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Pero, ¿qué tonterías estaba pensando? Se encontraba tan cansada que no podía pensar con lucidez. Lewis tan sólo le estaba ofreciendo su ayuda para levantarse.

Lo miró y sonrió forzadamente.

– Lo siento, estoy agotada -dijo, y se agarró a su mano.

Tan pronto como sintió el roce de sus dedos, supo que había cometido un error. Lewis tiró de ella, pero sus piernas flaquearon y se hubiera caído si él no la hubiera agarrado por la cintura para evitarlo.

Martha dejó escapar un gemido al sentir su cuerpo tan próximo al de él. Era fuerte y firme como tantas veces había imaginado. El hombro desnudo de Lewis se hallaba a escasos centímetros de su boca. Podía sentir el olor de su piel.

Pensó en dar un paso y separarse de él, pero no se movió de donde estaba. Se sentía paralizada y su cabeza parecía no reaccionar. Algo surgió de su interior que le hizo levantar la cabeza y mirarlo a los ojos. Le costaba respirar.

Se quedaron allí parados mirándose intensamente durante unos instantes que se hicieron eternos. Lo que ocurrió a continuación, rompió el silencio. ¿Quién besó a quien? ¿Quién había tomado la iniciativa? Eso ya no importaba. Lo que realmente importaba era que toda la tensión se había desvanecido y que se estaban besando apasionadamente.

Jadeantes, se dejaron caer sobre el sofá sin parar de besarse. Martha lo estrechó entre sus brazos y lo atrajo hacia sí con fuerza. Se sentía al borde del desmayo. Por fin estaba tocando aquel cuerpo que tanto había deseado. Saboreó sus labios y acarició su espalda desnuda, desde la cintura hasta sus anchos hombros.

Lewis buscaba su boca con pasión. Sus manos ansiosas se deslizaban sobre ella, desde los muslos hasta la piel que escondía su camisa.

Martha se dejó llevar. Había tratado de convencerse de que no lo deseaba, pero ahora comprobaba que no era así. Lo rodeó con sus brazos mientras continuaban besándose. Rodaron y Lewis se colocó sobre ella. Inclinó suavemente la cabeza de Martha hacia atrás y comenzó a besar su cuello. El roce de sus labios sobre su piel la hicieron estremecer. La cabeza le daba vueltas. Lewis respiraba entrecortadamente.

De repente se escuchó el llanto de un bebé. Lewis apoyó su cabeza sobre el hombro de Martha. Tras unos segundos, se incorporó y la miró directamente a los ojos. La expresión de su mirada se había transformado.

– ¿Qué estoy haciendo? -dijo Lewis.

Nunca antes un hombre la había besado como lo había hecho él ni se había sentido tan deseada como con él. Pero nunca los besos habían acabado de manera tan brusca. Estaba claro por el gesto de su cara y por sus palabras que Lewis no había querido besarla y que se arrepentía de haberlo hecho.

– Viola está llorando -logró decir Martha-. Será mejor que vaya.

Lewis escondió el rostro en sus manos, mientras ella se levantaba y se colocaba la camisa. Con piernas temblorosas, llegó a la habitación y, tras unos momentos, la niña se tranquilizó y se volvió a dormir.

Martha se quedó observando a Viola. Le hubiera gustado estar dormida como ella.

Por la expresión que había visto en Lewis, era fácil adivinar que no volvería a tocarla. Martha se entristeció por ello. ¿Había sido culpa suya?, se preguntó. Quizá lo había obligado a besarla. Quizás él no se había atrevido a apartarse de ella para no hacerla sentir mal. No recordaba cómo había empezado todo. Se sonrojó pensando lo maravilloso que había sido acariciar su cuerpo y sentir sus labios fundiéndose en un beso.

Volvió a contemplar a los bebés y deseó estar junto a ellos, dormida. Así despertaría y descubriría que todo había sido un sueño y que no había hecho el ridículo frente a Lewis. Todavía podía sentir el calor de sus manos sobre su piel y el sabor de sus labios. Aquellas sensaciones no habían sido un sueño.

Tenía que regresar y hacerle frente. Pero, ¿qué le diría? «Lo siento Lewis, me he dejado llevar por las hormonas». Siempre podía decir que estaba aturdida por el cambio horario. Aunque eso tampoco era una buena excusa para revolcarse con Lewis en el sofá.

Martha se mesó los cabellos desesperada.

– ¿Viola está bien?

La voz de Lewis en el rellano de la puerta hizo que su corazón diera un vuelco. Tuvo que inspirar profundamente antes de contestar.

– Sí, está bien -dijo sin mirarlo.

– ¿Y usted? -preguntó dubitativo.

– Estoy bien.

Se quedaron callados. Entonces, Lewis se dio media vuelta.

– Me voy a dormir -dijo indiferente mientras salía de la habitación.

Instantes después, Martha escuchó cómo cerraba la puerta de su dormitorio.

Así que Lewis daba el asunto por resuelto. Si iba a pretender que nada había pasado entre ellos, no sería ella la que perdiera el tiempo en averiguar los motivos por los que había ocurrido.

Se sentía confundida. Por una parte, era un alivio olvidar lo que había pasado, pero por otra, no quería hacerlo. ¿Cómo podía Lewis olvidar lo ocurrido? Quizás hubiera sido ella la que lo había iniciado todo, pero aquello había sido cosa de dos. Si Viola no hubiera llorado…

Se quedó absorta en sus pensamientos. Imaginó lo que podía haber pasado si Viola no los hubiera interrumpido. Sentía unos deseos incontenibles de llamar a la puerta de Lewis y rogarle que terminara lo que había empezado.

Aunque, ahora que lo pensaba detenidamente, tenía que reconocer que lo mejor era olvidarlo todo. Martha dejó escapar un largo suspiro. Era una situación embarazosa para ambos, pero eran adultos y tenían que comportarse. Lo mejor sería ignorar que se habían besado. Olvidar sus caricias y el sabor de sus labios. Si Lewis podía hacerlo, ella también podría. Al menos, estaba dispuesta a intentarlo.

– Le debo una disculpa.

Lewis dejó su taza sobre la encimera y miró a Martha.

Apenas había dormido. Se sentía agotada y frustrada. Estaba convencida de que Lewis no diría nada de lo que había pasado la noche anterior y, por supuesto, ella tampoco lo haría.

Pero allí estaba él, sacando el tema a relucir. Martha no tenía fuerzas para hablar. Ni siquiera se había molestado en vestirse y en esos momentos se sentía muy incómoda. Ahora Lewis sabía que no llevaba nada bajo la camisa.

– No necesita disculparse -dijo ella.

– Yo creo que sí.

Lewis tensó los músculos de su mandíbula. Le hubiera gustado no volver a ver aquella camisa. Recordó como se había deslizado y había dejado al descubierto uno de sus hombros, mientras consolaba a Viola la noche anterior. No había podido quitar los ojos de su piel, imaginando su suavidad. En aquel momento, aunque se la veía cansada, la había encontrado muy sensual y atractiva.

Su intención no había sido besarla. Había intentado controlar sus emociones. Ella era su empleada y ese era motivo suficiente para evitarla. Cuando le tendió la mano, su único propósito había sido ayudarla a levantarse.

Pero Martha había tropezado y él la había sujetado por la cintura para impedir que se cayera. Había sentido su suavidad y calidez y no había podido evitar dejarse llevar. El olor de su piel, tan próxima, había hecho que su mente se quedara en blanco, y lo siguiente que supo fue que estaban retozando en el sofá. Todos sus propósitos e intenciones de respetarla habían desaparecido, y el deseo y la pasión se habían apoderado de él. Sólo un estúpido se hubiera detenido en aquel momento para evitar besarla.

– Nunca debí sobrepasarme con usted anoche -dijo, y se encogió de hombros-. No pretendía besarla. No sé cómo ocurrió, lo siento. Es imperdonable que la tomara de esa manera y que… -Lewis se detuvo sin saber cómo continuar. Ambos recordaron lo que había pasado después-. Quería decirle eso, que lo siento. Usted trabaja para mí y no me comporté correctamente anoche. La he contratado para que cuide de Viola no para que… -Lewis no se atrevió a terminar la frase. Si seguía así, iba a empeorar las cosas en vez de resolverlas-. Quédese tranquila. Le aseguro que no volverá a suceder.