña, pero apenas la calmó. La noche fue larga: Viola se despertaba una y otra vez llorando. Tan pronto como Martha conseguía que se durmiera, volvía a despertarse.

Una de las veces, Noah también se despertó y rompió a llorar. Martha trató desesperadamente de consolar a los niños. De repente, Lewis apareció.

– Parece que necesita que la ayude.

Martha estaba muy cansada para protestar. No sabía qué hora era y se estaba volviendo loca con los llantos de los bebés.

– ¿Puede ocuparse de Noah mientras yo le doy un poco de agua a Viola?

Martha fue a la cocina y preparó un biberón. Se sentó en el sofá del salón y acunó a Viola en sus brazos mientras la niña bebía. Por fin, dejó de llorar y todo se quedó en silencio.

Martha reclinó la cabeza en el respaldo del sofá y suspiró aliviada.

Lewis paseaba junto a las puertas correderas de cristal que daban al porche. Llevaba puestos unos pantalones grises de pijama y sujetaba a Noah contra su pecho desnudo con sus fuertes manos. Martha lo contempló. Estaba acariciando la espalda del niño mientras Noah se abrazaba a su cuello y se chupaba el dedo. Aquello era señal de que estaba a gusto.

– ¿Qué tal está Viola? -preguntó Lewis en voz baja.

– Mejor. Creo que podrá dormir.

– Parece que este jovencito también se ha dormido.

Se acercó y se sentó junto a ella. Martha sintió que cada uno de sus sentidos se agudizaba.

– Por fin podremos dormir esta noche -dijo él mientras estiraba las piernas.

– Sí -contestó ella sin quitar la mirada de sus pies. Quería evitar mirar cualquier otra parte de su cuerpo.

Estaba sentado muy cerca de ella, tanto que podía tocarlo. Sus manos deseaban acariciarlo y recorrer cada centímetro de su cuerpo. Pero no podía ser.

Noah necesitaba un padre y a Lewis no le gustaban los niños, así que no tenía ningún sentido iniciar una relación con un hombre que no quería formar una familia. Con él, ella y su hijo no tenían futuro.

Tampoco es que fuera un hombre guapo, pensó Martha. Su nariz era grande y sus cejas, muy marcadas. Era serio y severo, tremendamente racional. Era obstinado y riguroso. No había ningún motivo para encontrarlo atractivo.

Tampoco encontraba sentido al deseo que tenía de acariciarlo, de probar sus labios y sentir el calor de sus manos sobre su cuerpo.

No había ninguna razón para todo aquello. Martha dejó escapar un suspiró y Lewis se giró para mirarla.

– Debe de estar cansada. Voy a dejar a Noah en la cuna y enseguida vuelvo por Viola -dijo Lewis.

Eso debía de ser. El cansancio le hacía tener aquellos extraños deseos. Además, era de noche y muy tarde. La brisa tropical estaba intensamente perfumada y se oía el suave murmullo de las olas. Estaba cansada. Por eso, su corazón latía rápidamente y sentía que la sangre fluía con fuerza por sus venas.

– Me llevo a Viola también -dijo Lewis cuando regresó. Se inclinó y tomó a su sobrina de los brazos de Martha. El roce de sus manos sobre su piel desnuda fue suficiente para que el corazón de Martha latiera desbocado.

Tenía que levantarse e irse a dormir, pero estaba tan cansada que no podía moverse. Le temblaba todo el cuerpo.

«Es e! cansancio», pensó Martha. «Sólo eso, cansancio».

CAPÍTULO 7

ES HORA de irse a la cama -le dijo Lewis cuando volvió al salón. Se quedó de pie frente a ella.

Martha abrió sus grandes ojos. Había algo extraño en su voz, pero no supo distinguir el qué.

– Estoy demasiado cansada para moverme. Creo que me quedaré aquí a dormir.

– Será mejor que se vaya a la cama -le dijo Lewis, y alargó su mano.- Deje que la ayude a levantarse.

Martha miró su mano y se quedó pensativa. Parecía como si estuviera ante un momento crucial de su vida en el que tenía que tomar una decisión fundamental para su futuro. Si decidía aceptar su ayuda, su vida tomaría un rumbo y, si no lo hacía, tomaría otro.